La mujer dejaba que las lágrimas recorrieran su rostro, lo que no permitía es que esto se viera, y se tapaba con la mano, girando la cabeza a un lado. Estaba sentada en el césped y junto a ella se alzaba un hombre serio.
-Lo siento… - le dijo. – No es que no te quiera. Te amo. No es eso. Es que yo no puedo vivir así.
Aquella tarde, el hombre fue a despedirse de sus amigos. Estos no comprendían la situación:
-Tú la quieres, ella te quiere… no parece tan grave.
-Pero yo – decía – no puedo pasar toda mi vida con la misma mujer. No puedo. Yo no estoy hecho para el matrimonio.
-¿Y por qué no?
-Pues porque yo soy un alma libre. Necesito libertad. No puedo estar atado…
-Entonces, si la dejas, y no te casas con ella… ¿por qué organizas esta despedida?
-Pues porque quiero ser honrado.
Nadie le entendió. Pero realmente deseaba ser honrado y, por ello, se veía incapaz de entregarse al libertinaje. Él ya amaba a una mujer. Sabía, por tanto, que no le quedaba otra salida que desaparecer del mundo.
Encontraron su cadáver dos semanas más tarde, en lo más recóndito de una montaña. Los forenses fueron tajantes:
-Ha muerto de inanición.
Tras el entierro, sus amigos se marchaban diciendo:
-En verdad quiso ser honrado, pero, quizá, si se hubiera casado… al menos ella podría decir que es su viuda.
jueves, 22 de octubre de 2009
No estoy hecho para el matrimonio
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