sábado, 21 de noviembre de 2009

Elegir el camino

Elegir el camino... No es fácil para el viajero ponerse en marcha.
Saber que hay que soltar lastre para volar.
Saber que hay que dejar atrás seres amados... que un día se enfrentarán a ti.
Pero el camino ha de ser elegido... y se elige, tarde o temprano.
Oscura noche en la que se prepara el equipaje y se descarta lo que no cabe...
En la que se mira a ojos que no vendrán...
“El amanecer me sorprenderá andando.”
El camino espera, el camino llama, el camino urge.
Cierra los ojos viajero y respira hondo... ¡ponte en marcha!
Viajero...
Si no eliges el camino, otros lo harán por ti... y caminarás por tierras áridas, hacia ninguna parte, sin sentido, sin saber por qué...
El camino espera...
Te esperan compañeros de viaje... Son amigos... “Pero ¿y los que no vienen?”
No les puedes obligar. Eligieron no elegir...
“Miro al cielo mañanero y un soplo de frío aire me acaricia...
Y marcho con los amigos,
dejando atrás seres queridos
que eligieron no elegir.
Eligieron ser enemigos,
Señor, ¿qué será de mí?...”
Pero haz de tripas corazón, viajero y ¡viaja!
La vida no espera, el tiempo pasa.
Los que te finarán ya afilan cuchillos...
y no son rostros desconocidos.
Pero marcha viajero.
Ellos saldrán a tu encuentro.
Y querrán frenarte.
Da otro paso. Sigue adelante, viajero, viajas entre amigos...
“¿Y el dolor por los que no vienen conmigo?”
Ellos eligieron y no vendrán...
Tú, camina. Camina decidido, sin mirar atrás.
El horizonte espera.
Camina, por el camino de la Verdad.
Camina, viajero...
Camina, sin mirar atrás.
Hay que soltar lastre para poder volar.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Sentido



1.
Eran las tres de la tarde. Los cinco compañeros bajaban en ascensor.
-Vaya día... Menos mal que ya es viernes – dijo Iker, aflojándose la corbata. – Me voy a quitar estos zapatos nada más entrar en el coche y... ¡Hasta el lunes a las siete!
-¿Tenéis planes para esta noche? – preguntó Gabino. – Me sé un sitio donde ponen buena música. Voy a ir con mi novia esta noche.
Parecía que se hacía el consenso. Todos menos uno, Juan, el más reservado, aceptaron acudir a las once.
-Y tú, ¿no te animas? – le inquirió Gabino.
-Es que tengo cosas importantes que hacer.
-No me digas que eres de los que se llevan el trabajo a casa...
-No. No es eso. Digo cosas importantes.
-¿Y no puedes hacerlo otro día?
-No me tires de la lengua... preferiría no contarlo.
-¡Jo, una misión secreta!
-No te rías... que es serio.
-¿Es algo familiar? En ese caso...
-Pues mira no, no es eso. Voy a ir a un acto contra el aborto. ¿Contento?
La algazara cesó. Las miradas se intercambiaron inquietas y el ascensor abrió las puertas. Juan salió. El ascensor se cerró y bajó hasta el garaje. Los compañeros seguían mirándose entre sí. Hasta que Gabino rompió el silencio:
-Es un tío raro. No hay que darle más vueltas. Dice que es de izquierdas, va a actos contra el aborto, no bebe ni fuma... Hace pintadas pidiendo libertad para los sin papeles, que una vez me lo encontré pintando... ¿Sabéis que la semana pasada rechazó un ascenso? Decía que no era honrado ganar tanto dinero... Y eso que cobra la mitad que tú y que yo, ¿eh?
-Eso es porque no tiene hipoteca, seguro...

2.
Gabino había bebido un par de copas de más y se desparramaba en el asiento, con el vaso de tubo en la mano, viendo baliar a Cata. No entendía muy bien lo que acababa de ocurrir. Las luces tenues del local se encendían y apagaban rítmicamente. Por encima de las voces sonaba música electrónica de compás lento, con un cantante que decía cosas como “te quiero” , “te deseo” y “tus muslos”.
Gabino ya no tenía ganas de nada. Ahora miraba a Iker, que también estaba borracho pero, al revés que él, parecía divertirse mucho en la pista de baile... Quería matarle. ¿Pero qué iba a hacer? Cata se había enfadado sin que Gabino supiera calmarla. El enfado había ido subiendo de tono hasta que ella había dicho algo así:
-Te dejo. ¡Aléjate de mí para siempre!
Ahora él miraba el fondo del vaso. Sólo quedaba un pedacito de hielo bañado en su propia agua.
-Y eso que le dolían los pies al muy c... – acertó a murmurar.
Enrique se le acercó:
-¿Qué dices?
-¡Que te follen!
-¿Qué? No te oigo.
Gabino hizo un gesto con la mano, como de que no pasaba nada. Enrique se volvió a retirar. Él y Lucio llevaban un rato hablando con un grupo de mujeres que acababan de conocer.
Gabino seguía embebido en sí.
-¡Qué gran hijo de la...! ¡Qué puta gran...! ¡Qué cabrón!
Se puso en pie. Pensó en el pasado reciente. Mientras él bebía en la barra, tras cortar con Cata, se le había acercado Iker:
-Oye, ¿estás bien?
-Sí.
-¿Es verdad que habéis roto?
-Sí.
-¿De verdad estás bien?
-Sí.
-¿Seguro?
-Sí, sí, es una puta. No quiero saber nada de ella. Me la pela. Que haga lo que le dé la gana.
-Entonces...
-Entonces ¿qué?
-No, nada... Yo... No, nada, olvídalo...
-... Ah, es eso. Puedes follártela, por mí... Ya es pasado, ¿sabes? ¡Que se joda!
-¿En serio? Oye, yo... Somos colegas y si tú no quieres...
-Haz lo que quieras...
-Es que me parece que me está tirando los trastos...
-Sí. Lo tenía que haber visto venir.
-¿El qué?
-De todos mis amigos, tú eras el único del que hablaba bien.
-¿En serio...? Lo siento. No, no lo voy a intentar... Somos colegas...
-Aún te faltan unas copas. Ya veremos lo que ocurre a las tres...
Gabino regresó al presente y miró cómo, sin dejar de bailar, Cata e Iker se besaban los morros. Alzó la muñeca para mirar la hora...
-¡Qué hijo de la gran puta! ¡Las dos y media!
El vaso se le escurrió de las manos y se hizo añicos al entrar en contacto con el suelo. Esto le enfureció aún mas. Bufando dio un paso, luego otro... Iba apartando a la gente a empujones. Cuando llegó hasta Iker, le volteó cogiéndole del hombro y le apuntó con el puño.
-¡Tío, tío, somos colegas! – él dudó. Cata se puso entre medias:
-¿Qué? ¿Qué vas a hacer? Ya no estamos juntos. Puedo hacer lo que me de la gana.
Entonces, Gabino la cogió de la pechera y la arrastró hasta la pared. Estaba totalmente fuera de sí. En ese instante hicieron acto de presencia los gorilas, que le inmovilizaron y le sacaron del local.

3.
Miró el reloj: Las cinco de la mañana. Tenía sueño, estaba mareado, quería vomitar. Se levantó de la cama completamente desnudo. Aquel no era su hogar. Era la habitación de un burdel. Se acercó a la papelera y vomitó. Se dirigió a su ropa y rebuscó hasta que encontró un pañuelo de papel. Se limpió la boca... En la cama había una adolescente desnuda. Una china con cara de niña. Un escalofrío le recorrió el cuerpo.
-¿Qué edad tienes? ¿Eres mayor de edad?
-Cincuenta euro – respondió ella.
-¿Sabes español?
-Cincuenta euro.
Gabino se vistió a todo correr y pagó todo el dinero que tenía. Luego besó en la frente a la china, con ternura, y le dijo:
-Perdóname. Por favor. Yo, esta noche... He perdido el control... Perdóname. Siempre me han dado asco los puteros, pero esta noche... Perdóname, no me di cuenta de que eras una niña...
-Cincuenta euro, bien – dijo la china tras contar el dinero.

4.
Estaba sentado al borde de su cama, sólo, en la penumbra. Esta vez sí era su cama, sí era el piso que había comprado a medias con Cata y que aún estaba por pagar en su mayor parte.
No podía dejar de pensar. Tenía una botella de cristal entre las manos. Estaba vacía.
-Espero que no te hayas quedado embarazada... – murmuró. - ¿Qué culpa tienes tú? ¡Qué asco!
En un ataque de ira golpeó la botella contra el suelo. Una parte se despedazó. La otra mitad resistió en sujeta a la mano. Miró su irregular borde de cristal. Pasó el dedo por encima y se cortó. Lo dejó gotear, indiferente.
-¿Será que los raros somos nosotros...? ¡Eh, Juan! – se sonrió.
Volvió a mirar al afilado cristal.
-¡Para qué...! ¡Esta puta vida no cambiará nunca!

5.
El sol iluminó el dormitorio, colándose a través de la ventana. El despertador empezó a sonar, como a diario, a la espera de que lo apagaran. Cata entró en la habitación riéndose, entre los brazos de Iker, miró a la cama y... las escorrentías escarlata manaban de Gabino, que yacía boca arriba con un trozo de botella incrustado en el estómago.

martes, 17 de noviembre de 2009

El mono y el premio

Cuando el presentador del concurso dijo su nombre, el mono se empezó a saltar loco de alegría. Las cámaras le enfocaron y el público se puso en pie para aplaudirle. Sonaba una música de enfervorecido triunfo que le extasiaba aún más y del techo del estudio caían millares de papelitos de colores. Todos sonreían y se congratulaban mutuamente. Un coche brillante esperaba en una plataforma que daba vueltas sobre sí. Incluso los demás concursantes le felicitaron sonriendo hipócritamente, como habría hecho el mono de haber sido otro el ganador. Pero no, no eran ellos, sino él quien se había llevado ese magnífico coche. Y, entre saltos de alegría y besos lanzados a todo el público, llegó hasta el presentador, que era quien tenía las llaves. Este caballero, adecuadamente trajeado, le tendió un micrófono y empezó a decir estupideces y a hacer preguntas sentimentales:
-Me encanta regalar premios. Me encanta hacer feliz a la gente. ¿Cómo te sientes, señor mono? ¿Creíste que podrías ganar? ¿Qué vas a hacer con el premio? ¿A quién se lo dedicas?
-Esta sensación es indescriptible, no puedo, no puedo… ¡Ay, Dios mío, que he ganado! Estoy… ¡Uauh! Es increíble. No puedo, de verdad que no puedo… Tengo ganas de llorar, de cantar… Buff, ¡madre mía, madre mía…! Esto es…
-Traigan un vaso de agua, para que se tranquilice un poco…
Los azafatos que vestían de chaperos trajeron un vaso de agua y el mono se lo bebió lentamente. El presentador, viéndole más calmado, repitió la pregunta:
-Bueno, ahora que estamos todos más tranquilos, ¿qué? ¿Cómo te sientes? ¿Qué te parece el premio?
-No sé qué decir… De verdad que no puedo expresarlo con palabras, porque este… Este coche es con el que yo siempre había soñado…
Nada presagiaba lo que iba a ocurrir y, sin embargo, ocurrió. Al presentador se le cruzaron los cables, un impulso eléctrico recorrió su cerebro y, por primera vez en mucho tiempo, nació una idea. Fue una idea un tanto extraña, una idea única. Lógicamente, pues estaba sola en aquel inmenso espacio durmiente. Y como por primera vez había algo ahí dentro, el presentador se sintió en la necesidad de sacarlo. Así es como llegó la desgracia. Acercándose al micrófono y guiñando a la cámara como de costumbre, preguntó:
-¿No es un poco estúpido, infrahumano, soñar con coches?
Luego tendió el micrófono para que el mono respondiera. Al hacerlo sintió una punzada en el pecho. El tiempo pareció detenerse. Se hizo el silencio más absoluto. Incluso el confeti que caía del techo se quedó suspendido, inmóvil. Los ojos de los individuos del público estaban abiertos como platos; las manos de los técnicos, productores y directores, que se ocultaban tras las cámaras, habían subido hasta sus caras y cabezas. Sabía que se había equivocado, pero ya no había marcha atrás.
Efectivamente, cuando el tiempo recuperó su decurso, lo terrible aconteció.
El público había dejado de aplaudir. Los técnicos le pedían que diera paso a publicidad y el mono… El mono le miró un par de segundos, dubitativo. Luego le explotó la cabeza.