miércoles, 19 de agosto de 2009

Capítulo I: Accidente en los mundos comerciales

Existía en aquellos días un grupo de planetas que tenía una legislación y una forma de organización diferente al resto de la galaxia. Se les conocía de varias formas: Los Planetas del Capital, el Cinturón Mercantil, los Mundos Comerciales... Sus más ricos miembros solían argüir que eran los promotores del progreso galáctico a pesar de que ningún hecho objetivo pudiera confirmar tal palabrería y a pesar de que su forma de organización social y económica había sido superada hacía miles de años en las demás partes del Universo.

La justicia era una utopía lejana en aquellos parajes. En Metano, una de las capitales de dichos mundos, las autoridades no lograban mantener el orden. Asesinos no había demasiados, al menos en relación con otros tipos de criminales, aunque porcentualmente su número sí superaba al de la mayoría de los lugares conocidos y habitados. El problema estaba más en las revueltas callejeras, en el ingente número de robos, en el contrabando de todo tipo...

De todos los miembros de la policía, el hombre más famoso era Solis, el Cazador. Así le conocían. La historia que nos incumbe empieza con él.

Una tarde, ya casi noche, el Cazador perseguía a un individuo, como era habitual, a velocidades temerarias por entre las columna–viviendas de los barriales más sucios y feos de la ciudad. Estos lugares solían ser algo así como los ghettos, o piaras, de los bicerdos. Los bicerdos se apilaban en enjutos departamentos, dentro de edificios enormes, y trabajaban durante larguísimas jornadas por apenas uno o dos platos de la peor comida. En realidad se les consideraba animales especializados. A pesar de que su cuerpo era como el de los hombres y las mujeres cualesquiera (hasta el punto de que caminaban a dos patas e iban vestidos), su cabeza era la de los gorrinos. De ahí su nombre, de bípedos y cerdos. En realidad, lo único que, según estaba considerado, les diferenciaba de estos animales era el cuerpo antropomórfico, que permitía emplearles como trabajadores en cualquier puesto indeseable, precisamente en sustitución de hombres o mujeres.

El caso es que el aerovehículo del Cazador disparó un par de balas protoperforadoras al que le precedía, alcanzándole y haciendo estallar su núcleo motoro. El desgraciado se estrelló primero contra la pared de una columna–vivienda, aunque lo hizo de refilón y apenas causando algunas abolladuras en la fachada del ingente edificio. La desgracia se dio en el rebote: La máquina voladora fue a caer a la salida de una fábrica, justo cuando las puertas se abrían y un millar de bicerdos salían, dando por concluida la jornada laboral. Noventa y cinco heridos leves. Sesenta y tres con daños físicos severos, a los que se consideró irreparables. Diecisiete muertos, más el piloto del aerovehículo. El asunto copó la prensa del día siguiente.

Se abrió una investigación por parte de la fiscalía. Durante dos semanas se trató el asunto. La muerte de diecisiete trabajadores, más los sesenta y tres que probablemente habría que sacrificar, suponían a la empresa un grave daño económico y esta exigía compensaciones al gobierno autónomo. El juicio se fijó enseguida. A los tres días ya se sabía el veredicto que darían los jueces: La retirada temporal del carnet policial al Cazador y una remuneración económica a la empresa afectada, equivalente a la compra de ochenta bicerdos, más los gastos de formación de la nueva plantilla, más la estimación de las pérdidas por reducción temporal de la capacidad de producción de la fábrica afectada.

***

Uno de los abogados de la fiscalía era Ronaldo, un funcionario treintañero, soltero y de carácter esquivo y solitario. Rara vez Ronaldo se mostraba en público. Prefería encerrarse en su casa y si había de comunicarse con el exterior lo hacía a través de las redes informáticas. Por eso le resultó un tanto extraño que alguien llamara a su puerta.

Escondiendo una pistola en la espalda, Ronaldo pulsó el mando a distancia de la entrada. En el umbral apareció una figura fantasmagórica: Un manto rojo y negro, que llegaba hasta el suelo, cubría la mayor parte del cuerpo del visitante. Las mangas tapaban más allá de los brazos, dejando apenas fuera de sí una parte de las manos, cubiertas por brunos guantes. Pero lo más impresionante era la capa. La capa estaba sujeta al traje por encima de los hombros con sendos botones dorados. Tenía además un cuello enorme que, en vez de caer sobre el cuerpo, se elevaba alrededor de la cabeza del visitante... la cual estaba cubierta por un haz de oscuridad. Este haz negro cubría todo el rostro. Dentro de la sombra que se elevaba y se difuminaba hacia el techo nada se podía ver.

Sin atreverse a sacar la pistola, Ronaldo retrocedió un par de pasos, visiblemente asustado. Nunca había visto el funcionamiento de un dispositivo de oscuridad como el que cubría la faz y la testa de aquel ser extraño. Es más, no sólo no los había visto funcionar, en realidad nunca había visto un aparato de esos. Los motivos eran, principalmente, dos: El primero es que pertenecían a una tecnología extinguida. El segundo era que, además, estaban prohibidos.
-He venido aquí para pedirle un favor – dijo con tono amistoso el visitante. Obviamente, su voz estaba distorsionada.
-¿Un favor?
-Sí. Un favor. Investigue el caso de la tragedia de los bicerdos... E impida que mueran más.

Ronaldo estaba cada vez más desconcertado. ¿Tragedia? ¿Se podía denominar así a la muerte de un puñado de esos gorrinos artificiales, genéticamente manipulados? ¿Impedir que murieran más? ¿Es que acaso se podía decir que estuvieran vivos? Al abogado le temblaba tanto el pulso que la pistola se le cayó al suelo. Esto pareció asustar al foráneo, que estiró el brazo lanzando una tarjetilla y se esfumó. La tarjetilla planeó con movimientos irregulares, para terminar posándose en el piso.

Cuando fue capaz de reaccionar, lo primero que hizo Ronaldo fue cerrar la puerta y aplicar el triple cerrojo, que era lo máximo que le permitía su mando a distancia.
-¿Investigar? ¿Hacer mi trabajo es un favor? – pensó en voz alta. Pero no pudo evitar recoger la tarjeta del suelo y leer la dirección que en ella venía.

Una de las reglas para consigo que Ronaldo tenía de siempre, era actuar con cautela y nunca en momentos de inestabilidad emocional. Por ello se preparó una cena y dejó la investigación hasta el día siguiente.

***

El amanecer en aquel barrial tenía un sabor metálico. El brillo anaranjado del óxido de las torres, llamadas columna-viviendas, el reflejo del orto en los cristales, los granos de tierra crujiendo bajo los pies y el murmullo de las multitudes de bicerdos saliendo de y entrando en puertas holográficas... Ronaldo vio, por primera vez, un bebé bicerdo. Su madre lo llevaba envuelto entre sábanas en sus brazos. No duró mucho aquella visión, pues pronto se introdujeron en las tripas de las monstruosas edificaciones. Sintiéndose fuera de lugar entre tanta miseria (algunos bicerdos morían en plena calle y sus cadáveres permanecían allí sin ser recogidos durante largo tiempo), Ronaldo volvió a mirar la tarjeta del individuo misterioso. Sí, la dirección indicaba al barrial de aquellos monstruos de circo. Fingiendo firmeza, a duras penas avanzó hasta una puerta y llamó al timbre...

Silencio...

Los bicerdos de la calle empiezan a rodear a Ronaldo... Nadie abre... La multitud se cierne en torno suya... El odio, a través de los ojos de los puercos, se vuelca en él... Vuelve a llamar... “Que alguien abra, por Dios...” El círculo que se ha formado improvisadamente en torno suya comienza a estrecharse.... Los bicerdos respiran profundamente y están ya tan cerca que sus alientos puede sentirlos: calurosos y malolientes... Uno le agarra de la muñeca... La pulsera digital (un miniordenador de moda) le es arrebatada con ansia y cierta dosis de violencia... Aquí, el animal, el ser inferior, no es otro que el propio Ronaldo... Sin la pulsera digital no podrá llamar a la policía, ni ser localizado... ¡Zsssh! La puerta se abre... Ronaldo entra asustado... En el interior hay más bicerdos. Aquello es como una sala de reuniones. Hay sillas, mesas, algunos aparatos electrónicos, buena iluminación... Los bicerdos del interior se levantan. La actitud no parece mejor que la de los de la calle. Ronaldo se gira hacia la salida... Los del exterior le cierran el paso... En el fondo de la sala, ahora se percata el abogado, hay un ser humano.
-¡Menos mal! ¿Cómo hace usted para quitarse estos puercos de encima? – pregunta suplicante Ronaldo.

Pero el humano, en un movimiento tan rápido que escapa a la vista del infeliz, se planta junto a Ronaldo y, apresándole por la espalda, le coloca un pincho metálico en el cuello. Ronaldo empieza a llorar... ¡No es un humano, es un nargrs! Ahora sí que está perdido...
-No le mates – gruñe uno de los bicerdos, con voz ronca. – Si han descubierto nuestro lugar de reuniones, quiero saber cómo lo han hecho, quién lo sabe, qué piensan hacer con nosotros...
-¡Policía! – se escucha gritar.

Los bicerdos reaccionan con velocidad. Sin darse cuenta ni del cómo, en pocos segundos y tras bruscos empujones, Ronaldo se encuentra en la más absoluta oscuridad. Seguramente en el interior de algún armario o almacén. El pincho metálico del nargrs todavía puede sentirlo en el cuello. El monstruo de aspecto humano le aprieta con fuerza, inmovilizándole. A pesar de haberle desplazado a todo correr de un lado para otro, como si fuera un simple pelele, el nargrs no ha aflojado lo más mínimo. Hay más bicerdos ocultos en aquella tiniebla. Puede oírseles respirar. Curiosamente, el nargrs, cuya nariz está a escasos centímetros del oído derecho de Ronaldo, no produce el más mínimo sonido. Es más: a pesar de la fuerza con que le tiene sujeto, parece estar relajado.
-No es buena idea que sea yo el que retenga a este miserable... – dice de pronto.
-Suéltale. Si intenta cualquier cosa está perdido. No creo que se atreva a hacer nada. He visto el miedo en sus ojos cuando se ha percatado de que eras un nargrs.

Ronaldo es físicamente liberado. La luz se hace a través de una especie de ventana. Un hocico porcino asoma en ella.
-Han pasado de largo, era un patrulla haciendo la ronda...

Como si fuera de aire, el nargrs levanta a Ronaldo con una sola mano y le lleva a una de las sillas de la sala de reuniones. Le sienta de un empujón y se cruza de brazos mirándole fijamente.
-Debería matarte...

De las manos le brotan objetos metálicos que desaparecen al instante. Ronaldo no da crédito. ¿Qué ominoso poder posee aquel ser? ¿Acaso puede hacer brotar esos objetos de la nada o sólo es un juego visual para intimidarle? ¿Realmente surgen de sus manos dagas, varas, pinchos... o hay un truco detrás?
-¿Está aquí? – pregunta un bicerdo, entrando por la puerta. Mejor dicho, una hembra bicerdo.
-¿Te refieres al intruso? – le inquieren sus congéneres.
-Sí... es él. El abogado... Yo le pedí que viniera...
-¿Para qué, si puede saberse?
-Van a matar a sesenta y tres compañeros. Él puede impedirlo.
-¿Impedir? ¿Qué puede hacer este... enemigo?
-No es un enemigo. Os digo que la mayoría de los que vosotros llamáis enemigos no lo son. Sólo ignoran nuestra condición... Nos ven como cerdos manipulados genéticamente, como animales de carga...
-¿Y eso no les convierte en enemigos?
-No nos conocen. Si supieran que somos humanos, como ellos, entonces...
-Nosotros tenemos planes para evitar la muerte de nuestros hermanos...
-¡Sí! ¡Planes sangrientos! Pero ¿acaso no son también ellos – pregunta la recién llegada, señalando a Ronaldo – hermanos nuestros?

***

Varias voces se alzaron y hablaron acaloradamente, a un tiempo.
-¡Basta! – gritó el nargrs. - ¿Qué hacemos, entonces, con él?
-Dejadnos a solas... Yo misma le explicaré todo.

Pasado un rato, Marta, que era como se había presentado la bicerdo, expuso la situación. Ronaldo, entonces, reconoció las vestiduras del visitante, la noche anterior, en su casa. Le faltaba la capa con el dispositivo de oscuridad pero, por lo demás, era el mismo traje.
-Si te dijera que soy tan humana como tú no me creerías... Sin embargo... – Marta se quitó los guantes y mostró las manos. Le cogió las suyas y le hizo palpárselas. – ¡Mira estas manos de anciana!

Ciertamente aquellos dedos, aquellas palmas, aquella piel... tenían la forma, textura y apariencia de las manos de una mujer muy anciana.
-¿Qué edad tienes? – preguntó él con un hilo de voz.
-Cincuenta años...
-Estas manos son las de una nonagenaria...
-Poca vida me queda ya, ciertamente... ¿Pero cómo vamos a vivir mucho más en tales condiciones? Soy una de las personas más ancianas de mi pueblo. Jamás en mi vida he conocido a un bicerdo que superase los sesenta años... Demasiada pobreza y explotación... Supongo que son muchas cosas nuevas para ti... Te preguntarás: ¿Qué hace un nargrs viviendo entre estos miserables? Alexander es un amigo. Un verdadero hermano. Ellos también son lo que son por la misma causa que nosotros somos lo que somos... Su esposa estaba entre los que te rodeaban... aunque imagino que estabas demasiado asustado como para darte cuenta de... Bueno, no importa. ¿Quieres algo de agua?, te veo pálido...

Ronaldo asintió. Tenía la boca seca. Marta le trajo agua en un vaso de madera. Ronaldo lo miró extrañado.
-Un instrumento muy primitivo... ¿verdad? A los bicerdos no nos venden vasos... ni vasos, ni platos, ni otras muchas cosas. Piensan que somos animales, que no las necesitamos... que comemos y bebemos del suelo... Ese vaso de madera lo hemos hecho nosotros, con nuestras propias manos... Pero bebe tranquilo, el agua es la misma... El otro día me enteré de que un grupo de parados organizó una revuelta... Si nosotros no estuviéramos obligados a trabajar entre doce y dieciocho horas... vosotros no tendrías parados... En otros planetas la forma de vida es distinta... Lejos de los Mundos Comerciales... dicen que hay leyes justas y que los hombres y las mujeres son respetados... ¿Qué tienes que ver tú con todo esto?, te estarás preguntando. Lo del Cazador y los dieciocho muertos...
-Diecisiete...
-El piloto del vehículo derribado también era un bicerdo...
-Lo siento...
-Bueno, ese asunto va a tener consecuencias. Yo no quiero derramamiento de sangre. Si no lo impides, habrá más muertos. Muchos más...
-¿Y qué puedo hacer yo?
-¡Que encierren en la cárcel a ese policía y que curen a nuestros hermanos heridos, en vez de...! En vez de sacrificarles... como decís vosotros, como llaman los vuestros al asesinato de bicerdos... ¡Sacrificio! Tienes que investigar... tienes que demostrar que los bicerdos somos humanos, tienes que hacer que encierren al Cazador... por su propio bien... Uno de los muertos era hijo de Alexander... ¡Él es un nargrs! ¡Fue creado para matar! Toda su vida lleva luchando contra sí mismo... pero ahora... ahora su dolor es... Será una escabechina, empezando por el propio Cazador...
-Podría hacer que os detuvieran, podría denunciar al nargrs antes de que ocurriera...
-Lo sé. Pero eso no salvaría más vidas. Si nos denuncias, si te chivas de que hay un nargrs entre nosotros... vendrán a por él... él se defenderá... sus amigos, nosotros... le defenderemos... esto se convertirá en una guerra civil... y entonces todos perderemos...

Marta se levantó y dando la espalda a Ronaldo suspiró un instante. Sin volverse, prosiguió.
-Tu muñeca está desnuda... Imagino lo que ha pasado. No puedo devolverte la pulsera digital... Hay veces que, por muy cansada que esté, me quedo mirando las estrellas en la noche. A veces necesito soñar con mundos lejanos, en vez de dormir... En ocasiones eso me da más fuerzas que descansar. La esperanza es el descanso del espíritu. En la esperanza renacen las ganas de vivir. En la esperanza... Todos sabemos aquí que la resolución del “c”, “i”, uno, uno, uno, cinco, dos mil setecientos veinte... aquella resolución, hace ciento veintitrés años, una sentencia oculta al conocimiento popular, impuesta a un grupo de doscientos delincuentes comunes... recuerda: “c”, “i”, uno, uno, uno, cinco, dos mil setecientos veinte... Ahí está todo lo que tienes que saber. Esos dossieres aún no se han perdido. Están guardados en la biblioteca jurídica... pero los bicerdos no podemos entrar... Será mejor que te vayas... Se hace tarde... Mi jefe me espera con el látigo... por cada minuto de más que estoy aquí, es un latigazo que me espera...

De un súbito estertor, Marta se tapó la boca con las manos y salió corriendo. Aún tardó Ronaldo en abandonar el lugar.

***

Por más que mirase por la ventana, el amanecer parecía hoy más vacío que ayer, en el barrial de los bicerdos.
-¿Qué perdimos los hombres en nuestro viaje por el mundo? ¿Qué perdimos al avanzar la Historia? ¿Acaso puedo yo revivir algo en este mundo muerto?
Ronaldo dudó de si ir a la biblioteca jurídica. No tenía ganas de nada. Ni siquiera de vivir. Sólo quería vaciar la mente y mirar al sol naciente... Hasta que se le encendió el corazón y, sin saber lo que hacía, se aseó y salió en dirección a la biblioteca. ¿Qué estaría ahora haciendo Marta? “Seguro que está en su puesto de trabajo, un trabajo infrahumano, en auténticas condiciones de esclavitud... No, no puedo tolerar esto. No puedo quedarme sentado. Tengo que leer esa resolución”.

Fue fácil acceder a los dossieres. Mientras los leía pensaba en todo lo que había visto, en la ingente cantidad de bicerdos que padecían a las afueras de Metano, que eran explotados, oprimidos, aplastados por los intereses de algunos... Recordó a una madre con su hijo en brazos... y en sus recuerdos no tenían el rostro de los cerdos... Cuando acabó de leer, pidió unas copias a la secretaria. Las mandó al bufete inmediatamente, con la esperanza de que sus colegas resolvieran condenar al Cazador por las dieciocho muertes y que los sesenta y tres bicerdos amputados recibieran electroimplantes.

A eso del mediodía, su jefe le llamó a casa. Una pantalla con su rostro se mostró en la pared, mirando a Ronaldo con indignación:
-¿Qué es esto que nos has mandado?
-Las copias de la resolución... – El otro le cortó.
-Ya lo sé, lo sé... ¿Qué es lo que pretendes removiendo el pasado?
-¿Removiendo el pasado? Los bicerdos son humanos... ¡Completamente humanos! Mire lo que pone aquí: “Los doscientos reos serán sometidos a cambios quirúrgicos. Se les asignará un rostro animal, para que el pueblo conozca sus crímenes. Además se manipulará su ADN para que no sólo ellos tengan este aspecto, sino también los hijos de sus hijos; aunque por lo demás seguirán siendo totalmente humanos...” ¿Lo ve? Sólo les cambiaron el rostro. Los bicerdos son completamente humanos... ¡Hombres, mujeres y niños!
-¡No lo son! Si lo fueran no se hacinarían en viviendas infrahumanas, no soportarían cargas de trabajo tan pesadas...
-Yo los he conocido. He hablado con ellos, he visto sus hogares... Te digo que son humanos...
-Los bicerdos no hablan... ¿Insinúas que fueron creados para que las empresas les explotasen? Si fuera así, ¿crees que la sociedad les llamaría “bicerdos”, sólo por su aspecto? Además, estos dossieres carecen de autenticidad...
-Pero ¿cómo?
-No dice que lo expuesto se llevara a cabo.
-Las condenas de aquella época no lo decían. Bastaba con confirmar la...
-Los bicerdos son animales y punto. No vamos a investigar complots paranoicos...
-Pero, señor… Si los bicerdos fueran animales... ¿irían vestidos?
-¿Qué? Mira, yo no sé cómo les domestican...
-Vi a una madre con su hijo en brazos... llevaba al bebé envuelto en ropajes... ¡Eso no lo hace ningún animal!
-¡Calla! ¡Deja de decir estupideces, o te expulso del caso!
-¿Sabe qué le digo? Que ya no me importa el puesto de trabajo... Ya no me importa nada... Han muerto dieciocho seres humanos... y la resolución que va a tomar el tribunal es compensar a una empresa por las pérdidas económicas... y lo que es peor aún: van a asesinar a otras sesenta y tres personas más.
-¡Son sólo animales!
-Y ¿por qué no ponerles electroimplantes?
-A los bicerdos no se les pone electroimplantes...
-¡Es injusto! ¡No pienso colaborar en un crimen de tal calibre!
-¡Estás despedido! Vete con tus amigos... ¡los bicerdos! Recuerda que tu casa es de la fiscalía. Tienes un día para abandonarla.
-Mis amigos... hasta ayer me consideraban su enemigo... ¿qué amigos? ¿Adónde iré?
-No es mi problema. Corto la comunicación.

Aquella misma tarde, Ronaldo regresó al único lugar que conocía en el barrial de los bicerdos. Llevaba enormes bolsas colgadas a la espalda. Le recibieron con menos hostilidad que la vez anterior, pero todavía no le miraban con buenos ojos. Aún así, le invitaron a pasar.
-¿Qué haces aquí? – preguntó uno de los pocos bicerdos de constitución robusta que había.
-He vendido cuanto tenía... Sé que el dinero no os es muy útil, porque no os dejan entrar en los comercios, así que he comprado cosas que creo que os serán de utilidad. – Descargó lo que llevaba en el suelo – Esta bolsa contiene comida. Sé que no os resolverá la vida, pero al menos podréis probar aquellos manjares que os suelen prohibir... aunque sólo sea por una vez... y esta otra bolsa contiene platos y cubiertos... para que por un día comáis como debe hacerlo un ser humano...
-Esto es un insulto para nosotros – protestó uno de los presentes. – Vienes aquí, practicas un poco la caridad y vuelves a tu casa con la conciencia tranquila... ¡No te necesitamos!
-¡Pero yo a vosotros sí!

Todos callaron, mirándole asombrados. Lo último que esperaban era una respuesta tal, pronunciada de una forma tan desesperada como aquella.
-Me... me han despedido, no tengo trabajo... Mi casa, mis instrumentos digitales... casi todo le pertenecía a la fiscalía. Ahora no tengo nada... Esto es lo que tengo, estos cubiertos, estos alimentos... Sólo pido que me aceptéis entre vosotros, como uno más.

Marta, que había permanecido oculta en el rincón más oscuro de la sala, avanzó hasta Ronaldo.
-¡Abrázame, hijo mío! ¡Siento haberte causado tantos problemas!
-No, Marta... Me has abierto los ojos... Además, he descubierto que tengo amigos... porque me gustaría ser vuestro amigo. Yo, hace dos días, no tenía amigos. Ahora no tengo trabajo, ni casa, ni nada... necesito vuestra amistad.
-Por la amistad – gritó Alexander, que había escuchado todo desde la habitación contigua, apareciendo con un vaso de madera. Pero los demás presentes aún desconfiaban del abogado.
-¿Cómo sabemos que no nos engaña?
-Vosotros mismos olisteis su miedo ayer... hoy no teme.
-¡Porque conoce el terreno!
-Soy un nargrs... los humanos nos temen, aparecemos en sus pesadillas. Cuando cuentan historias de terror nosotros aparecemos en ellas. Nos llaman vampiros y otras cosas... Si es lo suficientemente valiente como para volver y enfrentarse así a mí... Por su valentía merece el premio que busca, aunque sea el poder traicionarnos.
-Por favor, creedme... Desde hoy no me queda más remedio que ser uno de los vuestros...
-Pero nosotros somos esclavos...
-Yo soy persona non grata. Un repudiado. ¿Acaso no me parezco en eso a vosotros?
-Apenas tenemos alimento para nosotros, ¿cómo vamos a alimentarte a ti?
-No os preocupéis por mí, encontraré el modo de no ser una carga... Soy abogado... conozco bien mi trabajo, encontraré clientes...
-Sólo hay una forma de no ser una carga... ¡Estamos en guerra! ...y tú has escogido un bando. Probablemente el bando equivocado, pero ya no hay vuelta atrás – dijo el nargrs.
-Alexander, Victor... Uma... – suplicaba Marta ante las palabras del guerrero. En los ojos de sus compañeros veía oscuridad. – Así que ya estaba todo decidido... ¿Es el camino de la sangre el que escogéis para alcanzar la liberación? ¿Tan grande es vuestro odio?

***

Cuando llegó el día de la sentencia, el Cazador había acudido a despedirse de sus compañeros de la comisaría. En el momento en que los mensajeros de la fiscalía fueron allí a buscarle, lo que encontraron fue un montón de cadáveres. La sangre manchaba paredes y suelo. Los cuerpos y vísceras de los policías se esparcían por doquier. No habían sobrevivido ni siquiera los administrativos... Los armarios del pequeño muro que había frente a la entrada habían sido retirados. En su lugar colgaba el cadáver del Cazador, atravesado por varios tubos metálicos.

Cuando otros policías de los distritos colindantes llegaron y se pusieron a hacer inventario, descubrieron que faltaban tres aerovehículos policiales, además de todos los rifles y las pistolas de la comisaría. Justo en ese momento se conocía el asalto al almacén donde estaban los sesenta y tres bicerdos que iban a ser sacrificados aquella misma noche. Los cuerpos de seguridad marchaban con retraso. En un principio no relacionaron los hechos. Sólo cuando varios testigos confesaron que los asaltantes pilotaban vehículos policiales, atañeron los dos crímenes a la misma causa. Pero no podían imaginar más allá.
-Si fueran humanos, diría que los bicerdos se han revelado – llegó a jactarse un comisario. – Pero son animales...
-Por supuesto, animales… – repetían los agentes.

Tal forma de pensar les impedía prever el siguiente suceso.

En el espaciopuerto ya se estaban desarrollando los siguientes acontecimientos. Un hombre, con el uniforme de policía correspondiente, se acercaba a la zona de embarque. Todo el mundo miraba asombrado la comitiva de bicerdos, convenientemente encadenados, que le seguía. Nadie se fijó en que del puño cerrado del agente brotaban algunas gotas de sangre.
-Misión policial. Llevo a estos bicerdos al planeta Xilón – dijo a los vigilantes de la puerta de embarque.
-Por favor, espere aquí. He de comunicarlo a Justicia.
-Yo soy de la fiscalía – dijo Ronaldo, que había llegado hasta el lugar siguiendo un camino distinto, vestido con una larga y elegante gabardina. – Aquí tiene mis datos. Siento el retraso, agente.
-No pasa nada, acabo de llegar.

Ronaldo ofreció una tarjeta. Los vigilantes la introdujeron en una rendija y un holograma mostró que, en efecto, Ronaldo era uno de los fiscales del caso de los bicerdos.
-Señor fiscal, todo en orden. Pero el agente no puede pasar hasta que no ponga su huella dactilar aquí.
-Por supuesto, cómo no – respondió Alexander, “el agente”.

El puño cerrado se abrió momentáneamente y un dedo pulsó el lector de huellas digitales.
-La lectura es correcta. Pueden pasar.

En aquellos instantes, en la comisaría donde había sido asesinado salvajemente el Cazador, descubrían que, tras recomponer todos los cadáveres, faltaba el dedo anular del comisario.
-¡Dé la orden de que anulen las huellas digitales del comisario, antes de que se cometan más crímenes! – exclamó uno de los investigadores demasiado tarde.

Para entonces una nave con un centenar de bicerdos a bordo abandonaba el planeta, rumbo a otros mundos. Habían escogido justamente una con robomédicos. Por otro lado, los robos a tiendas y almacenes eran comunes en Metano. Nadie sería capaz de relacionar el atraco a un comercio de electroimplantes.

La sorpresa de los vigilantes de la puerta de embarque fue mayúscula cuando vieron al agente y al fiscal salir por donde habían entrado.
-¿Y los bicerdos? ¿Van solos en la nave?
-Son animales, caballero. ¿Qué pueden hacer? ¿Organizarse y poner rumbo a un planeta fuera de nuestro alcance y jurisprudencia? – reía Ronaldo, acompañado por las carcajadas de Alexander.
-Tiene razón. Me resultaba algo extraño... No estoy muy acostumbrado a este tipo de transportes, como comprenderá...
-Por cierto, ¿nos podría guiar al fiscal y a mí a la sala de control de vuelos?
-Sin ningún problema.

Precisamente, en la sala de control de vuelos había saltado la alarma. Una nave había despegado sin permiso y con un rumbo no prefijado. Todavía no había trascendido porque pequeños fallos como ese ocurrían con cierta frecuencia. La mayor parte de las ocasiones la cosa se arreglaba sola, ya que a veces se perdían datos de manera temporal. Pero, habitualmente, los datos volvían a recuperarse en escasos minutos. Entonces el sistema daba que la nave sí tenía permiso y se mostraba la ruta prefijada para ella. Sin embargo, hoy los datos no parecían querer volver. Se había intentado hablar con el capitán de la embarcación, pero este no respondía. El protocolo establecía que había que llamar tres veces, en intervalos de tres minutos cada una, y en caso de que no contestara nadie, tomar el control del transporte desde el espaciopuerto y hacerla volver. Por segunda vez llamaban, sin lograr respuestas.

Procedían los funcionarios a llamar por tercera vez, cuando entraron en la sala dos hombres. Uno de ellos vestido de policía. De las manos de este empezaron a surgir objetos punzantes, que se alargaban hasta atravesar los dispositivos digitales, ordenadores, generadores de hologramas, intercomunicadores... y después desaparecían como si nada hubiera ocurrido. Sin moverse del sitio, a Alexander le bastó un segundo para destrozar la sala por completo.
-Y ahora salgan de aquí, por favor – rogó Ronaldo extrayendo un rifle de debajo de la gabardina.

Cuando se quedaron solos, ambos se sentaron en el suelo.
-¿Cuánto necesitan para estar fuera de alcance?
-Como media hora, más o menos.
-¿Crees que aguantaremos atrincherados aquí media hora?
-Sí. Calculo que, al menos yo, aguantaré unas dos o tres horas. Cuando descubran que soy un nargrs vendrán con armamento pesado... y entonces será el fin. Ni siquiera nosotros podemos hacer frente a cierto tipo de armas.
-¿Y si nos rendimos pasada la media hora? ¿Qué crees que nos harán?
-Dímelo tú. Eres abogado.
-Pues, probablemente, nos matarán.

Una voz exterior les conminó a abandonar el lugar.
-Bueno, quizá he sido demasiado optimista. – continuó diciendo Ronaldo. - ¿Sabes...? Yo, a principios de mes, no hubiera imaginado que moriría tan pronto... y mucho menos de esta manera...
-Ni al lado de un nargrs...
-Ni al lado de un nargrs... ni ayudando a escapar a un centenar de bicerdos...
-¿Qué te llevó a cambiar de opinión?
-Creo que es mejor vivir tres días y tener amigos que vivir una vida y no tenerlos...
-¿No te arrepientes?

La voz externa volvió a insistir. Esta vez les dio diez segundos para rendirse, antes de que comenzaran los actos hostiles.
-Sé que voy a morir de un momento a otro... pero no, no estoy en absoluto arrepentido.

El tiempo de las amenazas había acabado. La puerta fue echada abajo y un grupo de hombres uniformados entró con decisión. Alexander se levantó de un salto y, en un visto y no visto, les golpeó con una especie de bate de acero surgido de la nada. Los agentes cayeron hacia atrás, volviendo a quedar fuera de la sala, malheridos esta vez. Tal reacción asustó a las fuerzas de asalto, que decidieron replantear la estrategia y hacer un boquete por la pared derecha. Al terminarlo, entraron por la puerta y el boquete al mismo tiempo. La respuesta del nargrs fue igual de contundente.

Para ganar tiempo y reagruparse, las fuerzas de asalto quisieron negociar. Enviaron a un hombre, con el consentimiento de Ronaldo y Alexander. Estos le hicieron ruegos imposibles.
-Quiero que en las tres naves más grandes del espaciopuerto vaya escrito mi nombre en letras de oro. Así, todo el mundo sabrá quién soy.
-Quiero que el gobierno planetario dimita y se convoquen elecciones.
-Quiero que todos los viajeros que están esperando para ser embarcados coman carne de ñu.

Realmente, lo único que el agente había hecho era examinar el lugar y al enemigo. Al poco de salir abrirían fuego a discreción. Antes de que esto ocurriera, Ronaldo preguntó:
-¿Cuánto tiempo llevamos aquí?
-Cuarenta y cinco minutos.
-Entonces hemos vencido...

No pudo acabar la frase. Los primeros disparos le atravesaron el cuerpo como si de papel se tratara. Alexander se salvó, merced a que de sus manos había surgido una pantalla protectora. Cuando vio al amigo muerto la rabia le corroyó por dentro.
-¡Lo pagaréis, malditos! – gritó.

Como respuesta obtuvo una interminable y descomunal descarga. Volvió a crear una pantalla para salvarse, pero los proyectiles le fueron empujando hacia atrás, hasta chocar con la pared del fondo. El impacto fue tan fuerte que ésta se desquebrajó y segundos después se derrumbó. Formaba parte de la fachada. Por allí había una caída de varios kilómetros de altura. Pese al golpe, el nargrs mantenía firme la pantalla protectora.
-¡Más fuerte! Yo maté a vuestros compañeros. Yo maté al Cazador... ¡Dadme mi merecido...!

Desde su posición podía ver a los agentes de las fuerzas de asalto dando paso a un cañón de bombas ligeras. También pudo ver como el proyectil se acercaba. Dada su condición, su velocidad, sus reflejos, tuvo tiempo de dudar si crear una pantalla, o dejar que le terminaran de matar. Interpuso la pantalla y el proyectil colisionó explotando. La explosión le empujó hacia el vacío, a través del butrón. Mientras caía, vio que todavía tenía una oportunidad de salvarse. Se sentía débil, necesitaba hacer un esfuerzo terrible por no desmayarse... Pero era un nargrs... Podía salvarse... Sin embargo, pensó en que si sobrevivía le buscarían en el barrial de los bicerdos, que posiblemente estos serían agredidos y torturados por las autoridades encargadas de buscarle a él... “Mis hermanos, mi esposa, mis hijos... mis amigos...” pensó.

Capítulo II: El viajero del desierto

La atalaya desafiaba al viento en un desierto perdido en la Galaxia. Su aspecto antiquísimo, casi primitivo, más propio de la época en que la Humanidad limitaba sus viajes y su existencia al planeta Tierra, que a aquellos siglos perdidos en los confines del tiempo; su aspecto hacía que pareciera imposible su supervivencia al paso de los años, a los días de tormentas de arena, a la hostilidad de aquel rincón del Universo. Pero no sólo se mantenía en pie. Una comunidad caballeresca sobrevivía en su interior. Casi tres siglos les contemplaban.
Más inaudito que todo eso fue la capacidad de un forastero que, tras recorrer el desierto únicamente vestido con gruesas túnicas, sin más comida que unos pocos trozos de ese pretérito alimento llamado pan, sin más bebida que el agua de una exigua cantimplora llegó a la puerta del austero edificio y golpeó con los nudillos.
No existía fuerza humana que pudiera realizar tal proeza, por ello se tomaron las convenientes precauciones. Al principio nadie abrió. Luego de una nueva llamada, la puerta giró bruscamente y una espada se situó junto al cuello del viajero. Un dispositivo de oscuridad hacía que todo lo que había más allá del umbral se viera negro. De este modo no había ojo que pudiera distinguir a quien sostenía la espada, de la tiniebla. El extraño creyó llegado el momento de confesar:
-Traigo las manos manchadas de sangre. Sangre humana.... y me declaro culpable. Vengo en busca de esperanza... No quiero volver a manchar de sangre mis manos...
***
Los Caballeros del Control de la Atalaya del Desierto estaban reunidos. El más anciano, sentado al extremo de la mesa oblonga, hizo un gesto al más joven. Este se levantó y miró por la ventana. Abajo, a pesar de la tormenta de arena que arreciaba con fuerza, resistía un bulto de vestiduras recogidas sobre sí mismas.
-Aún sigue ahí.
-Repito que deberíamos acogerle – dijo otro de los caballeros. – Hemos trabajado con más nargrs y logramos ayudarles a controlar su ira. Si lo conseguimos con Otto, Peter...
-Esos eran gonacks... – respondió el anciano. – Éste es un romicks. De las tres especies de nargrs, los romicks son los más peligrosos, los más violentos, los más poderosos...
-Pero tú has conocido a romicks y, en ocasiones, nos cuentas que son buenas personas...
-Los nargrs no son malas personas, nunca he dicho que lo sean... Pero fueron creados para matar, para guerrear... Su ira se enciende fácilmente... la orden de Los Caballeros del Control fue fundada para controlar la ira, tanto en humanos como en nargrs... Pero no es lo mismo, os repito que no es lo mismo acoger y convivir con un gonacks que... El poder de un romicks es tan inmenso que termina por desbordarle... Y no me refiero sólo a un momento de ira... Es algo más, algo aterrador... Llega un momento en que dicho poder estalla de algún modo... es tal la explosión de magia que estremece a todo el que se encuentre a cierta distancia... y cuando digo esto me refiero a que se me contrajeron las tripas... el ambiente, el aire... todo se vuelve como más espeso... Una explosión de poder inimaginable... Tal es así que se forma un aura en torno a la criatura, una especie de luz... y, pasados unos instantes, consume las entrañas del propio nargrs... y muere... Ni siquiera su mismo cuerpo puede resistir algo tan intenso... Yo lo vi una vez... Vi como el nargrs alcanzaba un poder casi infinito durante unos instantes... y luego... – El anciano tuvo que hacer un silencio y tragar saliva para poder continuar. – Vi como caía... muerto... ¡Os digo que estaba muerto...! De inmediato, los ojos se hundieron y la piel se corrompió... Junto con los ojos, también desaparecieron el pelo, la nariz, las orejas... Fue como si ese mismo poder hubiera acelerado infinitamente el proceso de descomposición... Pero yo aún podía sentir dicho poder, sin control, flotando, envolviendo al cadáver... Una vez más, insisto en que él había muerto... pero su cuerpo... el poder desatado era tal que no lo abandonó... ni siquiera después... Hasta que... El cuerpo se levantó. ¡Se puso en pie y continuó peleando...! Ese despojo... ese montón de carne descompuesta... se levantó y peleó... Peleó contra todo lo que se le puso por delante... era... era como un caballo desbocado... como una máquina que se atasca y repite siempre la misma rutina, sin ser capaz de salir de ella... Ese muerto-viviente era incapaz de hacer otra cosa que pelear... Y os diré algo más: Si un romicks penetra en la atalaya y decide atacarnos... hay muy pocas posibilidades de pararlo...
-Pero, anciano – respondió el joven. – Nosotros hemos entrenado. Las tres cosas que llevo entrenando desde que entré en la orden son la templanza, que se centra en el control de la ira; el control de la energía mágica y la lucha contra los nargrs.
-Tienes razón. Pero en lo único que superas a un nargrs es en lo primero. En el control mágico desde lo puramente humano apenas... podemos... llegar a una cierta empatía con la naturaleza que nos rodea... Los nargrs, en cambio, son magia pura. Magia oscura y tenebrosa, me atrevo a decir... pero magia, al fin y al cabo. Y de la lucha... las técnicas de lucha sólo te dan la posibilidad de sobrevivir ante el ataque de un gonacks poco poderoso... Estos no son comparables a los romicks. Si un día te ataca un romicks, reza. No para sobrevivir, sino para que tus pecados sean perdonados y puedas acceder a la otra vida.
***
Lao, el más joven de los Caballeros del Control que había en la atalaya, no podía dejar de mirar por la ventana. Se le acercó Davor, diez años mayor que él:
-¿Sigue ahí abajo?
Lao respondió afirmativamente con la cabeza. Davor le dio unos golpecitos en la espalda.
-Ya sabes lo que opina el anciano...
-Pero ¿no somos...? No podemos dejar sin ayuda al que nos la pide...
-Es demasiado peligroso. Tiene que irse.
-Y cuando mate a alguien, cuando su naturaleza violenta produzca muertes... ¿qué parte de culpa será nuestra?
-Lao, comprendo lo que dices. Pero no podemos poner en peligro a toda la comunidad...
***
Pasados unos días, Lao fue llamado por el miembro más veterano.
-Lao, deja tus tareas, te llama el anciano – le dijo un compañero. Lao dejó de barrer y acudió a la llamada. A medida que avanzaba por las empinadas y retorcidas escaleras de caracol, una extraña sensación se fue apoderando de él. Cuando cerraba los ojos podía ver las cosas contorsionarse en mitad de la oscuridad. Al final de las escaleras había una vetusta puerta de madera, muy distinta a las holográficas tan comunes en el resto del Universo. La abrió.
-Entra – dijo el anciano, sentado al fondo, mientras le miraba fijamente.
Algunos objetos flotaban en el aire. Entre otros, la antiquísima pluma estilográfica y el tintero que el anciano solía utilizar para escribir. También una silla de madera parecía caer hacia el techo. El anciano siempre había rechazado la tecnología. No la quería para sí.... Ninguno de aquellos objetos tenía elevadores, ni contrapesos antigravedad. Pero ahí estaban, flotando, elevados, desafiando las leyes más arcanas del mundo. Dos libros entreabiertos se buscaban entre sí, dando vueltas a un metro de altura del suelo.
Todo cayó de repente. La extraña sensación se alejó de Lao. Todo volvía a su sitio, no sólo en el plano de lo físico.

Capítulo III: Llega Luz Oscura

Toda nave interplanetaria tiene unas rutas prefijadas que le sirven para recorrer la mayor parte del trayecto de forma automática a velocidades superiores a las de la luz. Lo único que se puede hacer a dicha velocidad es reprogramar la ruta, pero no se puede pilotar manualmente, ya que eso no es humanamente alcanzable. Se pueden añadir o borrar rutas desde los llamados faros-E, que son torretas por fuera y ordenadores por dentro, situadas casi siempre en algún lugar de algún espaciopuerto. Es fundamental la existencia de los espaciopuertos para la navegación interplanetaria e interestelar. A través de los faros-E guían a muchas naves en su despegue y aterrizaje, pero, sobre todo, gestionan las rutas hiperlumínicas.
Los faros-E son una bendición para las diversas policías y cuerpos de represión legal de los diferentes gobiernos y estados de la Galaxia. Con ellos pueden impedir, en gran medida, la fuga de naves, controlar su entrada... hacer, en definitiva, exhaustivos controles fronterizos sin que apenas lo noten los turistas, comerciantes, inmigrantes y peregrinos legales.
Por supuesto, la piratería informática es el gran enemigo de estos sistemas, aunque nadie se atreve a desafiar a un faro-E, ya que hacerlo puede suponer acabar tus días en el interior de un sol o una luna o, lo que es más probable y quizá peor que una muerte rápida: perderse en los confines del Universo encerrado en una máquina que volará indefinidamente por toda la eternidad...
Normalmente, los asaltos informáticos al software de los faros-E suelen estar destinados a liberar a los vehículos de su control, siempre bajo condiciones de velocidad sublumínica. En tales condiciones, las espacionaves se comportan como enormes vehículos de automoción planetarios, sólo que son más rápidas y más grandes, lo que les obliga a limitarse a volar por encima de la atmósfera o en la estratosfera, ya que la ionosfera puede producir daños muy graves si no se atraviesa con prontitud, y penetrar en la troposfera tiene el peligro de que tales máquinas no están preparadas para moverse sobre la superficie planetaria, con la gravedad, la presión atmosférica... y todo lo que esto conlleva.
Sin embargo, las patrulleras fronterizas de la policía suelen estar equipadas de tal manera que pueden atravesar la ionosfera con relativa facilidad dado que los fugitivos suelen intentar escapar pasando del espacio exterior a la estratosfera; incluso los hay, como aquella vez en Audr, que descienden hasta la troposfera de forma temeraria. Pero la cacería de Audr era especial ya que se suponía que el piloto de la nave fugitiva era un nargrs y estos absurdos guerreros siempre fueron temerarios.
Tres vehículos de la policía fronteriza seguían la espacionave cuando, una vez ésta penetró en la troposfera, se les unieron otros tres aerodeslizadores: había que impedir que aterrizara como fuera. Si la criatura tomaba tierra, su captura sería mucho más difícil.
-Ya tenemos los datos del fugitivo... ¡Un momento! – decía el copiloto del comandante, máximo responsable de la misión. – Es una mujer... No sabía que los nargrs pudieran ser mujeres...
El comandante miró de reojo. Lo que le pareció ver no le gustó nada.
-Es Luz... la Dirucks...
El comandante era uno de los pocos policías que se había especializado en nargrs. Tenía una base de datos con todo que había podido recopilar acerca de ellos en los quince últimos años.
-Nombre... – contestó el compañero... – Luz. Sí. No hay apellidos, no hay seudónimos... Luz, sin más.
-Esa información es incompleta. Su nombre no es Luz. Nadie sabe como se llama. Se la conoce como Luz... Luz Oscura, o Luz Negra... ¡Maldita sea! Algo no encaja...
-La endemoniada conduce como si...
-Es demasiado peligrosa y hay algo que no encaja... – El comandante activó el intercomunicador. - ¡Los fronterizos nos retiramos!
-De acuerdo, seguiremos la persecución los terrestres.
La escuadrilla fronteriza regresó al espaciopuerto, donde tenía su comisaría.
***
Tras atravesar varios despachos con paso firme, el comandante entró en la sala del director con cara de disgusto. Este se hallaba reunido con un par de oficiales.
-¿Qué ocurre, Erik?
-¡Es Luz, la Dirucks!
-¿Quién, de qué me hablas?
-No se haga el loco... ¿Cómo supo que en la Orión Ferrer viajaba una criatura nargrs?
-Por favor, compañeros... – dijo el director a los oficiales. – Continuaremos en unos minutos, tómense un descanso, por favor.
Según salieron los otros y cerraron la puerta, el director se levantó de su asiento y miró a los ojos de Erik.
-¡Qué estás insinuando! Esa información era confidencial... ni siquiera tus hombres debían saber...
-¡Que qué estoy insinuando? Nos enfrentamos a uno de los nargrs más famosos de la galaxia. Sé que Luz no está aquí por casualidad. Ha venido por algo...
-¡Qué sabrás tú de Luz?
-He estudiado durante gran parte de mi vida a los nargrs. Ninguno es tan terrible como ella...
-¿Sabes que los romicks son más fuertes que las dirucks?
-Lo sé...
-Tienes razón, es Luz la Dirucks...bastante famosa entre los nargrs. Pero eso no significa que sea la más poderosa, ni la más terrible, ni que su estancia aquí tenga que ver con un complot estatal... Simplemente ocurre que tuvo un par de aventuras que le dieron fama. Nada más. Por lo demás es un nargrs normal y... en lo concerniente a nosotros, una inmigrante ilegal.
-Yo... Usted... – Erik estaba seguro de que el director le mentía. Nadie que conociera lo suficiente acerca de los nargrs como para saber de la existencia de una tal Luz, podía decir que esta mujer fuera como las demás de su especie. Iba a acusarle de mentiroso, pero era mejor guardar las cartas. – Tiene razón, quizá he exagerado... Quizá el hecho de que uno de esos seres que tanta curiosidad me producen... que sea precisamente Luz Oscura... Quizá me he excedido.
-Claro que se ha excedido.
-Me he dejado llevar por la emoción. He perdido el control. Algo indigno de mi rango.
-No te tortures Erik. Todos cometemos errores, somos humanos... bueno, todos menos los nargrs... – el director adulzó la voz al pronunciar esto último.
-Discúlpeme.
Tras la puerta esperaban los tres oficiales, que entraron según Erik abandonó el despacho. El director les acogió con una sonrisa.
-Como iba diciendo, señores, tenemos la oportunidad de hacernos con El Bastón...
-He oído algo de Luz Oscura – dijo el oficial más alto.
-Sí. Es cierto... Luz Oscura está siendo perseguida, en estos momentos, por la policía local. El Bastón... Élgrabas... siempre está cerca de ella.... ¿No es una gran noticia tenerla aquí?
-¿Quién te ha informado de tal cosa?
-El otro día capturamos a un cazarrecompensas, que traía armamento en sus maletas. El infeliz había oído hablar de Luz y creyó que podría capturarla. Nos contó cuándo y en qué tipo de vehículo vendría...
-Juanito – volvió a intervenir el más alto de los oficiales, - la hermandad estará contenta con la noticia. Si capturamos el Bastón...
-No será fácil... Sólo somos gonacks y Luz es... no es una dirucks, es algo más – dijo el que se situaba a la izquierda.
Juanito se levantó y le dio dos bofetadas.
-Somos nargrs. ¡Nargrs! Y, además, la hermandad tiene a gente influyente en todas las esferas de este planeta... ¡Si vosotros ni siquiera formáis parte del cuerpo de policía y os hacéis pasar por oficiales con total impunidad! Luz puede ser muy poderosa, pero está sola y el terreno es nuestro terreno.
-Sí. Seamos optimistas. Por cierto: ¿qué hacemos con su subordinado, ese que conoce a los nargrs?
-Dejadle. Es un buen policía y, por más que hable, nadie le creerá. Los nargrs somos un mito... ¿recordáis? Somos considerados vampiros, o muertos vivientes, o cosas por el estilo... Nadie le escuchará. – Una sonrisa se esbozó. - ¿Acaso no es la mayor victoria del diablo conseguir que la gente crea que no existe?
***
Erik no quitaba oído de la radio. Su corazón estaba dividido. Por un lado, como policía, quería que Luz fuera atrapada. Pero, como apasionado del mundo de los nargrs, también deseaba que Luz escapara. Si era atrapada se le caería la leyenda. La gran Luz Negra dejaría de ser tan grande.
El ayudante de Erik entró bebiendo sorbos de un vasillo humeante.
-Comandante, ¿de verdad cree que la fugitivo era un nargrs?
-La forma de pilotar no era humana... Además, a su paso la esencia de las cosas... ¿No notaste como si conturbase el Universo a su paso?
-No sé de qué me está hablando...
-Es relativamente sencillo presentir a un nargrs, cuando este utiliza sus poderes... Sólo hay que entrenar. Yo pasé un tiempo con los Caballeros del Control...
-¿Quienes?
Erik le miró con una sonrisa. ¿Cómo explicar lo que eran los Caballeros del Control, sin que el otro pensara que le había absorbido el cerebro una secta? Bastante raro le parecía aquello de los nargrs, como para encima hablarle de una orden religiosa cuyo propósito es el control de la magia que flota en el Universo.
-¿No me vas a decir quienes son? – insistió el otro. Por suerte para Erik, la radio dio la noticia y él pudo cambiar de tema.
“No hemos podido. Hemos perdido al fugitivo. Finalizamos la persecución negativamente. Regresamos a comisaría.”
-Ryonusuke, tenemos trabajo. ¡En marcha! – dijo incorporándose enérgicamente.
***
Ryonusuke bebía inquieto. Estaba sentado a la barra del bar más cutre y sucio en el que había estando nunca. Mantuvo el líquido en la boca hasta que reunió el valor suficiente de tragarlo. Erik regresó contento. Con un enérgico golpe en el hombro y un mohín, lo dijo todo: “He encontrado algo importante, nos vamos”.
Ryonusuke se limpió con un pañuelo que siempre llevaba consigo mientras salían.
-¿De qué conoces estos lugares, Erik?
-Veinte años trabajando en la calle y muchas horas diarias buscando lo verdadero del mito de los nargrs...
El comandante estiró el brazo enérgicamente y tiró del compañero, escondiéndose ambos tras una esquina:
-Me ha parecido ver... – asomó la cabeza para cerciorarse... – sí… son los amigos del director... ¿Qué demonios hacen aquí...? Ryo, cada vez estoy más convencido de que hay algo podrido en esta ciudad... y, nos guste o no, el señorito Juanillo está metido en lo que sea.
-Quizá sólo estén buscando... No sé... Cualquier cosa. Igual que tú vienes aquí, han venido ellos...
-Precisamente. Yo vengo aquí buscando nargrs... ¿igual que ellos?
Estuvieron esperando, agazapados, durante más de media hora.
-Y ¿qué era lo que habías encontrado, Erik?
-Sé dónde se pueden tener guardado a Élgrabas...
-¿El qué?
-El Bastón... – Erik sonreía. – No me puedo creer que estemos tan cerca de Luz, de Élgrabas, y puede que...
Un alboroto le hizo callar. Había gente que corría desesperada pidiendo auxilio.
-Menos mal que no llevamos el uniforme, ¿eh? – afirmó el comandante jocundo.
-No me parece gracioso. Puede que esa gente necesite ayuda... Deberíamos...
-Quieto. Déjales correr. Cuanto más lejos estén, mejor.
***
En el interior de una torre, una mujer vestida de negro bajaba por las escaleras. La perseguían seis hombres armados con metralletas y rifles. Había uno, gordo y viejo, que iba el último. Era el que más despacio bajaba. Estaba asfixiado. Para tomarse un respiro, se detuvo.
-¡Disparadla, maldita sea, disparadla! – gritó cuando el aliento le dejó.
Sonaron los chasquidos de los seguros de las armas pero, antes de que tronase ningún disparo, varios hombres gritaron. Hubo un par de ruidos más, como de metal golpeando metal. Todo transcurrió muy rápido. En escasos segundos sobrevino el silencio más absoluto.
El hombre gordo y viejo tragó saliva. Ahora se escuchaban unos pasos. Alguien se acercaba por la escalera. Se trataba de la mujer vestida de negro. En su rostro se veía la indignación. Cogió al hombre, que no ofreció resistencia, del pescuezo.
-Soy Luz Negra. ¿Sabes que el negro es la ausencia de luz?
El otro respondió moviendo torpemente la cabeza.
-¿Sabes lo que significa Luz Negra? Yo soy la Oscura Tiniebla. Quien me busca, me encuentra. Hoy me han encontrado tus amigos. Dile a tus jefes que, si me siguen buscando, también a ellos les llegará la Oscura Tiniebla.
Luego, a un movimiento de su mano, una puerta cercana se abrió y una cuerda gruesa fue hasta ella. Luz creó una flecha y le ató la cuerda a un extremo. Seguidamente creó un arco y disparó a través de la ventana (la cual estalló en mil pedazos) que había al fondo del pasillo, sin soltar el extremo de la soga. Corrió hacia la ventana, para tomar impulso, y saltó.
***
-¡La he visto! – exclamó Erik. – Ha saltado de un edificio a otro colgada de una especie de liana...
-¿Vamos tras ella?
-No. Espera... Una vez, investigando sobre Luz, oí un rumor... casi nadie le da credibilidad, pero... Si es cierto, dentro de poco saldrá un hombre por aquella puerta, con una caja oblonga en brazos... y el Universo se conmoverá a su paso.
***
En una especie de sala donde confluían las catacumbas, un grupo de personas dialogaban, sentadas en el suelo, haciendo un círculo. Eran una veintena. Entre ellas, Luz Oscura negaba con gesto de preocupación.
-Tengo ya una edad en la que empiezo a ser más lenta, menos ágil... tanto física como mentalmente. Por ahora, el factor sorpresa y la experiencia me sirven para compensarlo. Pero llegará un día en que no sea así. Para ser la próxima Luz Oscura hacen falta diez años de entrenamiento... Me gustaría haberla encontrado aquí, pero... Vosotras – dijo señalando a las mujeres, - no puedo... No lo veo claro. En este planeta... Hay una mafia muy poderosa aquí. Son buscadores. No puedo dejar a Élgrabas en nargrs de Audr. Demasiadas tentaciones, demasiado riesgo... Creo que Sacr y yo nos iremos esta... ¡Un momento! Alguien ha entrado... Puedo sentir a dos humanos buscando por los pasillos...
-Nosotros no sentimos nada – replicó uno de los hombres.
Luz y un hombre se lanzaron a los pasillos sin más preámbulos. No tardaron en encontrar a Erik y su ayudante, por un pasadizo muy estrecho. En unas décimas de segundo, Luz y el otro habían ocupado sendas direcciones.
-¿Quiénes sois y quién os envía? – preguntó la dirucks.
-Sólo... Yo soy Erik, él es mi subordinado, sólo me obedece...
-Simples humanos – bufó Luz con desprecio. – ¿Quién os envía?
-Es cierto... La creencia es falsa... – murmuraba Erik, ignorando el peligro. – Sacrificio no ha muerto... Tú eres Sacrificio... – le decía al enemigo varón.
-Tú no riges bien – respondió él.
-Si no nos decís quién os envía, moriréis aquí mismo...
-¡Alto! – gritó una voz al fondo. – Yo conozco a esos hombres...
Un muchacho delgado y bajo posó la mano en el hombro de Luz.
-Son amigos, yo los conozco... Trabajan en mi comisaría.
Pero Erik no sabía quién era el otro. Más tarde, reunidos nuevamente en la sala, el joven explicó de qué les conocía.
-Veréis, el control de fronteras es muy estricto. Los Guardianes del Bastón necesitamos movernos constantemente de un planeta a otro. Sobre todo Luz y Sacrificio... Los demás solemos preparar su llegada. Hace dos años me introduje en la comisaría del espaciopuerto. Tuve que enterarme de todo y de todos. La identidad de Juanillo, por ejemplo, un gonacks perteneciente a la mafia de buscadores del Bastón de Audr... También te estudié a ti, Erik, sin que te llegaras a dar cuenta. Me desconcertaba que buscases nargrs... Te teníamos controlado. Más o menos... Hasta que descubrimos que eras inofensivo para nosotros. Sólo un curioso...
-¿No temíais que os descubriera? A la comunidad de guardianes, quiero decir...
-Jamás habrías podido hacerlo, si no llega a ser por la venida de Luz. Pero su llegada ha sido demasiado accidentada... Luz Oscura, podemos... podríamos... Erik, ¿te gustaría ayudar a la comunidad de guardianes? Luz, ¿verdad que podría?
La mujer se encogió de hombros. Erik miraba a todas partes intentando decir algo, hasta lograrlo:
-Es... es un honor... yo, yo...
-Bueno, ya sabemos que uno no es peligroso, que incluso puede ayudarnos... Pero, ¿el otro? – preguntó meditabundo Sacrificio.
-Ryo no dirá nada. Pongo la mano en el fuego por él.
-Y si me atreviera... ¿qué podría decir? Es cierto que quizá os dañase, pero mis amigos me tomarían por loco.
***
Erik miraba las estrellas en la terraza de un edificio. En sus manos tenía un diminuto disco. “Información detallada sobre los buscadores de Audr...”, pensó para sí al alzarlo frente a los ojos. “Yo añadiré todo lo que pueda encontrar sobre ellos, al fin y al cabo soy policía.” Miró la hora. “En estos momentos Luz estará saliendo de aquí, quizá para siempre... Quizá sea uno de esos haces lumínicos que salen del espaciopuerto, viajando a través del Universo...”
Contemplando el firmamento recordó lo que le habían dicho de Élgrabas.
-Los guardianes del bastón creemos que el Bastón no debe desaparecer jamás. Hay algo que nos hace creer que restaurará la paz y la justicia en el Universo. Un día en que la fraternidad sea universal. Nosotros mantenemos viva esa posibilidad... Es cierto que en las manos inadecuadas... Es decir, en manos de todo aquel que quiera usar su inconmensurable poder (aunque al principio quiera usarlo con fines nobles), puede causar mucho, muchísimo dolor. Los guardianes jamás lo hemos utilizado, aunque eso nos ha costado vidas. Pero hay algo... Tu mente humana no podría llegar a alcanzar a comprender jamás qué es realmente Élgrabas...
Erik se tumbó en el suelo, sin dejar de mirar el cielo.
-Allá arriba... ¡Qué pequeño es el hombre! Y aquí... Qué paz hay aquí, a pesar de todo... Qué hermosas son las estrellas.

Capítulo IV: Contranatura

La ciudad tenía calles de arena y edificios desiguales, en forma y tamaño. Entre la gente que iba de un lado para otro, bajo los aerodeslizadores, se encontraba un joven malvestido que leía una hoja de papel, la sacaba y guardaba en el bolsillo, y la releía.
No muy lejos de allí, en un diminuto escritorio insonorizado, otro hombre escribía en una pantalla táctil.
“Os digo que están ahí, no son un mito. Fueron creados para acabar con los Magos, antaño conocidos como los Hombres Sabios, en las últimas décadas del Imperio. Los nargrs fueron creados en laboratorios...”
Pero se lo pensó y borró lo escrito. Miraba a un lado. Tenía otra pantalla a la izquierda. Podía leerse lo siguiente:
“Sr. Ibeamaka: Esta es la última advertencia del periódico. No toleraremos ni un artículo más sobre ese delirio suyo llamado ‘nargrs’. Este es un periódico serio. Ha servido usted muy bien en él durante más de una década y por eso somos magnánimos. Le advertimos desde ya que no publicaremos nada más al respecto. Sus artículos serán no-editados si habla de ‘nargrs’ y magos. ¿Qué le ha pasado? Usted era un hombre serio. Un gran columnista. ¿Por qué ha empezado a hablar de esas fantasías? ¿Qué cree que gana hablando a la gente de conspiraciones, intentando convencer de fantasías delirantes? El periódico ha sufrido un duro revés por su artículo del mes pasado. Olvídese de sus delirios. Vuelva a ser el que era. Nosotros queremos que siga aquí, pero lo importante es el bien del periódico y usted ha empezado a ser una molestia. Sin pretender amenazar: Hasta ahora hemos sido magnánimos, no nos obligue a tomar medidas drásticas.”
El hombre primero llamó a la puerta. Ibeamaka exclamó:
-¡Transparencia!
La puerta holográfica que daba acceso al piso se volvió transparente. Ibeamaka se dirigió hasta ella.
-¿Qué desea?
-Verá, yo... ¿Usted escribió esto?
El de los ropajes viejos extrajo del bolsillo un artículo periodístico escrito, impreso a papel y firmado por un tal T. J. Ibeamaka. El periodista suspiró y gritó:
-¡Opacidad!
La puerta se volvió opaca. El otro volvió a llamar con fuerza. Ibeamaka esperó a que se marchara. A la mañana siguiente, el mismo joven volvió a presentarse.
-Es usted insistente – le dijo Ibeamaka sin abrir la puerta.
-Quiero que me ayude. Tengo que encontrar a una mujer.
-Es usted uno de tantos para mí, de esos que hablan de nargrs y magos pretendiendo convencerme de que saben algo. Sólo uno de cada cien tiene conocimiento fiable sobre el tema. Los noventa y nueve restantes me hacen perder infinidad de tiempo. Cuando la creí una noticia importante, el precio a pagar me pareció justo. Pero ahora, aunque usted fuese ese uno por ciento, muchacho, ya no me interesa.
-Élgrabas. En esta ciudad hay una comunidad de guardianes del Bastón.
-¿Qué? ¿Cómo sabes...?
-Sólo son una familia. Un matrimonio y sus tres hijos. La mediana es una chica de mi edad, esta es su foto. Necesito encontrarla.
-¿Quién eres tú?
-Un loco.
-¿Cómo saber que no buscas el Bastón?
-Soy humano. ¿De qué me serviría?
-Una dirucks podría convertirte en romicks.
-¿De qué está hablando?
-Está bien, entra. Discutámoslo en el comedor. ¿Cómo te llamas?
-Osvaldo.
***
-¡Baako, cierra ya la ventana! – le gritó una madre a su hija desde la habitación contigua. – Ven a cenar, que la mesa está servida.
Baako, una joven mujer, obedeció. Mientras cerraba la ventana, su madre se acercó a ella y se sentó a su lado, en el poyete.
-Hija, llevas un tiempo triste. ¿Qué te pasa?
-Yo no elegí esta vida, mamá.
-Pero lo que hacemos es especial. Es importante. Si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo hará?
-¿De verdad merece la pena luchar por una raza de seres egoístas?
-Los nargrs somos...
-Me refiero a toda la raza humana. Nargrs y normales. Guerras, persecuciones, envidias... No distinguimos el bien del mal. Sólo nos importa el interés. El dinero. ¡Qué asco de criaturas!
-Son muchos los sacrificios que hay que hacer. En ocasiones, yo también me veo sin fuerza. Pero no es esta vida atribulada la que importa.
-No te entiendo...
-Aún eres joven. Escucha a tu conciencia. Sabes qué es lo correcto. Nunca dejes de escuchar a tu conciencia. Ella te guiará en momentos como este, y con el tiempo te darás cuenta de lo hermoso del camino recorrido... y, más aún, de lo glorioso que es el futuro que estamos construyendo.
-Pero mi conciencia no está aquí.
-¿Qué quieres decir?
-Que quizá yo también sea una loca...
-Anímate, anda. Ven a cenar con los demás.
***
Ibeamaka esperaba junto a un edificio de oficinas. Concluía la jornada laboral un grupo de personas, saliendo por la puerta principal con algazara. Al ver a la mujer que buscaba se acercó a ella.
-¿Baako? Hola. Me llamo Ibeamaka. ¿Podría hablar con usted?
Baako afirmó con la cabeza. Sus ojos permanecían alerta. Las pupilas se desplazaban en todas las direcciones pretendiendo analizar la situación.
-¿Conoce usted a un tal Osvaldo?
Las pupilas se detuvieron al oír la pregunta.
-¿Quién me has dicho que eres?
-Un periodista. Un joven vino hace unas semanas en busca de ayuda. No me ha sido fácil encontrarla, señorita.
-¿Dónde está él?
-¿Podríamos hablar en privado?
***
Osvaldo estudiaba a diario. Al poco de conocer a Ibeamaka, este le había propuesto dejar de callejear, pues ganábase la vida en la calle a base de pequeños hurtos; y vivir allí una temporada. A cambio tenía que estudiar. Su anfitrión tenía obsesión por la importancia de estudiar. Osvaldo se tomaba el estudio muy en serio. Tenía veinte años y apenas sabía leer, escribir, sumar, restar, multiplicar y dividir. Descubrir las ciencias y los libros de Historia le había producido una sensación de libertad de la que no quería desprenderse.
Sumido entre libros se pasaba el día entero. Mientras, Ibeamaka gastaba sus propias vacaciones y ahorros en buscar a Baako. La conciencia de esto llenaba de energía a Osvaldo. Desde el primer día, cada vez que Ibeamaka volvía a casa, tras una larga búsqueda, Osvaldo se sobrecogía, esperando:
-¿Y bien?
-Aún nada.
Por más que fuesen pasando los días el sobrecogimiento no cesaba. Así hubo de ocurrir, pues, que cuando Ibeamaka apareció con Baako, Osvaldo se lanzó sobre su amada con lágrimas en los ojos.
-¡Baako, Baako!
Aquella noche el periodista no pudo conciliar el sueño. Sentía como si se estuviera enfrentando a las fuerzas de la naturaleza. Cuando cerraba los ojos le asaltaba la duda.
-¿Por qué? ¿Por qué? Humanos con nargrs. ¿No es ir contranatura?
Dio muchas vueltas en la cama hasta que, por fin, decidió levantarse. Al salir de la habitación vio a Baako durmiendo en el sofá, abrazándose a Osvaldo. De pronto ella abrió los ojos y le miró como un felino hambriento dispuesto a saltar sobre su presa.
-¡Ah! Eres tú – murmuró antes de volver a dormirse.
Ibeamaka salió de casa, poniéndose la gabardina negra. Hacía frío en la calle; soplaba el viento. La ciudad descansaba. Le gustaba al periodista la noche. En ocasiones como aquella solía vestir con trajes oscuros. Estos, junto con su piel bruna, le hacían sentirse seguro. Caminando entre las sombras, en silencio, tenía la certeza de que pasaba completamente desapercibido, nadie le miraba ni le tenía en cuenta. Le gustaba saberse invisible. Era como si la ciudad fuera posesión suya. Todo el caos diurno, en noches como aquellas, se convertía en un plácido paraíso que Ibeamaka sentía en lo más íntimo como propio.
Los pies le guiaron hacia el lugar donde una vez encontrara a la joven dirucks, Baako. Hizo un repaso mental a sus conocimientos acerca de las familias de protectores del Bastón: “Élgrabas es un objeto muy poderoso. Una tal Luz Oscura viaja por el Universo protegiéndolo, evitando que nadie llegue a usar su poder. Mientras la inmensa mayoría de los nargrs pelea por obtenerlo, Luz Oscura encuentra ayuda en gente como Baako y su familia, nargrs capaces de entregar su vida entera a la causa... pero ¿por qué no destruyen el Bastón sin más? ¿Por qué mantienen esa amenaza consigo? Ibeamaka, viejo zorro, tú no has ayudado gratuitamente a Osvaldo... deseas tanto acercarte al Bastón... He puesto en peligro a esos dos chavales... No, sólo ayudé a hacer realidad sus mutuos deseos.”
Tan sumido estaba en los remordimientos, dudas y preocupaciones que sin darse cuenta pasó de largo por delante del lugar de trabajo de Baako y se introdujo en una callejuela inopinadamente. A los diez minutos se había perdido por completo. Salió de su burbuja mental e intentó orientarse. Al no poder, agudizó los sentidos. Procuró observarlo todo con detenimiento y fue entonces cuando una sombra se movió con pies humanos.
-¿Quién anda ahí? – preguntó alarmado.
Al poco de empezar sus investigaciones sobre los nargrs, nada más que por miedo, se compró una pistola. A menudo, como tal noche, la llevaba encima. Extrayéndola apuntó a la nada y repitió la pregunta.
-Sé que hay alguien – añadió tembloroso.
Finalmente un hombre se dejó entrever bajo un haz de luz de luna. Parecía tranquilo, pensativo, daba la impresión de dudar qué hacer con el periodista.
-¿Por qué me sigues?
Los ojos del otro miraron con fiereza, brillando como si fueran las pupilas de un gato en la noche. A Ibeamaka le recordaron a Baako, cuando esta le miró antes de salir. La misma fiereza, un brillo similar...
-Tú has traído la desgracia a mi casa. ¿Dónde está mi hermana?
-¿Tu hermana?
-Baako.
-Sé quien eres, Sraad.
-Y yo quién eres tú. ¿De verdad crees que esa pistola podrá detener el odio de un romicks?
Ibeamaka miró el arma. Con gesto de impotencia lo guardó en el bolsillo. Alzó la vista.
-Me habías asustado... ¿De qué desgracia hablas, buen hombre?
-¿Buen hombre? Si yo te llamase buen hombre estaría faltando a la verdad. Es curioso... yo llegué a admirarte. Pensaba que si hablabas de los nargrs destaparías toda la mierda que hay debajo de la alfombra... que todos esos buitres y sus mafias quedarían al descubierto. Pero en vez de descubrir a los mafiosos y criminales... en vez de descubrir a los que gobiernan esta ciudad en la sombra... fuiste a descubrirnos a nosotros...
-¿Qué es lo que quieres decir?
-No lo sabes... ¿Cómo ibas a saberlo? Ni siquiera te has planteado que tu búsqueda ha llamado la atención, ni que tus pesquisas han dado pistas a aquellos que nada sabían sobre nosotros. ¿No se te ha ocurrido que a los que preguntabas, a su vez murmurarían? ¿No se te ha ocurrido que, mientras investigabas, había quien te señalaba con el dedo: “mira lo que hace ese, adónde va...”?
-¿Qué me estás diciendo, Sraad?
El romicks avanzó como el rayo hacia Ibeamaka y le cogió de las ropas con el puño. Alzándolo lo arrastró hasta un hogar cercano. Allí encontró el periodista la más absoluta destrucción. Tres cadáveres manchaban de sangre la salita. El de un hombre de mediana edad con el pecho abierto y el corazón arrancado. El de una mujer de similar edad partida por la mitad, de arriba abajo. Finalmente, el de un adolescente con un brazo y la cabeza separados del cuerpo.
-¡Son mis padres! ¡Y ese era mi hermano! ¡Maldito puerco! ¡Este es el resultado de tu aviesa curiosidad! – Sraad tomó aire. – Ya has visto mi dolor. Si me llevas hasta donde está mi hermana y la encuentro.... si está viva... quizá te perdone y puedas continuar existiendo por algún tiempo...
Ibeamaka sintió cómo la noche se hacía más oscura. Quería salir corriendo, pero sus piernas permanecían inmóviles. Quería dejar de mirar, pero sus ojos se recreaban en el horrendo espectáculo. “Las familias de protectores suelen guardar su condición, no sólo de protectores, sino de nargrs, en secreto. Si son descubiertos corren el riesgo de que los buscadores se les echen encima, con la esperanza de encontrar el tesoro...” se dijo, volviendo a sus pensamientos sobre Élgrabas.
-Tu hermana esta bien. Al menos lo estaba cuando yo salí de casa.
-¿Qué hace en tu casa?
-Luchar contra su destino... supongo.
-Llévame hasta allí.
***
Sraad no dijo nada al encontrar juntos a Baako y Osvaldo. Solamente se los llevó a empellones, junto con el periodista, al lugar donde yacían sus padres. Entonces sí soltó la reprimenda:
-Mientras tú te divertías, tu familia moría. ¿Quién sabe la culpa que tienes en esto?
Baako se lanzó al suelo, a los pies de su madre, y lloró. Al mismo tiempo, Sraad buscó un par de sillas, además de cuerdas, y ató y amordazó a los otros dos, dejándoles mirando a los cadáveres.
-Baako, comprendo tu dolor. Pero eres una dirucks. Aquí hay dos humanos y dos romicks muertos. Estamos en guerra.
La mirada llorosa de Baako se alzó contra su hermano.
-¡No lo haré, Sraad! ¡Son mis padres y mi hermano!
-¿Y acaso crees que tu dolor es superior al mío? Sé perfectamente cómo te sientes. Pero ¡ya está bien de sentimentalismos! Tu imprudencia sentimentalista es la que ha causado este dolor. Ha llegado la hora de que empieces a cumplir con tus deberes.
-¡Yo no elegí esta vida! – Mirando a su amado, se levantó y avanzó hacia él. - ¿Por qué los has atado? ¡Libéralos!
Sraad se acercó a los prisioneros. Contempló a Baako con reprobación.
-Si no los sueltas tú lo haré yo – dijo disponiéndose a actuar.
El romicks se interpuso. Cogiendo del cuello a su hermana la lanzó contra la pared opuesta de la estancia. Sraad se concentró. De sus manos surgió una espada. Sus rodillas se flexionaron y su cuerpo se tensó. Dijo:
-¿Quieres luchar? ¿De verdad quieres luchar? Soy un romicks herido. ¿En qué crees que estoy pensando? Estoy deseando luchar con alguien. Tengo ganas de provocar el mismo dolor y sufrimiento que a mí me han provocado. Nos prepararon para la guerra, ¿recuerdas?
-No regalaré los pensamientos y recuerdos de mi padre. No regalaré su mente y su poder a otra persona.
-Deberías hacerlo. Eres una dirucks. Es tu deber.
Baako se levantó del suelo y salió corriendo de allí. Sraad la persiguió. Afuera comenzaba a amanecer. Todavía estaban semidesiertas las calles. Sraad alcanzó a Baako, agarrándola del brazo. Ella se giró y lloró sobre su pecho. Él levantó su rostro con dulzura.
-Baako, comprendo tu dolor. Mírame a los ojos. Soy tu hermano.
-Yo no maté a papá y mamá...
-Tranquila. ¿Acaso crees que eres la única que cometió imprudencias?
-Pero es que...
-Baako, Baako... Tienes razón. Deberías marcharte. Huye. Tú no elegiste esta vida.
-¿Y Osvaldo?
-Deberías alejarte de él por un tiempo. De él y de todas las personas a las que quieras. Deberías esconderte una temporada. Yo tengo trabajo.
-¿Podré volver a ver a Osvaldo?
-Yo le diré que es mejor que permanezcáis una temporada separados... y luego... ¿quién sabe? El Universo se mueve... como decía papá.
-Adiós Sraad.
-Adiós Baako.
La joven dio media vuelta y se alejó. Sraad gritó:
-¡Haz siempre caso a tu conciencia!
Baako se detuvo. Miró a Sraad.
-Y tú... ¿qué harás?
-Yo tengo cosas que hacer, deberes que cumplir.
Baako bajó los ojos.
-Por desgracia, yo también.
***
Ibeamaka miraba aterrorizado los cadáveres. Baako y Sraad se acercaron, le desataron y le contaron cosas extrañas. Ella le dijo:
-Te cogeré de una mano. Con la otra cogeré el cadáver de mi padre. Por mí pasará su sangre hasta llegar a ti. Será un proceso doloroso. Tanto, que perderás el conocimiento. Cuando despiertes serás un romicks. Tendrás el poder de mi padre.
-No sólo eso – añadió el hermano. – Obtendrás recuerdos de papá. En tu memoria verás y sentirás lo que vio y sintió mi padre antes de morir. Esta es la forma en que el antiguo imperio, por decirlo de algún modo, resucitaba a los romicks que morían o eran sacrificados. No sólo les ahorraba el dinero de crear más guerreros, sino que les permitía obtener información muy valiosa acerca de emboscadas y demás.
-Así es como las dirucks fabricáis romicks. Sentía curiosidad... Aunque me decepciona que no podáis fabricarlos realmente...
-Lo importante - prosiguió Sraad – es que recuerdes quién mató a nuestra familia.
Baako agarró con fuerza la mano de Ibeamaka. Él sintió cómo unos diminutos aguijones de la palma de la joven se clavaban en la suya. Seguidamente un dolor inmenso cubrió la mano entera. Era como fuego. Se extendió por el brazo y cuando alcanzó el pecho todo se volvió oscuro.
***
Se hizo la luz. Ibeamaka se encontraba cenando con una mujer a la que llamaba esposa y con un chaval al que llamaba hijo. Sraad también estaba allí, pero de pie, de espaldas a la mesa.
-Voy a recoger a Baako. No me esperéis despiertos.
Sraad había tratado de mentir acerca de su hermana. Quería tranquilizar a sus padres. Pero estos le conocían y se preocupaban: Sraad en realidad ignoraba dónde estaba ella. Había salido a buscarla. Ibeamaka miró a la mujer y dijo:
-Deberíamos ir nosotros también.
-No. Si Sraad no la encuentra, ¿qué podemos hacer nosotros? Ella vendrá. Sé que está bien. Sólo se ha escapado un par de días. Pero no es una mujer cualquiera. Es tan poderosa como yo.
-Pero es mi hija y me preocupo.
-Tranquilo. Además, si regresa y no estamos, ¿cómo sabremos que ha vuelto? Sólo es una adolescente. Se cree una mujer, pero aún no lo es. Ya madurará... Por otro lado – la madre miró al chaval, - come con la boca cerrada.... por otro lado, te decía, es mejor no llamar la atención. Si levantamos mucho revuelo llamaremos la atención.
Un flash. La puerta de la entrada revienta en mil pedazos. Cinco nargrs entran por ella dispuestos al combate. Ibeamaka se levanta y le dice al chico que escape. Es desobedecido. El niño ataca con una vara filosa. El oponente esquiva hacia un lado mientras su compañero contraataca por el costado, cortándole un brazo. Según se gira para dolerse, el primero de los rivales le corta la cabeza. Ibeamaka y su esposa nada han podido hacer. Los rostros de aquellos hombres son familiares, pero la familiariedad se sale del recuerdo. Es del propio Ibeamaka, no de aquel a quien usurpa en la memoria. De aquel es la furia, la desesperación. Un ataque precipitado detenido por un escudo. Una mano le atraviesa el pecho y extrae su corazón aún latiente. Dolor, odio, miedo, fin de los recuerdos. Todo se pierde en ensoñaciones.
***
-No puedo decir nada de los rostros que he visto – comentaba Osvaldo. – Sólo sé que Sraad había salido a buscarte y mamá y papá hablaban preocupados de ti. Al menos he conocido a tu familia a través de los ojos de tu hermano. Unos hombres aparecieron. Eran nargrs y estaban dispuestos a luchar. Ataqué, fallé y ellos me mataron.
-Yo sí sé quienes eran, al menos dos de ellos – afirmó Ibeamaka. – Trabajaban conmigo en el periódico. Seguramente empezaron a vigilarme cuando comencé a investigar sobre los nargrs. Luego seguirían algunas pistas y finalmente darían con vuestra familia. Lo que no entiendo es a qué esperaban para ir a por mí y a por Baako.
-Eso lo entiendo yo – dijo Sraad en tono de reproche. – Claro que sí. Tú les condujiste hasta mi familia. ¿Para qué ir a por ti? Vigilándote podrían obtener mucha información valiosa acerca de nosotros y otros posibles enemigos.
-Y ¿por qué no fueron a por Baako o a por ti?
-Quizá no sepan que existimos. No estamos censados.
-Pero Baako ha estado conmigo.
-¿Ha hecho algo que la delate como dirucks?
-Creo que no. Supongo que no nos habrán seguido hasta aquí.
-Probablemente. Si no, ya estaríamos muertos.
-En fin. Y ahora ¿qué?
-Periodista, tienes una pista que seguir. Tira del hilo. Descubre quien es el jefe o cual es el clan de esta gente y después... habrá venganza. Es la ley de los guerreros.
***
Un hombre en una habitación ordenada de manera similar a la de Ibeamaka, recibe una llamada. Pulsa un botón. Se enciende una pantalla. En ella un rostro:
-Carlos, tenemos un problema con Ibeamaka. Ha descubierto las videocámaras que hay en su casa. Además ha colocado un aparato de distorsión de frecuencias que interfiere en los equipos que están colocados fuera. Incluso anula la frecuencia del satélite. No podemos recibir nada del interior.
-¿Cómo ha ocurrido?
-Al parecer descubrió una de las microcámaras mientras hacía limpieza. Se enfadó, buscó por toda la casa hasta descubrir la última cámara y salió a la calle a por el aparato de distorsión de frecuencias. En una hora volvió y lo activó. A partir de ahí no recibimos señal alguna del interior. Para seguir espiándole no queda más remedio que volver a entrar y reponer las cámaras.
-¿Seguro que el descubrimiento fue casual?
-¿Qué insinúas?
-¿Hay que ir a su casa? Quizá sea una trampa, Francesco.
-¿Una trampa, Carlos? Hemos trabajado con él muchos años. Es un simple humano con una cierta pericia periodística... pero un simple humano al fin y al cabo.
-Iremos a su casa. Quiero comprobar cómo es su aparato de distorsión de frecuencias. Quizá podamos estropearlo sin que se note.
-Eso sería mejor que reponer las cámaras.
-Sí, pero iremos juntos. No me fío de ese simple humano con pericia periodística.
-¿Informamos a la hermandad?
-No. Me sentiría humillado si se enteraran de esto.
-Menos mal, yo tampoco quería informar.
-Además, tampoco es para tanto.
-No lo es, ciertamente.
***
-Joanne, avisa al jefe. Los cuerpos de Francesco y Carlos han aparecido inertes en una en sus oficinas.
-Está al teléfono. Díselo tú mismo.
-¿Esteban? Sí. Soy yo, se trata de los hermanos del periódico. Sí. Muertos. No. Al parecer murieron en otro sitio. Los cadáveres fueron trasladados allí. Una broma macabra. Había inscripciones, amenazas. No lo sé. Quizá se trate de algún traidor, no podemos descartar nada. Fueron nargrs, seguro. Pues porque las heridas son de arma blanca...
***
Abrió la puerta y entró en su despacho. Las noticias eran preocupantes. En una semana las bajas ya ascendían a cinco. Todos los que participaron en la matanza de la familia de guardianes del Bastón. Se trataba de una venganza pero ¿quién? Si la familia estaba muerta ¿quién les iba a vengar en su nombre? La luz del despacho estaba apagada. Olía a tabaco.
El brillo de un puro se reavivó por instantes y unos zapatos se apoyaron en la zona de la mesa iluminada por la luna que se colaba por la ventana. Una voz habló:
-Hola, Esteban – dijo el misterioso invasor.
-¿Con quién tengo el gusto?
-Su sangre es de hielo. ¿Sabe? Cuando era un mero humano fumar me perjudicaba la salud. Pero la capacidad regenerativa de los nargrs es asombrosa. ¿Sabía que si deja malherido a un nargrs, desangrándose, por muy mal que esté, y por mucha sangre que haya perdido, termina por curarse? Si le cortas la mano, en una semana le ha salido otra nueva. ¿No es...? Pero bueno, ¿qué le voy a decir a usted? Nació romicks.
-Le repito que... ¿con quién tengo el gusto?
-Ministro, ni más ni menos. Ministro, Esteban. Las mafias nargrs se organizan de una forma tremendamente efectiva.
-La efectividad es nuestra virtud. Somos guerreros. ¿Tú eres el vengador que está aterrorizando a mis hijos?
-¿Hijos?
-Somos como una familia y yo soy su padre.
-No sois una familia, sino un ejército. Guerreros.
-¿Quién eres?
-Me llamo Ibeamaka. Hace unos días era netamente humano. Pero la matanza que tú ordenaste me convirtió en uno de vuestra raza.
-¿Y por eso te estás vengando?
-Hay un virus en la sangre de los nargrs. Es un virus llamado Violencia. Necesitas la guerra. La deseas en lo más hondo del corazón. A veces es para volverse loco, porque ese sentimiento está directamente enfrentado con tu alma humana... El corazón pide piedad... Pero ese otro deseo, la guerra, la sangre... Ahora sé por qué nos llaman vampiros. Con razón lo hacen. Ustedes, los que nacieron así, pueden aprehender a controlarlo, pero yo... ¡Esto es nuevo para mí!
-¿No estás perdiendo demasiado tiempo? ¿No vas a luchar?
Esteban preparó un escudo y una cimitarra.
-No – respondió Ibeamaka mientras fumaba. – No seré yo el que acabe contigo. Tu muerte no traerá la paz. Sólo dejará por un tiempo herida a tu organización. Saciaré mis ansias en otra ocasión, pues la tendré.
-¿Entonces?
-¡Aquí está!
Una joven armada con arco y flecha penetró en la habitación. Apuntaba al corazón de Esteban. Este quiso reaccionar, pero Baako estaba preparada. Solo tuvo que soltar la flecha.
-La venganza está cumplida. Ahora ¿qué?
-Ahora... Seguirá habiendo guerra. Ellos son muchos y nosotros sólo cuatro. Tarde o temprano nos matarán.
-¿Por qué me convertiste en nargrs?
-Era necesario.
-¿Para qué?
-Para proteger a Élgrabas.
-¿Tanto vale el Bastón? ¿Tan importante es? Además ¿dónde está?
-Lo que sé es que si un día viene Luz Oscura con Élgrabas, los únicos aliados que encontrará aquí somos nosotros.
-¿Y si no viene nunca?
-Estaremos aquí por si acaso.
-¿Por si acaso? ¿Tenemos que entregar toda la vida a un “por si acaso”?
-¿No decías que te gustaba ser un nargrs? Esto es ser un nargrs.

Capítulo V: El primer guerrero libre

Abdel es probablemente el eslabón perdido que los historiadores buscan recurrentemente en sus ansias por descubrir cuándo los nargrs empezaron a pensar por sí mismos.
Se sabe que en su momento todos los nargrs tenían un chip introducido en el cerebro a través del cual recibían las órdenes pertinentes. Dicho chip les obligaba a perseguir un objetivo marcado, anulando su voluntad.
Abdel había viajado hasta el planeta Daerr en busca de un mago llamado Pavlov. Estaba siguiendo su pista a través de uno de los desiertos de aquel mundo. Caía ya la noche cuando alcanzó una pequeña aldea de no más de una docena de pequeñas casas. Todas ellas distribuidas a ambos lados de un camino polvoriento. Y en todas ellas sobresalían carteles: “Área de descanso”, “Restaurante”, “Motel”... Abdel sopesó la situación llegando a la conclusión de que era más prudente pasar la noche en aquel lugar que continuar caminando por la oscuridad nocturna. Entró en una de las casas, donde pidió alojamiento y cena. Había sólo una dependienta. Una mujer joven llamada Jale. Ella le dio la llave, conduciéndole primero hasta su habitación y luego hasta el comedor.
-¿Qué vas a tomar?
-Cualquier cosa que sirva para reponer fuerzas.
Dicen algunas fuentes que cuando Jale sirvió la cena a Abdel se le cayó un cuchillo en la mano del cliente y le hizo un corte. La herida sanó enseguida y así descubrió la mujer que el otro era un nargrs. Por aquel entonces se sabía qué eran los nargrs y contra quién luchaban. Pero los magos no eran sólo seres con conocimientos sobre la magia, sino hombres y mujeres sabios y justos. Protegían a los planetas de la opresión imperial y por eso los emperadores decidieron crear a los nargrs, para acabar con los magos. Su exterminio, creyeron, supondría un poder absoluto sobre los reinos y sus habitantes. No habría nada que se opusiera al poder político. Todo esto lo sabían las gentes sencillas. Jale era una mujer sencilla.
Cuando Abdel terminó la cena le sirvió una copa de vino.
-Te sentará bien – dijo. - ¿No te gustaría ser libre?
-¿Libre?
-Sí. Poder elegir tu camino.
-¿Para qué quiero poder elegir? – respondió el romicks sin saber a qué venían aquellas preguntas, tras beberse el caldo de un trago. Seguidamente lo empezó a ver todo borroso y terminó cayendo al suelo inconsciente.
-La mentira es el arma más peligrosa – debió pensar Jale.
Esta intrépida mujer había introducido potentes somníferos en el vino. Puso al guerrero sobre una mesa y le abrió el cerebro por donde la vox poluli decía que tenían el chip incrustado los nargrs. Extrajo dicho chip y dejó que la herida curase por si sola: A la mañana siguiente Abdel estaría completamente curado y sería libre.
Despertó el nargrs furioso y buscó a la mujer:
-¿Qué me diste anoche en el vino?
-Somníferos... Era necesario para extraerte el chip. No te habrías dejado...
-¿Qué chip?
Jale le enseñó una cosa negra.
-Esto anulaba tu voluntad. Perseguías a Pavlov.... nuestro querido Pavlov... Pero ahora ya no tienes por qué perseguirlo.
-Tienes suerte de que haya venido con una misión.
-Pero no tienes por qué seguir...
Abdel se encaminó mientras Jale le perseguía entre sollozos:
-No lo hagas. Ya no tienes porqué.
-Vine a este planeta con una misión y me iré cuando la haya cumplido.
Jale se detuvo llorando, mientras le veía alejarse. Otros aldeanos salieron a su encuentro.
-¿Qué ocurre, Jale?
-Ese hombre es un nargrs. Viene a por nuestro amado Pavlov. No he podido impedir que...
-Si de verdad es un nargrs ¿qué podías conseguir tú?
-Le quité el chip que anula su voluntad. Pero eligió seguir adelante.
-Mujer, probablemente nunca se haya detenido a decidir. Está claro que aún debe aprehender a ser libre.
-Pues en ese caso recemos por que aprehenda antes de que sea tarde para Pavlov...
El viaje se le hizo muy largo a Abdel. La siguiente jornada se sintió extraño. Constantemente tenía la tentación de pararse o de desviarse. Nunca se había sentido así. Siempre había cumplido con sus misiones. Se sentía orgulloso de ello y esta vez no tendría por qué ser distinto... A su derecha veía un poblado que no debía distar de más de tres kilómetros, mientas que de frente sólo se veía arena y más arena. Según sus cálculos, todavía le quedaban cerca de veinticinco kilómetros para llegar al próximo destino. Sólo de pensarlo se sentía agotado. Empezó a mirar de reojo al poblado que se extendía a su derecha...
Un estruendoso y destartalado vehículo apareció por la izquierda, en dirección al poblado. El conductor lo detuvo al llegar cerca del nargrs.
-Buen hombre ¿adónde va?
-Adelante – respondió Abdel.
-Yo voy a ese pueblo de allí. He cobrado mi paga y pienso gastarme la mitad este mismo fin de semana en ese pueblo. Si va hacia allá le puedo llevar, suba.
-No gracias, me desviaría de mi camino.
-Mire, se le ve cansado. En dos minutos se encontrará refrescándose en una fuente. Luego podrá seguir su viaje desde allí. No creo que le resulte muy diferente ir hacia esas dunas desde aquí que desde allí y, sin embargo, lo hará descansado.
Abdel había pasado por episodios similares en ocasiones parecidas. Nunca había experimentado las ganas que tenía ahora por ducharse y comer algo caliente. Nunca había sentido ese fuerte impulso de abandonar el camino, siquiera para recuperar fuerzas. Era consciente de ello. Dudó. Finalmente accedió.
-Tiene usted razón. En realidad no me retrasaré, sino que repondré fuerzas y podré caminar más rápido. En realidad esto me ayudará a llegar antes – dijo.
-Pues suba.
En aquella ciudad el fiestero le llevó a un restaurante de primerísima calidad. Allí comieron y bebieron hasta hartarse.
-Al banquete invito yo – repetía una y otra vez el extraño.
Unas mujeres hermosísimas se les acercaron y empezaron a insinuarse. Abdel sintió unas ganas locas de abrazar a una de esas desconocidas beldades. Tal es así que empezó a besar a la morena garza.
-Ven.
La beldad le condujo hasta una habitación y allí pasaron el resto del día y de la noche.
Al amanecer Abdel sentía remordimientos por haber perdido todo un día en divertirse. Se levantó de la cama, se vistió y se despidió de la mujer. Entonces ella pidió una suma de dinero.
-¿Cómo dices?
-Oye, no te hagas el loco. Ese es el precio estándar en este lugar.
-¿Eres una puta? ¡Me has engañado, maldita zorra!
-Pero ¿qué te has creído, que las mujeres se iban a pelear por ti? No te hagas el loco y págame.
-No tengo dinero. Ni una sola moneda. ¡Nada!
-Si no me pagas, el matón que está tras la puerta te castigará.
-Más le vale a ese hombre mantenerse alejado. Soy un poderoso guerrero.
-Más poderosos los he visto, créeme, y todos han pagado.
Abdel abrió la puerta. Había un hombre musculoso con los brazos cruzados impidiendo el paso.
-¡No me quiere pagar! – gritó la beldad.
-Pues que no te pague. Yo le daré su merecido.
-Por favor, no quiero tener que luchar.
El chulo cogió de la solapa del cuello a Abdel y le gritó que pagara, mientras le meneaba en el aire. El romicks sintió un impulso. Un ansia de venganza enorme. Aquel hombre le estaba humillando. Peor para él. Dos segundos más tarde yacería sin vida sobre un charco de sangre.
La prostituta gritaba aterrorizada. Abdel continuaba furioso y los gritos le resultaban tremendamente desagradables.
-¡Asesino... socorro!
-Todo esto es por tu culpa. ¡Cállate!
-¡Aaaaaaaa! ¡No me mates! ¡Vete, vete!
-¡Cállate! ¿No ves que tú eres la que ha provocado todo?
-¡Vete! ¡Socorro! ¡Aaaaaaa!
Abdel cerró los puños y los ojos, intentando mantener el control. Pero los gritos terminaron por desquiciarle. Una espada surgió de su mano y atravesó el corazón de la mujer. Al cesar los gritos comenzó el tormento. Todo estaba lleno de sangre. Dos personas habían muerto y ninguna formaba parte del objetivo. Habían muerto por nada. Gratuitamente.
-Ni siquiera debería estar aquí. ¿Por qué siento estos impulsos, por qué hago estas cosas? Yo no quiero ser libre... Hasta ayer era todo mucho más fácil.
Abdel marchó hacia la aldea de Jale. Estaba desesperado. Confundido. Le parecía que cargaba con el Universo sobre su espalda. Entró en el motel de Jale dando una patada a la puerta. Ella estaba atendiendo a un par de viajeros. Se alegró de verle.
-Devuélveme a como era antes.
-No puedo. Extraer el chip era relativamente sencillo. Había que hacer una incisión poco profunda y sacarlo. Pero no sé cómo se repone. No te puedo ayudar.
-Hago cosas que no quiero hacer. Siento deseos, tentaciones, que una vez satisfechas... me doy cuenta de que en el fondo no quería satisfacerlas. Son sólo maldades o debilidades...
-Por fin eres humano.
Abdel se derrumbó sobre sus talones.
-He matado a dos personas porque sí. – Los clientes se asustaron y empezaron a recoger sus cosas disimuladamente. - Simplemente sentí ganas de matarlos... y lo hice. Pero en realidad no había motivos. Ni siquiera tendría que haberme dejado arrastrar a aquel lugar. Hasta ahora nunca me había sentido así. Nunca me había avergonzado de mis actos.
Los clientes abandonaron la casa sigilosamente.
-Yo soy la culpable. Pensé que te hacía un favor, y que se lo hacía a Pavlov. Pero ahora hay dos inocentes muertos. Por una insensatez mía.
-¿Es esto ser libre? Tú te sientes mal por lo que has hecho. Yo también. Y, entre medias, dos personas han muerto. Yo no quiero ser libre.
-Hay mucha gente que no quiere serlo. La libertad no es fácil, Abdel. Vas a tener que aprehender mucho sobre ti mismo. No puedo devolverte a la esclavitud.
-Y ahora ¿qué?
-No te entiendo.
-He matado a dos personas. He abandonado mi misión. ¿Qué hago ahora?
-Creo que debes redimir tu culpa. Yo, por mi parte, la mía.
-¿Cómo lo hago?
No se sabe mucho más de lo que ocurrió entonces. Después de esta conversación se tienen noticias sueltas de Abdel en diversos planetas, pero todo lo que hay de él son suposiciones, pistas, especulación. Se cree que recorrió el universo liberando nargrs. Pero el único dato cierto, confirmado, es que durante los siguientes años empezaron a darse casos de nargrs que desobedecían órdenes y se rebelaban contra sus amos. No hay noticias contrastadas acerca de Abdel y su influencia en estos casos. Sólo intuiciones.

Capítulo VI: La magia de Élgrabas

La mayoría de las historias que se conocen acerca de los Nargrs ocurrieron entre el año 300 y el 315 después de la muerte del último mago, unos 150 ó 170 años desde el III Desdoblamiento Científico.
Hombres Sabios les llamaban a los magos. Su poder y bondad, según se cuenta, fueron los que derribaron al Imperio. No eran muchos. Apenas unos cientos de miles repartidos por todas las galaxias. Ellos velaban, dicen los historiadores, por la paz y por la justicia en cada planeta habitado. Pero había algo más. Eran los guardianes de algo. Se ignora el qué exactamente.
Su proceder no siempre era comprendido pero como con el tiempo se demostraba justo y acertado, las gentes, los pueblos les consentían casi cualquier cosa. Eran amados por todos. No tenían dinero ni hogar. Vivían hoy en la casa de unos amigos de Aquilia, mañana en el refugio submarino de Narvima... según les invitasen a estar aquí o allá, en los lugares donde querían escuchar sus enseñanzas.
Los emperadores y senadores temían su poder y sabiduría. Además, tenían conciencia de que el pueblo estaba con ellos.
Habiendo sido decidido su exterminio, ya en plena e imparable decadencia imperial, los magos empezaron a ser perseguidos por tropas secretas. Pero estas tropas estaban condenadas al absoluto fracaso, debido a que la magia del Universo protegía a los Hombres Sabios.
En un costosísimo esfuerzo, los gobernantes consiguieron crear una nueva raza, unos seres hechos con algo mágico y algo humano, aunque obedientes, sumisos. Soldados perfectos contra los magos, resistentes a la magia y capaces de emplearla en diversas formas.
Sin embargo, sorprendentemente, la primera horda, la primera versión de nargrs, los gonacks, fueron repelidos fácilmente. Por ello se dobló la inversión económica, con las consiguientes consecuencias para las ya de por sí maltrechas infraestructuras imperiales. Entonces surgieron los romicks, seres crueles y violentos, poderosos como nunca se había visto. Su poder hacía conmoverse las galaxias a su paso. En una primera fase los romicks se mostraron tremendamente efectivos. En menos de tres años habían reducido la comunidad de Hombres Sabios a la mitad. Pero entonces empezaron a perder el control de su persona. El poder se desorbitaba, les consumía y les extinguía a sí mismos. Seguidamente su cuerpo, ya sin alma, despertaba y asesinaba y destruía por doquier, sin guía, ni propósito, ni meta. Destrucción por destrucción, sangre por sangre. Eran como agujeros negros que absorbían toda la alegría y la vida en derredor suya. Finalmente, tras un lapso de tiempo variable de un romicks a otro, el propio cuerpo ardía y se convertía en cenizas.
Para los emperadores el error estaba claro: Demasiado poder. Un ser igual, pero con algo menos de magia en su interior y capaz de un mayor control de sí y de dicha magia, les llevaría a la victoria definitiva. En caso de que, además, este ser tuviera la habilidad de reciclar romicks muertos y extraer de ellos nuevos guerreros, nada podría evitar la macabra y absurda victoria. Esto dio lugar a las temidas dirucks.
Tan costosa fue la inversión que, dos años después de aparecer la primera dirucks, el Imperio se hundió definitivamente; aunque las fábricas de nargrs tardaron algo más en cerrar.
Entonces sólo quedó una guerra sin ganador posible. Los Hombres Sabios perseguidos por soldados sin general. Soldados programados, incapaces de razonar por sí mismos, obedientes a una instrucción primigenia. Soldados que llegaban a olvidar que lo eran y vivían y procreaban como seres humanos normales hasta que la noticia de un mago desataba sus incontrolables instintos y la tragedia conmovía ciudades y planetas enteros. La guerra de los errores del pasado contra las virtudes del presente, en un Universo dividido en países cuyo tamaño máximo era un planeta. Habitualmente ni eso.
Más de medio siglo pasó desde la caída definitiva del Imperio hasta la muerte del último de los magos. Dicen que las estrellas se apagaron al unísono, siendo secundadas por cualquier generador de luz: incluso las bombillas desarrolladas por la tecnología más puntera dejaron de alumbrar. La tiniebla campó a sus anchas por todo lugar y nación. Parecía el fin de los tiempos. Pero esa fuerza que flota en el Universo, que lo creó y que lo guía, perdonó al hombre sus pecados y volvió a encender los luceros celestes.
Está claro que justo antes de aquel periodo de oscuridad nació Élgrabas, el Bastón. Si las intuiciones de los nargrs son ciertas, Élgrabas fue creado (si es que fue creado) por los magos. Quizá por aquel último mago.
Lo sorprendente es que el Bastón, que suponía la única herencia de los Hombres Sabios, el único recuerdo que demostraba que habían existido realmente, que no eran una mera fantasía, cayó en manos de los mismos exterminadores de aquellos. Los más débiles de los poderosos guerreros, los gonacks, fueron durante mucho tiempo sus guardianes, aunque el terrible objeto ha pasado por gran cantidad de manos, no sólo de nargrs.
Hay que decir que la historia de Élgrabas no es uniforme y que siempre ha habido más perseguidores y buscadores que protectores, llamados los unos y los otros así o asá por sus intenciones: Los perseguidores y buscadores sólo han querido el Bastón para utilizarlo a su antojo, para ser poderosos y obtener beneficios de todo tipo, pues el poder del Bastón es infinito; en cambio, los protectores lo protegen de los otros, sin caer en la tentación de usarlo, y de algún modo alimentan a Élgrabas para que un día...
Nada se puede comprender de esto si no nos centramos en la historia que ocurrió pasados algo más de dos siglos desde la muerte del último mago. Por entonces los nargrs ya eran considerados una leyenda, un mito vampírico. Aunque las generaciones de Luz Oscura y Sacrificio empezarían a aparecer años después. Tales eran las circunstancias en las que se desarrolló una de las historias más grandes y hermosas de aquellos años de tribulación.
***
Dos jóvenes de igual edad, veintiún años, esperaban en la esquina, en un cruce de cierta gran ciudad. Al poco llegó un tercero.
-¿Os he hecho esperar mucho?
-Llevamos aquí desde menos cuarto.
-Lo siento. Un abrazo, hombre.
El recién llegado se abrazó efusivamente con el que tenía por nombre Jorge, que fue quien tomó la palabra:
-¡Cuánto tiempo Indalecio! Este es Benoit, compañero mío en las prácticas de vuelo.
-¿Cómo, ya eres piloto?
-Sí, bueno, tengo licencia; aunque piloto, lo que se dice piloto... Benoit es el verdadero piloto. Hace tres meses que nos licenciamos y para entonces él ya había sido seleccionado para el proyecto Mosely... ¡El proyecto Mosely, imagínate!
-¡Sí! Aún no me lo puedo creer. Ir cada día a la estación orbital Be-tres es alucinante.
-Lo siento chicos, pero a mí esas cosas me suenan a chino. Y tú, Jorge, ¿no has volado nunca?
-Sí. Ya te digo que tuvimos prácticas. Aunque nunca he realizado viajes interplanetarios. Ahora mismo estoy en un par de procesos de selección. A ver si me cogen y me pongo a trabajar ya... Todo este tiempo... ¿dónde has estado, a qué te dedicas?
-Bueno, cuando acabamos la formación pre-especializada tuve que ponerme a trabajar... Benoit, no sé si mi amigo te lo ha contado, pero él y yo fuimos a la misma clase desde los ocho a los dieciocho años.
-Vaya... Me alegro por vosotros. Yo perdí contacto con la gente del colegio... Aunque no puedo quejarme. Mi vida es fantástica. Ya he realizado más de cincuenta vuelos, una docena interplanetarios. El último, como capitán de navío.
-¿Y eso no te acompleja, Jorge?
-Qué va. Yo disfruto volando, pero reconozco que si hay una persona que ama pilotar naves es Benoit. Por eso es tan bueno.
-¿Vamos a algún sitio a tomar algo?
Los tres muchachos se dirigieron a la terraza de un bar cercano. Durante un buen rato charlaron y rieron con entusiasmo. Indalecio, el que no tenía estudios especializados, se puso serio momentáneamente y giró la cabeza hacia un lado. A unos quince metros vio a una mujer corriendo.
-¡Vaya casualidad! ¿No es esa la chica por la que estabas loco cuando íbamos al colegio, Jorge?
-Sí, es Hina. ¡Hina!
-Jorge, no deberías llamarla... Nunca me dio buena espina...
Tras gritarla, Jorge le explicó a Benoit que aquella joven fue también compañera suya del colegio. Se le notaba a Jorge más que contento de verla. Ella se dirigió hacia el grupo con rostro preocupado. Traía consigo una caja oblonga, asida de la mano.
-Hola, Hina, ¿que...? – Ella cortó a Jorge y le dijo en tono severo a Indalecio:
-¿Puedo confiar en ti?
-Bueno... supongo.
-¿Perteneces a alguna familia?
-¿Familia? ¿Mafia quieres decir...? ¿Cómo iba yo a pertenecer a una mafia?
-En fin... De todos modos eres mi única opción. Toma – dijo ofreciendo la caja. – Guárdalo hasta que nos volvamos a ver.
-¿Qué es?
-Indalecio, sabes perfectamente lo que es.
-¡No!¡No te creo!
-Seguro que sientes su poder...
-¡No...! No puede ser... pero... es verdad, lo estoy sintiendo...
-Confío en ti. Adiós.
Hina se marchó a la carrera.
-Corre muy rápido. No creo que yo pudiera correr a la mitad de velocidad que ella por más que entrenase – murmuró Benoit. – Hay que ver lo que hacen ciertas drogas sintéticas...
Jorge no escuchaba. En vez de eso miraba compungido, hablándose a sí mismo en voz alta:
-Ni me ha mirado... ¿Por qué? No existo para ella... ¿Cómo puede llegar a ser tan cruel...? Después de todo éramos buenos amigos.
Indalecio atendía también a otra cosa:
-No puede ser, imposible... ¿Qué voy a hacer ahora?
Varios vehículos negros pasaron cerca suya, en la misma dirección en que se había ido Hina. Ellos ni se percataron.
***
Los tres amigos estaban en una habitación. Indalecio había expuesto una serie de cuestiones mientras los otros le contemplaban sentados en el sofá... Habían pasado varios días del encuentro con la chica. Durante ese tiempo el gonacks había tratado de hacer comprender a los otros dos la gravedad de la situación. Sin embargo, ellos no terminaban de encajar la noticia.
-En resumen – dijo Jorge -: Tú eres un nargrs, igual que Hina.
-No iguales. Yo sólo soy un gonacks... y ella una poderosa dirucks.
-Yo siempre pensé que era una dulce muchacha... y ahora resulta que es una poderosa y despiadada guerrera... Y la caja esa contiene un palitroque mágico... capaz de someter o liberar al Universo por siempre.
-Más o menos.
-No me toméis por cobarde, pero reconozco que me estoy asustando por momentos. ¿Sabéis lo que esto significa? ¿Cuánta gente estaría dispuesta a matarnos con tal de arrebatarnos esta cosa? – reflexionó Jorge.
-Pues a mí me parece que hemos tenido la mayor suerte del mundo – replicó Benoit. - ¿Nunca deseasteis luchar por algo importante y noble?
-Pero nos matarán – protestó Jorge.
-Pues si eso ocurre será una muerte heroica...
-Jorge, tu amigo está loco.
-Y que lo digas. Si lo que dice Indalecio es cierto, tú y yo jamás podríamos vencer a un nargrs.
-Eso es en tierra. En el espacio las cosas se igualan.
-Benoit... ¿qué estás diciendo?
-Que todavía no ha nacido nargrs que pilote mejor que yo. La estación orbital Be-tres es donde trabajo. Podremos refugiarnos allí con Élgrabas... ¿Era Élgrabas? Tiene dormitorios de sobra. No sería yo el primero que llevara a un amigo a pasar una temporada... sólo hay que hablar con algunas personas.
-¿Y cómo piensas encontrar a Hina en la Be-tres?
-Tú, Indalecio... Tú eres un nargrs. Búscala en tierra. Los vampiros seguro que sabéis por donde os movéis los unos y los otros...
-No sé, no sé... ¿Qué opinas Jorge?
-Si Hina confía en nosotros, habrá que responder a su confianza. Creo que podré vivir un tiempo en la Be-tres. Pero encuentra a Hina cueste lo que cueste.
***
La Be-tres era algo más que una estación para investigación científica. Aparte de ser un puerto franco de transporte interplanetario, tenía todo lo necesario para vivir allí. Era autosuficiente. Con unos tres mil habitantes aproximadamente y cientos de miles que hacían escala diariamente, poseía hasta un huerto de cultivo mecánico. Había zonas de recreo, con amplias vistas al espacio, o piscinas, así como zonas restringidas al personal correspondiente. Poseía una sala de gestión donde, además de controlar las incidencias propias de la estación, se pilotaba la misma pues, aunque era lenta, tenía cierta capacidad de desplazamiento (destinada sobre todo a posibles reajustes orbitales). Había distintas zonas con dormitorios individuales. Estos consistían en pequeñas habitaciones con cama, lavabo y un enjuto armario. Había otras muchas cosas, por lo que sería prolijo describir la Be-tres con detalle.
Por supuesto, también contenía la estación dedos de amarre para las naves que arribaban y marchaban constantemente. Para acceder al interior de los dedos y por consiguiente a las naves, era imprescindible poseer una tarjeta de tripulante o almacenero. De esto último consiguió empleo Jorge.
No tardó el joven en amistar con algunos de los pilotos que con más frecuencia arribaban. Puntualmente se permitía el placer de entrar a la cabina de pilotaje y charlar con ellos de cuestiones técnicas, en los descansos del trabajo.
Por las noches soñaba con Hina, a la que durante tanto tiempo creyó haber olvidado y cuya repentina aparición en aquella calle, portando el Bastón, le había removido las entrañas hasta lo más profundo. Con los años estaba más hermosa que nunca: Habían desaparecido sus facciones de niña, ahora era más mujer. Mantenía la esperanza de volver a verla pronto, a pesar de que Indalecio siempre llamaba diciendo que no la había encontrado.
Por lo general, sólo a la hora de la cena coincidía con Benoit, que no dejaba nunca de hablar de los vuelos que hacía y de cómo se comportaría cuando aparecieran “los vampiros”, aparte de hacer el comentario técnico de turno para mantener a su amigo al corriente del funcionamiento de la estación.
-Porque todavía tienes a Élgrabas en tu poder, ¿no? – solía concluir, en arrebatos de infundado temor.
Durante una cena, le preguntó al almacenero:
-Dime, ¿cuál es el verdadero motivo por el que te embarcaste en esta locura del Bastón y los vampiros?
-¿Cuál? Quiero hacer de la galaxia un lugar mejor...
-Mientes. Engáñate a ti mismo si quieres, pero no a mí. Tú quieres impresionar a alguien.
-¿Cómo osas...? ¿Cuál es tu motivo?
-Volar. Si un viaje normal ya es emocionante... imagínate siendo perseguido por un vampiro...
-Francamente, estás loco. Si quieres jugarte la vida, no sé por qué no lo haces de otro modo más sencillo.
-Porque entonces no tendría sentido.
***
Indalecio había recorrido ya tres ciudades enteras buscando a Hina. Aquella noche se sentía agotado. Caminó al motel más cercano y pidió precio.
-Y esto es lo que costaría una sola noche, sin comida, claro.
Rebuscó en el bolsillo hasta hallar unas pocas monedas.
-Esto es lo que tengo. No me queda más...
-Pues lo siento, pero eso no es ni la mitad del precio.
Salió el gonacks cabizbajo a la calle. Súbitamente varias personas le rodearon. Quiso atacar primero, sin embargo algo le golpeó con fuerza en la sien. Cayó al suelo aturdido pero aún consciente. Sintió una jeringa introduciéndosele en la corva del brazo.
-Con esta sustancia en la sangre no podrás emplear tus poderes de gonacks – anunció alguno de los agresores. En aquel momento terminó por perder el sentido.
Despertó en un lugar oscuro atado a una silla. Al parecer los captores habían decidido introducirle la misma droga de forma permanente, pues permanecía con una aguja clavada, de la cual salía el tubo que terminaba en la bolsa de suero que colgaba del perchero. El líquido entraba en su cuerpo gota a gota. Durante un rato imposible de precisar, permaneció Indalecio atento al goteo. Se sentía aturdido, incapaz de pensar en nada con profundidad. Le costaba mantenerse concentrado en aquello que observaba... pero en cuanto quitaba la vista de allí renacía la necesidad imperiosa de volver a mirar.
Una luz se encendió fuera. Entonces pudo distinguir las rendijas que contorneaban la puerta y el ventanuco a través del cual los captores esperaban poder observarle. Seguidamente se encendió una tenue luz sobre Indalecio y este observó las paredes marmóreas de la estancia. Una mujer joven abrió. Dejó pasar a dos hombres y se situó tras ellos.
-Así que tú eres el gonacks que persigue a la dirucks del Bastón... ¿Qué tienes que ver tú en todo esto? Hemos estado investigando y tu historia no es precisamente la de un protector de Élgrabas... Dinos, ¿qué tienes que ver? – inquirió uno de ellos.
Indalecio guardó silencio. El preguntón le sacudió una bofetada. Indalecio prosiguió callado.
-Quizá haya que bajar la dosis. Creo que está demasiado drogado – sugirió el otro hombre.
-Bájala. Pero no cometas errores. Debe permanecer drogado para no causar problemas...
-Es un simple gonacks.
-Sí, pero incluso un simple gonacks puede escapar de la más perfecta de las prisiones. No le subestimes, Davor.
-Descuida, con esta dosis seguirá lo suficientemente aturdido. – Davor había manipulado una ruedecilla que estaba enganchada en el tubo. Ahora el líquido goteaba con mayor lentitud. – Volvamos esta noche, cuando se le pase un poco el efecto. Anneka, tú le traerás de comer dentro de una hora.
La mujer afirmó con la cabeza. Los tres salieron.
Cuando se quedó a solas, Indalecio se hizo la pregunta a sí mismo:
-¿Qué tengo que ver yo en todo esto? Siempre me mantuve alejado... Siempre fui neutral...
Los ojos se le cerraron. Tenía sueño. Se quedó dormido. Una voz femenina le despertó.
-Indalecio... Indalecio... – era Anneka, que sostenía un plato con puré al tiempo que le acercaba la cuchara a los morros. – Abre la boca. Te gustará.
Indalecio obedeció. Así, cucharada a cucharada, se dejó dar la cena, a pesar de que le costaba tragar por causa de la droga. Al acabar, Anneka le limpió el rostro con un pañuelo y le ofreció un vaso de agua que fue aceptado. Cuando ella se iba, el prisionero alzó la voz balbuceante:
-Ahora que ya te he hecho un favor, hazme tú uno a mí.
-¿Qué dices?
-He aceptado cenar contigo, ¿no? Pues ahora hazme un pequeño favor...
Anneka frunció el ceño y salió del cuarto, pero mientras cerraba la puerta oyó a Indalecio hablando nuevamente:
-Súbeme la dosis. Haz que esto gotee más deprisa. Por favor, mujer...
Ella dudó. Luego se reprochó a sí misma el escuchar al prisionero y cerró la puerta. Sin embargo, se quedó mirándolo a través del ventanuco.
Indalecio se puso a contar mentalmente las gotas, mas cuando llegaba a veinte se percataba de que en realidad había perdido la cuenta, los pensamientos se le iban, de pronto pensaba en dónde podía estar el Bastón o qué podía estar ocurriendo con sus amigos. Luego volvía a contar gotas.
Pasada la segunda hora volvieron los dos hombres, secundados por Anneka. El que se encargaba de ajustar las dosis traía una maleta negra, que depositó en el suelo y abrió, mostrando todos los instrumentos generadores de dolor que traía.
-Bueno, ya no estás tan drogado. Será mejor que colabores. Será más fácil para todos. ¿Quién eres? ¿Cuál es tu papel en este conflicto?
-¿Quienes sois vosotros?
-Eso no importa. Responde a mi pregunta.
-Pues si no importa quienes sois, es que sois despreciables... sólo por eso no hablaré.
El hombre levantó la mano para golpear pero Anneka le paró agarrándole de la muñeca:
-Con la tortura no lograrás nada, Lawrence.
Lawrence se soltó y golpeó a Indalecio. Aquello no sirvió de nada.
El interrogatorio se alargó durante toda la noche sin que el prisionero volviera a abrir la boca, a pesar de los golpes y los dolores que le hicieron padecer con el material de la maleta. Cerca del amanecer, Indalecio aún tuvo tiempo de lanzar una sonrisa a Anneka, la cual reaccionó con un grito:
-¡No puedo soportarlo más! ¡Esto es absurdo! – y abandonó la estancia.
-La mujer tiene razón. Dejémoslo por hoy. Estamos nosotros más cansados que él – afirmó Davor.
***
Anneka miraba a través del ventanuco. Habían pasado tres días sin que Indalecio hablara. Las torturas habían cesado. Ella había logrado convencer a Lawrence de que eran inútiles, de que lo único que se podía conseguir con ellas era o bien información poco fiable, o bien la muerte del prisionero.
El gonacks permanecía atado, aturdido por la droga y herido, aunque las heridas cicatrizaban en él mucho más rápido que en un humano cualquiera, por su condición de nargrs.
Anneka reunió fuerzas para entrar con la bolsita en la mano. Era similar a la de la droga que le estaban suministrando a Indalecio. La cambió. Se acercó al prisionero, acarició su flequillo.
-He cambiado la bolsa. A partir de ahora, lo que entrará en tu sangre será un suero inocuo.
-No... por favor. Déjame como estaba... Esa sustancia me calmaba el dolor y hacía que las horas pasasen más deprisa.
-Lo siento. No lo haré. Estoy cansada de combatir en el bando equivocado.
-Desde que llegué, siempre me has tratado bien... Sé que eres tú quien ha logrado que dejen de pegarme...
-No pienses lo que no es. Tú tampoco has hecho nada contra mí. No tengo por qué hacerme cómplice de nadie.
-Quizá sea el efecto de la sustancia que llevo injiriendo estos días, pero guardo para mí que merece la pena haberte conocido...
-¿Por qué no les dices lo que quieren saber? Así te soltarán...
-Me gustaría que te enamoraras de mí... Soy feliz cuando te preocupas por mí. Sólo me gustaría poder consolarte... Pero si se trata del efecto organoléptico de la droga, desaparecerá en cuanto esté sobrio... y entonces no habrá nada que merezca la pena... ¿por qué lucharé entonces? ¿De qué habrá servido soportar todo esto?
Ella le besó en la frente y se abrazó a él con lágrimas silenciosas.
-Si todo desaparece cuando estés sobrio, entonces es que era mentira... ¿y no crees que ya hay suficientes mentiras en el mundo?
-En cambio, si permanece, cuando todo esto acabe te llevaré a un lugar que conozco, desde el que contemplaremos las estrellas por la noche y escucharemos el cri-cri de los grillos, tumbados en la hierba fresca.
-No digas esas cosas, por favor... ¿Cómo puedes amar a la cómplice de tus raptores, a quien trabaja para los que te golpean y torturan?
-Quizá... puede que... A lo mejor no sólo soy un nargrs. Quizá también soy humano.
***
En mitad de la oscuridad un ruido despertó a Indalecio. Gritos de dolor y odio, carreras, golpes... Una lucha sangrienta se desarrollaba en el exterior de aquel cuarto. Las voces y los pasos se acercaban. De un golpe fue derribada la puerta. Dos jóvenes entraron con pose guerrera. Entre medias de ambos una mujer.
-Anneka... – murmuró Indalecio. Pero no. No se trataba de ella.
-Soy Hina. Hemos venido a rescatarte. ¿Les has revelado dónde se encuentra el Bastón?
-No. No les he dicho nada.
-Bien. Marchémonos antes de que vengan más.
Las cuerdas se desataron solas. La jeringa se desenganchó y la herida cicatrizó enseguida. Los cuatro recorrieron el edificio, dirección a la salida. Durante la carrera se les unieron varios hombres más.
-Hemos venido todos – decía Hina mientras corrían. – Era imprescindible rescatarte. A la salida tenemos un vehículo esperándonos...
Según abandonaron el edificio, entraron en furgón al galope y antes de darse cuenta estaban a kilómetros de aquel lugar aislado en lo alto de una colina. No obstante, Indalecio tuvo tiempo de girarse hacia la que fuera su prisión y observar a Anneka, que le sonreía con tristeza desde una ventana. Cerró los ojos y se apoyó sobre el respaldo del asiento que le había tocado.
-Permanece... – dijo.
-¿Qué? – preguntó uno de los salvadores.
-Que es auténtico...
-¿El qué?
-Nada. ¿Cómo supisteis dónde estaba?
-Alguien nos llamó. Dio el aviso de que nos habían encontrado y de que iban a preparar una trampa mortal. Gracias al aviso pudimos reaccionar a tiempo y largarnos de la cueva donde nos estábamos refugiando. Eso nos salvó la vida. Aquella persona también nos dijo dónde te encontrabas y en qué circunstancias.
-¿Tenía voz de mujer?
-Sí.
-Me alegro.
***
Jorge miraba las estrellas, a través del ventanal del mirador principal de la Be-tres. Los luceros se confundían con silenciosos puntos brillantes que se desplazaban de un lado a otro; navíos estelares. En la parte inferior del paisaje asomaba el planeta y en la superior una luna. A menudo Jorge se quedaba mirando a las estrellas, apoyado en la baranda del mirador. Era capaz de permanecer allí durante horas. Cuando Benoit le alcanzó aquel día, le vio más triste que nunca.
-He estado investigando sobre Élgrabas. Los nargrs sólo pueden seguir su rastro cuando está en manos de alguno de ellos. Es una cosa extraña. Al parecer sólo se activa cuando hay un vampiro muy cerca. El resto del tiempo permanece como apagado... Sin embargo, he leído que incluso los que no somos nargrs también podemos llegar a utilizarlo. ¿Qué es lo que te preocupa, Jorge?
-Indalecio lleva varios días sin llamar. ¿Qué habrá ocurrido?
-Esperemos que nada, que sea algún problemilla menor. De todos modos ¿qué podríamos hacer?
-Ya. Pero ¿y si somos los últimos protectores del Bastón que permanecen con vida?
-No lo creo. Seguro que hay más... La chica esa que nos lo dio, por ejemplo.
-¿Quién te dice que Hina sigue viva?
Benoit le dio una palmada en el hombro.
-Seguro que están los dos bien. No te preocupes. Vamos a cenar, que ya es la hora. Por cierto, si aparecen vampiros dispuestos a quitarnos el Bastón, lo suyo es que busques un carguero del proyecto Mosely, con capacidad para carga y descarga en vuelo.
-¿Apuestas por intercambiar el Bastón en pleno vuelo?
-Apuesto por la posibilidad de hacerlo. El proyecto Mosely ya hace tiempo que logró el traspaso de material mediante tele-transporte. Por ahora la distancia máxima es de unos tres kilómetros, aunque he oído que están preparando navíos con capacidades mucho mayores.
-¿Cómo es eso del tele-transporte?
-Yo no tengo mucha idea, pero creo que consiste en enviar un objeto a través de un haz láser, o algo parecido. El objeto es transportado a través de las partículas láser o de lo que sea ese haz. No sé, la verdad, cómo va. Lo único que sé es que funciona. Ya lo he probado.
***
En lo más alto del rascacielos los protectores de Élgrabas habían alquilado algunas habitaciones. Se encontraban reunidos decidiendo la estrategia a seguir. Hablaban de muchas cosas. El primer punto, planteado por un hombre de mediana edad, con barba y pelo blancos, era la consideración de si incorporar a Indalecio al grupo o pedirle el Bastón y que tanto él como sus amigos se desentendieran de aquello. No podían aceptar a cualquiera, pero tampoco podían dejar fuera a quienes les estaban ayudando.
Indalecio, mientras tanto, había salido de su habitación. Estaba haciendo una llamada desde el teléfono del hotel.
-¿Papá? ¿Está todo bien en casa...? Sí. Llevo un tiempo sin dar señales de vida... sí. Lo sé... Lo siento... No puedo continuar haciendo recados para la familia... Yo sólo era el mensajero, no es para tanto... Pues claro que sabía lo que había en aquellos sobres: chantajes y amenazas. Con eso se financia la familia... Pues yo lo dejo... Me da igual si es peligroso: Lo dejo... Ha pasado algo importante... Sé muy bien lo que estoy diciendo... Ya cuento con que los jefes se enfaden. Estos días me han tenido preso los de la familia Draco, ¿qué más da ser perseguido por los Draco que por los Anderson?... No, no te diré donde estoy ahora, ni con quién... Lo siento papá, creo que voy a colgar. Saluda a mamá y a mis hermanos. Un beso.
Después llamó a Jorge para informarle resumidamente de lo que había pasado, dejando claro que ya lo explicaría todo con detalle cuando tuviera ocasión.
La reunión acabó no mucho más tarde. Salieron los diez nargrs que formaban el grupo de protectores de Élgrabas en hacia Indalecio y le informaron de los planes inmediatos:
-Mañana iremos a buscar el Bastón. Hemos pensado que si quieres unirte al grupo eres libre de hacerlo – dijo un hombre con gafas, bajito y delgado.
-Pues mañana os indicaré el camino. Recogeremos el Bastón y mis amigos y yo os olvidaremos... Supongo que viajaréis a otro planeta.
-No. Hay alguien en este planeta a quien Élgrabas aún quiere visitar.
-No entiendo.
-Ni falta que hace.
***
Las últimas horas habían sido agotadoras. Un aluvión de cargueros había acudido a la Be-tres por motivo de un evento circense. Los almaceneros habían tenido una dura jornada de trabajo. A Jorge le dolían todos los huesos. Mientras caminaba por uno de los transitados pasillos que conducían a los dormitorios, dos hombres se acercaron a saludarle. Al muchacho le costó reconocerlos.
-¿No te acuerdas de mí? Anastasio. El padre de tu buen amigo Indalecio. Y este es mi hermano Florencio, su tío. ¡Qué casualidad encontrarte aquí! ¿Podemos hablar en un sitio tranquilo?
-El mirador principal está vacío a estas horas.
En el piso más alto de la Be-tres, cinco por encima del dormitorio de Jorge, se encontraba el lugar referido por el muchacho. Subieron hasta allí en ascensor. El espectáculo resultaba fascinante. El lugar en cuestión constaba únicamente de una bóveda cristalina sobre una superficie escarlata tenuemente iluminada, con barandilla alrededor y varios accesos: media docena de escaleras y otros tantos ascensores. La visión de las estrellas era magnífica. Además se adornaba de las luces que se movían en el cielo o parpadeaban regularmente y que componían el tráfico celeste. También, de cuando en cuando, un rayo blanco disparaba a la lejanía y se producía una pequeña explosión. Era el escudo anti-meteoros de la Be-tres.
-Ya estamos en un lugar tranquilo. ¿Qué ocurre Anastasio, padre de Indalecio?
-Hace un tiempo que no sé nada de mi hijo. No hay forma de dar con él.
-¡Qué raro! ¿No? ¿Y habéis venido aquí a buscarlo?
-No, ¡qué va hombre! Sólo estábamos de paso... por negocios.
-Recuerdo que la última vez que le pregunté a mi amigo por su profesión me dio una respuesta un tanto ambigua. ¿Qué negocios tenéis en vuestra familia? Nunca lo he sabido.
-Negocios, ya sabes, comprar esto, vender lo otro...
Jorge se quedó contemplando lo alto de la bóveda, como pensativo, durante unos segundos. Los acompañantes le secundaron. Después todos se miraron entre sí. El muchacho rompió el silencio.
-Este es un lugar impresionante. Tan silencioso, tan tranquilo... ¿Queréis algo de beber? Esperad aquí, voy a por unos refrescos...
-No hace falta, te acompañamos.
-Por favor, sois mis invitados. Esta es como mi segunda casa. Esperad. Además, me entretendríais. No tenéis pases de empleados de la estación. Si voy yo solo será más fácil. ¿Queréis un zumo, un vino...?
-A mí me da igual, con tal de que tenga alcohol – dijo el tío.
-Yo no quiero nada, no me apetece, pero gracias – añadió el padre.
-Pues yo me voy a pedir algo porque estoy seco; ahora vuelvo.
Sin más dilación se introdujo en un ascensor y desapareció. Florencio y Anastasio no terminaban de estar convencidos de lo que acababa de ocurrir.
-Deberíamos seguirle – sugirió el primero. – Este está relacionado, seguro, con tu hijo.
-Tienes razón. – El dintel marcaba la planta en que se había parado el ascensor que transportaba a Jorge. – Ese es el piso de los dormitorios. No va a por refrescos.
***
Todo el grupo desayunaba alrededor de la misma mesa. Indalecio observó que Hina lo hacía despacio y en silencio. Por lo que le había contado la noche anterior, excepto él todos los que había allí eran familiares suyos. Se trataba de la única mujer superviviente a un ataque enemigo del que no dio datos. Ahora allí estaban su padre, su hermano, sus primos, sus tíos y su abuelo. Le había dicho que todo lo que amaba se encontraba en aquella habitación o más allá de la vida.
Según contó, Hina había perdido a su madre y hermana siendo niña. A los once años. Recordaba cómo, cuando estaba triste, Jorge y otros amigos la consolaban.
-Aunque Jorge era un poco patán – añadió sonriendo melancólica.
La guerra del Bastón le había obligado a abandonar los estudios, los sueños y las amistades del pasado. Siempre deseó ser dibujante. Pero aquello hubo de ser sacrificado en beneficio de la lucha de Élgrabas.
-De niña me pasaba el día dibujando. Lo dibujaba todo. Un rostro, un paisaje... Un viejo lapicero y un cuadernillo de hojas blancas me hacían feliz. Cuando dibujaba sentía como si extrajese la esencia de las cosas y la intensificara en el papel. Como si las cosas fueran pura belleza y nada más...
Había hablado mucho la mujer, lo que sorprendió a Indalecio, que siempre la había visto como una chica reservada.
-Hacía años que no veía a ninguno de mis antiguos compañeros de la escuela. Me alegro de volver a verte, Indalecio – concluyó antes de irse a dormir.
Pero aquella mañana, durante el desayuno, Hina volvía a su pose de siempre, a pesar del jolgorio en que la envolvían sus familiares. Ella se encontraba como abstraída. Intentaba sonreír cuando le hacían una broma, pero no le salía.
-Casi siempre está así – le dijo a Indalecio un hombre de mediana edad que se sentaba a su lado. – Ha sacrificado tanto... Tiene todo el poder de una dirucks... pero es como su madre: No tiene carácter guerrero. No vale para la guerra... y, sin embargo, ha luchado tanto... Apenas hasta ayer era una niña y ya se ha visto envuelta en tantas peleas y persecuciones como cualquiera de los más veteranos.
Indalecio volvió a mirarla. Pensó en Jorge y se maravilló de que se hubiera enamorado tan perdidamente de aquella chavala de la que, en realidad, nada sabía. O eso creía él.
***
Encerrado en su cuarto, con la respiración entrecortada y sudor frío en la frente; puesto en pie contra la puerta y mirando fijamente a la caja oblonga de Élgrabas, Jorge se dijo en voz alta:
-Hazlo. Por ella.
En la mano temblorosa aún sostenía el listado de naves y horarios de aquel día en la Be-tres.
-Subir dos plantas, dedo catorce... – meditó para sí. Lo comprobó con una última mirada. – Hazlo... ¡ya!
Salió del cuarto con la caja del brazo. Caminaba a paso ligero. Se trataba de un pasillo ligeramente curvado, circular. Avanzando en la dirección que iba alcanzaría a unos cien metros el grupo principal de ascensores. El mismo grupo de ascensores que llevaba al mirador en el que había dejado al padre y al tío de Indalecio. Más al fondo había una inmensa sala de encuentro, con un bar en una esquina, algunas mesas, asientos distribuidos a lo largo y ancho, y mucha gente entrando y saliendo. Jorge calculaba que si al llegar a los ascensores se cruzaba con los otros, podría perderse entre la multitud. Y si esto no resultaba efectivo, quizá los nargrs no se atrevieran a mostrar su poder en público. Así resuelto intentó alcanzar los ascensores de aquella zona, pero la caja empezó a hacer fuerza hacia el otro lado. Jorge, asustado, la soltó de golpe. ¿Qué acababa de ocurrir? ¿Acaso el Bastón era algo más que un objeto mágico? Estaba paralizado.
Una luz surgió de la caja. Los transeúntes, que no eran escasos, la ignoraban. Sólo para Jorge se mostró dicha luz. Nacía de un foco dorado cuya luminosidad atravesaba el recipiente. Parecía provenir del propio Élgrabas.
En el centro de la luz una figura se conformó. Era difusa, pero se podía distinguir lo suficiente como para afirmar que asemejaba a un ser humano. Una especie de fantasma revelado únicamente a los ojos del almacenero. El espectro señaló en la dirección opuesta a la que pretendía ir Jorge.
-Por favor, ve por allí – dijo una voz amable que sonaba como un coro.
Todo cesó al momento. Jorge, tan asustado que hasta le castañeteaban los dientes, agarró la caja y prosiguió contumaz hacia el mismo grupo de ascensores. Miró al objeto y preguntó en voz alta:
-¿No opones ya resistencia?
Se detuvo. Al fondo del pasillo distinguió dos figuras saliendo de un ascensor. Se dio la vuelta antes de que le vieran y avanzó presto en la otra dirección. Si hubiera tenido un poco menos de miedo habría salido corriendo, pero temía llamar la atención.
Cruzó por delante de la puerta de su dormitorio. Al llegar a su altura quiso entrar, pero la caja tiró de él hacia delante. Esta vez obedeció. Ni miró hacia atrás. El corazón le bombeaba tan rápido que pensaba que se iba a desmayar. Cada paso que oía tras de sí temía que fueran los nargrs. Cerró los ojos unos instantes y pudo ver el rostro de una adolescente llorando en el patio de la escuela de estudios pre-especializados, junto a un cuadernillo y un lápiz. Mientras soñaba esto, andaba a tientas, guiado por una fuerza ajena que guiaba sus pasos. La niña de sus sueños tiró el cuadernillo y el lápiz, insultó a Jorge y salió corriendo. Jorge, oníricamente, recogió lo que la otra había tirado y... despertó. Lo hizo chocando contra un trabajador que paseaba despacio junto a un par de amigos. El otro se volvió y le increpó.
Justo enfrente, por encima del hombro del increpador, vio un ascensor para uso exclusivo del personal de la Be-tres.
-Por ella... – murmuró triunfante. – Élgrabas no caerá en manos de esos nargrs...
Una palma se posó sobre su hombro. Jorge dio un respingo.
-¿Qué murmuras? – dijo una voz. Él se giró para ver. Se trataba de un compañero de trabajo. Un buen hombre, ya entrado en años. Pero Jorge no estaba para charlas. Observó que a unos veinte metros venían los familiares de Indalecio, de modo que ignoró al amigo y galopó hacia el elevador. Los nargrs también le habían visto.
***
Un grupo de personas, todos varones menos una, se paseaban por las zonas comunes de la Be-tres. Al ver a Indalecio, un piloto salió a su encuentro.
-¿Qué ha ocurrido? – preguntó el gonacks.
-Ha desaparecido el cachirulo mágico. Y Jorge se encuentra detenido, en las dependencias de la policía estacional. No sé nada más. He finalizado el último vuelo hace nada. Cuando un compañero me ha informado de que le habían detenido, he ido a buscarle a su dormitorio y no estaba el cachirulo...
El grupo se dirigió de inmediato a la comisaría de la Be-tres. Les hicieron sentarse en una enjuta sala de espera. Un oficial atendió en su despacho a Benoit, por ser él empleado de la Be-tres. Tras un breve diálogo pidiendo algunos datos básicos, hizo dos llamadas. Al colgar el teléfono la segunda vez, se mesó la perilla y dijo:
-En un par de minutos estará aquí su jefa. Fue ella la que recomendó al muchacho para el trabajo de almacenero... pero a su vez, lo hizo porque usted prometió que se trataba de una persona responsable y trabajadora.
-Me gustaría charlar con mi amigo... Sería de gran utilidad para mí.
El oficial le invitó a esperar junto con los demás. No tardó en llegar, en efecto, la jefa de Benoit. Fue invitada a entrar al despacho. Mantuvo una charla distendida con el oficial. Luego Benoit volvió a entrar y hablaron entre los tres. Fue entonces cuando el oficial explicó el suceso.
-Verás Benoit, ¿puedo tutearte? El caso es que tu amigo, en un acceso de pánico, se coló en una nave de carga del proyecto Mosely. Al parecer tiene conocimientos de pilotaje, pero eso no le bastó para soltar amarras y lanzarse al espacio sin más. Tras despreciar las instrucciones de regulación de tráfico y salir cuando no debía, en plena maniobra de desacople se estrelló contra otro carguero. Por suerte nadie salió herido, pero imagínese cómo han quedado ambas naves. Están las dos siendo reparadas. ¿Sabes la de dinero que ha costado la broma de su amigo a las distintas empresas? Se están produciendo algunos retrasos porque tenemos dos plataformas de amarraje cortadas al tráfico. Una docena de astronautas está limpiando el lugar. Enseguida la prensa se ha lanzado a la caza de noticias morbosas... En total, la Be-tres está funcionando al cincuenta por ciento de su capacidad...
-Y ¿por qué cree que mi amigo sufrió un acceso de pánico?
-Eso es lo que nos gustaría averiguar. En las entrevistas que le hemos hecho no pudimos averiguar muy bien los motivos, pero parece que se le ha ido la chaveta. Decía que le perseguían vampiros, guerreros espaciales...
-¿Nargrs?
-Sí. Algo así. No hemos podido averiguar nada más. ¿Qué sabe usted de los nargrs de que habla su amigo?
-Pues que eran esos guerreros que dicen que fabricó el imperio en su etapa de decadencia. Son un mito para la mayoría.
-¿Usted... tú crees que existen?
-Algunas cosas para creerlas hay que verlas.
-Benoit, no me dijiste que tu amigo estaba enfermo, al revés, me prometiste que se podía confiar en él.
-Y no lo está, que yo sepa. Yo sigo confiando en él.
-Es la última vez que recomiendo a terceros. ¿Sabes el follón en que me has metido? Me van a pedir explicaciones, me van a exigir responsabilidades. Esto lo vas a compensar, Benoit, con unas largas jornadas... Por lo pronto no librarás este sábado.
***
La celda en que confinaron a Jorge tenía una ventana. Por ella podía divisar las naves destrozadas por la colisión. Aún no habían sido transportadas al taller. Algunos astronautas trataban de arreglar las cosas allí mismo. Otros se dedicaban a recoger los restos que flotaban por la zona, metiéndolos en una especie de contenedores teledirigidos.
Llevaba horas mirando. Le dolía el cuello de tenerlo girado contra la ventana. Algunas veces se frotaba con la mano, pero no desviaba la vista. Las lágrimas se le saltaban de los ojos de rato en rato. Entonces lloraba inconsolable durante unos diez minutos.
La puerta se abrió. La luz proveniente del pasillo le cegó temporalmente.
-Jorge, te estamos esperando – dijo un treintañero no uniformado. – Sígueme.
Avanzaron por un enjuto pasillo mal alumbrado.
-No me había fijado en lo tétricos que son estos calabozos – afirmó el piloto.
-Todos lo son, al menos los que yo he conocido. Luego dicen que los nargrs somos salvajes. Nosotros luchamos noblemente, respetando al enemigo.
Jorge se detuvo. Ahora estaba del todo perdido. Los nargrs le torturarían hasta encontrar el Bastón y luego le quitarían la vida. El fracaso se consumaba. Reuniendo valor dijo:
-No hay nobleza en matar a hombres y mujeres. Pero sí. Es preferible que me mates cuanto antes.
-¿Que yo te mate? Jamás a un aliado. Me llamo Jerry. Soy primo de tu amiga Hina. Ella, tus otros dos amigos y el resto están tratando de negociar con la guardia de aquí para sacarte. Yo, en cambio, soy policía desde hace más de una década. He estado en muchos lugares destinado. Sé cómo funcionan estas cosas y cómo sacarte saltándonos todo el papeleo. Eso sí, creo que te despedirán del trabajo.
***
-La verdad es que este mirador tiene unas vistas magníficas. Me gusta el lugar, muchacho – afirmó el más mayor del grupo.
-Gracias – contestó Jorge. – Suelo venir a menudo.
-No hace falta que lo jures – intervino Benoit.
-Pues ahora que hay tantos efectos artificiales la gente no mira las estrellas. Creo que soy el único trabajador de la estación que disfruta con el paisaje.
Aunque trataba de sonreír, Jorge no podía disimular la amargura.
-Hina, – ordenó uno de los más jóvenes – dile a tu amigo que vaya al grano, que nos diga dónde está Élgrabas.
-Díselo tú.
-Vaya genio tienes. Pues nada... ¡Eh! ¡Chaval! ¿Podrías hacer el favor de decirnos dónde se encuentra Élgrabas?
-Emilio, ¿acaso no eres capaz de deducirlo por ti mismo? – le increpó el anciano. – Élgrabas se encuentra en el almacén de la nave.
-Pues vaya faena, abuelo. ¿Es que el mísero humano no sabe hacer nada bien?
Cuando Emilio preguntó tal cosa, Jorge se avergonzó, encogiéndose silenciosamente. Los nargrs más jóvenes, sumándose a Emilio, se pusieron a increparle llamándole inútil.
-Ha hecho lo que ha podido – intentaban defenderle sus amigos, enzarzándose en una discusión sin rumbo.
Mientras tanto, por encima de la algazara, Jorge podía sentir la mirada silenciosa y distante de Hina. Apenas se atrevió a levantar la vista comprobando que, efectivamente, era contemplado por ella. Por esto había llorado en la prisión.
La mano del anciano le dio unas palmaditas de consuelo.
-Perdónales, son romicks. Siempre están iracundos.
-Pero yo he fracasado. No he sabido proteger el Bastón. Ni siquiera he sido capaz de arrancar la nave... Durante estos últimos días soñé con volar en cuanto se presentara la ocasión. Me imaginé... esquivando obstáculos y poniendo a Élgrabas a salvo, ante la impotencia de los enemigos y la admiración de los amigos... Sin embargo, no he estado a la altura. He hecho lo que he podido. Indalecio y Benoit tienen razón. He hecho lo que he podido... y mira lo poco que he sido capaz de hacer y lo mal que lo he hecho.
El anciano cogió de la mano a Hina y la acercó a Jorge.
-Mírale. Se cree un fracasado, habiendo dado lo mejor de sí y habiendo salvado a Élgrabas de las garras de guerreros superiores a él en fuerza y destreza. ¿Y sabes qué es lo peor? Que nosotros nos esforzamos en obviar que si la guerra no está perdida es precisamente gracias a él. – El abuelo alzó la voz para que todos le escucharan. – Nos gusta pensar que somos héroes cuando hacemos algo bien. Pero cuando alguien se sacrifica por nosotros, ¿se lo agradecemos? No. ¿Tenemos en cuenta al que lo da todo, al que arriesga su vida haciendo algo por lo que no puede ganar nada para sí mismo? En esta guerra que libramos los nargrs, ¿qué le puede importar a un humano normal esta lucha fraticida que no le corresponde? Y, sin embargo, Hina, hija, aquí tienes al hombre gracias al cual, a su prudencia, a su audacia, no hemos perdido la guerra. Mientras permanezca en el carguero, Élgrabas estará a salvo. La próxima vez - finalizó dirigiéndose a Jorge, - ten más cuidado, muchacho.
-La culpa es mía – dijo Indalecio. – Yo hablé con mi padre. Cuando Hina me confió el Bastón, le dije que no pertenecía a ninguna familia... es mentira. Pertenezco a la mafia de los Anderson... Ayer llamé a casa. No dije que estaba envuelto en la lucha por Élgrabas... pero imagino que di demasiadas pistas. Y, efectivamente, en cuanto investigaron seguro que descubrieron... Imagino que llamaron a los padres de Jorge para saber dónde estaba él. Bueno, hay muchas formas de seguir una pista...
-Pero los Anderson sois neutrales – protestó Emilio.
-Somos una mafia. No somos neutrales por moralidad, sino por posibilidad. Pero ahora...
-¿Y tú qué vas a hacer? ¿Te enfrentarás a tu familia? – preguntó preocupado el abuelo.
-Estoy con vosotros ¿no?
-No me lo puedo creer – continuó Emilio. Y es que, mientras los más jóvenes de la familia de Hina se llevaban las manos a la cabeza y murmuraban desconfiando de los compañeros que les había tocado en gracia, el abuelo se abrazaba a cada uno de ellos y les daba las gracias por su ayuda.
La estación orbital Be-tres empezó a temblar. De pronto hubo varias sacudidas bruscas, acompañadas de sonidos como de explosiones. Todos perdieron el equilibrio. Los nargrs se levantaron de un salto. Los humanos tardaron un poco más en ponerse en pie. Sobre la cúpula se distinguían algunas naves de combate cruzando de un lado a otro velozmente.
-¡Van a destruir la estación! – exclamó el anciano.
-Pero ¿de dónde han salido esas naves? – gritó un nargrs.
-Mi familia tiene acceso a material bélico – reflexionó Indalecio Anderson. – Pero no pilotos... De los Draco he oído, en cambio, que controlan ciertas rutas comerciales interplanetarias.
-¿Una alianza? ¿Y por qué quieren destruir la estación?
-Una rata se esconde en las alcantarillas cuando hay alcantarillas.
-¡Pero esto puede destruir a las dos familias! No podrán impedir que las autoridades les caigan encima... No podrán seguir actuando en la sombra tras esto...
Una nueva explosión les hizo caer nuevamente al suelo.
-¿Quien les podrá impedir nada si se hacen con Élgrabas? – añadió Jorge. – Hay que evitar que destruyan la estación. Tenemos que alejarlos. ¿Algún plan, Benoit?
-Sí – al joven piloto le brillaban los ojos. – Lo tengo todo en mente. Seguidme. Vamos a por un par de naves.
Benoit entró en un ascensor seguido del resto.
-Pero no dejarán salir a nadie. Ahora mismo estarán disparando contra todas las naves que permanezcan amarradas.
-Lo sé. Pero ignoran que no todas las naves de esta estación están en los dedos de amarre. Los dos últimos modelos del proyecto Mosely se encuentran aún en el simulador.
-¿Naves inacabadas?
-Al contrario, las mantienen en el simulador por cuestiones protocolarias. Se trata de las dos últimas naves del proyecto, con una capacidad de teletransporte de carga de hasta treinta kilómetros. El simulador está en el piso más bajo y tiene salida precisamente en el subsuelo. Hemos de darnos prisa, antes de que destruyan el carguero de Jorge y atrapen el cachirulo.
-Dices dos naves... – replicó Emilio. - ¿Quién las pilotará?
-Yo y Jorge.
-¿Jorge? ¿El que se ha estrellado?
-Sí. ¿Algún problema?
-¿Confías en él?
-Ya ha volado una vez. Ya no es un novato.
Una nueva sacudida hizo que la luz del ascensor se apagara y el motor se detuviera. Rápidamente, el anciano tomó la iniciativa. De su mano salieron unas cuchillas que agujerearon el suelo, abriendo un butrón.
-Que los humanos y el gonaks se cuelguen a las espaldas de los romicks.
Emilio miró serio a Jorge. Le señaló con el dedo y dijo:
-Tú, a mi espalda. Sube.
El muchacho montó a lomos del nargrs. El abuelo saltó al interior del agujero y Emilio, con Jorge a cuestas, le siguió. Por unos instantes cayeron al vacío, para pasmo del piloto y disfrute del nargrs. Acto seguido salieron de las manos de Emilio unos punzones que se alargaron hasta quedar clavados en las paredes de uno y otro lado. Luego hizo desaparecer un punzón y lo volvió a crear, pero ensartándolo más abajo. Repitió la operación con la otra mano y así comenzaron a descender por el hueco del ascensor. Primero el punzón izquierdo, luego el derecho. Cada vez a mayor velocidad. El abuelo, que iba más abajo y que descendía de igual manera que Emilio, levantó la vista.
-¿Ya estamos todos? ¿En qué piso debemos detenernos?
-No se preocupe, es el piso más bajo de todos. Siga hasta llegar al fondo – gritó una voz.
-Entonces corramos.
La agilidad del anciano daba vértigo. Parecía imposible que pudiera descender con tal destreza. Jorge lo contemplaba absorto, al tiempo que escuchaba respirar a Emilio, casi incapaz de mantener el ritmo que marcaba su abuelo. El propio Jorge sentía cierto vértigo de la velocidad a la que descendían, pero aquello también le fascinaba.
-Si no fuerais guerreros, la de cosas buenas que podríais hacer... – le dijo a su portador.
El abuelo, queriendo acelerar, se dejó caer durante unos metros. Pasados unos segundos de caída libre volvió a crear los punzones y se detuvo. Pero seguidamente repitió la operación.
-Vaya, tu abuelo se nos escapa... – volvió a hablar Jorge sin darse cuenta de cómo podrían ser interpretadas sus palabras.
-Tú lo has querido.
Emilio imitó al progenitor, descendiendo de forma igualmente brusca. Podía notar el miedo en el tembloroso Jorge, pues el descenso era muy violento y acelerado. Hubo un momento, tras una seca parada que coincidió con un nuevo temblor de las estructuras de la estación, en que el humano se resbaló hacia un lado y quedó colgando del nargrs. Este hizo un giro velocísimo y Jorge, sin comerlo ni beberlo, volvió a su espalda.
Segundos más tarde estaban ya todos en el piso más bajo.
Apenas había pasado un minuto y medio desde que comenzaran el descenso, pero a todos se les había hecho larguísimo, por eso salieron ansiosos hacia el simulador.
***
“Dispara a aquellas dos naves averiadas.”
“Eso es absurdo. Ya están estropeadas. Ahí no hay nada ni nadie.”
“Tú destrúyelas, así al menos no serán un estorbo.”
“Lo que ordenes, hermano.”
Una nave ligera de guerra apuntó contra dos cargueros averiados que flotaban junto a la estación orbital Be-tres y disparó contra ellos proyectiles multi-explosivos hasta que ambas naves quedaron totalmente desintegradas. Élgrabas flotaba allí, entre los restos navales.
“Joan, hemano, soy Robert. He encontrado algo. Voy a acercarme.”
“¿Qué has encontrado?”
“No me atrevo a afirmarlo con rotundidad, parece una especie de bastón de oro.”
“Voy para allá. ¿Habéis oído, compañeros?”
“Perfectamente. Aún así creo que hay que asegurarse de que ninguna nave salga de la estación, por si acaso. Joan y Robert, comprobad si se trata de Élgrabas. Los demás, mientras no haya confirmación, continuad el ataque. El maldito escudo antimeteoros de esta estación continúa repeliendo la mayor parte de los disparos.”
“Jefe, dos cargueros han aparecido en la parte inferior de la Be-tres. No tenemos cubierta esa zona. Toman rumbos distintos. Una se aleja. He comenzado a seguirla, pero ya me saca bastante distancia.”
“¿Y qué ocurre con la otra nave?”
“Yo la estoy viendo. Se dirige hacia Joan y Robert.”
“Entonces no hay duda. Buscan el Bastón. Seguid a la segunda nave, olvidaros de la otra.”
***
Benoit, que pilotaba el carguero Mosely PF5, se giró para avisar a su único pasajero.
-Indalecio, baja a la bodega de carga. Espera junto a una puerta que tiene un letrero escrito con las palabras “Cápsula Uno de Teletransporte”. Mantén activado el intercomunicador. Cuando te diga te introduces y recoges el Bastón. Ahí están esos malditos. Atacaré con el láser antimeteoros para alejarlos. Eso nos dará el tiempo suficiente... espero.
Como un loco se lanzó Benoit hacia la zona donde estaban las naves enemigas, ya a punto de apropiarse del Bastón. Robert se había puesto el traje espacial y había salido personalmente a recoger la mercancía. Nadaba torpemente hacia Élgrabas, estirando y encogiendo la cuerda que lo mantenía atado a la nave, cuando empezaron a llover disparos láser. Rápidamente pulsó el botón que tenía en la muñeca y de inmediato se tensó la cuerda, arrastrándole al interior de su embarcación. Varios disparos impactaron en el caso del vehículo. Los daños eran menores, pero había que reaccionar. Tanto Robert como los seis pilotos que aguardaban cerca de Élgrabas se alejaron por unos segundos, preparados para ejecutar una perfecta maniobra de emboscada de la que el enemigo jamás podría salir vivo.
Benoit introdujo unos datos en un computador de la cabina.
-Esas son las coordenadas... ¿o no...? Maldita sea... Hay que hacerlo ya. Bueno, para esto nací... – pensó en voz alta mientras pulsaba el botón. – Preparado Indalecio.
Una compuerta se abrió en el lateral de la nave. Un rayo azul alcanzó a Élgrabas y seguidamente el Bastón dejó de estar en el espacio. Había desaparecido a la vista de todos.
-Indalecio, entra en la cápsula. ¡Ya lo tenemos!
El gonacks entró y, efectivamente, encontró la joya allí. Pero la puerta se cerró repentinamente. Indalecio no podía salir. Estaba atrapado en la cápsula de teletransponrte.
-¿Qué estás haciendo, Benoit?
-Dile a Jorge y a los demás que fue un honor conoceros.
-¿De qué estás hablando?
-Voy a despresurizar la cabina en la que te encuentras. Coge aire. Durante los próximos instantes lo vas a necesitar. Parece que les he dejado boquiabiertos. Aún no han reaccionado... ¡Jorge! ¡Jorge! Aquí Benoit... Prepara la cabina número uno para recibir la mercancía...
“De acuerdo... Despresurizando... Abriendo compuerta... Cabina preparada.¡Benoit! Cabina número uno preparada. Envíalo.”
-Coge aire, Indalecio. – La nave de Benoit sufrió una fuerte sacudida, fruto del impacto de un disparo enemigo. – Despresurizando. Despresurización lograda. Abriendo compuerta... Preparando...
Indalecio no había cogido aire, pues con la sacudida lo había soltado todo de golpe, y de pronto se hallaba sin oxígeno, aferrado a Élgrabas, viendo cómo se abría la compuerta de la cápsula, la que daba al espacio. Sintió que su última visión sería la de las estrellas. Pero tenía a Élgrabas entre los brazos. Si lo utilizaba, tal vez... “El poder de Élgrabas es infinito...” De pronto un calor tremendo le recorrió el cuerpo y perdió la consciencia.
***
“Jefe, el carguero ha disparado contra nosotros. Preparamos maniobra envolvente.”
“Perfecto. Atacad en cuanto estéis preparados. Que no quede ni un tornillo.”
“¡Alto! Jefe, el carguero ha disparado nuevamente. Esta vez contra Élgrabas. El Bastón ha desaparecido. Detenemos la maniobra a la espera de nuevas órdenes. ¿Qué tipo de nave será esa?”
“¿Y qué ha hecho con el Bastón?”
“El Bastón es indestructible. No puede haberse desintegrado.”
“Un rayo azul ¿decís?”
Durante unos segundos no se escucha nada. Tras la breve espera, vuelve a rugir la voz del jefe:
“Es una tecnología experimental. Sirve para el teletransporte de materiales... Básicamente lo que ha hecho ha sido atrapar el Bastón. Ese rayo azul no es ningún arma. ¡Fuego a discreción! Que no escape.”
“Yo no la tengo a tiro aún...”
“Yo sí. Abro fuego. Primer proyectil multi-explosivo. Impacto. La nave enemiga presenta daños, pero continua avanzando... Vuelve a disparar el rayo azul. No puedo precisar cuál ha sido su objetivo.”
“Parece ser que ha disparado a algún objetivo lejano. El rayo se pierde en la inmensidad del espacio.”
“Esos rayos tienen un alcance máximo muy limitado. Tres o cuatro kilómetros a lo sumo.”
“A tres o cuatro kilómetros en esa dirección no hay nada. Ni a tres o cuatro, ni a cinco o seis.”
“Si no veis el objetivo es que os está intentando distraer. No caigáis en el engaño. Volcaos sobre la nave.”
“Abro fuego. Proyectil multi-explosivo. Fallé. Ha logrado esquivarme.”
“Abro fuego. Proyectil multi-explosivo. Impacto. Ha perdido tres impulsores laterales.”
“Abro fuego. Proyectil multi-explosivo. Ha esquivado. Parece buen piloto.”
“Abro fuego. Proyectil multi-explosivo. También a mí me ha esquivado.”
“A los pilotos uno a tres: Disparad una lluvia de rayos antimeteoros. Los demás seguid disparando los proyectiles muti-explosivos. Comunicad sólo los daños.”
“La fuerte lluvia láser ha inutilizado un cuarto impulsor lateral. Los láser apenas logran daños contra este tipo de naves.”
“Sí, pero los disparos láser encubren a los proyectiles multi-explosivo; no ceséis.”
“Impacto multi-explosivo. Cédula de motores desprendidos. La nave flota sin rumbo.”
“Impacto multi-explosivo. Cabina del piloto reventada. Un cuerpo humano flota en el espacio.”
“Impacto. Cuerpo humano desintegrado.”
“Impacto. Últimos restos de la nave desintegrados. Élgrabas no está aquí.”
“Nos han engañado. Volvemos a casa. Diré al comandante que rastree la ruta de la otra nave. A estas horas ¿quién sabe dónde se encuentran?”
***
Indalecio abrió los ojos y aspiró profundamente. Permanecía en la cápsula de teletransporte abrazado a Élgrabas, allí sí había aire y la compuerta exterior estaba cerrada. ¿Habría sido una especie de pesadilla? La puertezuela interior se giró. Jorge le miró desde el otro lado:
-¿Qué haces tú aquí?
-No. ¿Qué haces tú aquí?
-Quedamos en que yo conduciría esta nave... Un momento... Si Benoit te ha teletransportado junto con el Bastón...
-¿Me ha teletransportado? Ahora entiendo...
-¿Qué ocurrió?
-Me dijo que recogiera el Bastón y me encerró en la cápsula de teletransporte. Después alcanzaron su nave, la compuerta de la cápsula se abrió... y yo... he aparecido aquí.
***
La nave Mosely PF6, gemela de la ya inexistente Mosely PF5, volaba perdida en los cielos de Esperanza. El nombre que el planeta ostentaba fue dado por los astronautas que comenzaron su colonización. Habían recorrido durante décadas el espacio buscando un lugar habitable. Cuando la desolación y la vejez conquistaron sus corazones, se encontraron con este nuevo mundo. Tanta había sido la amargura de no haber encontrado nada a pesar de los duros esfuerzos de toda una vida que, al descubrirlo, unánimemente se les ocurrió el nombre de Esperanza. Pero de esto hace ya milenios y la memoria de aquello se perdió en el decurso de los siglos.
Sólo un piloto y dos pasajeros viajaban en la Mosely PF6. Hacía veinticuatro horas que habían abandonado la estación orbital.
-¿Cuánto tiempo crees que podremos mantenernos escondidos? – preguntó Hina, entrando en la cabina del piloto. Él miraba al infinito del espacio. – Jorge, - insistió ella, tocándole para que reaccionara - ¿cuánto tiempo calculas que tardarán en descubrirnos?
-No lo sé. Es posible que no nos echen de menos. Puede que incluso den a esta nave por destruida. Habrá un recuento de personal y naves en la Be-tres. La gente y las embarcaciones desaparecidas... Eso les supondrá mucho trabajo. A Benoit le darán por desaparecido. Mientras nos mantengamos alejados de las estaciones, espaciopuertos y rutas de navegación, no creo ni que nos busquen.
-Entiendo. – Hina se disponía a salir del habitáculo, pero Jorge le rogó:
-Por favor, no te vayas. Quédate un rato. Me gustaría hablar...
-Está bien.
Hina se sentó en el asiento del copiloto, mirando a las estrellas.
-Llevo todo el tiempo pensando en mi amigo. No puedo quitarme su muerte de la cabeza. Tú no conociste apenas a Benoit. Yo le he tenido como compañero... y amigo... estos últimos años. Desde que cayó Élgrabas en nuestras manos él tuvo planeado este fin. Sabía cómo moriría. Cuando pienso en él... Cada vez estoy más seguro de que sabía cuál sería su final... Mientras yo soñaba con ser un héroe... él se preparaba para el martirio. Estaba siempre informado de todas y cada una de las naves que pasaban y habían de pasar por la Be-tres. Cuáles estaban en reparaciones y cuáles a pleno funcionamiento. Cuáles vigiladas por fuerzas de seguridad y cuáles no. Sabía qué compañías y qué modelos navales harían uso de la Be-tres, qué llevaban en su interior, de qué personal disponían... Incluso se llegó a enterar de que existían estos prototipos – afirmó señalando la propia nave, – cosa que la mayoría ignorábamos.
-Era un chico preparado.
-Sí. Lo era. Y yo, mientras, con mantener mi puesto de trabajo y soñar con que un día llegaría a ser un héroe y todos me aplaudirían... incluso tú. Con soñar, pero sin hacer nada, me bastaba. Él, mientras, preparaba su muerte, su inmolación. Y nadie lo supo. Nos engañó a todos con su sonrisa confiada y esa voz firme, que despejaba toda duda en el oyente... Nos dijo “vosotros dejádmelos a mí, yo me encargo, les distraeré, sé cómo hacerlo, que Indalecio me acompañe...” y le creímos. Quisimos pensar que la distracción no le costaría. Al fin y al cabo, era un gran piloto. Si alguien podía centrar sobre sí la atención de esos cazas y vivir para contarlo... si alguien podía hacerlo, él era el elegido. Decía que no había nacido nargrs que superara su pilotaje. Pero estoy seguro de que también sabía que no se enfrentaba a rivales en igualdad de condiciones. Y nosotros dejamos que nos embaucaran sus frases y su entusiasmo...
-Pero él sólo dijo que les distraería. En realidad no mintió ni engañó a nadie.
-Es cierto, fuimos nosotros los que quisimos pensar... Él fue como yo hubiera querido ser. Valiente, astuto, decidido, abnegado.... honrado. Se estudió al dedillo la mecánica del teletransporte en los cargueros del proyecto Mosely. Conocía cada particularidad de cada uno... Él fue el que me enseñó las cosas básicas. También me traía un listado, cada día, con todas las naves que iban a embarcar y desembarcar en la Be-tres durante la siguiente jornada. En el listado venían detalladas las características principales de las mismas y las facilidades o dificultades que había para colarse en ellas y ponerlas en marcha. Y yo... Si yo fuera la mitad que él, quizá habría podido salvarle la vida.
-Pero tú no eres él. – Hina contestaba con sequedad. Su voz carecía de pasión, desalmada. Las palabras se le clavaban a Jorge en los huesos, pero en aquellos momentos se mostraba imperturbable.
-Cuando nos diste el Bastón en confianza, Hina, yo sólo pensé en que tenía una oportunidad única de impresionarte. Durante tanto tiempo llevaba enamorado de ti... Pero un día desapareciste y sólo me quedó el recuerdo. Cuando volviste a aparecer renacieron los sentimientos que siempre procesé. Y egoístamente no quise más que impresionarte. ¿Qué hubiera pasado si en vez de pensar en cómo conquistarte, hubiera dedicado la mitad de tiempo al estudio de estrategias, la mitad sólo, del que empleó Benoit?
-¿De verdad me querías tanto? – La voz de ella se dulcificó un poco.
-Durante años no me atreví a declararme. Me parecía que el mundo empezaba y acababa en ti... y eso, de algún modo, me ahogaba. Pero ahora... me doy cuenta de lo miserable que es angustiarse pensando en si me quieres o no. Hay tanta guerra y sufrimiento que eso se convierte en intranscendente. Si antes me ahogaba decirte que te amaba, ahora, ya ves, no me cuesta nada hablar de ello... Por eso, dime, Hina, necesito saberlo: ¿Qué es exactamente Élgrabas?
-Élgrabas es lo que traerá la paz a la humanidad. Pero ni siquiera los propios nargrs somos capaces de entenderlo del todo. Sé que sólo se comunica con mujeres. Al menos, así ha sido hasta hoy. De ahí que cuando, al oír aquellos gritos de socorro de los civiles, mi familia decidió quedarse en la Be-tres a ayudar, me pidieron que yo embarcara contigo. Élgrabas, de algún modo, nos guía hasta un futuro mejor. Sin embargo, nunca impone su voluntad. Sólo nos guía. Lo que hagamos después es cosa nuestra.
-Así que está vivo.
-Es algo más allá de la vida. No podemos precisar el qué. Hubo una fuerza mágica al principio de los tiempos. Un “algo” que lo creó todo. Los Hombres Sabios encontraron la manera de comunicarse con ese algo. Lo escuchaban y seguían su voluntad. Pero a los miserables corazones humanos no les gustó aquella voluntad divina y eliminamos a los Hombres Sabios. Fruto de la ira somos los nargrs. Por eso tendemos al mal y la violencia. No obstante, ese algo consiguió hacer perdurar su voz a través de Élgrabas. No me preguntes cómo lo hizo, ni quién talló el oro de que está hecho. Desde que fue creado, Élgrabas surca el Universo buscando a los mejores hombres y mujeres, dispuestos, preparados para hacer el mejor trabajo, la labor más importante hecha nunca, esa que algún día traerá la paz y la justicia a cada casa, a cada pueblo, a cada nación... y mientras busca a los prohombres se deposita en las manos, precisamente, de los hijos de la ira. Pero no sé más. ¿De verdad me querías tanto? No lo entiendo. ¿Por qué? Apenas me conocías realmente. Nunca conociste mi verdadera naturaleza de nargrs, ni cuál era mi destino. En realidad, ¿qué podías conocer tú de mí?
-Normalmente permaneces callada. Como en segundo plano. Pero en ocasiones alguien o algo toca tus fibras y te sueltas a hablar... como ahora. Tu verdadera naturaleza no se reduce a tu condición guerrera o mágica. ¿De verdad Élgrabas sólo se comunica con mujeres?
-Con dirucks o con los hombres y mujeres especiales de los que te he hablado, para invitarles a viajar en su interior hasta que llegue el momento de restaurar la paz y la justicia. Aparte de eso, ¿qué imagen puedes tener tú de mí?
-No es cierto lo que dices. Élgrabas se comunicó conmigo. ¿Qué explicación tiene eso?
-¿De verdad?
-Sí. Tiró de mí. Me indicó el camino. Una especie de fantasma, con una extraña voz, me pidió que fuera en la dirección contraria a la que iba.
-No sé qué explicación podría tener. ¡Qué raro! Élgrabas sólo se comunica con mujeres... es más, sólo lo hace con algunas. No todas las dirucks son capaces de oír su voz. Y, por lo que cuentas, a ti no te ha invitado a viajar en su interior. ¿En serio puedes comunicarte con él?
-¿Es que acaso tú no puedes?
-Bueno, en realidad sólo me he comunicado con Élgrabas un par de veces. La verdad es que no soy yo quien se comunica con él, sino él conmigo... Comprenderás que empiezo a sentirme incómoda con esta conversación.
-Sí, supongo que sí.
Hina se levantó del asiento. Jorge la cogió de la mano, mirando a las estrellas.
-¿No tienes curiosidad por saber en qué pensaba cuando Élgrabas habló conmigo?
-¿En qué pensabas?
-En ti.
Hina se soltó.
-Te he dicho que me hacía sentir incómoda.
-Tienes razón. Por un momento me pareció que estaba relacionado. Élgrabas sólo se comunica con las mujeres... y, sin embargo, lo hizo conmigo... justo cuando toda mi fuerza de voluntad estaba orientada hacia ti, una mujer. Quizá tenga relación, ¿no?
-Quizá.
-Por cierto, ¿has visto a Indalecio? Me gustaría hablar con él.
-Estás muy sereno tú hoy. La última vez que le vi estaba llorando. Miraba una foto de sus padres. Supongo que eran sus padres. No quise entrometerme.
***
Interior de la Mosely PF6. Sala de descanso. Un holograma mostraba a Emilio, primo de Hina.
-Los Draco y los Anderson se encuentran en problemas. Por un lado las demás mafias nargrs, queriendo permanecer en la penumbra, les han declarado una guerra tácita, expulsándoles de las esferas de poder. El pueblo se ha levantado en armas contra las dos familias. El ataque a la Be-tres les ha desenmascarado. La opinión pública vuelve a hablar de los nargrs, aunque de forma confusa. Lo bueno de todo esto es que va a hacerse una buena limpieza en muchos estamentos e instituciones. Aunque tampoco hay que pensar que se acabará con la corrupción, claro. Pero sí se limpiará bastante.
-¿Cuantos humanos murieron en el ataque a la estación? – preguntó la joven dirucks.
-Se han recogido los restos de diecisiete cadáveres. Hay al menos otros tantos desaparecidos. Los heridos fueron muy numerosos, pero ya están todos a salvo. La verdad es que si tus amigos no hubieran actuado como lo hicieron, estaríamos hablando de miles de muertos. Aunque, ¿cómo le explicas algo así a los familiares de las víctimas? A pesar de todo, me alegró emplear nuestras habilidades de nargrs en ayudar a la gente, en vez de batallar.
-¿Y vosotros?
-Aquí estamos todos bien. Deseando volver a ver a nuestra niña mimada. ¿Cómo estáis por ahí?
-Bien.
-¿Seguro?
-Sí.
-Me alegro. Te dejo, no vaya a ser que rastreen esta llamada. Aunque lo dudo, porque no saben si existís o no. Estáis en las listas de desaparecidos. Bueno, adiós.
-Adiós.
Fue apagar el holograma y encenderse una luz dorada tras Hina. Esta se giró. Mientras lo hacía, la realidad fue sucumbiendo, convirtiéndose en otra. Entre dos montañas rocosas y secas, en lo profundo de un valle, la mujer se encontró frente a una paupérrima casa de adobe. Un nombre empezó a resonar por todo el valle. La escasa vegetación se conmocionó ante tal estruendo. Un viento muy fuerte sopló desde el interior de la casa. El rostro de un muchacho se fue haciendo visible allí dentro.
Todo cesó de golpe. Hina volvía a encontrarse la nave espacial, en pie, junto a Élgrabas, que descansaba sobre una mesa. A la dirucks aún le pitaban los oídos. Se sentía como si hubiera despertado de un profundo sueño.
Corrió hasta la cabina. Por el pasillo tropezó con Indalecio.
-¡Ya sé adónde debemos dirigirnos! – le espetó al pasar.
Cuando alcanzó al piloto repitió la frase.
-Pues dímelo, que vamos allá de inmediato – respondió Jorge.
***
En el seno de una familia muy pobre nació, diecisiete años atrás, uno de esos hombres que siempre permanecen en la infancia. Como era el benjamín le amaron con especial cariño.
Los hermanos, el padre, la madre e incluso la abuela, que era una jorobada, sorda y coja, aparte de extremadamente anciana; todos trabajaban por míseros salarios en la casa del terrateniente. Todos, menos el benjamín. Él apenas hablaba. No se valía por si mismo. Era incapaz de sumar dos más dos. Aunque había aprendido a recoger los platos y cubiertos tras la comida o la cena, las raras veces que había cena.
En ocasiones se enfadaba y gruñía, pero enseguida se le pasaba. No era rencoroso, quizá porque le resultaba demasiado difícil comprender los trucos que empleamos los demás para guardar rencor sin olvidar las afrentas. Antes de que le pidieras perdón ya te había perdonado.
Siempre había alguien en casa, cuidándole, pues no sólo era incapaz de valerse por sí mismo, sino que a veces hacía cosas que podían ser peligrosas, ya que no comprendía su peligro.
Daba mucho trabajo a sus ya ocupados hermanos y padres. Mas era el ojito derecho de todos, aunque ocasionalmente perdían la paciencia con él; no era fácil tratarle. A veces se empeñaba en algo y como no había forma de hacerle comprender que eso era imposible, se enfadaba y pataleaba, o trataba de conseguir su objetivo a la fuerza. Con diecisiete años que tenía ya, no era sencillo para unos brazos cansados de duras jornadas laborales, refrenar a aquel niño eterno.
Pero el joven Mario había empezado a comportarse de un modo extraño las últimas semanas. No jugaba, apenas sí comía la comida que apenas sí había, no dormía, protestaba más de lo habitual cuando le mandaban a la cama... Se sentaba junto al ventanuco, mirando las estrellas. Allí pasaba el día. No quitaba la vista de los luceros celestes. Cuando alguien se le acercaba, él decía:
-Adiós, adiós...
Y lanzaba besos torpes con la mano. Si la persona en cuestión insistía, Mario sonreía y le decía:
-Ven, ven...
Al acercarse el otro o la otra, Mario daba un abrazo y afirmaba:
-Te echa de menos... Adiós.
Ante aquel comportamiento extraño, sólo su madre halló una explicación:
-Se prepara para un viaje.
Pero al resto de la familia se les hacía aquello demasiado tétrico como para aceptarlo. Con mucho esfuerzo lograron quitarle a la madre la idea del viaje místico. La argumentación que dio su padre fue la que, por ser más racional, aceptaron todos:
-Su mente es inaccesible. Se le ve feliz. Vive en su mundo particular. Hoy su mundo es así y mañana cambiará. Pero tarde o temprano volverá a la normalidad. Lo único que hay que hacer es insistir lo suficiente en que coma, para que no se desnutra. Por lo demás, si él es feliz, ¿para qué vamos a intentar alterar nada?
Pero una noche descendió una gigantesca nave del espacio y se quedó flotando a un metro escaso del suelo. Detenida junto a la casa de adobe, abrió una compuerta y descendieron tres personas. La mujer de en medio llevaba una especie de cetro de oro entre sus manos. Mario se excitó y empezó a dar saltos, agarrado a lo que podríamos llamar alféizar de la ventana. Sus gritos de alegría despertaron a todos. El padre y los dos hermanos varones salieron a proteger la casa de aquellos extraños, armados con la fregona, la escoba y un cuchillo de la cocina.
-¿Qué ocurre aquí?
-Élgrabas busca un hombre, para llevar a cabo el trabajo más importante del mundo.
-¿De qué habláis, forasteros?
Pero la madre se abrió paso entre los varones y se dejó caer a los pies de los recién llegados, suplicante.
-No os lo llevéis, por favor. No os llevéis a mi hijo... Por lo que más queráis.
-Mujer, – dijo Hina – nosotros no nos llevaremos a nadie que no quiera venir. De hecho, es el Bastón – alzó el báculo de oro para que todos lo vieran – quien hace la llamada. Nosotros somos meros servidores. Venimos amistosamente.
-¿Qué queréis de nosotros, si puede saberse? – insistió el padre belicoso.
Hina empezó por explicar quienes eran ellos y luego siguió con Élgrabas. Les habló de las aventuras y desventuras por proteger al Bastón, del sacrificio que tuvo que hacer Benoit... Habló tanto que amaneció y algunos se fueron a trabajar. La madre y la abuela aprovecharon la ausencia del padre para invitar a los extraños a entrar.
La familia entera fue haciéndose a la idea de perder a su más amado miembro. Pero no era la muerte o un destino penoso al que se dirigía Mario, sino todo lo contrario. Por eso y, sobre todo, por la hasta entonces misteriosa actitud del propio chaval, fue por lo que terminaron dejándose convencer. Celebraron una fiesta en su honor, vaciando la poco llena despensa, para vergüenza de los bien alimentados visitantes.
Llegada la medianoche Hina pidió a todos que se sentaran en círculo, tras haber retirado a un lado la mesa y las banquetas del comedor. Colocó a Élgrabas en el punto central para después alejarse, sentándose entre la madre y la abuela del elegido. Al poco, unos débiles destellos surgieron del Bastón, acompañados de una especie de aurora nebulosa, que se levantó hasta alcanzar un metro de altura. Luego continúo creciendo, horizontalmente, hacia Mario. El infante adolescente se había mostrado muy excitado el día entero, mas al llegar la nebulosa lumínica a su cuerpo, le había embriagado una especie de felicidad serena. Miraba él al infinito, como si estuviera contemplando a alguien más allá de este mundo. Todos pudieron entreoír como unos murmullos de multitudes lejanas, desprendiéndose de aquel halo mágico que manaba de Élgrabas. Como si estuviera hablando con tales multitudes, Mario respondió:
-Sí. Estoy seguro... Sí. Claro que quiero.
La luz se intensificó hasta deslumbrar a los presentes, que se taparon los ojos. Al cesar la luminosidad todo había acabado. La nebulosa había desaparecido. Los murmullos ya no se escuchaban. De Mario sólo quedaban las ropas, amontonadas sobre sí en el lugar donde instantes antes se había sentado él. Un silencio confuso sobrecogió la casa. Un silencio tenso en el que todos querían hablar, pero ninguno parecía saber de qué. Finalmente, el padre del muchacho lo rompió:
-No lo entiendo. Sé que es feliz. Más que por lo que me habéis contado vosotros, por lo que veía en su rostro los últimos días. Él está ahora en un lugar mejor, a la espera de acontecimientos que yo no comprendo... Pero ¿qué podrá aportar él a la humanidad? Decís que el suyo es el trabajo más importante del mundo. ¿Qué trabajo puede hacer alguien como él? ¿Qué tiene mi hijo de especial para ser elegido por esta cosa? Sé que él es feliz ahora mismo. Pero no lo entiendo.
-¿No hacía ni aportaba nada especial? – preguntó Jorge, inquieto. - ¿Nunca?
La madre contestó mientras intentaba contener las lágrimas.
-No me imagino a esta familia sin él. Si Mario no hubiera nacido, todo en esta casa habría sido muy distinto. Habilidades no tenía. Daba mucho trabajo. Tenerle aquí lo hacía todo más complicado. Pero yo quería tenerle aquí. Yo le amaba. Todos le amábamos... No se me ocurre un trabajo más importante que enseñar a amar. Y él nos enseñó a todos.
***
Gris y silenciosa estancia. Anastasio, de los Anderson, escribe despacio en su escritorio. Sobre el buró reposa un tintero en el que unta la pluma. Ruidos más allá de la puerta le hacen alzar la vista. Lo hace sin pasión. Vuelve los ojos a la hoja en blanco y continúa escribiendo, ejercitando aquel antiquísimo método perdido en los confines del tiempo, cuando la raza humana convivía o guerreaba en un único planeta, mucho antes del I Desdoblamiento Científico.
De cuando en cuando deja la pluma hundida en el tintero y alza el folio, contemplándolo. Sonríe amargamente y retoma su tarea.
Nuevamente ruidos. Sollozos de una mujer de mediana edad. Pasos. Comentarios en voz no muy alta, como de quien no quiere molestar. Unos golpecitos en la puerta.
Anastasio trata de ignorar la llamada volviendo sobre su escrito. Los nudillos de alguien vuelven a llamar. Guarda Anastasio la hoja en un cajón, así como el tintero con la pluma en otro. Resopla y se cruza de brazos. Tercera llamada.
-¡Adelante!
No puede el hombre disimular su asombro al ver aparecer a Indalecio, su hijo. Los ojos se le inundan de lágrimas. Pero el vástago permanece inmóvil, con mirada acusadora. Anastasio se levanta y abre los brazos. La imperturbabilidad de Indalecio le hace dudar. Finalmente su gesto se vuelve grave y su voz habla con severidad:
-¿Qué es lo que vienes a buscar en casa de tus padres?
-Murieron más de treinta personas en la estación.
-Lo sé, hijo mío. No hay una hora en que esos hechos no me atormenten. Pero yo no estuve allí. En cuanto tu amigo se metió en la zona reservada al personal de la Be-tres, tu tío y yo nos marchamos, y ya no volví a pisar el lugar.
-Tú buscabas el Bastón como el que más.
-¿Valdría de algo que te pidiera perdón?
-¿Cómo me puedo fiar de ti?
-No puedes. Sería una imprudencia por tu parte. Pero tienes que saber que lo siento. No quiero que pienses que tu padre ignora su culpa en la masacre.
-Un amigo mío murió a manos de los Draco. ¡Yo estaba con él instantes antes de que le mataran! ¿Cómo pudieron los Anderson aliarse con ellos?
-Creímos que podríamos conseguir atrapar a Élgrabas.
-¿Y tiranizar el Universo?
-No... Bueno. Quisimos creer que mejor estaría el Bastón en nuestras manos que en unas equivocadas.
-Élgrabas rige su propio destino y, por lo que vi hace unos días, posiblemente rija el destino del Universo. Todo lo que hacéis va en contra suya, y por eso generáis dolor y muerte.
-Pensábamos que podríamos emplear su poder para gobernar con justicia.
-¿Y quién te ha dicho a ti que los hombres han de ser gobernados por hombres? ¿Quién gobernará a los gobernantes para que estos sean justos?
-Te he dicho que lo siento.
-Yo también lo siento, padre. No puedo luchar contra ti.
-No tendrás que hacerlo. La organización se derrumba. La sangre de aquellas personas ha salpicado con tanta fuerza a los Draco y los Anderson que las familias...
-¡Mafias querrás decir!
-...las mafias están siendo desarboladas. Es posible que tu madre y yo pasemos por la cárcel. Todo esto toca a su fin. El pueblo odia a los nargrs, nos quieren a todos muertos. No volveré a ser tu enemigo nunca más.
-Eso lo veré con el tiempo. Mientras tanto, no lucharé contra mi familia. A no ser que ésta me obligue a elegir entre ella y Élgrabas.
-Entonces, ¿te quedarás a cenar?
-Quizá, algún día, podamos reconciliarnos. Pero ese día no será hoy.
***
Dos enamorados contemplaban el cielo tumbados sobre la hierba, en un lugar tranquilo y aislado del planeta. Nada ni nadie les molestaba. El cri-cri de los grillos era la música que escuchaban y las estrellas el paisaje que se abría ante sus ojos extasiados.
-Sé que no eres nargrs. ¿Qué hacía alguien como tú, trabajando para los Draco?
-Mi madre era humana. Mi padre es un Draco. Mi hermano es un Draco. Soy una Draco.
-Anneka, te he echado de menos. Te prometí que te traería aquí y lo he hecho. No puedes ni imaginar lo feliz que soy en estos momentos.
-Yo también he deseado estar aquí, contigo, Indalecio. Temí tanto por tu vida...
-Ahí arriba, en las estrellas, tengo a un amigo. Sé que Benoit nos mira desde el cielo. Y sé que protegerá a Jorge y a Hina.
-¿Le querías, a Benoit?
-Cuando murió pensé mucho en él. Era muy inteligente. Desde el principio supo que moriría y, para que no nos diéramos cuenta de su plan, para que no nos interpusiéramos, me dijo que fuera con él. Y todos creímos que confiaba en mí para sacarle de algún modo las castañas del fuego. Pero él sabía que yo no podía hacer nada. Sólo me arrastró consigo para que no sospecháramos de su plan y luego me lanzó lejos, hasta la otra nave... Cuando quise darme cuenta de lo que había pasado él había muerto y yo estaba a salvo, en la embarcación de Jorge. Él había atraído sobre sí a todo el ejército enemigo. Se había asegurado la muerte porque con ello nos aseguraba a los demás la vida. Gracias a él puedo estar ahora contigo, Anneka. Cuanto más lo pienso, más le aprecio.
***
El interior de una nave flotando en la ionosfera artificial del planeta Esperanza. La compuerta de la cabina se abrió. Jorge, que llevaba un rato mirando a otros mundos, pegó un respingo.
-Me has asustado – dijo al ver entrar a Hina.
-Lo siento. Venía a decirte que Élgrabas me ha hablado. Me ha dicho que hay que partir...
-¿Adónde?
-Debe cruzar las estrellas hacia los Mundos Comerciales.
-¿Hay allí otro niño?
-No lo sé.
-Harás las maletas y te irás... Tengo aquí algo que... Es una tontería. Se te perdió hace años, seguro que ni lo recuerdas. – Jorge extrajo un cuadernillo atado a un lápiz con un fino lazo. – Hace años te encantaba dibujar. Cuando lo hacías eras feliz.
Hina cogió la ofrenda silenciosamente. Desató el lazo y empezó a pasar páginas, contemplando los dibujos con lentitud. Como si las palabras brotaran sin querer, manteniendo los cinco sentidos orientados al cuaderno, preguntó:
-¿Lo has guardado todo este tiempo?
-Como un tesoro.
Ella levantó las pupilas brillantes por las lágrimas y le brindó una sonrisa a Jorge.
-¿Quieres que te diga cuál es mi favorito?
-¿Cuál?
Jorge, sin quitarle el cuaderno, poniéndose a su lado, pasó algunas páginas hasta la que había marcada con un doblez en la esquina superior. En dicha hoja estaba dibujado el perfil del rostro de un niño de facciones muy similares a las del piloto.
-Este. Desde que me vi dibujado en tu cuaderno supe que habías atrapado para siempre.
Ella acercó el rostro hasta besar sus labios. Luego se fundieron en un abrazo. Sin separarse, le rogó:
-No me dejes nunca.
-¿Quieres que cruce las estrellas contigo?
-Sí, por favor.
Jorge besó su frente.
-Será un placer. Temí que no me lo pidieras...
***
Una semana más tarde partieron, surcando las inmensidades del universo. Gracias a un familiar de Hina, que se había infiltrado entre los controladores de un espaciopuerto, pudieron programar los faros-E y navegar a través de los mundos. Aquel fue el primero de sus muchos viajes y ésta que acabo de contar la primera de sus aventuras. Juntos se hicieron uno y entregaron la vida a Élgrabas. Tuvieron hijos netamente humanos, los cuales, llegado el momento, legaron la lucha a otros nargrs. Por desgracia, casi nadie recuerda los episodios históricos de Élgrabas y es difícil establecer qué ocurrió con exactitud tras su partida de Esperanza. De hecho, lo aquí contado también es ampliamente desconocido y yo creo que se debe a que los hombres y mujeres de hoy ya no alzan la vista a las estrellas, ni leen las historias pasadas que en ellas están escritas.