viernes, 20 de noviembre de 2009

Sentido



1.
Eran las tres de la tarde. Los cinco compañeros bajaban en ascensor.
-Vaya día... Menos mal que ya es viernes – dijo Iker, aflojándose la corbata. – Me voy a quitar estos zapatos nada más entrar en el coche y... ¡Hasta el lunes a las siete!
-¿Tenéis planes para esta noche? – preguntó Gabino. – Me sé un sitio donde ponen buena música. Voy a ir con mi novia esta noche.
Parecía que se hacía el consenso. Todos menos uno, Juan, el más reservado, aceptaron acudir a las once.
-Y tú, ¿no te animas? – le inquirió Gabino.
-Es que tengo cosas importantes que hacer.
-No me digas que eres de los que se llevan el trabajo a casa...
-No. No es eso. Digo cosas importantes.
-¿Y no puedes hacerlo otro día?
-No me tires de la lengua... preferiría no contarlo.
-¡Jo, una misión secreta!
-No te rías... que es serio.
-¿Es algo familiar? En ese caso...
-Pues mira no, no es eso. Voy a ir a un acto contra el aborto. ¿Contento?
La algazara cesó. Las miradas se intercambiaron inquietas y el ascensor abrió las puertas. Juan salió. El ascensor se cerró y bajó hasta el garaje. Los compañeros seguían mirándose entre sí. Hasta que Gabino rompió el silencio:
-Es un tío raro. No hay que darle más vueltas. Dice que es de izquierdas, va a actos contra el aborto, no bebe ni fuma... Hace pintadas pidiendo libertad para los sin papeles, que una vez me lo encontré pintando... ¿Sabéis que la semana pasada rechazó un ascenso? Decía que no era honrado ganar tanto dinero... Y eso que cobra la mitad que tú y que yo, ¿eh?
-Eso es porque no tiene hipoteca, seguro...

2.
Gabino había bebido un par de copas de más y se desparramaba en el asiento, con el vaso de tubo en la mano, viendo baliar a Cata. No entendía muy bien lo que acababa de ocurrir. Las luces tenues del local se encendían y apagaban rítmicamente. Por encima de las voces sonaba música electrónica de compás lento, con un cantante que decía cosas como “te quiero” , “te deseo” y “tus muslos”.
Gabino ya no tenía ganas de nada. Ahora miraba a Iker, que también estaba borracho pero, al revés que él, parecía divertirse mucho en la pista de baile... Quería matarle. ¿Pero qué iba a hacer? Cata se había enfadado sin que Gabino supiera calmarla. El enfado había ido subiendo de tono hasta que ella había dicho algo así:
-Te dejo. ¡Aléjate de mí para siempre!
Ahora él miraba el fondo del vaso. Sólo quedaba un pedacito de hielo bañado en su propia agua.
-Y eso que le dolían los pies al muy c... – acertó a murmurar.
Enrique se le acercó:
-¿Qué dices?
-¡Que te follen!
-¿Qué? No te oigo.
Gabino hizo un gesto con la mano, como de que no pasaba nada. Enrique se volvió a retirar. Él y Lucio llevaban un rato hablando con un grupo de mujeres que acababan de conocer.
Gabino seguía embebido en sí.
-¡Qué gran hijo de la...! ¡Qué puta gran...! ¡Qué cabrón!
Se puso en pie. Pensó en el pasado reciente. Mientras él bebía en la barra, tras cortar con Cata, se le había acercado Iker:
-Oye, ¿estás bien?
-Sí.
-¿Es verdad que habéis roto?
-Sí.
-¿De verdad estás bien?
-Sí.
-¿Seguro?
-Sí, sí, es una puta. No quiero saber nada de ella. Me la pela. Que haga lo que le dé la gana.
-Entonces...
-Entonces ¿qué?
-No, nada... Yo... No, nada, olvídalo...
-... Ah, es eso. Puedes follártela, por mí... Ya es pasado, ¿sabes? ¡Que se joda!
-¿En serio? Oye, yo... Somos colegas y si tú no quieres...
-Haz lo que quieras...
-Es que me parece que me está tirando los trastos...
-Sí. Lo tenía que haber visto venir.
-¿El qué?
-De todos mis amigos, tú eras el único del que hablaba bien.
-¿En serio...? Lo siento. No, no lo voy a intentar... Somos colegas...
-Aún te faltan unas copas. Ya veremos lo que ocurre a las tres...
Gabino regresó al presente y miró cómo, sin dejar de bailar, Cata e Iker se besaban los morros. Alzó la muñeca para mirar la hora...
-¡Qué hijo de la gran puta! ¡Las dos y media!
El vaso se le escurrió de las manos y se hizo añicos al entrar en contacto con el suelo. Esto le enfureció aún mas. Bufando dio un paso, luego otro... Iba apartando a la gente a empujones. Cuando llegó hasta Iker, le volteó cogiéndole del hombro y le apuntó con el puño.
-¡Tío, tío, somos colegas! – él dudó. Cata se puso entre medias:
-¿Qué? ¿Qué vas a hacer? Ya no estamos juntos. Puedo hacer lo que me de la gana.
Entonces, Gabino la cogió de la pechera y la arrastró hasta la pared. Estaba totalmente fuera de sí. En ese instante hicieron acto de presencia los gorilas, que le inmovilizaron y le sacaron del local.

3.
Miró el reloj: Las cinco de la mañana. Tenía sueño, estaba mareado, quería vomitar. Se levantó de la cama completamente desnudo. Aquel no era su hogar. Era la habitación de un burdel. Se acercó a la papelera y vomitó. Se dirigió a su ropa y rebuscó hasta que encontró un pañuelo de papel. Se limpió la boca... En la cama había una adolescente desnuda. Una china con cara de niña. Un escalofrío le recorrió el cuerpo.
-¿Qué edad tienes? ¿Eres mayor de edad?
-Cincuenta euro – respondió ella.
-¿Sabes español?
-Cincuenta euro.
Gabino se vistió a todo correr y pagó todo el dinero que tenía. Luego besó en la frente a la china, con ternura, y le dijo:
-Perdóname. Por favor. Yo, esta noche... He perdido el control... Perdóname. Siempre me han dado asco los puteros, pero esta noche... Perdóname, no me di cuenta de que eras una niña...
-Cincuenta euro, bien – dijo la china tras contar el dinero.

4.
Estaba sentado al borde de su cama, sólo, en la penumbra. Esta vez sí era su cama, sí era el piso que había comprado a medias con Cata y que aún estaba por pagar en su mayor parte.
No podía dejar de pensar. Tenía una botella de cristal entre las manos. Estaba vacía.
-Espero que no te hayas quedado embarazada... – murmuró. - ¿Qué culpa tienes tú? ¡Qué asco!
En un ataque de ira golpeó la botella contra el suelo. Una parte se despedazó. La otra mitad resistió en sujeta a la mano. Miró su irregular borde de cristal. Pasó el dedo por encima y se cortó. Lo dejó gotear, indiferente.
-¿Será que los raros somos nosotros...? ¡Eh, Juan! – se sonrió.
Volvió a mirar al afilado cristal.
-¡Para qué...! ¡Esta puta vida no cambiará nunca!

5.
El sol iluminó el dormitorio, colándose a través de la ventana. El despertador empezó a sonar, como a diario, a la espera de que lo apagaran. Cata entró en la habitación riéndose, entre los brazos de Iker, miró a la cama y... las escorrentías escarlata manaban de Gabino, que yacía boca arriba con un trozo de botella incrustado en el estómago.

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