Parte 1: Historia 1
Según contaban los rumores, en las casas de distintas familias, caída ya la noche, los padres veían una inmensa luz salir de la habitación de sus hijos y acudían alarmados, a ver que pasaba. Cuando entraban todo estaba en orden, excepto por una cosa: su hijo, o hijos, habían desaparecido. Pero lo más sorprendente es que, a la mañana siguiente, como si nada hubiera sucedido, los jóvenes salían de sus cuartos, sanos y salvos… y los padres no sabían si alegrarse o echarse a temblar.
No tardaron en aparecer otros rumores, hablando de otra historia igualmente fantástica e inexplicable. Sus propagadores, con frecuencia, mostraban un cambio radical en su actitud y manera de ser, después de anunciar los extraños sucesos con auténtico pavor. Hablaban de apariciones, de fantasmas, de fiestas espectrales, e incluso de orgías demoníacas… Lo sorprendente no era que dichos testigos dejaban de pronto de hablar de aquello, ni que transformaran su modus vivendi. Lo verdaderamente llamativo era el cómo, la conversión que actuaba en su interior: Estos individuos, normalmente, solían ser los de peor fama de la región. Sus vidas eran desordenadas, sus palabras deshonestas, sus actos hedonistas… Un día empezaban a anunciar que habían visto aterradoras aglomeraciones de fantasmas y el pánico se apoderaba de sus vidas. Desde entonces, pasaban las horas temblando por todo, sospechando de todo, temiendo las más inverosímiles desgracias, sufriendo de forma paranoica… Hasta que otro día se transformaban en hombres nuevos. Dejaban de hablar de espectros y sucesos paranormales. Empezaban a vivir como individuos honestos, juiciosos y bondadosos.
El joven Paul, un adolescente aparentemente corriente, no le hacía mucho caso a nada de esto. Estaba centrado en sus estudios y no quería dejarse llevar por las habladurías en boga. Iba y venía del instituto, hacía sus deberes en casa, pasaba algunos ratos con los amigos, sobre todo en fines de semana… Pero una ocasión, a la salida del instituto, tropezó con el grupo de abusones de su clase. Le estaban exigiendo dinero a un compañero bajito y flaco. Este se negó a dárselo:
-El que tengo no es mío. Me lo ha prestado mi madre y tengo que devolvérselo.
Entonces le sacudieron una bofetada. A Paul se le removieron las entrañas. Por un lado no quería consentir aquello. Por otro tenía miedo. Estaba seguro de que si intervenía él sería quien acabase cobrando. Tenía mucho miedo. Quería irse de allí. Pero su conciencia le retenía contra su voluntad. Los abusones le dieron una segunda bofetada a su víctima quien, llorando, sacó unas monedas del bolsillo y se las ofreció. Los otros se mofaron.
-¿Y esto es todo lo que tienes?
-Sí.
-No te creo…
-Es todo lo que tengo. ¡De verdad! ¡En serio!
Los puños de los grandotes se prepararon de nuevo.
Finalmente venció la conciencia y Paul corrió a interponerse entre la victima y los agresores.
-Vaya, si es nuestro compañero Paul. El repelente de Paul...
-¿Sabéis? Desde hace meses busco una excusa para sacudir a Paul.
Como sospechó, lo único que consiguió es que los palos recayeran sobre sí, en vez de sobre el otro. Los abusones se desahogaron bien. Una vez cansados decidieron marcharse. Según se alejaban, Paul se levantaba dolorosamente del suelo.
El desconocido se presentó, le dio las gracias a Paul y se ofreció a ayudarle. Él no quiso ayudas. Sonrió y le restó importancia a lo acontecido, aunque le dolía todo el cuerpo y le salía sangre por la comisura del labio. Cada uno tomó, entonces, el camino de casa.
Unos metros más adelante, Paul se encontró con un mendigo. Siempre estaba allí. Paul pasaba a menudo por aquel lugar, sin hacer mucho caso de su presencia, aunque a veces le echaba un fugaz vistazo y descubría que los ojos claros del mendicante le respondían con una mirada penetrante. El mendigo se le acercó y le saludó:
-Hola.
-Hola.
-Siempre te veo pasar.
Paul volvió a sonreír.
-He visto lo ocurrido. ¿Cómo te llamas?
-Paul… ¿y tú?
-Jesús. Mira, quiero darte algo para calmar tus dolores…
Entonces el mendigo rebuscó entre las raídas ropas. Tanteó en distintos bolsillos y agujeros, hasta que sacó un pedazo de pan. A Paul se le cayó el alma al suelo, pero no se atrevió a rechazar el regalo.
-Gracias.
-No lo comas con rencor.
***
Paul tenía el pan sobre la mesilla. Estaba sentado al borde de la cama y lo miraba fijamente. Lo cogió, se lo llevó a la boca, mordió...
-¡Ay!
Duro como el cemento. Lo volvió a dejar sobre la mesilla y se acostó.
***
El autobús estaba a rebosar. Justo delante de Paul, que iba de pie, había una espalda cargada con una mochila de la que sobresalían papeles. El vehículo se detuvo, los cuerpos se balancearon tratando de luchar contra la inercia... Las puertas se abrieron y un grupo de personas bajó. La espalda de la mochila también. Un folio arrugado se cayó al suelo. Paul lo recogió presto, pero al incorporarse para dárselo a su dueño vio que las puertas se acababan de cerrar y el mundo exterior se quedaba atrás.
En el papel había algo escrito, unos versos:
“¿Qué perdimos los hombres al avanzar la vida?
¿Qué es la vida sin amor?
¿Qué el amor sin perdón?
Si el pan fuera como nuestros corazones...
¿podríamos comer, o nos romperíamos los dientes?”
***
Paul miraba al pedazo de pan duro que había sobre su mesilla.
-Incluso a aquel grupo de abusones... No les odio. De verdad. He estado pensando. Quizá son así porque su vida es... De verdad que no les odio...
Tomó el mendrugo entre sus manos, mordió y una gran luz blanca lo invadió todo por unos segundos.
Parte 2: Historia 2
Damir, por edad, debería ir unos cursos más avanzado, pero resulta que lo que más le gustaba de los libros de texto era la manera en que ardían.
Se trataba de un joven alto, ancho de hombros, atlético y con gran carisma. Sabía cómo embaucar a las chicas y cómo manipular a los de su pandilla. Unas veces empleando palabras, otras empleando la fuerza, siempre lograba su propósito. Menos con Draga.
-No lo entiendo. Yo podría tener a quien quisiera... con sólo hacer así – chiscó los dedos.
Ron era, quizá, el único con el que compartía algo de amistad. Se trataba de un joven de su edad, también de cierta corpulencia y tan gamberro como él.
-Tú lo has dicho. Olvídala. Sólo es una piva más.
-Sólo una piva más. Es cierto.
***
A la salida del instituto estaba toda la pandilla reunida. Se encontraban a unos diez metros de la puerta. Damir hacía chistes y los muchachos se los reían. Al alzar la vista vio a Draga, allá lejos.
-Hey, tronco. ¿Qué te he dicho? – le susurró Ron al oído.
-Sólo es una piva más – contestó Damir en el mismo tono.
A Draga se le había acercado un chaval y ambos hablaban amistosamente. Luego la chica tomó un camino y el chaval otro.
-¿Qué os parece si vamos a divertirnos un rato? – propuso Damir.
-¿Qué estás pensando?
-Hagamos que un pringao nos pague unas cervezas.
La pandilla avanzó hasta alcanzar al chaval que instantes antes hablara con Draga. Lo rodearon y le empezaron a zarandear. Luego le pidieron dinero. El chaval se negó.
-El que tengo no es mío. Me lo ha prestado mi madre y tengo que devolvérselo.
Los otros se rieron. Damir, furioso, abrió la mano y atizó la víctima. Nuevas risas. Ron imitó a su amigo. El muchacho rompió a llorar y les entregó la calderilla que traía consigo.
-¿Y esto es todo lo que tienes?
-Sí.
-No te creo…
-Es todo lo que tengo. ¡De verdad! ¡En serio!
Damir se remangó, levantó un brazo para sacudirle y... Alguien se interpuso.
-Vaya, si es nuestro compañero Paul. El repelente de Paul...
-¿Sabéis? Desde hace meses busco una excusa para sacudir a Paul.
A Paul le cayeron golpes hasta que Damir dijo:
-Esto empieza a ser aburrido. Vámonos a por unas cervezas.
***
Cuando Damir llegó a casa encontró a su madre dormida en el sofá, con la tele puesta, un cigarrillo aún humeante en una mano y una botella en la otra. La miró fijamente durante un rato. De seguido le quitó la botella y el cigarrillo. Se fue a la cocina, vació la botella y apagó el pitillo, tirándolos después a la basura. Apoyando la espalda contra la pared, se dejó caer sobre los talones y se puso a llorar.
***
Cierta noche dio un paseo por el barrio, disfrutando del frío nocturno, del silente respirar de la ciudad. Sentía como si estuviera él solo en el mundo... Al cruzar una esquina llegó a la plaza de La Mesa Solitaria. Se trataba de un lugar normalmente inhabitado. Había una mesa redonda en el centro. Soplaba brisa.
Poco a poco se fueron levantando murmullos.
Damir se detuvo. Miró a la mesa. No, allí no había nadie, no podían provenir de allí.
Mas los murmullos iban en aumento. Ahora podía distinguir, incluso, una alegre musiquilla de fondo.
Damir miró fijamente. Un leve escalofrío le recorrió el cuerpo.
Ya podía escuchar claramente las carcajadas, los aplausos, las canciones que cantaban... De pronto aparecieron los espectros sentados en derredor de la mesa. Todos vestían túnicas blancas. Damir quería marcharse, pero estaba tan confuso que no se movió. Entonces, tres de los espectros se volvieron hacia él y ¡los reconoció! El muchacho al que le había robado dinero, Paul y Draga le miraban fijamente. Cuando se levantaron y caminaron hacia él, Damir echó a correr espantado.
***
Desde entonces apenas dormía. Tenía los nervios a flor de piel. Su rostro estaba demacrado. Diríase que de un momento a otro iba a darle un ataque. Iba a clase y se sentaba en el rincón más alejado al resto. No decía nada. Ya no causaba problemas, ni usaba la fuerza. Ahora temía a todos.
Una noche convenció a Ron de que le acompañase.
-Los he visto... Los he visto... – repetía durante el trayecto.
Sin salir de la calle que conducía a la plaza de La Mesa Solitaria, Damir se apretó contra la esquina y asomó la cabeza, temeroso. Luego volvió a esconderse.
-¡Ahí están! Otra vez, ¿los ves? ¡Están ahí!
-Yo no veo nada. Absolutamente nada.
-¿Ni siquiera los oyes? ¿No puedes escuchar sus risas infernales?
-Ahí no hay nadie. Vámonos a casa.
-Pero están ahí...
***
La abuela y el nieto comían con aparente tranquilidad en la mesa camilla.
-Abuela – dijo Damir, - ¿tú crees en los espíritus?
-Todos tenemos un espíritu.
-No me refiero a eso. Quiero decir: fantasmas.
-Últimamente se habla mucho de fantasmas. De apariciones y desapariciones... Una no sabe lo que creer. De todos modos no creo que haya que darle mucha importancia. Tú trata de ser un buen muchacho en todo lo que hagas.
-¿Qué quieres decir?
-Que busques siempre la Verdad.
-¿La Verdad?
Damir bajó los ojos. Su voz se volvió trémula, contrita.
-Abuela. No soy un buen nieto. Me meto en líos, abuso de los débiles, me emborracho... y, bueno, ya sabes cómo ando en los estudios... Nunca te digo la Verdad de lo que hago. Siempre te miento…
La anciana le miró fijamente. Una lágrima resbaló por su mejilla.
-¡Ojalá tu madre me hubiera dicho algo así a tu edad!
-Entonces, ¿no estás enfadada conmigo?
La mujer se levantó y abrazó la cabeza del nieto contra su pecho.
-Cuando me has empezado a hablar me he sentido defraudada, pero... ¿quién no ha obrado mal en su vida? Eres mi nieto. Estoy obligada a perdonarte, ¿no?
Parte 3: Dos historias que se unen
Aunque había intentado explicarles lo acontecido, sus padres no lo comprendían, de modo que Paul se rindió:
-Está bien. Lo haré delante vuestra, para que veáis por vuestros propios ojos. Pero no os asustéis, estaré bien, os lo prometo. ¡Hasta mañana!
El joven extrajo un mendrugo del bolsillo y se lo llevó a la boca. Entonces todo él comenzó a iluminarse, a brillar fluorescentemente… y repentinamente desapareció.
La madre se puso a gritar, aterrada, abrazándose a su esposo. El otro, absorto, dijo:
-Es cierto… ¡Lo que nos ha contado es cierto! Entonces… Realmente es algo bueno.
La mujer se calmó y le miró dubitativa:
-Si todo lo que nos ha contado tu hijo es cierto – prosiguió él, - entonces es que no está loco, ni le han raptado, ni nada de eso. Al revés, Paul es afortunado…
-Pero… él no está.
-Mañana por la mañana regresará.
-Pero necesita descansar…
-Mujer, ¡qué cosas tienes!
***
-La Verdad. Lo importante es descubrir la Verdad... Tengo que descubrir...
Nuevamente, Damir se agazapaba en la esquina que daba a la plaza de La Mesa Solitaria, a la espera de los fantasmas. No vio a nadie, de modo que abandonó su guarida y se fue acercando a la Mesa Solitaria sigilosamente.
-No hay nadie… Todo es fruto de mi imaginación… He tenido mucho estrés – iba diciendo.
Llegó a la altura de la mesa y todo seguía en calma. Reuniendo valor, tocó con un dedo. Al no pasar nada, empezó a reír y a tocar con la mano entera. Luego con las dos manos. Su risa se volvió histérica.
-No hay nada… sólo es mi mente, ja, ja, ja… Estoy como una regadera, ja, ja, ja…
Entonces se subió a la mesa y comenzó a taconear, mientras reía…. De pronto unas palmas le acompañaron. Y las voces de un montón de chavales riéndose y animándole a seguir taconeando… y los jóvenes que vestían con túnicas blancas se hicieron visibles. ¡Estaba rodeado!
Damir se cayó de culo. Mirase donde mirase había muchachos y muchachas que reían y cantaban. Poco a poco, las risas fueron cesando. Los ojos se clavaron en él. ¡No había escapatoria! Sin embargo, el joven de la túnica más brillante y limpia se subió a la mesa, se acercó a Damir y le abrazó.
-No temas – dijo.
Luego le ayudó a levantarse y a bajar de la mesa. Pidió una silla y se la trajeron.
-Siéntate ahí, con los demás.
Damir ya no tenía miedo, estaba estupefacto. A un lado tenía a Paul. Al otro, el desconocido zagal a quien agredió inicialmente. Ambos le miraban. El zagal abrió los brazos. Damir escondió la cabeza, como si fuese a recibir un golpe… pero recibió un abrazo… y se echó a llorar.
-Lo siento… - dijo entre lágrimas.
Luego se giró y se abrazó con Paul.
-Lo siento… estoy avergonzado….
Pero los otros no querían lágrimas.
-Lo pasado, pasado está.
Entonces alguien entonó una canción y todos empezaron a corearla, pasándose los brazos por los hombros unos a otros, sin excepción.
Damir se dio cuenta de que, por algún motivo, él también conocía esa canción, y se puso a cantar imbuido de alegría, mientras miraba en derredor. No había ni una cara triste. Todos eran felices allí. Cuando acabó la canción, un par de chavales se subieron a la mesa y empezaron a bailar break-dance. El resto aplaudía y reía.
Una mano se apoyó en el hombro de Damir. Cuando el muchacho se giró, vio a Draga, que le invitaba a levantarse. Él se levantó, la chica no quitó la mano de su hombro. En vez de eso, sin decir nada, atrapó con la otra mano la palma del joven, alejándole un par de pasos de la Mesa. Él puso la que le quedaba libre en la cintura de la zagala y empezaron a girar. Las risas de Damir ya no eran histéricas, sino serenas. Reía y bailaba.
sábado, 1 de mayo de 2010
Los tres clientes
El joven camarero se acercó a su jefe y le susurró:
-¿Conoces a aquellos tres de ahí? - Se refería a tres amigos que, sentados en una mesa apartada, apuraban sus vasos entre risas.
Mientras el jefe respondía, el joven guardaba el dinero en la caja y cogía el cambio.
-Sí, los conozco. Vienen todos los años, justo un día antes de Nochebuena.
-¿Sabes lo que han hecho?
-Dime.
-Cuando les he ido a cobrar, han dicho en voz alta cuanto ha ganado cada uno a lo largo del año y el que menos dinero consiguió ha pagado la cuenta.
-Sí, siempre hacen lo mismo, desde hace veinte años.
-Y ¿no te parece que es un poco humillante?
-Si tienes algún problema, díselo a ellos.
-¿En serio? Son clientes, ¿no se enfadarán?
-Ve, y díselo. Llevan veinte años viniendo, no creo que dejen de hacerlo por una impertinencia tuya. Además, sólo vienen una vez al año. Si se van tampoco perderé nada.
El joven fue allí, les devolvió el cambio, carraspeó dubitativo y les espetó lo que pensaba. Los otros rieron de buena gana y le dijeron por qué lo hacían. El joven, con los ojos a cuadros, volvió donde su jefe.
-¿Qué tal?
-Me han dicho que eligen quién paga de manera que esto suponga el mayor regalo posible para los otros.
-Y el que menos cobra, al pagar, es el que hace el mayor regalo... Jóvenes... Siempre creyendo que conocéis los criterios de los demás y que podéis judgar al mundo...
-Puede ser – sonrió maliciosamente el joven. – Pero también me han dicho que por qué no me lo has contado tú, que ya lo sabes... Tú también...
-¡Clientes en la mesa cuatro, atiéndelos!
-¿Conoces a aquellos tres de ahí? - Se refería a tres amigos que, sentados en una mesa apartada, apuraban sus vasos entre risas.
Mientras el jefe respondía, el joven guardaba el dinero en la caja y cogía el cambio.
-Sí, los conozco. Vienen todos los años, justo un día antes de Nochebuena.
-¿Sabes lo que han hecho?
-Dime.
-Cuando les he ido a cobrar, han dicho en voz alta cuanto ha ganado cada uno a lo largo del año y el que menos dinero consiguió ha pagado la cuenta.
-Sí, siempre hacen lo mismo, desde hace veinte años.
-Y ¿no te parece que es un poco humillante?
-Si tienes algún problema, díselo a ellos.
-¿En serio? Son clientes, ¿no se enfadarán?
-Ve, y díselo. Llevan veinte años viniendo, no creo que dejen de hacerlo por una impertinencia tuya. Además, sólo vienen una vez al año. Si se van tampoco perderé nada.
El joven fue allí, les devolvió el cambio, carraspeó dubitativo y les espetó lo que pensaba. Los otros rieron de buena gana y le dijeron por qué lo hacían. El joven, con los ojos a cuadros, volvió donde su jefe.
-¿Qué tal?
-Me han dicho que eligen quién paga de manera que esto suponga el mayor regalo posible para los otros.
-Y el que menos cobra, al pagar, es el que hace el mayor regalo... Jóvenes... Siempre creyendo que conocéis los criterios de los demás y que podéis judgar al mundo...
-Puede ser – sonrió maliciosamente el joven. – Pero también me han dicho que por qué no me lo has contado tú, que ya lo sabes... Tú también...
-¡Clientes en la mesa cuatro, atiéndelos!
Etiquetas:
Breves
Suscribirse a:
Entradas (Atom)