viernes, 11 de diciembre de 2009

Silencio en la oficina

Silencio. Apenas ruidos de teclados y ratones, o manos que se frotan. Rostros pensativos mirando pantallas de ordenador. De fondo un zumbido. ¿Aire acondicionado? Tal vez sea eso.

Seis personas en el mismo despacho, separadas por mamparas de apenas metro y medio, que se alzan por entre las mesas.

No hay ventanas. O sí. Lo que ocurre es que todas las ventanas dan a otros despachos, ninguna a la calle. Por eso azules persianas están bajadas. ¿Hace sol en el mundo? ¿Llueve, nieva…? No se sabe.

Junto a una mampara hay una botellita de plástico vacía, con el tapón rojo bien cerrado. No muy lejos, un teléfono. Más allá otro. Y en diferente puesto un refresco en lata, junto al teclado. Hay bolígrafos, lápices, imperdibles, calendarios… un póster, levemente rajado por abajo, de un paraíso remoto y soleado: la imagen de un mar verde, sin olas, que alcanza una costa de palmeras.

Unas hojas pegadas a en la pared tienen escrito: “Solidaridad es compartir hasta lo necesario para vivir (Juan Pablo II)”. Hay más hojas pegadas en los cristalinos canceles: De diversos tamaños y colores, contienen horarios, calendarios, contraseñas y demás.

Apenas se mueven las manos de los seis individuos.

Hay siete ordenadores. Uno de ellos, un portátil, descansa cerrado en su maletín.

Apenas parpadean los trabajadores.

De fondo se oyen palabras de mujer. En otro despacho. En otra burbuja fuera de la realidad. ¿Y cuánta gente hay en el mundo que daría lo que fuera por poder estar así?

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