Cuando, para ir al trabajo, empecé a tomar aquella línea de autobús, apenas me fijé en los rostros de la gente. Pero, poco a poco, algunos de estos se fueron volviendo conocidos. De una manera más o menos inconsciente, me fui aprendiendo incluso en qué paradas solían subir ciertos individuos y en cuáles se bajaban ciertos otros.
Había una mujer, a la que yo calculaba una edad entre los veinticinco y los treinta años, que solía entrar cuando yo ya había recorrido la mitad de mi trayecto, y se bajaba en mi misma parada. Recuerdo que una vez me aparté para que ella bajara primero y que me dijo un escueto:
-Gracias.
Era una joven de mirada firme y escasa altura. Parecía seria y educada. Transmitía cierta sensación de energía contenida, de viveza controlada. Como de alegría interior y serenidad exterior.
En ocasiones, cuando me retrasaba un poco, al llegar a su parada, ella ya no estaba. “Probablemente”, pensaba, “haya cogido el anterior autobús”. Con frecuencia, en estas ocasiones, al bajarme al final de mi trayecto, la veía sentada, esperando a otro vehículo. Allí concurrían varias líneas y ella probablemente hacía trasbordo.
Me acostumbré a ver sus ojos claros hasta el punto de que, a pesar de ser una completa desconocida, tenía que refrenarme para no saludarla como a un colega. Incluso me acostumbré a su abrigo negro.
Un día no la vi subir al autobús. Tampoco la vi al bajarme yo. Me resultó extraño, pero era algo que podía ocurrir, “se habrá retrasado, o yo me habré adelantado”. Sin embargo, tampoco la vi el día siguiente, ni al otro… Han pasado ya varios meses, y no ha vuelto a coger el autobús.
Últimamente, al mirar la prensa, vemos cómo el paro ha aumentado en tantos miles… otra vez. Y yo, al pasar por su parada, siento un vacío, una angustia… ¿Seguirá siendo su mirada firme, o se habrá vuelto trémula, dubitativa y acuosa? ¿Seguirá su presencia transmitiendo esa energía latente, o ahora transmite miedo y desesperación? ¿Madrugará para ir al quiosco a por noticias laborarles, entrará en las bolsas de trabajo de Internet o, resignada y deprimida, se quedará dando vueltas en la cama, hasta mediodía?
No creo que la vuelva a ver. Sería mucha casualidad que volviera a coger el mismo autobús, a la misma hora que yo. Puede que haya encontrado otro trabajo. Puede que simplemente cambiase de horario. Puede que su empresa se haya mudado de sede… Pueden haber pasado tantas cosas… Pero yo sigo sintiendo cierto vacío, cierta angustia, cada vez que llega su parada… y ella no entra.
jueves, 11 de marzo de 2010
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Hola Guillermo, soy Dani, del foro de Yolje, me ha gustado mucho el relato, he vivido algo parecido. Muy muy bueno el relato.Un saludo. Te invito a que le eches un vistazo al mío, si quieres ;)http://danielhenales.blogspot.com
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