viernes, 9 de julio de 2010
A la puerta del local
A la puerta del local se encuentran los amigos. Hay ruidos y trasiego de personas. La noche ha caído. Por la calle de al lado va un coche solitario. Los diálogos son distendidos y afables. Algún abrazo. Alguna risa. Unos se van y otros se quedan. Dos besos, uno por mejilla. Las conversaciones son dispares y se entrelazan. Hay quien camina entre los corrillos buscando su sitio. Hay quien pregunta por los servicios. Los hay que se sientan en cualquier lado. Hay una joven despidiendo con una sonrisa, y agitando la mano en alto, a los que se van. Hay quien mira el cielo, preocupado por si llueve.
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Cuadros
El pirata Doliente
En el doloroso mar de la soledad... un velero.
Conducido por el pirata Doliente, navega sin rumbo.
Sus entrañas arden pues le falta algo, algo importante...
Mas sigue navegando Doliente... y cuando encuentra otros veleros, los asalta y los quema, pues sólo sabe competir... y luego prosigue su perdida navegación.
Y por las noches llora. Llora, pues se siente solo... y no sabe dónde está la costa.
Conducido por el pirata Doliente, navega sin rumbo.
Sus entrañas arden pues le falta algo, algo importante...
Mas sigue navegando Doliente... y cuando encuentra otros veleros, los asalta y los quema, pues sólo sabe competir... y luego prosigue su perdida navegación.
Y por las noches llora. Llora, pues se siente solo... y no sabe dónde está la costa.
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Breves
Polaris
Polaris aparece en el cielo anunciando que el día muere, que la luz se va...
Premonición de muerte.
Y cuando parece todo perdido,
Cuando la tiniebla abarca de horizonte a horizonte...
Polaris brilla en el mar de las estrellas.
Podría ser una más, pero no lo quiere así.
Cuando la noche reina en los corazones
ella brilla con fuerza, señalando el camino, orientando al marino.
Premonición de muerte.
Y cuando parece todo perdido,
Cuando la tiniebla abarca de horizonte a horizonte...
Polaris brilla en el mar de las estrellas.
Podría ser una más, pero no lo quiere así.
Cuando la noche reina en los corazones
ella brilla con fuerza, señalando el camino, orientando al marino.
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Poesía
Pensando en corazones puros
Corazones de carne. Corazones puros…
¿Por qué lo habremos olvidado?
Ser como un niño, aun pensando como un hombre, ser como un niño…
Que los corazones corruptos buscan artes vacuas, filosofías galindas, teoremas complejos… para tratar de entender el mundo.
Que los corazones puros simple y llanamente entienden.
¡Que no necesitan de palabras fastuosas, de teoremas, ni de nombres extranjeros… para llamar al hambre, hambre; a la sed, sed; a la Verdad, Verdad; y a la mentira…! A la mentira la odian con dolor.
Miramos a las estrellas tratando de comprender lo lejano, estando ciegos con lo cercano… y creemos que eso es alzar la vista al cielo.
El corazón puro siente dolor… ¡Ya no queremos corazón puro!
Queremos sentir con la cabeza, queremos sentimientos.
No queremos sentir con el corazón, rechazamos la emoción.
El corazón puro ama con pureza. No le valen los cuentos que hoy se hacen pasar por verdades (sí, verdades ¡en plural!, lo que ya dice de su falacia).
El corazón puro no se pone excusas, no se miente, no se engaña…
El corazón puro siente dolor…
El corazón puro es siempre joven. No quiere madurar. No, si madurar implica renunciar al Ideal, a la Justicia, a la Verdad.
El corazón puro ilumina la noche, se ríe de los chistes fáciles de los amigos, disfruta de los cuentos sencillos y sonríe… sí, el corazón puro sonríe… sonríe con pasión.
¿Por qué lo habremos olvidado?
Ser como un niño, aun pensando como un hombre, ser como un niño…
Que los corazones corruptos buscan artes vacuas, filosofías galindas, teoremas complejos… para tratar de entender el mundo.
Que los corazones puros simple y llanamente entienden.
¡Que no necesitan de palabras fastuosas, de teoremas, ni de nombres extranjeros… para llamar al hambre, hambre; a la sed, sed; a la Verdad, Verdad; y a la mentira…! A la mentira la odian con dolor.
Miramos a las estrellas tratando de comprender lo lejano, estando ciegos con lo cercano… y creemos que eso es alzar la vista al cielo.
El corazón puro siente dolor… ¡Ya no queremos corazón puro!
Queremos sentir con la cabeza, queremos sentimientos.
No queremos sentir con el corazón, rechazamos la emoción.
El corazón puro ama con pureza. No le valen los cuentos que hoy se hacen pasar por verdades (sí, verdades ¡en plural!, lo que ya dice de su falacia).
El corazón puro no se pone excusas, no se miente, no se engaña…
El corazón puro siente dolor…
El corazón puro es siempre joven. No quiere madurar. No, si madurar implica renunciar al Ideal, a la Justicia, a la Verdad.
El corazón puro ilumina la noche, se ríe de los chistes fáciles de los amigos, disfruta de los cuentos sencillos y sonríe… sí, el corazón puro sonríe… sonríe con pasión.
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Poesía
Mirando
El viento meció su vista, acariciando las hojas de los árboles que tenía en derredor. Tras él danzaba la algarabía, en un día de fiesta. El sol calentaba con dulzura. Enfrente se abría el paisaje quedo con colores amarillentos y verdosos.
Se sentaba a la distancia justa ente la agitación de la multitud y la soledad. Allí podía pensar tranquilamente y gozar, como por contagio, de la alegría de todos. Y pensó que faltaba alguien. Deseó verla aparecer por el camino. Deseó ser inundado por los ojos de la garza, pero nadie apareció. Y la algazara se fue volviendo algo ajeno. Y aunque quería alegrarse, dejó de sentir aquel contagio. Los ruidos empezaban a ser molestos, pues ella no venía y él comenzaba a ser consciente de la improbabilidad de que lo hiciera. Pero siguió mirando el camino, manteniendo una ilógica esperanza... Hasta que alguien se acercó por detrás y tocó su hombro:
-¿Qué haces aquí, tan solo? – dijeron las pupilas azules.
Él sonrió sin saber qué responder. Había estado mirando en la dirección equivocada.
Se sentaba a la distancia justa ente la agitación de la multitud y la soledad. Allí podía pensar tranquilamente y gozar, como por contagio, de la alegría de todos. Y pensó que faltaba alguien. Deseó verla aparecer por el camino. Deseó ser inundado por los ojos de la garza, pero nadie apareció. Y la algazara se fue volviendo algo ajeno. Y aunque quería alegrarse, dejó de sentir aquel contagio. Los ruidos empezaban a ser molestos, pues ella no venía y él comenzaba a ser consciente de la improbabilidad de que lo hiciera. Pero siguió mirando el camino, manteniendo una ilógica esperanza... Hasta que alguien se acercó por detrás y tocó su hombro:
-¿Qué haces aquí, tan solo? – dijeron las pupilas azules.
Él sonrió sin saber qué responder. Había estado mirando en la dirección equivocada.
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Breves
Cuando sea...
Cada fin de semana se reunían los tres chavales, en un rincón perdido en la ciudad. Allí, donde no eran vistos por nadie, conspiraban utopías:
-Cuando sea mayor... – decían. Y expresaban sus sueños y anhelos largamente. Y discurrían, y filosofaban, y se planteaban la vida.
Con el tiempo sus ideas se forjaron. Cada uno se convenció de que para arreglar el mundo había un camino. Álvaro alcanzó la mayoría de edad con la idea de que lo que tenía que hacer era conseguir el poder político.
-Cuando sea alcalde... – dijo una vez. Pero en las siguientes reuniones fue ampliando sus miras y pasó de alcalde a ministro y de ministro a presidente de gobierno. Total, que a cierta edad calculaba en base a “cuando gobierne el país...”.
Benito tenía fundamentos para creer que las grandes desigualdades se producían por la cuestión del dinero. Quizá se equivocó en el camino: creyó que la solución pasaba por enriquecerse. Así, a los veintipocos tenía las miras claras y principiaba sus alocuciones diciendo:
-Cuando sea rico...
Catalino poseía un espíritu más sensible que los otros dos y veía claramente que la cosa pasaba por la moral. Sólo siendo un hombre de elevada moral podría cambiar el mundo, de modo que sus diatribas comenzaban con un:
-Cuando sea santo...
Resulta que estuvieron hablando de esto durante muchos años. Álvaro nunca llegó a ser alcalde, porque aunque él tenía mucha fe en sí mismo, se ve que los demás no le admiraban lo suficiente.
Benito, al contrario que su amigo, sí se hizo rico. Lo que ocurre es que a medida que se enriquecía, pensaba: “si me hago un poco más rico, más bien podré hacer” y constantemente buscaba maneras de enriquecerse más y más, sin sentirse nunca satisfecho.
Por último estaba Catalino, que no alcanzó la santidad porque esperaba que esta, una buena mañana, le cayera del cielo.
El día en que cumplió cuarenta años, Benito sentenció:
-No podemos cambiar el mundo. Lo único que podemos hacer es disfrutar de la vida. Me voy para siempre, porque nuestras reuniones son inútiles.
Y acto seguido se marchó. Esto causó un profundo impacto a los otros dos, que reflexionaron mucho y muy hondamente sobre lo sucedido. Al volver a juntarse, se dijeron:
-¿A qué hemos estado esperando estos años? ¿Por qué no hemos hecho algo? ¿Por qué no hacemos algo ya?
No recuerdo muy bien lo que hicieron. Fue algo muy pequeño, casi despreciable. El caso es que se pusieron en marcha y, desde entonces, el mundo es diferente.
-Cuando sea mayor... – decían. Y expresaban sus sueños y anhelos largamente. Y discurrían, y filosofaban, y se planteaban la vida.
Con el tiempo sus ideas se forjaron. Cada uno se convenció de que para arreglar el mundo había un camino. Álvaro alcanzó la mayoría de edad con la idea de que lo que tenía que hacer era conseguir el poder político.
-Cuando sea alcalde... – dijo una vez. Pero en las siguientes reuniones fue ampliando sus miras y pasó de alcalde a ministro y de ministro a presidente de gobierno. Total, que a cierta edad calculaba en base a “cuando gobierne el país...”.
Benito tenía fundamentos para creer que las grandes desigualdades se producían por la cuestión del dinero. Quizá se equivocó en el camino: creyó que la solución pasaba por enriquecerse. Así, a los veintipocos tenía las miras claras y principiaba sus alocuciones diciendo:
-Cuando sea rico...
Catalino poseía un espíritu más sensible que los otros dos y veía claramente que la cosa pasaba por la moral. Sólo siendo un hombre de elevada moral podría cambiar el mundo, de modo que sus diatribas comenzaban con un:
-Cuando sea santo...
Resulta que estuvieron hablando de esto durante muchos años. Álvaro nunca llegó a ser alcalde, porque aunque él tenía mucha fe en sí mismo, se ve que los demás no le admiraban lo suficiente.
Benito, al contrario que su amigo, sí se hizo rico. Lo que ocurre es que a medida que se enriquecía, pensaba: “si me hago un poco más rico, más bien podré hacer” y constantemente buscaba maneras de enriquecerse más y más, sin sentirse nunca satisfecho.
Por último estaba Catalino, que no alcanzó la santidad porque esperaba que esta, una buena mañana, le cayera del cielo.
El día en que cumplió cuarenta años, Benito sentenció:
-No podemos cambiar el mundo. Lo único que podemos hacer es disfrutar de la vida. Me voy para siempre, porque nuestras reuniones son inútiles.
Y acto seguido se marchó. Esto causó un profundo impacto a los otros dos, que reflexionaron mucho y muy hondamente sobre lo sucedido. Al volver a juntarse, se dijeron:
-¿A qué hemos estado esperando estos años? ¿Por qué no hemos hecho algo? ¿Por qué no hacemos algo ya?
No recuerdo muy bien lo que hicieron. Fue algo muy pequeño, casi despreciable. El caso es que se pusieron en marcha y, desde entonces, el mundo es diferente.
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Relatos varios
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