El viento meció su vista, acariciando las hojas de los árboles que tenía en derredor. Tras él danzaba la algarabía, en un día de fiesta. El sol calentaba con dulzura. Enfrente se abría el paisaje quedo con colores amarillentos y verdosos.
Se sentaba a la distancia justa ente la agitación de la multitud y la soledad. Allí podía pensar tranquilamente y gozar, como por contagio, de la alegría de todos. Y pensó que faltaba alguien. Deseó verla aparecer por el camino. Deseó ser inundado por los ojos de la garza, pero nadie apareció. Y la algazara se fue volviendo algo ajeno. Y aunque quería alegrarse, dejó de sentir aquel contagio. Los ruidos empezaban a ser molestos, pues ella no venía y él comenzaba a ser consciente de la improbabilidad de que lo hiciera. Pero siguió mirando el camino, manteniendo una ilógica esperanza... Hasta que alguien se acercó por detrás y tocó su hombro:
-¿Qué haces aquí, tan solo? – dijeron las pupilas azules.
Él sonrió sin saber qué responder. Había estado mirando en la dirección equivocada.
viernes, 9 de julio de 2010
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