viernes, 31 de diciembre de 2010

Jiménez el charlatán

Javier o Xavier Jiménez tuvo mucho éxito muy pronto, a pesar de su raro negocio.

A los dieciocho años descubrió que se le daba particularmente bien eso de hablar. Era capaz de defender cualquier idea. En las tardes con sus amigos, cuando los diálogos se convertían en enconadas disputas, Xavier (o Javier, no está claro cuál es su nombre real) nada más que por pura diversión tomaba partido primero de un bando y luego del otro. Y sus amigos se desconcertaban: Tal era su pericia lingüística que con cierta frecuencia lograba hacer parecer sus veleidosos vaivenes como algo puramente coherente y racional.

Mientras sus amigos se dedicaban a buscar sus primeros trabajos serios o se preparaban para acceder a la Universidad, él se hizo publicidad como ponente y hablador... Difundió propaganda de sí mismo a múltiples organizaciones, fundamentalmente partidos políticos, sindicatos y ONGs, aunque también a algunas empresas privadas que necesitaban limpiar su imagen.

Las llamadas tardaron en llegar, pero llegaron. Y quien le contrataba nunca se sentía defraudado. Javier (o Xavier) sabía cuáles eran sus virtudes y limitaciones, así que no se afilió a ningún partido concreto, ni se casó con ninguna otra organización. Tampoco accedió nunca a participar en televisión y rara vez lo hizo en la radio. Era perfectamente consciente de que las organizaciones contratantes nunca aceptarían que él trabajara para la competencia… y él lo hacía siempre que podía.

Tan capaz era en aquello que montó una pequeña empresa con sus secretarias, sus consejeros económicos, su sede (y las mujeres de la limpieza correspondientes), etc.. Hasta casi una treintena de empleados llegó a tener.

A los veinticinco años casi parecía el suyo un trabajo rutinario: A las 9:00 llegaba al despacho y las secretarias le pasaban información de las instituciones que querían contratarle ese día o en fechas próximas. Tras un cierto análisis descartaba los actos de mayor riesgo mediático y se centraba en los otros. Luego hacía su elección según criterios puramente empresariales: escogía aquellos actos que cuya relación “esfuerzo-ganancia” resultara mejor: Primero calculaba el total de horas que le iba a llevar incluyendo la preparación del discurso, el trayecto y el acto en sí. Después calculaba el beneficio económico. Finalmente dividía y el que mayor beneficio en “dinero/hora” le ofreciera ese era el que escogía.

Por las tardes acudía a los actos. Daba mítines, conferencias, debatía... lo que fuera. Tenía negocios con instituciones de todas las ideologías. Podía defender el internacionalismo el lunes, apoyar el nacionalismo españolista el martes, enfervorizar a las masas catalanistas el miércoles… Y todo como algo meramente rutinario. “Mientras paguen…” decía. De ahí que en ciertos círculos se le conociera como Javier Jiménez, en otros como Xavier Jiménez y, en algunos, incluso como Xavier Ximénez. Aunque se sabe a ciencia cierta que este último era falso.

Hubo situaciones difíciles que supo solventar con gran pericia, como cuando sus secretarias no se coordinaron y concertaron citas para el mismo debate radiofónico a Javier y a Xavier en una emisión que se titulaba “Estado español o naciones de España”, en el cual Javier defendería la postura del nacionalismo españolista, mientras que Xavier representaría a su oponente catalanista... De la mañana a la tarde tuvo tiempo de escribir una serie de frases y hacérselas aprender a uno de sus empleados, al que le dio también las directrices más básicas.

Ambos se presentaron como Javier y Xavier… y coló.

En cierta ocasión, no se sabe muy bien cómo (hay varias versiones al respecto y probablemente ninguna sea cierta), conoció a una mujer que decía llamarse Margarita (aunque su nombre real era Luisa Herrera).

Jiménez se enamoró de ella perdidamente y se hicieron amantes. Hay constancia de que él le había propuesto matrimonio varias veces pero ella, al parecer, le fue dando largas…

Un día Jiménez descubrió con auténtico horror que Margarita tenía casi tanta verborrea como él. Fue peor aún descubrir que también compartían su escasa afición por la Verdad. Todo se confirmó cuando, demasiado tarde para muchas cosas, la misma Margarita le confesó que ella era una periodista que buscaba hacer el reportaje de su vida y que el reportaje era él. Después de esto Margarita desapareció.

El impacto mediático que produjo la “investigación” de Margarita fue escaso. Apenas se publicaron un par de artículos en sendos periódicos locales muy minoritarios.

Todo habría seguido igual para el charlatán de no ser porque se le rompió algo en la cabeza. Realmente había amado a aquella mujer, pero resultó que quien él amaba no existía, era un cuento, una ficción inventada, un personaje interpretado magistralmente por Luisa Herrera. Se había enamorado de un espejismo, del reflejo de una fantasía...

No fue capaz de recuperarse. Poco a poco empezó a sospechar que todos los que le rodeaban tenían algo que ocultarle, que cada sonrisa escondía un interés perverso… Esto fue creciendo y de las sospechas pasó a los temores, mientras que de los posibles intereses ocultos dio paso a las grandes conspiraciones. Se volvió literalmente paranoico.

Hoy se encuentra ingresado en un hospital psiquiátrico. En el centro aún no saben si su nombre real es Javier o Xavier. Es muy difícil hablar con él. No se fía de nadie.

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