miércoles, 19 de agosto de 2009

Capítulo IV: Contranatura

La ciudad tenía calles de arena y edificios desiguales, en forma y tamaño. Entre la gente que iba de un lado para otro, bajo los aerodeslizadores, se encontraba un joven malvestido que leía una hoja de papel, la sacaba y guardaba en el bolsillo, y la releía.
No muy lejos de allí, en un diminuto escritorio insonorizado, otro hombre escribía en una pantalla táctil.
“Os digo que están ahí, no son un mito. Fueron creados para acabar con los Magos, antaño conocidos como los Hombres Sabios, en las últimas décadas del Imperio. Los nargrs fueron creados en laboratorios...”
Pero se lo pensó y borró lo escrito. Miraba a un lado. Tenía otra pantalla a la izquierda. Podía leerse lo siguiente:
“Sr. Ibeamaka: Esta es la última advertencia del periódico. No toleraremos ni un artículo más sobre ese delirio suyo llamado ‘nargrs’. Este es un periódico serio. Ha servido usted muy bien en él durante más de una década y por eso somos magnánimos. Le advertimos desde ya que no publicaremos nada más al respecto. Sus artículos serán no-editados si habla de ‘nargrs’ y magos. ¿Qué le ha pasado? Usted era un hombre serio. Un gran columnista. ¿Por qué ha empezado a hablar de esas fantasías? ¿Qué cree que gana hablando a la gente de conspiraciones, intentando convencer de fantasías delirantes? El periódico ha sufrido un duro revés por su artículo del mes pasado. Olvídese de sus delirios. Vuelva a ser el que era. Nosotros queremos que siga aquí, pero lo importante es el bien del periódico y usted ha empezado a ser una molestia. Sin pretender amenazar: Hasta ahora hemos sido magnánimos, no nos obligue a tomar medidas drásticas.”
El hombre primero llamó a la puerta. Ibeamaka exclamó:
-¡Transparencia!
La puerta holográfica que daba acceso al piso se volvió transparente. Ibeamaka se dirigió hasta ella.
-¿Qué desea?
-Verá, yo... ¿Usted escribió esto?
El de los ropajes viejos extrajo del bolsillo un artículo periodístico escrito, impreso a papel y firmado por un tal T. J. Ibeamaka. El periodista suspiró y gritó:
-¡Opacidad!
La puerta se volvió opaca. El otro volvió a llamar con fuerza. Ibeamaka esperó a que se marchara. A la mañana siguiente, el mismo joven volvió a presentarse.
-Es usted insistente – le dijo Ibeamaka sin abrir la puerta.
-Quiero que me ayude. Tengo que encontrar a una mujer.
-Es usted uno de tantos para mí, de esos que hablan de nargrs y magos pretendiendo convencerme de que saben algo. Sólo uno de cada cien tiene conocimiento fiable sobre el tema. Los noventa y nueve restantes me hacen perder infinidad de tiempo. Cuando la creí una noticia importante, el precio a pagar me pareció justo. Pero ahora, aunque usted fuese ese uno por ciento, muchacho, ya no me interesa.
-Élgrabas. En esta ciudad hay una comunidad de guardianes del Bastón.
-¿Qué? ¿Cómo sabes...?
-Sólo son una familia. Un matrimonio y sus tres hijos. La mediana es una chica de mi edad, esta es su foto. Necesito encontrarla.
-¿Quién eres tú?
-Un loco.
-¿Cómo saber que no buscas el Bastón?
-Soy humano. ¿De qué me serviría?
-Una dirucks podría convertirte en romicks.
-¿De qué está hablando?
-Está bien, entra. Discutámoslo en el comedor. ¿Cómo te llamas?
-Osvaldo.
***
-¡Baako, cierra ya la ventana! – le gritó una madre a su hija desde la habitación contigua. – Ven a cenar, que la mesa está servida.
Baako, una joven mujer, obedeció. Mientras cerraba la ventana, su madre se acercó a ella y se sentó a su lado, en el poyete.
-Hija, llevas un tiempo triste. ¿Qué te pasa?
-Yo no elegí esta vida, mamá.
-Pero lo que hacemos es especial. Es importante. Si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo hará?
-¿De verdad merece la pena luchar por una raza de seres egoístas?
-Los nargrs somos...
-Me refiero a toda la raza humana. Nargrs y normales. Guerras, persecuciones, envidias... No distinguimos el bien del mal. Sólo nos importa el interés. El dinero. ¡Qué asco de criaturas!
-Son muchos los sacrificios que hay que hacer. En ocasiones, yo también me veo sin fuerza. Pero no es esta vida atribulada la que importa.
-No te entiendo...
-Aún eres joven. Escucha a tu conciencia. Sabes qué es lo correcto. Nunca dejes de escuchar a tu conciencia. Ella te guiará en momentos como este, y con el tiempo te darás cuenta de lo hermoso del camino recorrido... y, más aún, de lo glorioso que es el futuro que estamos construyendo.
-Pero mi conciencia no está aquí.
-¿Qué quieres decir?
-Que quizá yo también sea una loca...
-Anímate, anda. Ven a cenar con los demás.
***
Ibeamaka esperaba junto a un edificio de oficinas. Concluía la jornada laboral un grupo de personas, saliendo por la puerta principal con algazara. Al ver a la mujer que buscaba se acercó a ella.
-¿Baako? Hola. Me llamo Ibeamaka. ¿Podría hablar con usted?
Baako afirmó con la cabeza. Sus ojos permanecían alerta. Las pupilas se desplazaban en todas las direcciones pretendiendo analizar la situación.
-¿Conoce usted a un tal Osvaldo?
Las pupilas se detuvieron al oír la pregunta.
-¿Quién me has dicho que eres?
-Un periodista. Un joven vino hace unas semanas en busca de ayuda. No me ha sido fácil encontrarla, señorita.
-¿Dónde está él?
-¿Podríamos hablar en privado?
***
Osvaldo estudiaba a diario. Al poco de conocer a Ibeamaka, este le había propuesto dejar de callejear, pues ganábase la vida en la calle a base de pequeños hurtos; y vivir allí una temporada. A cambio tenía que estudiar. Su anfitrión tenía obsesión por la importancia de estudiar. Osvaldo se tomaba el estudio muy en serio. Tenía veinte años y apenas sabía leer, escribir, sumar, restar, multiplicar y dividir. Descubrir las ciencias y los libros de Historia le había producido una sensación de libertad de la que no quería desprenderse.
Sumido entre libros se pasaba el día entero. Mientras, Ibeamaka gastaba sus propias vacaciones y ahorros en buscar a Baako. La conciencia de esto llenaba de energía a Osvaldo. Desde el primer día, cada vez que Ibeamaka volvía a casa, tras una larga búsqueda, Osvaldo se sobrecogía, esperando:
-¿Y bien?
-Aún nada.
Por más que fuesen pasando los días el sobrecogimiento no cesaba. Así hubo de ocurrir, pues, que cuando Ibeamaka apareció con Baako, Osvaldo se lanzó sobre su amada con lágrimas en los ojos.
-¡Baako, Baako!
Aquella noche el periodista no pudo conciliar el sueño. Sentía como si se estuviera enfrentando a las fuerzas de la naturaleza. Cuando cerraba los ojos le asaltaba la duda.
-¿Por qué? ¿Por qué? Humanos con nargrs. ¿No es ir contranatura?
Dio muchas vueltas en la cama hasta que, por fin, decidió levantarse. Al salir de la habitación vio a Baako durmiendo en el sofá, abrazándose a Osvaldo. De pronto ella abrió los ojos y le miró como un felino hambriento dispuesto a saltar sobre su presa.
-¡Ah! Eres tú – murmuró antes de volver a dormirse.
Ibeamaka salió de casa, poniéndose la gabardina negra. Hacía frío en la calle; soplaba el viento. La ciudad descansaba. Le gustaba al periodista la noche. En ocasiones como aquella solía vestir con trajes oscuros. Estos, junto con su piel bruna, le hacían sentirse seguro. Caminando entre las sombras, en silencio, tenía la certeza de que pasaba completamente desapercibido, nadie le miraba ni le tenía en cuenta. Le gustaba saberse invisible. Era como si la ciudad fuera posesión suya. Todo el caos diurno, en noches como aquellas, se convertía en un plácido paraíso que Ibeamaka sentía en lo más íntimo como propio.
Los pies le guiaron hacia el lugar donde una vez encontrara a la joven dirucks, Baako. Hizo un repaso mental a sus conocimientos acerca de las familias de protectores del Bastón: “Élgrabas es un objeto muy poderoso. Una tal Luz Oscura viaja por el Universo protegiéndolo, evitando que nadie llegue a usar su poder. Mientras la inmensa mayoría de los nargrs pelea por obtenerlo, Luz Oscura encuentra ayuda en gente como Baako y su familia, nargrs capaces de entregar su vida entera a la causa... pero ¿por qué no destruyen el Bastón sin más? ¿Por qué mantienen esa amenaza consigo? Ibeamaka, viejo zorro, tú no has ayudado gratuitamente a Osvaldo... deseas tanto acercarte al Bastón... He puesto en peligro a esos dos chavales... No, sólo ayudé a hacer realidad sus mutuos deseos.”
Tan sumido estaba en los remordimientos, dudas y preocupaciones que sin darse cuenta pasó de largo por delante del lugar de trabajo de Baako y se introdujo en una callejuela inopinadamente. A los diez minutos se había perdido por completo. Salió de su burbuja mental e intentó orientarse. Al no poder, agudizó los sentidos. Procuró observarlo todo con detenimiento y fue entonces cuando una sombra se movió con pies humanos.
-¿Quién anda ahí? – preguntó alarmado.
Al poco de empezar sus investigaciones sobre los nargrs, nada más que por miedo, se compró una pistola. A menudo, como tal noche, la llevaba encima. Extrayéndola apuntó a la nada y repitió la pregunta.
-Sé que hay alguien – añadió tembloroso.
Finalmente un hombre se dejó entrever bajo un haz de luz de luna. Parecía tranquilo, pensativo, daba la impresión de dudar qué hacer con el periodista.
-¿Por qué me sigues?
Los ojos del otro miraron con fiereza, brillando como si fueran las pupilas de un gato en la noche. A Ibeamaka le recordaron a Baako, cuando esta le miró antes de salir. La misma fiereza, un brillo similar...
-Tú has traído la desgracia a mi casa. ¿Dónde está mi hermana?
-¿Tu hermana?
-Baako.
-Sé quien eres, Sraad.
-Y yo quién eres tú. ¿De verdad crees que esa pistola podrá detener el odio de un romicks?
Ibeamaka miró el arma. Con gesto de impotencia lo guardó en el bolsillo. Alzó la vista.
-Me habías asustado... ¿De qué desgracia hablas, buen hombre?
-¿Buen hombre? Si yo te llamase buen hombre estaría faltando a la verdad. Es curioso... yo llegué a admirarte. Pensaba que si hablabas de los nargrs destaparías toda la mierda que hay debajo de la alfombra... que todos esos buitres y sus mafias quedarían al descubierto. Pero en vez de descubrir a los mafiosos y criminales... en vez de descubrir a los que gobiernan esta ciudad en la sombra... fuiste a descubrirnos a nosotros...
-¿Qué es lo que quieres decir?
-No lo sabes... ¿Cómo ibas a saberlo? Ni siquiera te has planteado que tu búsqueda ha llamado la atención, ni que tus pesquisas han dado pistas a aquellos que nada sabían sobre nosotros. ¿No se te ha ocurrido que a los que preguntabas, a su vez murmurarían? ¿No se te ha ocurrido que, mientras investigabas, había quien te señalaba con el dedo: “mira lo que hace ese, adónde va...”?
-¿Qué me estás diciendo, Sraad?
El romicks avanzó como el rayo hacia Ibeamaka y le cogió de las ropas con el puño. Alzándolo lo arrastró hasta un hogar cercano. Allí encontró el periodista la más absoluta destrucción. Tres cadáveres manchaban de sangre la salita. El de un hombre de mediana edad con el pecho abierto y el corazón arrancado. El de una mujer de similar edad partida por la mitad, de arriba abajo. Finalmente, el de un adolescente con un brazo y la cabeza separados del cuerpo.
-¡Son mis padres! ¡Y ese era mi hermano! ¡Maldito puerco! ¡Este es el resultado de tu aviesa curiosidad! – Sraad tomó aire. – Ya has visto mi dolor. Si me llevas hasta donde está mi hermana y la encuentro.... si está viva... quizá te perdone y puedas continuar existiendo por algún tiempo...
Ibeamaka sintió cómo la noche se hacía más oscura. Quería salir corriendo, pero sus piernas permanecían inmóviles. Quería dejar de mirar, pero sus ojos se recreaban en el horrendo espectáculo. “Las familias de protectores suelen guardar su condición, no sólo de protectores, sino de nargrs, en secreto. Si son descubiertos corren el riesgo de que los buscadores se les echen encima, con la esperanza de encontrar el tesoro...” se dijo, volviendo a sus pensamientos sobre Élgrabas.
-Tu hermana esta bien. Al menos lo estaba cuando yo salí de casa.
-¿Qué hace en tu casa?
-Luchar contra su destino... supongo.
-Llévame hasta allí.
***
Sraad no dijo nada al encontrar juntos a Baako y Osvaldo. Solamente se los llevó a empellones, junto con el periodista, al lugar donde yacían sus padres. Entonces sí soltó la reprimenda:
-Mientras tú te divertías, tu familia moría. ¿Quién sabe la culpa que tienes en esto?
Baako se lanzó al suelo, a los pies de su madre, y lloró. Al mismo tiempo, Sraad buscó un par de sillas, además de cuerdas, y ató y amordazó a los otros dos, dejándoles mirando a los cadáveres.
-Baako, comprendo tu dolor. Pero eres una dirucks. Aquí hay dos humanos y dos romicks muertos. Estamos en guerra.
La mirada llorosa de Baako se alzó contra su hermano.
-¡No lo haré, Sraad! ¡Son mis padres y mi hermano!
-¿Y acaso crees que tu dolor es superior al mío? Sé perfectamente cómo te sientes. Pero ¡ya está bien de sentimentalismos! Tu imprudencia sentimentalista es la que ha causado este dolor. Ha llegado la hora de que empieces a cumplir con tus deberes.
-¡Yo no elegí esta vida! – Mirando a su amado, se levantó y avanzó hacia él. - ¿Por qué los has atado? ¡Libéralos!
Sraad se acercó a los prisioneros. Contempló a Baako con reprobación.
-Si no los sueltas tú lo haré yo – dijo disponiéndose a actuar.
El romicks se interpuso. Cogiendo del cuello a su hermana la lanzó contra la pared opuesta de la estancia. Sraad se concentró. De sus manos surgió una espada. Sus rodillas se flexionaron y su cuerpo se tensó. Dijo:
-¿Quieres luchar? ¿De verdad quieres luchar? Soy un romicks herido. ¿En qué crees que estoy pensando? Estoy deseando luchar con alguien. Tengo ganas de provocar el mismo dolor y sufrimiento que a mí me han provocado. Nos prepararon para la guerra, ¿recuerdas?
-No regalaré los pensamientos y recuerdos de mi padre. No regalaré su mente y su poder a otra persona.
-Deberías hacerlo. Eres una dirucks. Es tu deber.
Baako se levantó del suelo y salió corriendo de allí. Sraad la persiguió. Afuera comenzaba a amanecer. Todavía estaban semidesiertas las calles. Sraad alcanzó a Baako, agarrándola del brazo. Ella se giró y lloró sobre su pecho. Él levantó su rostro con dulzura.
-Baako, comprendo tu dolor. Mírame a los ojos. Soy tu hermano.
-Yo no maté a papá y mamá...
-Tranquila. ¿Acaso crees que eres la única que cometió imprudencias?
-Pero es que...
-Baako, Baako... Tienes razón. Deberías marcharte. Huye. Tú no elegiste esta vida.
-¿Y Osvaldo?
-Deberías alejarte de él por un tiempo. De él y de todas las personas a las que quieras. Deberías esconderte una temporada. Yo tengo trabajo.
-¿Podré volver a ver a Osvaldo?
-Yo le diré que es mejor que permanezcáis una temporada separados... y luego... ¿quién sabe? El Universo se mueve... como decía papá.
-Adiós Sraad.
-Adiós Baako.
La joven dio media vuelta y se alejó. Sraad gritó:
-¡Haz siempre caso a tu conciencia!
Baako se detuvo. Miró a Sraad.
-Y tú... ¿qué harás?
-Yo tengo cosas que hacer, deberes que cumplir.
Baako bajó los ojos.
-Por desgracia, yo también.
***
Ibeamaka miraba aterrorizado los cadáveres. Baako y Sraad se acercaron, le desataron y le contaron cosas extrañas. Ella le dijo:
-Te cogeré de una mano. Con la otra cogeré el cadáver de mi padre. Por mí pasará su sangre hasta llegar a ti. Será un proceso doloroso. Tanto, que perderás el conocimiento. Cuando despiertes serás un romicks. Tendrás el poder de mi padre.
-No sólo eso – añadió el hermano. – Obtendrás recuerdos de papá. En tu memoria verás y sentirás lo que vio y sintió mi padre antes de morir. Esta es la forma en que el antiguo imperio, por decirlo de algún modo, resucitaba a los romicks que morían o eran sacrificados. No sólo les ahorraba el dinero de crear más guerreros, sino que les permitía obtener información muy valiosa acerca de emboscadas y demás.
-Así es como las dirucks fabricáis romicks. Sentía curiosidad... Aunque me decepciona que no podáis fabricarlos realmente...
-Lo importante - prosiguió Sraad – es que recuerdes quién mató a nuestra familia.
Baako agarró con fuerza la mano de Ibeamaka. Él sintió cómo unos diminutos aguijones de la palma de la joven se clavaban en la suya. Seguidamente un dolor inmenso cubrió la mano entera. Era como fuego. Se extendió por el brazo y cuando alcanzó el pecho todo se volvió oscuro.
***
Se hizo la luz. Ibeamaka se encontraba cenando con una mujer a la que llamaba esposa y con un chaval al que llamaba hijo. Sraad también estaba allí, pero de pie, de espaldas a la mesa.
-Voy a recoger a Baako. No me esperéis despiertos.
Sraad había tratado de mentir acerca de su hermana. Quería tranquilizar a sus padres. Pero estos le conocían y se preocupaban: Sraad en realidad ignoraba dónde estaba ella. Había salido a buscarla. Ibeamaka miró a la mujer y dijo:
-Deberíamos ir nosotros también.
-No. Si Sraad no la encuentra, ¿qué podemos hacer nosotros? Ella vendrá. Sé que está bien. Sólo se ha escapado un par de días. Pero no es una mujer cualquiera. Es tan poderosa como yo.
-Pero es mi hija y me preocupo.
-Tranquilo. Además, si regresa y no estamos, ¿cómo sabremos que ha vuelto? Sólo es una adolescente. Se cree una mujer, pero aún no lo es. Ya madurará... Por otro lado – la madre miró al chaval, - come con la boca cerrada.... por otro lado, te decía, es mejor no llamar la atención. Si levantamos mucho revuelo llamaremos la atención.
Un flash. La puerta de la entrada revienta en mil pedazos. Cinco nargrs entran por ella dispuestos al combate. Ibeamaka se levanta y le dice al chico que escape. Es desobedecido. El niño ataca con una vara filosa. El oponente esquiva hacia un lado mientras su compañero contraataca por el costado, cortándole un brazo. Según se gira para dolerse, el primero de los rivales le corta la cabeza. Ibeamaka y su esposa nada han podido hacer. Los rostros de aquellos hombres son familiares, pero la familiariedad se sale del recuerdo. Es del propio Ibeamaka, no de aquel a quien usurpa en la memoria. De aquel es la furia, la desesperación. Un ataque precipitado detenido por un escudo. Una mano le atraviesa el pecho y extrae su corazón aún latiente. Dolor, odio, miedo, fin de los recuerdos. Todo se pierde en ensoñaciones.
***
-No puedo decir nada de los rostros que he visto – comentaba Osvaldo. – Sólo sé que Sraad había salido a buscarte y mamá y papá hablaban preocupados de ti. Al menos he conocido a tu familia a través de los ojos de tu hermano. Unos hombres aparecieron. Eran nargrs y estaban dispuestos a luchar. Ataqué, fallé y ellos me mataron.
-Yo sí sé quienes eran, al menos dos de ellos – afirmó Ibeamaka. – Trabajaban conmigo en el periódico. Seguramente empezaron a vigilarme cuando comencé a investigar sobre los nargrs. Luego seguirían algunas pistas y finalmente darían con vuestra familia. Lo que no entiendo es a qué esperaban para ir a por mí y a por Baako.
-Eso lo entiendo yo – dijo Sraad en tono de reproche. – Claro que sí. Tú les condujiste hasta mi familia. ¿Para qué ir a por ti? Vigilándote podrían obtener mucha información valiosa acerca de nosotros y otros posibles enemigos.
-Y ¿por qué no fueron a por Baako o a por ti?
-Quizá no sepan que existimos. No estamos censados.
-Pero Baako ha estado conmigo.
-¿Ha hecho algo que la delate como dirucks?
-Creo que no. Supongo que no nos habrán seguido hasta aquí.
-Probablemente. Si no, ya estaríamos muertos.
-En fin. Y ahora ¿qué?
-Periodista, tienes una pista que seguir. Tira del hilo. Descubre quien es el jefe o cual es el clan de esta gente y después... habrá venganza. Es la ley de los guerreros.
***
Un hombre en una habitación ordenada de manera similar a la de Ibeamaka, recibe una llamada. Pulsa un botón. Se enciende una pantalla. En ella un rostro:
-Carlos, tenemos un problema con Ibeamaka. Ha descubierto las videocámaras que hay en su casa. Además ha colocado un aparato de distorsión de frecuencias que interfiere en los equipos que están colocados fuera. Incluso anula la frecuencia del satélite. No podemos recibir nada del interior.
-¿Cómo ha ocurrido?
-Al parecer descubrió una de las microcámaras mientras hacía limpieza. Se enfadó, buscó por toda la casa hasta descubrir la última cámara y salió a la calle a por el aparato de distorsión de frecuencias. En una hora volvió y lo activó. A partir de ahí no recibimos señal alguna del interior. Para seguir espiándole no queda más remedio que volver a entrar y reponer las cámaras.
-¿Seguro que el descubrimiento fue casual?
-¿Qué insinúas?
-¿Hay que ir a su casa? Quizá sea una trampa, Francesco.
-¿Una trampa, Carlos? Hemos trabajado con él muchos años. Es un simple humano con una cierta pericia periodística... pero un simple humano al fin y al cabo.
-Iremos a su casa. Quiero comprobar cómo es su aparato de distorsión de frecuencias. Quizá podamos estropearlo sin que se note.
-Eso sería mejor que reponer las cámaras.
-Sí, pero iremos juntos. No me fío de ese simple humano con pericia periodística.
-¿Informamos a la hermandad?
-No. Me sentiría humillado si se enteraran de esto.
-Menos mal, yo tampoco quería informar.
-Además, tampoco es para tanto.
-No lo es, ciertamente.
***
-Joanne, avisa al jefe. Los cuerpos de Francesco y Carlos han aparecido inertes en una en sus oficinas.
-Está al teléfono. Díselo tú mismo.
-¿Esteban? Sí. Soy yo, se trata de los hermanos del periódico. Sí. Muertos. No. Al parecer murieron en otro sitio. Los cadáveres fueron trasladados allí. Una broma macabra. Había inscripciones, amenazas. No lo sé. Quizá se trate de algún traidor, no podemos descartar nada. Fueron nargrs, seguro. Pues porque las heridas son de arma blanca...
***
Abrió la puerta y entró en su despacho. Las noticias eran preocupantes. En una semana las bajas ya ascendían a cinco. Todos los que participaron en la matanza de la familia de guardianes del Bastón. Se trataba de una venganza pero ¿quién? Si la familia estaba muerta ¿quién les iba a vengar en su nombre? La luz del despacho estaba apagada. Olía a tabaco.
El brillo de un puro se reavivó por instantes y unos zapatos se apoyaron en la zona de la mesa iluminada por la luna que se colaba por la ventana. Una voz habló:
-Hola, Esteban – dijo el misterioso invasor.
-¿Con quién tengo el gusto?
-Su sangre es de hielo. ¿Sabe? Cuando era un mero humano fumar me perjudicaba la salud. Pero la capacidad regenerativa de los nargrs es asombrosa. ¿Sabía que si deja malherido a un nargrs, desangrándose, por muy mal que esté, y por mucha sangre que haya perdido, termina por curarse? Si le cortas la mano, en una semana le ha salido otra nueva. ¿No es...? Pero bueno, ¿qué le voy a decir a usted? Nació romicks.
-Le repito que... ¿con quién tengo el gusto?
-Ministro, ni más ni menos. Ministro, Esteban. Las mafias nargrs se organizan de una forma tremendamente efectiva.
-La efectividad es nuestra virtud. Somos guerreros. ¿Tú eres el vengador que está aterrorizando a mis hijos?
-¿Hijos?
-Somos como una familia y yo soy su padre.
-No sois una familia, sino un ejército. Guerreros.
-¿Quién eres?
-Me llamo Ibeamaka. Hace unos días era netamente humano. Pero la matanza que tú ordenaste me convirtió en uno de vuestra raza.
-¿Y por eso te estás vengando?
-Hay un virus en la sangre de los nargrs. Es un virus llamado Violencia. Necesitas la guerra. La deseas en lo más hondo del corazón. A veces es para volverse loco, porque ese sentimiento está directamente enfrentado con tu alma humana... El corazón pide piedad... Pero ese otro deseo, la guerra, la sangre... Ahora sé por qué nos llaman vampiros. Con razón lo hacen. Ustedes, los que nacieron así, pueden aprehender a controlarlo, pero yo... ¡Esto es nuevo para mí!
-¿No estás perdiendo demasiado tiempo? ¿No vas a luchar?
Esteban preparó un escudo y una cimitarra.
-No – respondió Ibeamaka mientras fumaba. – No seré yo el que acabe contigo. Tu muerte no traerá la paz. Sólo dejará por un tiempo herida a tu organización. Saciaré mis ansias en otra ocasión, pues la tendré.
-¿Entonces?
-¡Aquí está!
Una joven armada con arco y flecha penetró en la habitación. Apuntaba al corazón de Esteban. Este quiso reaccionar, pero Baako estaba preparada. Solo tuvo que soltar la flecha.
-La venganza está cumplida. Ahora ¿qué?
-Ahora... Seguirá habiendo guerra. Ellos son muchos y nosotros sólo cuatro. Tarde o temprano nos matarán.
-¿Por qué me convertiste en nargrs?
-Era necesario.
-¿Para qué?
-Para proteger a Élgrabas.
-¿Tanto vale el Bastón? ¿Tan importante es? Además ¿dónde está?
-Lo que sé es que si un día viene Luz Oscura con Élgrabas, los únicos aliados que encontrará aquí somos nosotros.
-¿Y si no viene nunca?
-Estaremos aquí por si acaso.
-¿Por si acaso? ¿Tenemos que entregar toda la vida a un “por si acaso”?
-¿No decías que te gustaba ser un nargrs? Esto es ser un nargrs.

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