Abdel es probablemente el eslabón perdido que los historiadores buscan recurrentemente en sus ansias por descubrir cuándo los nargrs empezaron a pensar por sí mismos.
Se sabe que en su momento todos los nargrs tenían un chip introducido en el cerebro a través del cual recibían las órdenes pertinentes. Dicho chip les obligaba a perseguir un objetivo marcado, anulando su voluntad.
Abdel había viajado hasta el planeta Daerr en busca de un mago llamado Pavlov. Estaba siguiendo su pista a través de uno de los desiertos de aquel mundo. Caía ya la noche cuando alcanzó una pequeña aldea de no más de una docena de pequeñas casas. Todas ellas distribuidas a ambos lados de un camino polvoriento. Y en todas ellas sobresalían carteles: “Área de descanso”, “Restaurante”, “Motel”... Abdel sopesó la situación llegando a la conclusión de que era más prudente pasar la noche en aquel lugar que continuar caminando por la oscuridad nocturna. Entró en una de las casas, donde pidió alojamiento y cena. Había sólo una dependienta. Una mujer joven llamada Jale. Ella le dio la llave, conduciéndole primero hasta su habitación y luego hasta el comedor.
-¿Qué vas a tomar?
-Cualquier cosa que sirva para reponer fuerzas.
Dicen algunas fuentes que cuando Jale sirvió la cena a Abdel se le cayó un cuchillo en la mano del cliente y le hizo un corte. La herida sanó enseguida y así descubrió la mujer que el otro era un nargrs. Por aquel entonces se sabía qué eran los nargrs y contra quién luchaban. Pero los magos no eran sólo seres con conocimientos sobre la magia, sino hombres y mujeres sabios y justos. Protegían a los planetas de la opresión imperial y por eso los emperadores decidieron crear a los nargrs, para acabar con los magos. Su exterminio, creyeron, supondría un poder absoluto sobre los reinos y sus habitantes. No habría nada que se opusiera al poder político. Todo esto lo sabían las gentes sencillas. Jale era una mujer sencilla.
Cuando Abdel terminó la cena le sirvió una copa de vino.
-Te sentará bien – dijo. - ¿No te gustaría ser libre?
-¿Libre?
-Sí. Poder elegir tu camino.
-¿Para qué quiero poder elegir? – respondió el romicks sin saber a qué venían aquellas preguntas, tras beberse el caldo de un trago. Seguidamente lo empezó a ver todo borroso y terminó cayendo al suelo inconsciente.
-La mentira es el arma más peligrosa – debió pensar Jale.
Esta intrépida mujer había introducido potentes somníferos en el vino. Puso al guerrero sobre una mesa y le abrió el cerebro por donde la vox poluli decía que tenían el chip incrustado los nargrs. Extrajo dicho chip y dejó que la herida curase por si sola: A la mañana siguiente Abdel estaría completamente curado y sería libre.
Despertó el nargrs furioso y buscó a la mujer:
-¿Qué me diste anoche en el vino?
-Somníferos... Era necesario para extraerte el chip. No te habrías dejado...
-¿Qué chip?
Jale le enseñó una cosa negra.
-Esto anulaba tu voluntad. Perseguías a Pavlov.... nuestro querido Pavlov... Pero ahora ya no tienes por qué perseguirlo.
-Tienes suerte de que haya venido con una misión.
-Pero no tienes por qué seguir...
Abdel se encaminó mientras Jale le perseguía entre sollozos:
-No lo hagas. Ya no tienes porqué.
-Vine a este planeta con una misión y me iré cuando la haya cumplido.
Jale se detuvo llorando, mientras le veía alejarse. Otros aldeanos salieron a su encuentro.
-¿Qué ocurre, Jale?
-Ese hombre es un nargrs. Viene a por nuestro amado Pavlov. No he podido impedir que...
-Si de verdad es un nargrs ¿qué podías conseguir tú?
-Le quité el chip que anula su voluntad. Pero eligió seguir adelante.
-Mujer, probablemente nunca se haya detenido a decidir. Está claro que aún debe aprehender a ser libre.
-Pues en ese caso recemos por que aprehenda antes de que sea tarde para Pavlov...
El viaje se le hizo muy largo a Abdel. La siguiente jornada se sintió extraño. Constantemente tenía la tentación de pararse o de desviarse. Nunca se había sentido así. Siempre había cumplido con sus misiones. Se sentía orgulloso de ello y esta vez no tendría por qué ser distinto... A su derecha veía un poblado que no debía distar de más de tres kilómetros, mientas que de frente sólo se veía arena y más arena. Según sus cálculos, todavía le quedaban cerca de veinticinco kilómetros para llegar al próximo destino. Sólo de pensarlo se sentía agotado. Empezó a mirar de reojo al poblado que se extendía a su derecha...
Un estruendoso y destartalado vehículo apareció por la izquierda, en dirección al poblado. El conductor lo detuvo al llegar cerca del nargrs.
-Buen hombre ¿adónde va?
-Adelante – respondió Abdel.
-Yo voy a ese pueblo de allí. He cobrado mi paga y pienso gastarme la mitad este mismo fin de semana en ese pueblo. Si va hacia allá le puedo llevar, suba.
-No gracias, me desviaría de mi camino.
-Mire, se le ve cansado. En dos minutos se encontrará refrescándose en una fuente. Luego podrá seguir su viaje desde allí. No creo que le resulte muy diferente ir hacia esas dunas desde aquí que desde allí y, sin embargo, lo hará descansado.
Abdel había pasado por episodios similares en ocasiones parecidas. Nunca había experimentado las ganas que tenía ahora por ducharse y comer algo caliente. Nunca había sentido ese fuerte impulso de abandonar el camino, siquiera para recuperar fuerzas. Era consciente de ello. Dudó. Finalmente accedió.
-Tiene usted razón. En realidad no me retrasaré, sino que repondré fuerzas y podré caminar más rápido. En realidad esto me ayudará a llegar antes – dijo.
-Pues suba.
En aquella ciudad el fiestero le llevó a un restaurante de primerísima calidad. Allí comieron y bebieron hasta hartarse.
-Al banquete invito yo – repetía una y otra vez el extraño.
Unas mujeres hermosísimas se les acercaron y empezaron a insinuarse. Abdel sintió unas ganas locas de abrazar a una de esas desconocidas beldades. Tal es así que empezó a besar a la morena garza.
-Ven.
La beldad le condujo hasta una habitación y allí pasaron el resto del día y de la noche.
Al amanecer Abdel sentía remordimientos por haber perdido todo un día en divertirse. Se levantó de la cama, se vistió y se despidió de la mujer. Entonces ella pidió una suma de dinero.
-¿Cómo dices?
-Oye, no te hagas el loco. Ese es el precio estándar en este lugar.
-¿Eres una puta? ¡Me has engañado, maldita zorra!
-Pero ¿qué te has creído, que las mujeres se iban a pelear por ti? No te hagas el loco y págame.
-No tengo dinero. Ni una sola moneda. ¡Nada!
-Si no me pagas, el matón que está tras la puerta te castigará.
-Más le vale a ese hombre mantenerse alejado. Soy un poderoso guerrero.
-Más poderosos los he visto, créeme, y todos han pagado.
Abdel abrió la puerta. Había un hombre musculoso con los brazos cruzados impidiendo el paso.
-¡No me quiere pagar! – gritó la beldad.
-Pues que no te pague. Yo le daré su merecido.
-Por favor, no quiero tener que luchar.
El chulo cogió de la solapa del cuello a Abdel y le gritó que pagara, mientras le meneaba en el aire. El romicks sintió un impulso. Un ansia de venganza enorme. Aquel hombre le estaba humillando. Peor para él. Dos segundos más tarde yacería sin vida sobre un charco de sangre.
La prostituta gritaba aterrorizada. Abdel continuaba furioso y los gritos le resultaban tremendamente desagradables.
-¡Asesino... socorro!
-Todo esto es por tu culpa. ¡Cállate!
-¡Aaaaaaaa! ¡No me mates! ¡Vete, vete!
-¡Cállate! ¿No ves que tú eres la que ha provocado todo?
-¡Vete! ¡Socorro! ¡Aaaaaaa!
Abdel cerró los puños y los ojos, intentando mantener el control. Pero los gritos terminaron por desquiciarle. Una espada surgió de su mano y atravesó el corazón de la mujer. Al cesar los gritos comenzó el tormento. Todo estaba lleno de sangre. Dos personas habían muerto y ninguna formaba parte del objetivo. Habían muerto por nada. Gratuitamente.
-Ni siquiera debería estar aquí. ¿Por qué siento estos impulsos, por qué hago estas cosas? Yo no quiero ser libre... Hasta ayer era todo mucho más fácil.
Abdel marchó hacia la aldea de Jale. Estaba desesperado. Confundido. Le parecía que cargaba con el Universo sobre su espalda. Entró en el motel de Jale dando una patada a la puerta. Ella estaba atendiendo a un par de viajeros. Se alegró de verle.
-Devuélveme a como era antes.
-No puedo. Extraer el chip era relativamente sencillo. Había que hacer una incisión poco profunda y sacarlo. Pero no sé cómo se repone. No te puedo ayudar.
-Hago cosas que no quiero hacer. Siento deseos, tentaciones, que una vez satisfechas... me doy cuenta de que en el fondo no quería satisfacerlas. Son sólo maldades o debilidades...
-Por fin eres humano.
Abdel se derrumbó sobre sus talones.
-He matado a dos personas porque sí. – Los clientes se asustaron y empezaron a recoger sus cosas disimuladamente. - Simplemente sentí ganas de matarlos... y lo hice. Pero en realidad no había motivos. Ni siquiera tendría que haberme dejado arrastrar a aquel lugar. Hasta ahora nunca me había sentido así. Nunca me había avergonzado de mis actos.
Los clientes abandonaron la casa sigilosamente.
-Yo soy la culpable. Pensé que te hacía un favor, y que se lo hacía a Pavlov. Pero ahora hay dos inocentes muertos. Por una insensatez mía.
-¿Es esto ser libre? Tú te sientes mal por lo que has hecho. Yo también. Y, entre medias, dos personas han muerto. Yo no quiero ser libre.
-Hay mucha gente que no quiere serlo. La libertad no es fácil, Abdel. Vas a tener que aprehender mucho sobre ti mismo. No puedo devolverte a la esclavitud.
-Y ahora ¿qué?
-No te entiendo.
-He matado a dos personas. He abandonado mi misión. ¿Qué hago ahora?
-Creo que debes redimir tu culpa. Yo, por mi parte, la mía.
-¿Cómo lo hago?
No se sabe mucho más de lo que ocurrió entonces. Después de esta conversación se tienen noticias sueltas de Abdel en diversos planetas, pero todo lo que hay de él son suposiciones, pistas, especulación. Se cree que recorrió el universo liberando nargrs. Pero el único dato cierto, confirmado, es que durante los siguientes años empezaron a darse casos de nargrs que desobedecían órdenes y se rebelaban contra sus amos. No hay noticias contrastadas acerca de Abdel y su influencia en estos casos. Sólo intuiciones.
miércoles, 19 de agosto de 2009
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