La mayoría de las historias que se conocen acerca de los Nargrs ocurrieron entre el año 300 y el 315 después de la muerte del último mago, unos 150 ó 170 años desde el III Desdoblamiento Científico.
Hombres Sabios les llamaban a los magos. Su poder y bondad, según se cuenta, fueron los que derribaron al Imperio. No eran muchos. Apenas unos cientos de miles repartidos por todas las galaxias. Ellos velaban, dicen los historiadores, por la paz y por la justicia en cada planeta habitado. Pero había algo más. Eran los guardianes de algo. Se ignora el qué exactamente.
Su proceder no siempre era comprendido pero como con el tiempo se demostraba justo y acertado, las gentes, los pueblos les consentían casi cualquier cosa. Eran amados por todos. No tenían dinero ni hogar. Vivían hoy en la casa de unos amigos de Aquilia, mañana en el refugio submarino de Narvima... según les invitasen a estar aquí o allá, en los lugares donde querían escuchar sus enseñanzas.
Los emperadores y senadores temían su poder y sabiduría. Además, tenían conciencia de que el pueblo estaba con ellos.
Habiendo sido decidido su exterminio, ya en plena e imparable decadencia imperial, los magos empezaron a ser perseguidos por tropas secretas. Pero estas tropas estaban condenadas al absoluto fracaso, debido a que la magia del Universo protegía a los Hombres Sabios.
En un costosísimo esfuerzo, los gobernantes consiguieron crear una nueva raza, unos seres hechos con algo mágico y algo humano, aunque obedientes, sumisos. Soldados perfectos contra los magos, resistentes a la magia y capaces de emplearla en diversas formas.
Sin embargo, sorprendentemente, la primera horda, la primera versión de nargrs, los gonacks, fueron repelidos fácilmente. Por ello se dobló la inversión económica, con las consiguientes consecuencias para las ya de por sí maltrechas infraestructuras imperiales. Entonces surgieron los romicks, seres crueles y violentos, poderosos como nunca se había visto. Su poder hacía conmoverse las galaxias a su paso. En una primera fase los romicks se mostraron tremendamente efectivos. En menos de tres años habían reducido la comunidad de Hombres Sabios a la mitad. Pero entonces empezaron a perder el control de su persona. El poder se desorbitaba, les consumía y les extinguía a sí mismos. Seguidamente su cuerpo, ya sin alma, despertaba y asesinaba y destruía por doquier, sin guía, ni propósito, ni meta. Destrucción por destrucción, sangre por sangre. Eran como agujeros negros que absorbían toda la alegría y la vida en derredor suya. Finalmente, tras un lapso de tiempo variable de un romicks a otro, el propio cuerpo ardía y se convertía en cenizas.
Para los emperadores el error estaba claro: Demasiado poder. Un ser igual, pero con algo menos de magia en su interior y capaz de un mayor control de sí y de dicha magia, les llevaría a la victoria definitiva. En caso de que, además, este ser tuviera la habilidad de reciclar romicks muertos y extraer de ellos nuevos guerreros, nada podría evitar la macabra y absurda victoria. Esto dio lugar a las temidas dirucks.
Tan costosa fue la inversión que, dos años después de aparecer la primera dirucks, el Imperio se hundió definitivamente; aunque las fábricas de nargrs tardaron algo más en cerrar.
Entonces sólo quedó una guerra sin ganador posible. Los Hombres Sabios perseguidos por soldados sin general. Soldados programados, incapaces de razonar por sí mismos, obedientes a una instrucción primigenia. Soldados que llegaban a olvidar que lo eran y vivían y procreaban como seres humanos normales hasta que la noticia de un mago desataba sus incontrolables instintos y la tragedia conmovía ciudades y planetas enteros. La guerra de los errores del pasado contra las virtudes del presente, en un Universo dividido en países cuyo tamaño máximo era un planeta. Habitualmente ni eso.
Más de medio siglo pasó desde la caída definitiva del Imperio hasta la muerte del último de los magos. Dicen que las estrellas se apagaron al unísono, siendo secundadas por cualquier generador de luz: incluso las bombillas desarrolladas por la tecnología más puntera dejaron de alumbrar. La tiniebla campó a sus anchas por todo lugar y nación. Parecía el fin de los tiempos. Pero esa fuerza que flota en el Universo, que lo creó y que lo guía, perdonó al hombre sus pecados y volvió a encender los luceros celestes.
Está claro que justo antes de aquel periodo de oscuridad nació Élgrabas, el Bastón. Si las intuiciones de los nargrs son ciertas, Élgrabas fue creado (si es que fue creado) por los magos. Quizá por aquel último mago.
Lo sorprendente es que el Bastón, que suponía la única herencia de los Hombres Sabios, el único recuerdo que demostraba que habían existido realmente, que no eran una mera fantasía, cayó en manos de los mismos exterminadores de aquellos. Los más débiles de los poderosos guerreros, los gonacks, fueron durante mucho tiempo sus guardianes, aunque el terrible objeto ha pasado por gran cantidad de manos, no sólo de nargrs.
Hay que decir que la historia de Élgrabas no es uniforme y que siempre ha habido más perseguidores y buscadores que protectores, llamados los unos y los otros así o asá por sus intenciones: Los perseguidores y buscadores sólo han querido el Bastón para utilizarlo a su antojo, para ser poderosos y obtener beneficios de todo tipo, pues el poder del Bastón es infinito; en cambio, los protectores lo protegen de los otros, sin caer en la tentación de usarlo, y de algún modo alimentan a Élgrabas para que un día...
Nada se puede comprender de esto si no nos centramos en la historia que ocurrió pasados algo más de dos siglos desde la muerte del último mago. Por entonces los nargrs ya eran considerados una leyenda, un mito vampírico. Aunque las generaciones de Luz Oscura y Sacrificio empezarían a aparecer años después. Tales eran las circunstancias en las que se desarrolló una de las historias más grandes y hermosas de aquellos años de tribulación.
***
Dos jóvenes de igual edad, veintiún años, esperaban en la esquina, en un cruce de cierta gran ciudad. Al poco llegó un tercero.
-¿Os he hecho esperar mucho?
-Llevamos aquí desde menos cuarto.
-Lo siento. Un abrazo, hombre.
El recién llegado se abrazó efusivamente con el que tenía por nombre Jorge, que fue quien tomó la palabra:
-¡Cuánto tiempo Indalecio! Este es Benoit, compañero mío en las prácticas de vuelo.
-¿Cómo, ya eres piloto?
-Sí, bueno, tengo licencia; aunque piloto, lo que se dice piloto... Benoit es el verdadero piloto. Hace tres meses que nos licenciamos y para entonces él ya había sido seleccionado para el proyecto Mosely... ¡El proyecto Mosely, imagínate!
-¡Sí! Aún no me lo puedo creer. Ir cada día a la estación orbital Be-tres es alucinante.
-Lo siento chicos, pero a mí esas cosas me suenan a chino. Y tú, Jorge, ¿no has volado nunca?
-Sí. Ya te digo que tuvimos prácticas. Aunque nunca he realizado viajes interplanetarios. Ahora mismo estoy en un par de procesos de selección. A ver si me cogen y me pongo a trabajar ya... Todo este tiempo... ¿dónde has estado, a qué te dedicas?
-Bueno, cuando acabamos la formación pre-especializada tuve que ponerme a trabajar... Benoit, no sé si mi amigo te lo ha contado, pero él y yo fuimos a la misma clase desde los ocho a los dieciocho años.
-Vaya... Me alegro por vosotros. Yo perdí contacto con la gente del colegio... Aunque no puedo quejarme. Mi vida es fantástica. Ya he realizado más de cincuenta vuelos, una docena interplanetarios. El último, como capitán de navío.
-¿Y eso no te acompleja, Jorge?
-Qué va. Yo disfruto volando, pero reconozco que si hay una persona que ama pilotar naves es Benoit. Por eso es tan bueno.
-¿Vamos a algún sitio a tomar algo?
Los tres muchachos se dirigieron a la terraza de un bar cercano. Durante un buen rato charlaron y rieron con entusiasmo. Indalecio, el que no tenía estudios especializados, se puso serio momentáneamente y giró la cabeza hacia un lado. A unos quince metros vio a una mujer corriendo.
-¡Vaya casualidad! ¿No es esa la chica por la que estabas loco cuando íbamos al colegio, Jorge?
-Sí, es Hina. ¡Hina!
-Jorge, no deberías llamarla... Nunca me dio buena espina...
Tras gritarla, Jorge le explicó a Benoit que aquella joven fue también compañera suya del colegio. Se le notaba a Jorge más que contento de verla. Ella se dirigió hacia el grupo con rostro preocupado. Traía consigo una caja oblonga, asida de la mano.
-Hola, Hina, ¿que...? – Ella cortó a Jorge y le dijo en tono severo a Indalecio:
-¿Puedo confiar en ti?
-Bueno... supongo.
-¿Perteneces a alguna familia?
-¿Familia? ¿Mafia quieres decir...? ¿Cómo iba yo a pertenecer a una mafia?
-En fin... De todos modos eres mi única opción. Toma – dijo ofreciendo la caja. – Guárdalo hasta que nos volvamos a ver.
-¿Qué es?
-Indalecio, sabes perfectamente lo que es.
-¡No!¡No te creo!
-Seguro que sientes su poder...
-¡No...! No puede ser... pero... es verdad, lo estoy sintiendo...
-Confío en ti. Adiós.
Hina se marchó a la carrera.
-Corre muy rápido. No creo que yo pudiera correr a la mitad de velocidad que ella por más que entrenase – murmuró Benoit. – Hay que ver lo que hacen ciertas drogas sintéticas...
Jorge no escuchaba. En vez de eso miraba compungido, hablándose a sí mismo en voz alta:
-Ni me ha mirado... ¿Por qué? No existo para ella... ¿Cómo puede llegar a ser tan cruel...? Después de todo éramos buenos amigos.
Indalecio atendía también a otra cosa:
-No puede ser, imposible... ¿Qué voy a hacer ahora?
Varios vehículos negros pasaron cerca suya, en la misma dirección en que se había ido Hina. Ellos ni se percataron.
***
Los tres amigos estaban en una habitación. Indalecio había expuesto una serie de cuestiones mientras los otros le contemplaban sentados en el sofá... Habían pasado varios días del encuentro con la chica. Durante ese tiempo el gonacks había tratado de hacer comprender a los otros dos la gravedad de la situación. Sin embargo, ellos no terminaban de encajar la noticia.
-En resumen – dijo Jorge -: Tú eres un nargrs, igual que Hina.
-No iguales. Yo sólo soy un gonacks... y ella una poderosa dirucks.
-Yo siempre pensé que era una dulce muchacha... y ahora resulta que es una poderosa y despiadada guerrera... Y la caja esa contiene un palitroque mágico... capaz de someter o liberar al Universo por siempre.
-Más o menos.
-No me toméis por cobarde, pero reconozco que me estoy asustando por momentos. ¿Sabéis lo que esto significa? ¿Cuánta gente estaría dispuesta a matarnos con tal de arrebatarnos esta cosa? – reflexionó Jorge.
-Pues a mí me parece que hemos tenido la mayor suerte del mundo – replicó Benoit. - ¿Nunca deseasteis luchar por algo importante y noble?
-Pero nos matarán – protestó Jorge.
-Pues si eso ocurre será una muerte heroica...
-Jorge, tu amigo está loco.
-Y que lo digas. Si lo que dice Indalecio es cierto, tú y yo jamás podríamos vencer a un nargrs.
-Eso es en tierra. En el espacio las cosas se igualan.
-Benoit... ¿qué estás diciendo?
-Que todavía no ha nacido nargrs que pilote mejor que yo. La estación orbital Be-tres es donde trabajo. Podremos refugiarnos allí con Élgrabas... ¿Era Élgrabas? Tiene dormitorios de sobra. No sería yo el primero que llevara a un amigo a pasar una temporada... sólo hay que hablar con algunas personas.
-¿Y cómo piensas encontrar a Hina en la Be-tres?
-Tú, Indalecio... Tú eres un nargrs. Búscala en tierra. Los vampiros seguro que sabéis por donde os movéis los unos y los otros...
-No sé, no sé... ¿Qué opinas Jorge?
-Si Hina confía en nosotros, habrá que responder a su confianza. Creo que podré vivir un tiempo en la Be-tres. Pero encuentra a Hina cueste lo que cueste.
***
La Be-tres era algo más que una estación para investigación científica. Aparte de ser un puerto franco de transporte interplanetario, tenía todo lo necesario para vivir allí. Era autosuficiente. Con unos tres mil habitantes aproximadamente y cientos de miles que hacían escala diariamente, poseía hasta un huerto de cultivo mecánico. Había zonas de recreo, con amplias vistas al espacio, o piscinas, así como zonas restringidas al personal correspondiente. Poseía una sala de gestión donde, además de controlar las incidencias propias de la estación, se pilotaba la misma pues, aunque era lenta, tenía cierta capacidad de desplazamiento (destinada sobre todo a posibles reajustes orbitales). Había distintas zonas con dormitorios individuales. Estos consistían en pequeñas habitaciones con cama, lavabo y un enjuto armario. Había otras muchas cosas, por lo que sería prolijo describir la Be-tres con detalle.
Por supuesto, también contenía la estación dedos de amarre para las naves que arribaban y marchaban constantemente. Para acceder al interior de los dedos y por consiguiente a las naves, era imprescindible poseer una tarjeta de tripulante o almacenero. De esto último consiguió empleo Jorge.
No tardó el joven en amistar con algunos de los pilotos que con más frecuencia arribaban. Puntualmente se permitía el placer de entrar a la cabina de pilotaje y charlar con ellos de cuestiones técnicas, en los descansos del trabajo.
Por las noches soñaba con Hina, a la que durante tanto tiempo creyó haber olvidado y cuya repentina aparición en aquella calle, portando el Bastón, le había removido las entrañas hasta lo más profundo. Con los años estaba más hermosa que nunca: Habían desaparecido sus facciones de niña, ahora era más mujer. Mantenía la esperanza de volver a verla pronto, a pesar de que Indalecio siempre llamaba diciendo que no la había encontrado.
Por lo general, sólo a la hora de la cena coincidía con Benoit, que no dejaba nunca de hablar de los vuelos que hacía y de cómo se comportaría cuando aparecieran “los vampiros”, aparte de hacer el comentario técnico de turno para mantener a su amigo al corriente del funcionamiento de la estación.
-Porque todavía tienes a Élgrabas en tu poder, ¿no? – solía concluir, en arrebatos de infundado temor.
Durante una cena, le preguntó al almacenero:
-Dime, ¿cuál es el verdadero motivo por el que te embarcaste en esta locura del Bastón y los vampiros?
-¿Cuál? Quiero hacer de la galaxia un lugar mejor...
-Mientes. Engáñate a ti mismo si quieres, pero no a mí. Tú quieres impresionar a alguien.
-¿Cómo osas...? ¿Cuál es tu motivo?
-Volar. Si un viaje normal ya es emocionante... imagínate siendo perseguido por un vampiro...
-Francamente, estás loco. Si quieres jugarte la vida, no sé por qué no lo haces de otro modo más sencillo.
-Porque entonces no tendría sentido.
***
Indalecio había recorrido ya tres ciudades enteras buscando a Hina. Aquella noche se sentía agotado. Caminó al motel más cercano y pidió precio.
-Y esto es lo que costaría una sola noche, sin comida, claro.
Rebuscó en el bolsillo hasta hallar unas pocas monedas.
-Esto es lo que tengo. No me queda más...
-Pues lo siento, pero eso no es ni la mitad del precio.
Salió el gonacks cabizbajo a la calle. Súbitamente varias personas le rodearon. Quiso atacar primero, sin embargo algo le golpeó con fuerza en la sien. Cayó al suelo aturdido pero aún consciente. Sintió una jeringa introduciéndosele en la corva del brazo.
-Con esta sustancia en la sangre no podrás emplear tus poderes de gonacks – anunció alguno de los agresores. En aquel momento terminó por perder el sentido.
Despertó en un lugar oscuro atado a una silla. Al parecer los captores habían decidido introducirle la misma droga de forma permanente, pues permanecía con una aguja clavada, de la cual salía el tubo que terminaba en la bolsa de suero que colgaba del perchero. El líquido entraba en su cuerpo gota a gota. Durante un rato imposible de precisar, permaneció Indalecio atento al goteo. Se sentía aturdido, incapaz de pensar en nada con profundidad. Le costaba mantenerse concentrado en aquello que observaba... pero en cuanto quitaba la vista de allí renacía la necesidad imperiosa de volver a mirar.
Una luz se encendió fuera. Entonces pudo distinguir las rendijas que contorneaban la puerta y el ventanuco a través del cual los captores esperaban poder observarle. Seguidamente se encendió una tenue luz sobre Indalecio y este observó las paredes marmóreas de la estancia. Una mujer joven abrió. Dejó pasar a dos hombres y se situó tras ellos.
-Así que tú eres el gonacks que persigue a la dirucks del Bastón... ¿Qué tienes que ver tú en todo esto? Hemos estado investigando y tu historia no es precisamente la de un protector de Élgrabas... Dinos, ¿qué tienes que ver? – inquirió uno de ellos.
Indalecio guardó silencio. El preguntón le sacudió una bofetada. Indalecio prosiguió callado.
-Quizá haya que bajar la dosis. Creo que está demasiado drogado – sugirió el otro hombre.
-Bájala. Pero no cometas errores. Debe permanecer drogado para no causar problemas...
-Es un simple gonacks.
-Sí, pero incluso un simple gonacks puede escapar de la más perfecta de las prisiones. No le subestimes, Davor.
-Descuida, con esta dosis seguirá lo suficientemente aturdido. – Davor había manipulado una ruedecilla que estaba enganchada en el tubo. Ahora el líquido goteaba con mayor lentitud. – Volvamos esta noche, cuando se le pase un poco el efecto. Anneka, tú le traerás de comer dentro de una hora.
La mujer afirmó con la cabeza. Los tres salieron.
Cuando se quedó a solas, Indalecio se hizo la pregunta a sí mismo:
-¿Qué tengo que ver yo en todo esto? Siempre me mantuve alejado... Siempre fui neutral...
Los ojos se le cerraron. Tenía sueño. Se quedó dormido. Una voz femenina le despertó.
-Indalecio... Indalecio... – era Anneka, que sostenía un plato con puré al tiempo que le acercaba la cuchara a los morros. – Abre la boca. Te gustará.
Indalecio obedeció. Así, cucharada a cucharada, se dejó dar la cena, a pesar de que le costaba tragar por causa de la droga. Al acabar, Anneka le limpió el rostro con un pañuelo y le ofreció un vaso de agua que fue aceptado. Cuando ella se iba, el prisionero alzó la voz balbuceante:
-Ahora que ya te he hecho un favor, hazme tú uno a mí.
-¿Qué dices?
-He aceptado cenar contigo, ¿no? Pues ahora hazme un pequeño favor...
Anneka frunció el ceño y salió del cuarto, pero mientras cerraba la puerta oyó a Indalecio hablando nuevamente:
-Súbeme la dosis. Haz que esto gotee más deprisa. Por favor, mujer...
Ella dudó. Luego se reprochó a sí misma el escuchar al prisionero y cerró la puerta. Sin embargo, se quedó mirándolo a través del ventanuco.
Indalecio se puso a contar mentalmente las gotas, mas cuando llegaba a veinte se percataba de que en realidad había perdido la cuenta, los pensamientos se le iban, de pronto pensaba en dónde podía estar el Bastón o qué podía estar ocurriendo con sus amigos. Luego volvía a contar gotas.
Pasada la segunda hora volvieron los dos hombres, secundados por Anneka. El que se encargaba de ajustar las dosis traía una maleta negra, que depositó en el suelo y abrió, mostrando todos los instrumentos generadores de dolor que traía.
-Bueno, ya no estás tan drogado. Será mejor que colabores. Será más fácil para todos. ¿Quién eres? ¿Cuál es tu papel en este conflicto?
-¿Quienes sois vosotros?
-Eso no importa. Responde a mi pregunta.
-Pues si no importa quienes sois, es que sois despreciables... sólo por eso no hablaré.
El hombre levantó la mano para golpear pero Anneka le paró agarrándole de la muñeca:
-Con la tortura no lograrás nada, Lawrence.
Lawrence se soltó y golpeó a Indalecio. Aquello no sirvió de nada.
El interrogatorio se alargó durante toda la noche sin que el prisionero volviera a abrir la boca, a pesar de los golpes y los dolores que le hicieron padecer con el material de la maleta. Cerca del amanecer, Indalecio aún tuvo tiempo de lanzar una sonrisa a Anneka, la cual reaccionó con un grito:
-¡No puedo soportarlo más! ¡Esto es absurdo! – y abandonó la estancia.
-La mujer tiene razón. Dejémoslo por hoy. Estamos nosotros más cansados que él – afirmó Davor.
***
Anneka miraba a través del ventanuco. Habían pasado tres días sin que Indalecio hablara. Las torturas habían cesado. Ella había logrado convencer a Lawrence de que eran inútiles, de que lo único que se podía conseguir con ellas era o bien información poco fiable, o bien la muerte del prisionero.
El gonacks permanecía atado, aturdido por la droga y herido, aunque las heridas cicatrizaban en él mucho más rápido que en un humano cualquiera, por su condición de nargrs.
Anneka reunió fuerzas para entrar con la bolsita en la mano. Era similar a la de la droga que le estaban suministrando a Indalecio. La cambió. Se acercó al prisionero, acarició su flequillo.
-He cambiado la bolsa. A partir de ahora, lo que entrará en tu sangre será un suero inocuo.
-No... por favor. Déjame como estaba... Esa sustancia me calmaba el dolor y hacía que las horas pasasen más deprisa.
-Lo siento. No lo haré. Estoy cansada de combatir en el bando equivocado.
-Desde que llegué, siempre me has tratado bien... Sé que eres tú quien ha logrado que dejen de pegarme...
-No pienses lo que no es. Tú tampoco has hecho nada contra mí. No tengo por qué hacerme cómplice de nadie.
-Quizá sea el efecto de la sustancia que llevo injiriendo estos días, pero guardo para mí que merece la pena haberte conocido...
-¿Por qué no les dices lo que quieren saber? Así te soltarán...
-Me gustaría que te enamoraras de mí... Soy feliz cuando te preocupas por mí. Sólo me gustaría poder consolarte... Pero si se trata del efecto organoléptico de la droga, desaparecerá en cuanto esté sobrio... y entonces no habrá nada que merezca la pena... ¿por qué lucharé entonces? ¿De qué habrá servido soportar todo esto?
Ella le besó en la frente y se abrazó a él con lágrimas silenciosas.
-Si todo desaparece cuando estés sobrio, entonces es que era mentira... ¿y no crees que ya hay suficientes mentiras en el mundo?
-En cambio, si permanece, cuando todo esto acabe te llevaré a un lugar que conozco, desde el que contemplaremos las estrellas por la noche y escucharemos el cri-cri de los grillos, tumbados en la hierba fresca.
-No digas esas cosas, por favor... ¿Cómo puedes amar a la cómplice de tus raptores, a quien trabaja para los que te golpean y torturan?
-Quizá... puede que... A lo mejor no sólo soy un nargrs. Quizá también soy humano.
***
En mitad de la oscuridad un ruido despertó a Indalecio. Gritos de dolor y odio, carreras, golpes... Una lucha sangrienta se desarrollaba en el exterior de aquel cuarto. Las voces y los pasos se acercaban. De un golpe fue derribada la puerta. Dos jóvenes entraron con pose guerrera. Entre medias de ambos una mujer.
-Anneka... – murmuró Indalecio. Pero no. No se trataba de ella.
-Soy Hina. Hemos venido a rescatarte. ¿Les has revelado dónde se encuentra el Bastón?
-No. No les he dicho nada.
-Bien. Marchémonos antes de que vengan más.
Las cuerdas se desataron solas. La jeringa se desenganchó y la herida cicatrizó enseguida. Los cuatro recorrieron el edificio, dirección a la salida. Durante la carrera se les unieron varios hombres más.
-Hemos venido todos – decía Hina mientras corrían. – Era imprescindible rescatarte. A la salida tenemos un vehículo esperándonos...
Según abandonaron el edificio, entraron en furgón al galope y antes de darse cuenta estaban a kilómetros de aquel lugar aislado en lo alto de una colina. No obstante, Indalecio tuvo tiempo de girarse hacia la que fuera su prisión y observar a Anneka, que le sonreía con tristeza desde una ventana. Cerró los ojos y se apoyó sobre el respaldo del asiento que le había tocado.
-Permanece... – dijo.
-¿Qué? – preguntó uno de los salvadores.
-Que es auténtico...
-¿El qué?
-Nada. ¿Cómo supisteis dónde estaba?
-Alguien nos llamó. Dio el aviso de que nos habían encontrado y de que iban a preparar una trampa mortal. Gracias al aviso pudimos reaccionar a tiempo y largarnos de la cueva donde nos estábamos refugiando. Eso nos salvó la vida. Aquella persona también nos dijo dónde te encontrabas y en qué circunstancias.
-¿Tenía voz de mujer?
-Sí.
-Me alegro.
***
Jorge miraba las estrellas, a través del ventanal del mirador principal de la Be-tres. Los luceros se confundían con silenciosos puntos brillantes que se desplazaban de un lado a otro; navíos estelares. En la parte inferior del paisaje asomaba el planeta y en la superior una luna. A menudo Jorge se quedaba mirando a las estrellas, apoyado en la baranda del mirador. Era capaz de permanecer allí durante horas. Cuando Benoit le alcanzó aquel día, le vio más triste que nunca.
-He estado investigando sobre Élgrabas. Los nargrs sólo pueden seguir su rastro cuando está en manos de alguno de ellos. Es una cosa extraña. Al parecer sólo se activa cuando hay un vampiro muy cerca. El resto del tiempo permanece como apagado... Sin embargo, he leído que incluso los que no somos nargrs también podemos llegar a utilizarlo. ¿Qué es lo que te preocupa, Jorge?
-Indalecio lleva varios días sin llamar. ¿Qué habrá ocurrido?
-Esperemos que nada, que sea algún problemilla menor. De todos modos ¿qué podríamos hacer?
-Ya. Pero ¿y si somos los últimos protectores del Bastón que permanecen con vida?
-No lo creo. Seguro que hay más... La chica esa que nos lo dio, por ejemplo.
-¿Quién te dice que Hina sigue viva?
Benoit le dio una palmada en el hombro.
-Seguro que están los dos bien. No te preocupes. Vamos a cenar, que ya es la hora. Por cierto, si aparecen vampiros dispuestos a quitarnos el Bastón, lo suyo es que busques un carguero del proyecto Mosely, con capacidad para carga y descarga en vuelo.
-¿Apuestas por intercambiar el Bastón en pleno vuelo?
-Apuesto por la posibilidad de hacerlo. El proyecto Mosely ya hace tiempo que logró el traspaso de material mediante tele-transporte. Por ahora la distancia máxima es de unos tres kilómetros, aunque he oído que están preparando navíos con capacidades mucho mayores.
-¿Cómo es eso del tele-transporte?
-Yo no tengo mucha idea, pero creo que consiste en enviar un objeto a través de un haz láser, o algo parecido. El objeto es transportado a través de las partículas láser o de lo que sea ese haz. No sé, la verdad, cómo va. Lo único que sé es que funciona. Ya lo he probado.
***
En lo más alto del rascacielos los protectores de Élgrabas habían alquilado algunas habitaciones. Se encontraban reunidos decidiendo la estrategia a seguir. Hablaban de muchas cosas. El primer punto, planteado por un hombre de mediana edad, con barba y pelo blancos, era la consideración de si incorporar a Indalecio al grupo o pedirle el Bastón y que tanto él como sus amigos se desentendieran de aquello. No podían aceptar a cualquiera, pero tampoco podían dejar fuera a quienes les estaban ayudando.
Indalecio, mientras tanto, había salido de su habitación. Estaba haciendo una llamada desde el teléfono del hotel.
-¿Papá? ¿Está todo bien en casa...? Sí. Llevo un tiempo sin dar señales de vida... sí. Lo sé... Lo siento... No puedo continuar haciendo recados para la familia... Yo sólo era el mensajero, no es para tanto... Pues claro que sabía lo que había en aquellos sobres: chantajes y amenazas. Con eso se financia la familia... Pues yo lo dejo... Me da igual si es peligroso: Lo dejo... Ha pasado algo importante... Sé muy bien lo que estoy diciendo... Ya cuento con que los jefes se enfaden. Estos días me han tenido preso los de la familia Draco, ¿qué más da ser perseguido por los Draco que por los Anderson?... No, no te diré donde estoy ahora, ni con quién... Lo siento papá, creo que voy a colgar. Saluda a mamá y a mis hermanos. Un beso.
Después llamó a Jorge para informarle resumidamente de lo que había pasado, dejando claro que ya lo explicaría todo con detalle cuando tuviera ocasión.
La reunión acabó no mucho más tarde. Salieron los diez nargrs que formaban el grupo de protectores de Élgrabas en hacia Indalecio y le informaron de los planes inmediatos:
-Mañana iremos a buscar el Bastón. Hemos pensado que si quieres unirte al grupo eres libre de hacerlo – dijo un hombre con gafas, bajito y delgado.
-Pues mañana os indicaré el camino. Recogeremos el Bastón y mis amigos y yo os olvidaremos... Supongo que viajaréis a otro planeta.
-No. Hay alguien en este planeta a quien Élgrabas aún quiere visitar.
-No entiendo.
-Ni falta que hace.
***
Las últimas horas habían sido agotadoras. Un aluvión de cargueros había acudido a la Be-tres por motivo de un evento circense. Los almaceneros habían tenido una dura jornada de trabajo. A Jorge le dolían todos los huesos. Mientras caminaba por uno de los transitados pasillos que conducían a los dormitorios, dos hombres se acercaron a saludarle. Al muchacho le costó reconocerlos.
-¿No te acuerdas de mí? Anastasio. El padre de tu buen amigo Indalecio. Y este es mi hermano Florencio, su tío. ¡Qué casualidad encontrarte aquí! ¿Podemos hablar en un sitio tranquilo?
-El mirador principal está vacío a estas horas.
En el piso más alto de la Be-tres, cinco por encima del dormitorio de Jorge, se encontraba el lugar referido por el muchacho. Subieron hasta allí en ascensor. El espectáculo resultaba fascinante. El lugar en cuestión constaba únicamente de una bóveda cristalina sobre una superficie escarlata tenuemente iluminada, con barandilla alrededor y varios accesos: media docena de escaleras y otros tantos ascensores. La visión de las estrellas era magnífica. Además se adornaba de las luces que se movían en el cielo o parpadeaban regularmente y que componían el tráfico celeste. También, de cuando en cuando, un rayo blanco disparaba a la lejanía y se producía una pequeña explosión. Era el escudo anti-meteoros de la Be-tres.
-Ya estamos en un lugar tranquilo. ¿Qué ocurre Anastasio, padre de Indalecio?
-Hace un tiempo que no sé nada de mi hijo. No hay forma de dar con él.
-¡Qué raro! ¿No? ¿Y habéis venido aquí a buscarlo?
-No, ¡qué va hombre! Sólo estábamos de paso... por negocios.
-Recuerdo que la última vez que le pregunté a mi amigo por su profesión me dio una respuesta un tanto ambigua. ¿Qué negocios tenéis en vuestra familia? Nunca lo he sabido.
-Negocios, ya sabes, comprar esto, vender lo otro...
Jorge se quedó contemplando lo alto de la bóveda, como pensativo, durante unos segundos. Los acompañantes le secundaron. Después todos se miraron entre sí. El muchacho rompió el silencio.
-Este es un lugar impresionante. Tan silencioso, tan tranquilo... ¿Queréis algo de beber? Esperad aquí, voy a por unos refrescos...
-No hace falta, te acompañamos.
-Por favor, sois mis invitados. Esta es como mi segunda casa. Esperad. Además, me entretendríais. No tenéis pases de empleados de la estación. Si voy yo solo será más fácil. ¿Queréis un zumo, un vino...?
-A mí me da igual, con tal de que tenga alcohol – dijo el tío.
-Yo no quiero nada, no me apetece, pero gracias – añadió el padre.
-Pues yo me voy a pedir algo porque estoy seco; ahora vuelvo.
Sin más dilación se introdujo en un ascensor y desapareció. Florencio y Anastasio no terminaban de estar convencidos de lo que acababa de ocurrir.
-Deberíamos seguirle – sugirió el primero. – Este está relacionado, seguro, con tu hijo.
-Tienes razón. – El dintel marcaba la planta en que se había parado el ascensor que transportaba a Jorge. – Ese es el piso de los dormitorios. No va a por refrescos.
***
Todo el grupo desayunaba alrededor de la misma mesa. Indalecio observó que Hina lo hacía despacio y en silencio. Por lo que le había contado la noche anterior, excepto él todos los que había allí eran familiares suyos. Se trataba de la única mujer superviviente a un ataque enemigo del que no dio datos. Ahora allí estaban su padre, su hermano, sus primos, sus tíos y su abuelo. Le había dicho que todo lo que amaba se encontraba en aquella habitación o más allá de la vida.
Según contó, Hina había perdido a su madre y hermana siendo niña. A los once años. Recordaba cómo, cuando estaba triste, Jorge y otros amigos la consolaban.
-Aunque Jorge era un poco patán – añadió sonriendo melancólica.
La guerra del Bastón le había obligado a abandonar los estudios, los sueños y las amistades del pasado. Siempre deseó ser dibujante. Pero aquello hubo de ser sacrificado en beneficio de la lucha de Élgrabas.
-De niña me pasaba el día dibujando. Lo dibujaba todo. Un rostro, un paisaje... Un viejo lapicero y un cuadernillo de hojas blancas me hacían feliz. Cuando dibujaba sentía como si extrajese la esencia de las cosas y la intensificara en el papel. Como si las cosas fueran pura belleza y nada más...
Había hablado mucho la mujer, lo que sorprendió a Indalecio, que siempre la había visto como una chica reservada.
-Hacía años que no veía a ninguno de mis antiguos compañeros de la escuela. Me alegro de volver a verte, Indalecio – concluyó antes de irse a dormir.
Pero aquella mañana, durante el desayuno, Hina volvía a su pose de siempre, a pesar del jolgorio en que la envolvían sus familiares. Ella se encontraba como abstraída. Intentaba sonreír cuando le hacían una broma, pero no le salía.
-Casi siempre está así – le dijo a Indalecio un hombre de mediana edad que se sentaba a su lado. – Ha sacrificado tanto... Tiene todo el poder de una dirucks... pero es como su madre: No tiene carácter guerrero. No vale para la guerra... y, sin embargo, ha luchado tanto... Apenas hasta ayer era una niña y ya se ha visto envuelta en tantas peleas y persecuciones como cualquiera de los más veteranos.
Indalecio volvió a mirarla. Pensó en Jorge y se maravilló de que se hubiera enamorado tan perdidamente de aquella chavala de la que, en realidad, nada sabía. O eso creía él.
***
Encerrado en su cuarto, con la respiración entrecortada y sudor frío en la frente; puesto en pie contra la puerta y mirando fijamente a la caja oblonga de Élgrabas, Jorge se dijo en voz alta:
-Hazlo. Por ella.
En la mano temblorosa aún sostenía el listado de naves y horarios de aquel día en la Be-tres.
-Subir dos plantas, dedo catorce... – meditó para sí. Lo comprobó con una última mirada. – Hazlo... ¡ya!
Salió del cuarto con la caja del brazo. Caminaba a paso ligero. Se trataba de un pasillo ligeramente curvado, circular. Avanzando en la dirección que iba alcanzaría a unos cien metros el grupo principal de ascensores. El mismo grupo de ascensores que llevaba al mirador en el que había dejado al padre y al tío de Indalecio. Más al fondo había una inmensa sala de encuentro, con un bar en una esquina, algunas mesas, asientos distribuidos a lo largo y ancho, y mucha gente entrando y saliendo. Jorge calculaba que si al llegar a los ascensores se cruzaba con los otros, podría perderse entre la multitud. Y si esto no resultaba efectivo, quizá los nargrs no se atrevieran a mostrar su poder en público. Así resuelto intentó alcanzar los ascensores de aquella zona, pero la caja empezó a hacer fuerza hacia el otro lado. Jorge, asustado, la soltó de golpe. ¿Qué acababa de ocurrir? ¿Acaso el Bastón era algo más que un objeto mágico? Estaba paralizado.
Una luz surgió de la caja. Los transeúntes, que no eran escasos, la ignoraban. Sólo para Jorge se mostró dicha luz. Nacía de un foco dorado cuya luminosidad atravesaba el recipiente. Parecía provenir del propio Élgrabas.
En el centro de la luz una figura se conformó. Era difusa, pero se podía distinguir lo suficiente como para afirmar que asemejaba a un ser humano. Una especie de fantasma revelado únicamente a los ojos del almacenero. El espectro señaló en la dirección opuesta a la que pretendía ir Jorge.
-Por favor, ve por allí – dijo una voz amable que sonaba como un coro.
Todo cesó al momento. Jorge, tan asustado que hasta le castañeteaban los dientes, agarró la caja y prosiguió contumaz hacia el mismo grupo de ascensores. Miró al objeto y preguntó en voz alta:
-¿No opones ya resistencia?
Se detuvo. Al fondo del pasillo distinguió dos figuras saliendo de un ascensor. Se dio la vuelta antes de que le vieran y avanzó presto en la otra dirección. Si hubiera tenido un poco menos de miedo habría salido corriendo, pero temía llamar la atención.
Cruzó por delante de la puerta de su dormitorio. Al llegar a su altura quiso entrar, pero la caja tiró de él hacia delante. Esta vez obedeció. Ni miró hacia atrás. El corazón le bombeaba tan rápido que pensaba que se iba a desmayar. Cada paso que oía tras de sí temía que fueran los nargrs. Cerró los ojos unos instantes y pudo ver el rostro de una adolescente llorando en el patio de la escuela de estudios pre-especializados, junto a un cuadernillo y un lápiz. Mientras soñaba esto, andaba a tientas, guiado por una fuerza ajena que guiaba sus pasos. La niña de sus sueños tiró el cuadernillo y el lápiz, insultó a Jorge y salió corriendo. Jorge, oníricamente, recogió lo que la otra había tirado y... despertó. Lo hizo chocando contra un trabajador que paseaba despacio junto a un par de amigos. El otro se volvió y le increpó.
Justo enfrente, por encima del hombro del increpador, vio un ascensor para uso exclusivo del personal de la Be-tres.
-Por ella... – murmuró triunfante. – Élgrabas no caerá en manos de esos nargrs...
Una palma se posó sobre su hombro. Jorge dio un respingo.
-¿Qué murmuras? – dijo una voz. Él se giró para ver. Se trataba de un compañero de trabajo. Un buen hombre, ya entrado en años. Pero Jorge no estaba para charlas. Observó que a unos veinte metros venían los familiares de Indalecio, de modo que ignoró al amigo y galopó hacia el elevador. Los nargrs también le habían visto.
***
Un grupo de personas, todos varones menos una, se paseaban por las zonas comunes de la Be-tres. Al ver a Indalecio, un piloto salió a su encuentro.
-¿Qué ha ocurrido? – preguntó el gonacks.
-Ha desaparecido el cachirulo mágico. Y Jorge se encuentra detenido, en las dependencias de la policía estacional. No sé nada más. He finalizado el último vuelo hace nada. Cuando un compañero me ha informado de que le habían detenido, he ido a buscarle a su dormitorio y no estaba el cachirulo...
El grupo se dirigió de inmediato a la comisaría de la Be-tres. Les hicieron sentarse en una enjuta sala de espera. Un oficial atendió en su despacho a Benoit, por ser él empleado de la Be-tres. Tras un breve diálogo pidiendo algunos datos básicos, hizo dos llamadas. Al colgar el teléfono la segunda vez, se mesó la perilla y dijo:
-En un par de minutos estará aquí su jefa. Fue ella la que recomendó al muchacho para el trabajo de almacenero... pero a su vez, lo hizo porque usted prometió que se trataba de una persona responsable y trabajadora.
-Me gustaría charlar con mi amigo... Sería de gran utilidad para mí.
El oficial le invitó a esperar junto con los demás. No tardó en llegar, en efecto, la jefa de Benoit. Fue invitada a entrar al despacho. Mantuvo una charla distendida con el oficial. Luego Benoit volvió a entrar y hablaron entre los tres. Fue entonces cuando el oficial explicó el suceso.
-Verás Benoit, ¿puedo tutearte? El caso es que tu amigo, en un acceso de pánico, se coló en una nave de carga del proyecto Mosely. Al parecer tiene conocimientos de pilotaje, pero eso no le bastó para soltar amarras y lanzarse al espacio sin más. Tras despreciar las instrucciones de regulación de tráfico y salir cuando no debía, en plena maniobra de desacople se estrelló contra otro carguero. Por suerte nadie salió herido, pero imagínese cómo han quedado ambas naves. Están las dos siendo reparadas. ¿Sabes la de dinero que ha costado la broma de su amigo a las distintas empresas? Se están produciendo algunos retrasos porque tenemos dos plataformas de amarraje cortadas al tráfico. Una docena de astronautas está limpiando el lugar. Enseguida la prensa se ha lanzado a la caza de noticias morbosas... En total, la Be-tres está funcionando al cincuenta por ciento de su capacidad...
-Y ¿por qué cree que mi amigo sufrió un acceso de pánico?
-Eso es lo que nos gustaría averiguar. En las entrevistas que le hemos hecho no pudimos averiguar muy bien los motivos, pero parece que se le ha ido la chaveta. Decía que le perseguían vampiros, guerreros espaciales...
-¿Nargrs?
-Sí. Algo así. No hemos podido averiguar nada más. ¿Qué sabe usted de los nargrs de que habla su amigo?
-Pues que eran esos guerreros que dicen que fabricó el imperio en su etapa de decadencia. Son un mito para la mayoría.
-¿Usted... tú crees que existen?
-Algunas cosas para creerlas hay que verlas.
-Benoit, no me dijiste que tu amigo estaba enfermo, al revés, me prometiste que se podía confiar en él.
-Y no lo está, que yo sepa. Yo sigo confiando en él.
-Es la última vez que recomiendo a terceros. ¿Sabes el follón en que me has metido? Me van a pedir explicaciones, me van a exigir responsabilidades. Esto lo vas a compensar, Benoit, con unas largas jornadas... Por lo pronto no librarás este sábado.
***
La celda en que confinaron a Jorge tenía una ventana. Por ella podía divisar las naves destrozadas por la colisión. Aún no habían sido transportadas al taller. Algunos astronautas trataban de arreglar las cosas allí mismo. Otros se dedicaban a recoger los restos que flotaban por la zona, metiéndolos en una especie de contenedores teledirigidos.
Llevaba horas mirando. Le dolía el cuello de tenerlo girado contra la ventana. Algunas veces se frotaba con la mano, pero no desviaba la vista. Las lágrimas se le saltaban de los ojos de rato en rato. Entonces lloraba inconsolable durante unos diez minutos.
La puerta se abrió. La luz proveniente del pasillo le cegó temporalmente.
-Jorge, te estamos esperando – dijo un treintañero no uniformado. – Sígueme.
Avanzaron por un enjuto pasillo mal alumbrado.
-No me había fijado en lo tétricos que son estos calabozos – afirmó el piloto.
-Todos lo son, al menos los que yo he conocido. Luego dicen que los nargrs somos salvajes. Nosotros luchamos noblemente, respetando al enemigo.
Jorge se detuvo. Ahora estaba del todo perdido. Los nargrs le torturarían hasta encontrar el Bastón y luego le quitarían la vida. El fracaso se consumaba. Reuniendo valor dijo:
-No hay nobleza en matar a hombres y mujeres. Pero sí. Es preferible que me mates cuanto antes.
-¿Que yo te mate? Jamás a un aliado. Me llamo Jerry. Soy primo de tu amiga Hina. Ella, tus otros dos amigos y el resto están tratando de negociar con la guardia de aquí para sacarte. Yo, en cambio, soy policía desde hace más de una década. He estado en muchos lugares destinado. Sé cómo funcionan estas cosas y cómo sacarte saltándonos todo el papeleo. Eso sí, creo que te despedirán del trabajo.
***
-La verdad es que este mirador tiene unas vistas magníficas. Me gusta el lugar, muchacho – afirmó el más mayor del grupo.
-Gracias – contestó Jorge. – Suelo venir a menudo.
-No hace falta que lo jures – intervino Benoit.
-Pues ahora que hay tantos efectos artificiales la gente no mira las estrellas. Creo que soy el único trabajador de la estación que disfruta con el paisaje.
Aunque trataba de sonreír, Jorge no podía disimular la amargura.
-Hina, – ordenó uno de los más jóvenes – dile a tu amigo que vaya al grano, que nos diga dónde está Élgrabas.
-Díselo tú.
-Vaya genio tienes. Pues nada... ¡Eh! ¡Chaval! ¿Podrías hacer el favor de decirnos dónde se encuentra Élgrabas?
-Emilio, ¿acaso no eres capaz de deducirlo por ti mismo? – le increpó el anciano. – Élgrabas se encuentra en el almacén de la nave.
-Pues vaya faena, abuelo. ¿Es que el mísero humano no sabe hacer nada bien?
Cuando Emilio preguntó tal cosa, Jorge se avergonzó, encogiéndose silenciosamente. Los nargrs más jóvenes, sumándose a Emilio, se pusieron a increparle llamándole inútil.
-Ha hecho lo que ha podido – intentaban defenderle sus amigos, enzarzándose en una discusión sin rumbo.
Mientras tanto, por encima de la algazara, Jorge podía sentir la mirada silenciosa y distante de Hina. Apenas se atrevió a levantar la vista comprobando que, efectivamente, era contemplado por ella. Por esto había llorado en la prisión.
La mano del anciano le dio unas palmaditas de consuelo.
-Perdónales, son romicks. Siempre están iracundos.
-Pero yo he fracasado. No he sabido proteger el Bastón. Ni siquiera he sido capaz de arrancar la nave... Durante estos últimos días soñé con volar en cuanto se presentara la ocasión. Me imaginé... esquivando obstáculos y poniendo a Élgrabas a salvo, ante la impotencia de los enemigos y la admiración de los amigos... Sin embargo, no he estado a la altura. He hecho lo que he podido. Indalecio y Benoit tienen razón. He hecho lo que he podido... y mira lo poco que he sido capaz de hacer y lo mal que lo he hecho.
El anciano cogió de la mano a Hina y la acercó a Jorge.
-Mírale. Se cree un fracasado, habiendo dado lo mejor de sí y habiendo salvado a Élgrabas de las garras de guerreros superiores a él en fuerza y destreza. ¿Y sabes qué es lo peor? Que nosotros nos esforzamos en obviar que si la guerra no está perdida es precisamente gracias a él. – El abuelo alzó la voz para que todos le escucharan. – Nos gusta pensar que somos héroes cuando hacemos algo bien. Pero cuando alguien se sacrifica por nosotros, ¿se lo agradecemos? No. ¿Tenemos en cuenta al que lo da todo, al que arriesga su vida haciendo algo por lo que no puede ganar nada para sí mismo? En esta guerra que libramos los nargrs, ¿qué le puede importar a un humano normal esta lucha fraticida que no le corresponde? Y, sin embargo, Hina, hija, aquí tienes al hombre gracias al cual, a su prudencia, a su audacia, no hemos perdido la guerra. Mientras permanezca en el carguero, Élgrabas estará a salvo. La próxima vez - finalizó dirigiéndose a Jorge, - ten más cuidado, muchacho.
-La culpa es mía – dijo Indalecio. – Yo hablé con mi padre. Cuando Hina me confió el Bastón, le dije que no pertenecía a ninguna familia... es mentira. Pertenezco a la mafia de los Anderson... Ayer llamé a casa. No dije que estaba envuelto en la lucha por Élgrabas... pero imagino que di demasiadas pistas. Y, efectivamente, en cuanto investigaron seguro que descubrieron... Imagino que llamaron a los padres de Jorge para saber dónde estaba él. Bueno, hay muchas formas de seguir una pista...
-Pero los Anderson sois neutrales – protestó Emilio.
-Somos una mafia. No somos neutrales por moralidad, sino por posibilidad. Pero ahora...
-¿Y tú qué vas a hacer? ¿Te enfrentarás a tu familia? – preguntó preocupado el abuelo.
-Estoy con vosotros ¿no?
-No me lo puedo creer – continuó Emilio. Y es que, mientras los más jóvenes de la familia de Hina se llevaban las manos a la cabeza y murmuraban desconfiando de los compañeros que les había tocado en gracia, el abuelo se abrazaba a cada uno de ellos y les daba las gracias por su ayuda.
La estación orbital Be-tres empezó a temblar. De pronto hubo varias sacudidas bruscas, acompañadas de sonidos como de explosiones. Todos perdieron el equilibrio. Los nargrs se levantaron de un salto. Los humanos tardaron un poco más en ponerse en pie. Sobre la cúpula se distinguían algunas naves de combate cruzando de un lado a otro velozmente.
-¡Van a destruir la estación! – exclamó el anciano.
-Pero ¿de dónde han salido esas naves? – gritó un nargrs.
-Mi familia tiene acceso a material bélico – reflexionó Indalecio Anderson. – Pero no pilotos... De los Draco he oído, en cambio, que controlan ciertas rutas comerciales interplanetarias.
-¿Una alianza? ¿Y por qué quieren destruir la estación?
-Una rata se esconde en las alcantarillas cuando hay alcantarillas.
-¡Pero esto puede destruir a las dos familias! No podrán impedir que las autoridades les caigan encima... No podrán seguir actuando en la sombra tras esto...
Una nueva explosión les hizo caer nuevamente al suelo.
-¿Quien les podrá impedir nada si se hacen con Élgrabas? – añadió Jorge. – Hay que evitar que destruyan la estación. Tenemos que alejarlos. ¿Algún plan, Benoit?
-Sí – al joven piloto le brillaban los ojos. – Lo tengo todo en mente. Seguidme. Vamos a por un par de naves.
Benoit entró en un ascensor seguido del resto.
-Pero no dejarán salir a nadie. Ahora mismo estarán disparando contra todas las naves que permanezcan amarradas.
-Lo sé. Pero ignoran que no todas las naves de esta estación están en los dedos de amarre. Los dos últimos modelos del proyecto Mosely se encuentran aún en el simulador.
-¿Naves inacabadas?
-Al contrario, las mantienen en el simulador por cuestiones protocolarias. Se trata de las dos últimas naves del proyecto, con una capacidad de teletransporte de carga de hasta treinta kilómetros. El simulador está en el piso más bajo y tiene salida precisamente en el subsuelo. Hemos de darnos prisa, antes de que destruyan el carguero de Jorge y atrapen el cachirulo.
-Dices dos naves... – replicó Emilio. - ¿Quién las pilotará?
-Yo y Jorge.
-¿Jorge? ¿El que se ha estrellado?
-Sí. ¿Algún problema?
-¿Confías en él?
-Ya ha volado una vez. Ya no es un novato.
Una nueva sacudida hizo que la luz del ascensor se apagara y el motor se detuviera. Rápidamente, el anciano tomó la iniciativa. De su mano salieron unas cuchillas que agujerearon el suelo, abriendo un butrón.
-Que los humanos y el gonaks se cuelguen a las espaldas de los romicks.
Emilio miró serio a Jorge. Le señaló con el dedo y dijo:
-Tú, a mi espalda. Sube.
El muchacho montó a lomos del nargrs. El abuelo saltó al interior del agujero y Emilio, con Jorge a cuestas, le siguió. Por unos instantes cayeron al vacío, para pasmo del piloto y disfrute del nargrs. Acto seguido salieron de las manos de Emilio unos punzones que se alargaron hasta quedar clavados en las paredes de uno y otro lado. Luego hizo desaparecer un punzón y lo volvió a crear, pero ensartándolo más abajo. Repitió la operación con la otra mano y así comenzaron a descender por el hueco del ascensor. Primero el punzón izquierdo, luego el derecho. Cada vez a mayor velocidad. El abuelo, que iba más abajo y que descendía de igual manera que Emilio, levantó la vista.
-¿Ya estamos todos? ¿En qué piso debemos detenernos?
-No se preocupe, es el piso más bajo de todos. Siga hasta llegar al fondo – gritó una voz.
-Entonces corramos.
La agilidad del anciano daba vértigo. Parecía imposible que pudiera descender con tal destreza. Jorge lo contemplaba absorto, al tiempo que escuchaba respirar a Emilio, casi incapaz de mantener el ritmo que marcaba su abuelo. El propio Jorge sentía cierto vértigo de la velocidad a la que descendían, pero aquello también le fascinaba.
-Si no fuerais guerreros, la de cosas buenas que podríais hacer... – le dijo a su portador.
El abuelo, queriendo acelerar, se dejó caer durante unos metros. Pasados unos segundos de caída libre volvió a crear los punzones y se detuvo. Pero seguidamente repitió la operación.
-Vaya, tu abuelo se nos escapa... – volvió a hablar Jorge sin darse cuenta de cómo podrían ser interpretadas sus palabras.
-Tú lo has querido.
Emilio imitó al progenitor, descendiendo de forma igualmente brusca. Podía notar el miedo en el tembloroso Jorge, pues el descenso era muy violento y acelerado. Hubo un momento, tras una seca parada que coincidió con un nuevo temblor de las estructuras de la estación, en que el humano se resbaló hacia un lado y quedó colgando del nargrs. Este hizo un giro velocísimo y Jorge, sin comerlo ni beberlo, volvió a su espalda.
Segundos más tarde estaban ya todos en el piso más bajo.
Apenas había pasado un minuto y medio desde que comenzaran el descenso, pero a todos se les había hecho larguísimo, por eso salieron ansiosos hacia el simulador.
***
“Dispara a aquellas dos naves averiadas.”
“Eso es absurdo. Ya están estropeadas. Ahí no hay nada ni nadie.”
“Tú destrúyelas, así al menos no serán un estorbo.”
“Lo que ordenes, hermano.”
Una nave ligera de guerra apuntó contra dos cargueros averiados que flotaban junto a la estación orbital Be-tres y disparó contra ellos proyectiles multi-explosivos hasta que ambas naves quedaron totalmente desintegradas. Élgrabas flotaba allí, entre los restos navales.
“Joan, hemano, soy Robert. He encontrado algo. Voy a acercarme.”
“¿Qué has encontrado?”
“No me atrevo a afirmarlo con rotundidad, parece una especie de bastón de oro.”
“Voy para allá. ¿Habéis oído, compañeros?”
“Perfectamente. Aún así creo que hay que asegurarse de que ninguna nave salga de la estación, por si acaso. Joan y Robert, comprobad si se trata de Élgrabas. Los demás, mientras no haya confirmación, continuad el ataque. El maldito escudo antimeteoros de esta estación continúa repeliendo la mayor parte de los disparos.”
“Jefe, dos cargueros han aparecido en la parte inferior de la Be-tres. No tenemos cubierta esa zona. Toman rumbos distintos. Una se aleja. He comenzado a seguirla, pero ya me saca bastante distancia.”
“¿Y qué ocurre con la otra nave?”
“Yo la estoy viendo. Se dirige hacia Joan y Robert.”
“Entonces no hay duda. Buscan el Bastón. Seguid a la segunda nave, olvidaros de la otra.”
***
Benoit, que pilotaba el carguero Mosely PF5, se giró para avisar a su único pasajero.
-Indalecio, baja a la bodega de carga. Espera junto a una puerta que tiene un letrero escrito con las palabras “Cápsula Uno de Teletransporte”. Mantén activado el intercomunicador. Cuando te diga te introduces y recoges el Bastón. Ahí están esos malditos. Atacaré con el láser antimeteoros para alejarlos. Eso nos dará el tiempo suficiente... espero.
Como un loco se lanzó Benoit hacia la zona donde estaban las naves enemigas, ya a punto de apropiarse del Bastón. Robert se había puesto el traje espacial y había salido personalmente a recoger la mercancía. Nadaba torpemente hacia Élgrabas, estirando y encogiendo la cuerda que lo mantenía atado a la nave, cuando empezaron a llover disparos láser. Rápidamente pulsó el botón que tenía en la muñeca y de inmediato se tensó la cuerda, arrastrándole al interior de su embarcación. Varios disparos impactaron en el caso del vehículo. Los daños eran menores, pero había que reaccionar. Tanto Robert como los seis pilotos que aguardaban cerca de Élgrabas se alejaron por unos segundos, preparados para ejecutar una perfecta maniobra de emboscada de la que el enemigo jamás podría salir vivo.
Benoit introdujo unos datos en un computador de la cabina.
-Esas son las coordenadas... ¿o no...? Maldita sea... Hay que hacerlo ya. Bueno, para esto nací... – pensó en voz alta mientras pulsaba el botón. – Preparado Indalecio.
Una compuerta se abrió en el lateral de la nave. Un rayo azul alcanzó a Élgrabas y seguidamente el Bastón dejó de estar en el espacio. Había desaparecido a la vista de todos.
-Indalecio, entra en la cápsula. ¡Ya lo tenemos!
El gonacks entró y, efectivamente, encontró la joya allí. Pero la puerta se cerró repentinamente. Indalecio no podía salir. Estaba atrapado en la cápsula de teletransponrte.
-¿Qué estás haciendo, Benoit?
-Dile a Jorge y a los demás que fue un honor conoceros.
-¿De qué estás hablando?
-Voy a despresurizar la cabina en la que te encuentras. Coge aire. Durante los próximos instantes lo vas a necesitar. Parece que les he dejado boquiabiertos. Aún no han reaccionado... ¡Jorge! ¡Jorge! Aquí Benoit... Prepara la cabina número uno para recibir la mercancía...
“De acuerdo... Despresurizando... Abriendo compuerta... Cabina preparada.¡Benoit! Cabina número uno preparada. Envíalo.”
-Coge aire, Indalecio. – La nave de Benoit sufrió una fuerte sacudida, fruto del impacto de un disparo enemigo. – Despresurizando. Despresurización lograda. Abriendo compuerta... Preparando...
Indalecio no había cogido aire, pues con la sacudida lo había soltado todo de golpe, y de pronto se hallaba sin oxígeno, aferrado a Élgrabas, viendo cómo se abría la compuerta de la cápsula, la que daba al espacio. Sintió que su última visión sería la de las estrellas. Pero tenía a Élgrabas entre los brazos. Si lo utilizaba, tal vez... “El poder de Élgrabas es infinito...” De pronto un calor tremendo le recorrió el cuerpo y perdió la consciencia.
***
“Jefe, el carguero ha disparado contra nosotros. Preparamos maniobra envolvente.”
“Perfecto. Atacad en cuanto estéis preparados. Que no quede ni un tornillo.”
“¡Alto! Jefe, el carguero ha disparado nuevamente. Esta vez contra Élgrabas. El Bastón ha desaparecido. Detenemos la maniobra a la espera de nuevas órdenes. ¿Qué tipo de nave será esa?”
“¿Y qué ha hecho con el Bastón?”
“El Bastón es indestructible. No puede haberse desintegrado.”
“Un rayo azul ¿decís?”
Durante unos segundos no se escucha nada. Tras la breve espera, vuelve a rugir la voz del jefe:
“Es una tecnología experimental. Sirve para el teletransporte de materiales... Básicamente lo que ha hecho ha sido atrapar el Bastón. Ese rayo azul no es ningún arma. ¡Fuego a discreción! Que no escape.”
“Yo no la tengo a tiro aún...”
“Yo sí. Abro fuego. Primer proyectil multi-explosivo. Impacto. La nave enemiga presenta daños, pero continua avanzando... Vuelve a disparar el rayo azul. No puedo precisar cuál ha sido su objetivo.”
“Parece ser que ha disparado a algún objetivo lejano. El rayo se pierde en la inmensidad del espacio.”
“Esos rayos tienen un alcance máximo muy limitado. Tres o cuatro kilómetros a lo sumo.”
“A tres o cuatro kilómetros en esa dirección no hay nada. Ni a tres o cuatro, ni a cinco o seis.”
“Si no veis el objetivo es que os está intentando distraer. No caigáis en el engaño. Volcaos sobre la nave.”
“Abro fuego. Proyectil multi-explosivo. Fallé. Ha logrado esquivarme.”
“Abro fuego. Proyectil multi-explosivo. Impacto. Ha perdido tres impulsores laterales.”
“Abro fuego. Proyectil multi-explosivo. Ha esquivado. Parece buen piloto.”
“Abro fuego. Proyectil multi-explosivo. También a mí me ha esquivado.”
“A los pilotos uno a tres: Disparad una lluvia de rayos antimeteoros. Los demás seguid disparando los proyectiles muti-explosivos. Comunicad sólo los daños.”
“La fuerte lluvia láser ha inutilizado un cuarto impulsor lateral. Los láser apenas logran daños contra este tipo de naves.”
“Sí, pero los disparos láser encubren a los proyectiles multi-explosivo; no ceséis.”
“Impacto multi-explosivo. Cédula de motores desprendidos. La nave flota sin rumbo.”
“Impacto multi-explosivo. Cabina del piloto reventada. Un cuerpo humano flota en el espacio.”
“Impacto. Cuerpo humano desintegrado.”
“Impacto. Últimos restos de la nave desintegrados. Élgrabas no está aquí.”
“Nos han engañado. Volvemos a casa. Diré al comandante que rastree la ruta de la otra nave. A estas horas ¿quién sabe dónde se encuentran?”
***
Indalecio abrió los ojos y aspiró profundamente. Permanecía en la cápsula de teletransporte abrazado a Élgrabas, allí sí había aire y la compuerta exterior estaba cerrada. ¿Habría sido una especie de pesadilla? La puertezuela interior se giró. Jorge le miró desde el otro lado:
-¿Qué haces tú aquí?
-No. ¿Qué haces tú aquí?
-Quedamos en que yo conduciría esta nave... Un momento... Si Benoit te ha teletransportado junto con el Bastón...
-¿Me ha teletransportado? Ahora entiendo...
-¿Qué ocurrió?
-Me dijo que recogiera el Bastón y me encerró en la cápsula de teletransporte. Después alcanzaron su nave, la compuerta de la cápsula se abrió... y yo... he aparecido aquí.
***
La nave Mosely PF6, gemela de la ya inexistente Mosely PF5, volaba perdida en los cielos de Esperanza. El nombre que el planeta ostentaba fue dado por los astronautas que comenzaron su colonización. Habían recorrido durante décadas el espacio buscando un lugar habitable. Cuando la desolación y la vejez conquistaron sus corazones, se encontraron con este nuevo mundo. Tanta había sido la amargura de no haber encontrado nada a pesar de los duros esfuerzos de toda una vida que, al descubrirlo, unánimemente se les ocurrió el nombre de Esperanza. Pero de esto hace ya milenios y la memoria de aquello se perdió en el decurso de los siglos.
Sólo un piloto y dos pasajeros viajaban en la Mosely PF6. Hacía veinticuatro horas que habían abandonado la estación orbital.
-¿Cuánto tiempo crees que podremos mantenernos escondidos? – preguntó Hina, entrando en la cabina del piloto. Él miraba al infinito del espacio. – Jorge, - insistió ella, tocándole para que reaccionara - ¿cuánto tiempo calculas que tardarán en descubrirnos?
-No lo sé. Es posible que no nos echen de menos. Puede que incluso den a esta nave por destruida. Habrá un recuento de personal y naves en la Be-tres. La gente y las embarcaciones desaparecidas... Eso les supondrá mucho trabajo. A Benoit le darán por desaparecido. Mientras nos mantengamos alejados de las estaciones, espaciopuertos y rutas de navegación, no creo ni que nos busquen.
-Entiendo. – Hina se disponía a salir del habitáculo, pero Jorge le rogó:
-Por favor, no te vayas. Quédate un rato. Me gustaría hablar...
-Está bien.
Hina se sentó en el asiento del copiloto, mirando a las estrellas.
-Llevo todo el tiempo pensando en mi amigo. No puedo quitarme su muerte de la cabeza. Tú no conociste apenas a Benoit. Yo le he tenido como compañero... y amigo... estos últimos años. Desde que cayó Élgrabas en nuestras manos él tuvo planeado este fin. Sabía cómo moriría. Cuando pienso en él... Cada vez estoy más seguro de que sabía cuál sería su final... Mientras yo soñaba con ser un héroe... él se preparaba para el martirio. Estaba siempre informado de todas y cada una de las naves que pasaban y habían de pasar por la Be-tres. Cuáles estaban en reparaciones y cuáles a pleno funcionamiento. Cuáles vigiladas por fuerzas de seguridad y cuáles no. Sabía qué compañías y qué modelos navales harían uso de la Be-tres, qué llevaban en su interior, de qué personal disponían... Incluso se llegó a enterar de que existían estos prototipos – afirmó señalando la propia nave, – cosa que la mayoría ignorábamos.
-Era un chico preparado.
-Sí. Lo era. Y yo, mientras, con mantener mi puesto de trabajo y soñar con que un día llegaría a ser un héroe y todos me aplaudirían... incluso tú. Con soñar, pero sin hacer nada, me bastaba. Él, mientras, preparaba su muerte, su inmolación. Y nadie lo supo. Nos engañó a todos con su sonrisa confiada y esa voz firme, que despejaba toda duda en el oyente... Nos dijo “vosotros dejádmelos a mí, yo me encargo, les distraeré, sé cómo hacerlo, que Indalecio me acompañe...” y le creímos. Quisimos pensar que la distracción no le costaría. Al fin y al cabo, era un gran piloto. Si alguien podía centrar sobre sí la atención de esos cazas y vivir para contarlo... si alguien podía hacerlo, él era el elegido. Decía que no había nacido nargrs que superara su pilotaje. Pero estoy seguro de que también sabía que no se enfrentaba a rivales en igualdad de condiciones. Y nosotros dejamos que nos embaucaran sus frases y su entusiasmo...
-Pero él sólo dijo que les distraería. En realidad no mintió ni engañó a nadie.
-Es cierto, fuimos nosotros los que quisimos pensar... Él fue como yo hubiera querido ser. Valiente, astuto, decidido, abnegado.... honrado. Se estudió al dedillo la mecánica del teletransporte en los cargueros del proyecto Mosely. Conocía cada particularidad de cada uno... Él fue el que me enseñó las cosas básicas. También me traía un listado, cada día, con todas las naves que iban a embarcar y desembarcar en la Be-tres durante la siguiente jornada. En el listado venían detalladas las características principales de las mismas y las facilidades o dificultades que había para colarse en ellas y ponerlas en marcha. Y yo... Si yo fuera la mitad que él, quizá habría podido salvarle la vida.
-Pero tú no eres él. – Hina contestaba con sequedad. Su voz carecía de pasión, desalmada. Las palabras se le clavaban a Jorge en los huesos, pero en aquellos momentos se mostraba imperturbable.
-Cuando nos diste el Bastón en confianza, Hina, yo sólo pensé en que tenía una oportunidad única de impresionarte. Durante tanto tiempo llevaba enamorado de ti... Pero un día desapareciste y sólo me quedó el recuerdo. Cuando volviste a aparecer renacieron los sentimientos que siempre procesé. Y egoístamente no quise más que impresionarte. ¿Qué hubiera pasado si en vez de pensar en cómo conquistarte, hubiera dedicado la mitad de tiempo al estudio de estrategias, la mitad sólo, del que empleó Benoit?
-¿De verdad me querías tanto? – La voz de ella se dulcificó un poco.
-Durante años no me atreví a declararme. Me parecía que el mundo empezaba y acababa en ti... y eso, de algún modo, me ahogaba. Pero ahora... me doy cuenta de lo miserable que es angustiarse pensando en si me quieres o no. Hay tanta guerra y sufrimiento que eso se convierte en intranscendente. Si antes me ahogaba decirte que te amaba, ahora, ya ves, no me cuesta nada hablar de ello... Por eso, dime, Hina, necesito saberlo: ¿Qué es exactamente Élgrabas?
-Élgrabas es lo que traerá la paz a la humanidad. Pero ni siquiera los propios nargrs somos capaces de entenderlo del todo. Sé que sólo se comunica con mujeres. Al menos, así ha sido hasta hoy. De ahí que cuando, al oír aquellos gritos de socorro de los civiles, mi familia decidió quedarse en la Be-tres a ayudar, me pidieron que yo embarcara contigo. Élgrabas, de algún modo, nos guía hasta un futuro mejor. Sin embargo, nunca impone su voluntad. Sólo nos guía. Lo que hagamos después es cosa nuestra.
-Así que está vivo.
-Es algo más allá de la vida. No podemos precisar el qué. Hubo una fuerza mágica al principio de los tiempos. Un “algo” que lo creó todo. Los Hombres Sabios encontraron la manera de comunicarse con ese algo. Lo escuchaban y seguían su voluntad. Pero a los miserables corazones humanos no les gustó aquella voluntad divina y eliminamos a los Hombres Sabios. Fruto de la ira somos los nargrs. Por eso tendemos al mal y la violencia. No obstante, ese algo consiguió hacer perdurar su voz a través de Élgrabas. No me preguntes cómo lo hizo, ni quién talló el oro de que está hecho. Desde que fue creado, Élgrabas surca el Universo buscando a los mejores hombres y mujeres, dispuestos, preparados para hacer el mejor trabajo, la labor más importante hecha nunca, esa que algún día traerá la paz y la justicia a cada casa, a cada pueblo, a cada nación... y mientras busca a los prohombres se deposita en las manos, precisamente, de los hijos de la ira. Pero no sé más. ¿De verdad me querías tanto? No lo entiendo. ¿Por qué? Apenas me conocías realmente. Nunca conociste mi verdadera naturaleza de nargrs, ni cuál era mi destino. En realidad, ¿qué podías conocer tú de mí?
-Normalmente permaneces callada. Como en segundo plano. Pero en ocasiones alguien o algo toca tus fibras y te sueltas a hablar... como ahora. Tu verdadera naturaleza no se reduce a tu condición guerrera o mágica. ¿De verdad Élgrabas sólo se comunica con mujeres?
-Con dirucks o con los hombres y mujeres especiales de los que te he hablado, para invitarles a viajar en su interior hasta que llegue el momento de restaurar la paz y la justicia. Aparte de eso, ¿qué imagen puedes tener tú de mí?
-No es cierto lo que dices. Élgrabas se comunicó conmigo. ¿Qué explicación tiene eso?
-¿De verdad?
-Sí. Tiró de mí. Me indicó el camino. Una especie de fantasma, con una extraña voz, me pidió que fuera en la dirección contraria a la que iba.
-No sé qué explicación podría tener. ¡Qué raro! Élgrabas sólo se comunica con mujeres... es más, sólo lo hace con algunas. No todas las dirucks son capaces de oír su voz. Y, por lo que cuentas, a ti no te ha invitado a viajar en su interior. ¿En serio puedes comunicarte con él?
-¿Es que acaso tú no puedes?
-Bueno, en realidad sólo me he comunicado con Élgrabas un par de veces. La verdad es que no soy yo quien se comunica con él, sino él conmigo... Comprenderás que empiezo a sentirme incómoda con esta conversación.
-Sí, supongo que sí.
Hina se levantó del asiento. Jorge la cogió de la mano, mirando a las estrellas.
-¿No tienes curiosidad por saber en qué pensaba cuando Élgrabas habló conmigo?
-¿En qué pensabas?
-En ti.
Hina se soltó.
-Te he dicho que me hacía sentir incómoda.
-Tienes razón. Por un momento me pareció que estaba relacionado. Élgrabas sólo se comunica con las mujeres... y, sin embargo, lo hizo conmigo... justo cuando toda mi fuerza de voluntad estaba orientada hacia ti, una mujer. Quizá tenga relación, ¿no?
-Quizá.
-Por cierto, ¿has visto a Indalecio? Me gustaría hablar con él.
-Estás muy sereno tú hoy. La última vez que le vi estaba llorando. Miraba una foto de sus padres. Supongo que eran sus padres. No quise entrometerme.
***
Interior de la Mosely PF6. Sala de descanso. Un holograma mostraba a Emilio, primo de Hina.
-Los Draco y los Anderson se encuentran en problemas. Por un lado las demás mafias nargrs, queriendo permanecer en la penumbra, les han declarado una guerra tácita, expulsándoles de las esferas de poder. El pueblo se ha levantado en armas contra las dos familias. El ataque a la Be-tres les ha desenmascarado. La opinión pública vuelve a hablar de los nargrs, aunque de forma confusa. Lo bueno de todo esto es que va a hacerse una buena limpieza en muchos estamentos e instituciones. Aunque tampoco hay que pensar que se acabará con la corrupción, claro. Pero sí se limpiará bastante.
-¿Cuantos humanos murieron en el ataque a la estación? – preguntó la joven dirucks.
-Se han recogido los restos de diecisiete cadáveres. Hay al menos otros tantos desaparecidos. Los heridos fueron muy numerosos, pero ya están todos a salvo. La verdad es que si tus amigos no hubieran actuado como lo hicieron, estaríamos hablando de miles de muertos. Aunque, ¿cómo le explicas algo así a los familiares de las víctimas? A pesar de todo, me alegró emplear nuestras habilidades de nargrs en ayudar a la gente, en vez de batallar.
-¿Y vosotros?
-Aquí estamos todos bien. Deseando volver a ver a nuestra niña mimada. ¿Cómo estáis por ahí?
-Bien.
-¿Seguro?
-Sí.
-Me alegro. Te dejo, no vaya a ser que rastreen esta llamada. Aunque lo dudo, porque no saben si existís o no. Estáis en las listas de desaparecidos. Bueno, adiós.
-Adiós.
Fue apagar el holograma y encenderse una luz dorada tras Hina. Esta se giró. Mientras lo hacía, la realidad fue sucumbiendo, convirtiéndose en otra. Entre dos montañas rocosas y secas, en lo profundo de un valle, la mujer se encontró frente a una paupérrima casa de adobe. Un nombre empezó a resonar por todo el valle. La escasa vegetación se conmocionó ante tal estruendo. Un viento muy fuerte sopló desde el interior de la casa. El rostro de un muchacho se fue haciendo visible allí dentro.
Todo cesó de golpe. Hina volvía a encontrarse la nave espacial, en pie, junto a Élgrabas, que descansaba sobre una mesa. A la dirucks aún le pitaban los oídos. Se sentía como si hubiera despertado de un profundo sueño.
Corrió hasta la cabina. Por el pasillo tropezó con Indalecio.
-¡Ya sé adónde debemos dirigirnos! – le espetó al pasar.
Cuando alcanzó al piloto repitió la frase.
-Pues dímelo, que vamos allá de inmediato – respondió Jorge.
***
En el seno de una familia muy pobre nació, diecisiete años atrás, uno de esos hombres que siempre permanecen en la infancia. Como era el benjamín le amaron con especial cariño.
Los hermanos, el padre, la madre e incluso la abuela, que era una jorobada, sorda y coja, aparte de extremadamente anciana; todos trabajaban por míseros salarios en la casa del terrateniente. Todos, menos el benjamín. Él apenas hablaba. No se valía por si mismo. Era incapaz de sumar dos más dos. Aunque había aprendido a recoger los platos y cubiertos tras la comida o la cena, las raras veces que había cena.
En ocasiones se enfadaba y gruñía, pero enseguida se le pasaba. No era rencoroso, quizá porque le resultaba demasiado difícil comprender los trucos que empleamos los demás para guardar rencor sin olvidar las afrentas. Antes de que le pidieras perdón ya te había perdonado.
Siempre había alguien en casa, cuidándole, pues no sólo era incapaz de valerse por sí mismo, sino que a veces hacía cosas que podían ser peligrosas, ya que no comprendía su peligro.
Daba mucho trabajo a sus ya ocupados hermanos y padres. Mas era el ojito derecho de todos, aunque ocasionalmente perdían la paciencia con él; no era fácil tratarle. A veces se empeñaba en algo y como no había forma de hacerle comprender que eso era imposible, se enfadaba y pataleaba, o trataba de conseguir su objetivo a la fuerza. Con diecisiete años que tenía ya, no era sencillo para unos brazos cansados de duras jornadas laborales, refrenar a aquel niño eterno.
Pero el joven Mario había empezado a comportarse de un modo extraño las últimas semanas. No jugaba, apenas sí comía la comida que apenas sí había, no dormía, protestaba más de lo habitual cuando le mandaban a la cama... Se sentaba junto al ventanuco, mirando las estrellas. Allí pasaba el día. No quitaba la vista de los luceros celestes. Cuando alguien se le acercaba, él decía:
-Adiós, adiós...
Y lanzaba besos torpes con la mano. Si la persona en cuestión insistía, Mario sonreía y le decía:
-Ven, ven...
Al acercarse el otro o la otra, Mario daba un abrazo y afirmaba:
-Te echa de menos... Adiós.
Ante aquel comportamiento extraño, sólo su madre halló una explicación:
-Se prepara para un viaje.
Pero al resto de la familia se les hacía aquello demasiado tétrico como para aceptarlo. Con mucho esfuerzo lograron quitarle a la madre la idea del viaje místico. La argumentación que dio su padre fue la que, por ser más racional, aceptaron todos:
-Su mente es inaccesible. Se le ve feliz. Vive en su mundo particular. Hoy su mundo es así y mañana cambiará. Pero tarde o temprano volverá a la normalidad. Lo único que hay que hacer es insistir lo suficiente en que coma, para que no se desnutra. Por lo demás, si él es feliz, ¿para qué vamos a intentar alterar nada?
Pero una noche descendió una gigantesca nave del espacio y se quedó flotando a un metro escaso del suelo. Detenida junto a la casa de adobe, abrió una compuerta y descendieron tres personas. La mujer de en medio llevaba una especie de cetro de oro entre sus manos. Mario se excitó y empezó a dar saltos, agarrado a lo que podríamos llamar alféizar de la ventana. Sus gritos de alegría despertaron a todos. El padre y los dos hermanos varones salieron a proteger la casa de aquellos extraños, armados con la fregona, la escoba y un cuchillo de la cocina.
-¿Qué ocurre aquí?
-Élgrabas busca un hombre, para llevar a cabo el trabajo más importante del mundo.
-¿De qué habláis, forasteros?
Pero la madre se abrió paso entre los varones y se dejó caer a los pies de los recién llegados, suplicante.
-No os lo llevéis, por favor. No os llevéis a mi hijo... Por lo que más queráis.
-Mujer, – dijo Hina – nosotros no nos llevaremos a nadie que no quiera venir. De hecho, es el Bastón – alzó el báculo de oro para que todos lo vieran – quien hace la llamada. Nosotros somos meros servidores. Venimos amistosamente.
-¿Qué queréis de nosotros, si puede saberse? – insistió el padre belicoso.
Hina empezó por explicar quienes eran ellos y luego siguió con Élgrabas. Les habló de las aventuras y desventuras por proteger al Bastón, del sacrificio que tuvo que hacer Benoit... Habló tanto que amaneció y algunos se fueron a trabajar. La madre y la abuela aprovecharon la ausencia del padre para invitar a los extraños a entrar.
La familia entera fue haciéndose a la idea de perder a su más amado miembro. Pero no era la muerte o un destino penoso al que se dirigía Mario, sino todo lo contrario. Por eso y, sobre todo, por la hasta entonces misteriosa actitud del propio chaval, fue por lo que terminaron dejándose convencer. Celebraron una fiesta en su honor, vaciando la poco llena despensa, para vergüenza de los bien alimentados visitantes.
Llegada la medianoche Hina pidió a todos que se sentaran en círculo, tras haber retirado a un lado la mesa y las banquetas del comedor. Colocó a Élgrabas en el punto central para después alejarse, sentándose entre la madre y la abuela del elegido. Al poco, unos débiles destellos surgieron del Bastón, acompañados de una especie de aurora nebulosa, que se levantó hasta alcanzar un metro de altura. Luego continúo creciendo, horizontalmente, hacia Mario. El infante adolescente se había mostrado muy excitado el día entero, mas al llegar la nebulosa lumínica a su cuerpo, le había embriagado una especie de felicidad serena. Miraba él al infinito, como si estuviera contemplando a alguien más allá de este mundo. Todos pudieron entreoír como unos murmullos de multitudes lejanas, desprendiéndose de aquel halo mágico que manaba de Élgrabas. Como si estuviera hablando con tales multitudes, Mario respondió:
-Sí. Estoy seguro... Sí. Claro que quiero.
La luz se intensificó hasta deslumbrar a los presentes, que se taparon los ojos. Al cesar la luminosidad todo había acabado. La nebulosa había desaparecido. Los murmullos ya no se escuchaban. De Mario sólo quedaban las ropas, amontonadas sobre sí en el lugar donde instantes antes se había sentado él. Un silencio confuso sobrecogió la casa. Un silencio tenso en el que todos querían hablar, pero ninguno parecía saber de qué. Finalmente, el padre del muchacho lo rompió:
-No lo entiendo. Sé que es feliz. Más que por lo que me habéis contado vosotros, por lo que veía en su rostro los últimos días. Él está ahora en un lugar mejor, a la espera de acontecimientos que yo no comprendo... Pero ¿qué podrá aportar él a la humanidad? Decís que el suyo es el trabajo más importante del mundo. ¿Qué trabajo puede hacer alguien como él? ¿Qué tiene mi hijo de especial para ser elegido por esta cosa? Sé que él es feliz ahora mismo. Pero no lo entiendo.
-¿No hacía ni aportaba nada especial? – preguntó Jorge, inquieto. - ¿Nunca?
La madre contestó mientras intentaba contener las lágrimas.
-No me imagino a esta familia sin él. Si Mario no hubiera nacido, todo en esta casa habría sido muy distinto. Habilidades no tenía. Daba mucho trabajo. Tenerle aquí lo hacía todo más complicado. Pero yo quería tenerle aquí. Yo le amaba. Todos le amábamos... No se me ocurre un trabajo más importante que enseñar a amar. Y él nos enseñó a todos.
***
Gris y silenciosa estancia. Anastasio, de los Anderson, escribe despacio en su escritorio. Sobre el buró reposa un tintero en el que unta la pluma. Ruidos más allá de la puerta le hacen alzar la vista. Lo hace sin pasión. Vuelve los ojos a la hoja en blanco y continúa escribiendo, ejercitando aquel antiquísimo método perdido en los confines del tiempo, cuando la raza humana convivía o guerreaba en un único planeta, mucho antes del I Desdoblamiento Científico.
De cuando en cuando deja la pluma hundida en el tintero y alza el folio, contemplándolo. Sonríe amargamente y retoma su tarea.
Nuevamente ruidos. Sollozos de una mujer de mediana edad. Pasos. Comentarios en voz no muy alta, como de quien no quiere molestar. Unos golpecitos en la puerta.
Anastasio trata de ignorar la llamada volviendo sobre su escrito. Los nudillos de alguien vuelven a llamar. Guarda Anastasio la hoja en un cajón, así como el tintero con la pluma en otro. Resopla y se cruza de brazos. Tercera llamada.
-¡Adelante!
No puede el hombre disimular su asombro al ver aparecer a Indalecio, su hijo. Los ojos se le inundan de lágrimas. Pero el vástago permanece inmóvil, con mirada acusadora. Anastasio se levanta y abre los brazos. La imperturbabilidad de Indalecio le hace dudar. Finalmente su gesto se vuelve grave y su voz habla con severidad:
-¿Qué es lo que vienes a buscar en casa de tus padres?
-Murieron más de treinta personas en la estación.
-Lo sé, hijo mío. No hay una hora en que esos hechos no me atormenten. Pero yo no estuve allí. En cuanto tu amigo se metió en la zona reservada al personal de la Be-tres, tu tío y yo nos marchamos, y ya no volví a pisar el lugar.
-Tú buscabas el Bastón como el que más.
-¿Valdría de algo que te pidiera perdón?
-¿Cómo me puedo fiar de ti?
-No puedes. Sería una imprudencia por tu parte. Pero tienes que saber que lo siento. No quiero que pienses que tu padre ignora su culpa en la masacre.
-Un amigo mío murió a manos de los Draco. ¡Yo estaba con él instantes antes de que le mataran! ¿Cómo pudieron los Anderson aliarse con ellos?
-Creímos que podríamos conseguir atrapar a Élgrabas.
-¿Y tiranizar el Universo?
-No... Bueno. Quisimos creer que mejor estaría el Bastón en nuestras manos que en unas equivocadas.
-Élgrabas rige su propio destino y, por lo que vi hace unos días, posiblemente rija el destino del Universo. Todo lo que hacéis va en contra suya, y por eso generáis dolor y muerte.
-Pensábamos que podríamos emplear su poder para gobernar con justicia.
-¿Y quién te ha dicho a ti que los hombres han de ser gobernados por hombres? ¿Quién gobernará a los gobernantes para que estos sean justos?
-Te he dicho que lo siento.
-Yo también lo siento, padre. No puedo luchar contra ti.
-No tendrás que hacerlo. La organización se derrumba. La sangre de aquellas personas ha salpicado con tanta fuerza a los Draco y los Anderson que las familias...
-¡Mafias querrás decir!
-...las mafias están siendo desarboladas. Es posible que tu madre y yo pasemos por la cárcel. Todo esto toca a su fin. El pueblo odia a los nargrs, nos quieren a todos muertos. No volveré a ser tu enemigo nunca más.
-Eso lo veré con el tiempo. Mientras tanto, no lucharé contra mi familia. A no ser que ésta me obligue a elegir entre ella y Élgrabas.
-Entonces, ¿te quedarás a cenar?
-Quizá, algún día, podamos reconciliarnos. Pero ese día no será hoy.
***
Dos enamorados contemplaban el cielo tumbados sobre la hierba, en un lugar tranquilo y aislado del planeta. Nada ni nadie les molestaba. El cri-cri de los grillos era la música que escuchaban y las estrellas el paisaje que se abría ante sus ojos extasiados.
-Sé que no eres nargrs. ¿Qué hacía alguien como tú, trabajando para los Draco?
-Mi madre era humana. Mi padre es un Draco. Mi hermano es un Draco. Soy una Draco.
-Anneka, te he echado de menos. Te prometí que te traería aquí y lo he hecho. No puedes ni imaginar lo feliz que soy en estos momentos.
-Yo también he deseado estar aquí, contigo, Indalecio. Temí tanto por tu vida...
-Ahí arriba, en las estrellas, tengo a un amigo. Sé que Benoit nos mira desde el cielo. Y sé que protegerá a Jorge y a Hina.
-¿Le querías, a Benoit?
-Cuando murió pensé mucho en él. Era muy inteligente. Desde el principio supo que moriría y, para que no nos diéramos cuenta de su plan, para que no nos interpusiéramos, me dijo que fuera con él. Y todos creímos que confiaba en mí para sacarle de algún modo las castañas del fuego. Pero él sabía que yo no podía hacer nada. Sólo me arrastró consigo para que no sospecháramos de su plan y luego me lanzó lejos, hasta la otra nave... Cuando quise darme cuenta de lo que había pasado él había muerto y yo estaba a salvo, en la embarcación de Jorge. Él había atraído sobre sí a todo el ejército enemigo. Se había asegurado la muerte porque con ello nos aseguraba a los demás la vida. Gracias a él puedo estar ahora contigo, Anneka. Cuanto más lo pienso, más le aprecio.
***
El interior de una nave flotando en la ionosfera artificial del planeta Esperanza. La compuerta de la cabina se abrió. Jorge, que llevaba un rato mirando a otros mundos, pegó un respingo.
-Me has asustado – dijo al ver entrar a Hina.
-Lo siento. Venía a decirte que Élgrabas me ha hablado. Me ha dicho que hay que partir...
-¿Adónde?
-Debe cruzar las estrellas hacia los Mundos Comerciales.
-¿Hay allí otro niño?
-No lo sé.
-Harás las maletas y te irás... Tengo aquí algo que... Es una tontería. Se te perdió hace años, seguro que ni lo recuerdas. – Jorge extrajo un cuadernillo atado a un lápiz con un fino lazo. – Hace años te encantaba dibujar. Cuando lo hacías eras feliz.
Hina cogió la ofrenda silenciosamente. Desató el lazo y empezó a pasar páginas, contemplando los dibujos con lentitud. Como si las palabras brotaran sin querer, manteniendo los cinco sentidos orientados al cuaderno, preguntó:
-¿Lo has guardado todo este tiempo?
-Como un tesoro.
Ella levantó las pupilas brillantes por las lágrimas y le brindó una sonrisa a Jorge.
-¿Quieres que te diga cuál es mi favorito?
-¿Cuál?
Jorge, sin quitarle el cuaderno, poniéndose a su lado, pasó algunas páginas hasta la que había marcada con un doblez en la esquina superior. En dicha hoja estaba dibujado el perfil del rostro de un niño de facciones muy similares a las del piloto.
-Este. Desde que me vi dibujado en tu cuaderno supe que habías atrapado para siempre.
Ella acercó el rostro hasta besar sus labios. Luego se fundieron en un abrazo. Sin separarse, le rogó:
-No me dejes nunca.
-¿Quieres que cruce las estrellas contigo?
-Sí, por favor.
Jorge besó su frente.
-Será un placer. Temí que no me lo pidieras...
***
Una semana más tarde partieron, surcando las inmensidades del universo. Gracias a un familiar de Hina, que se había infiltrado entre los controladores de un espaciopuerto, pudieron programar los faros-E y navegar a través de los mundos. Aquel fue el primero de sus muchos viajes y ésta que acabo de contar la primera de sus aventuras. Juntos se hicieron uno y entregaron la vida a Élgrabas. Tuvieron hijos netamente humanos, los cuales, llegado el momento, legaron la lucha a otros nargrs. Por desgracia, casi nadie recuerda los episodios históricos de Élgrabas y es difícil establecer qué ocurrió con exactitud tras su partida de Esperanza. De hecho, lo aquí contado también es ampliamente desconocido y yo creo que se debe a que los hombres y mujeres de hoy ya no alzan la vista a las estrellas, ni leen las historias pasadas que en ellas están escritas.
miércoles, 19 de agosto de 2009
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