Un extraño meteorito cayó sobre el planeta Arena, uno de tantos mundos de aspecto desértico, atravesando misteriosamente los escudos de iones que lo protegían de impactos de ese tipo. La zona se trataba del lugar donde un puñado de pastores pastoreaban sus rebaños.
El ejército del planeta era pequeño. Menos de treinta mil personas lo formaban. Sólo había cuatro rangos: El Capitán General, que disponía de treinta Generales, los cuales mandaban sobre treinta Capitanes cada uno, los que, a su vez, gobernaban sobre unidades de treinta a treinta y cinco hombres, soldados rasos que sabían hacer todo tipo de tareas, desde pilotar naves hasta curar a sus compañeros heridos. En realidad, en aquella época no era necesaria demasiada formación para el pilotaje o la enfermería. La tecnología asumía el mayor papel en muchos campos, por ello no había mucha especialización; al contrario, se buscaba que los soldados fueran polifacéticos.
El Capitán John M. recibió la asignación de la misión y partió enseguida con todos sus hombres hacia el lugar de los hechos. Cinco vehículos conformaban la totalidad de la caravana. En menos de cuarenta minutos se encontraban allí. Acamparon a un kilómetro y medio del meteorito.
-Prudencia ante todo. Cuando establezcamos que se trata de un simple meteorito, dejaremos a las unidades civiles acercarse. Por el Este, por el Norte y por el Sur llegaran otras cuatro unidades de refuerzo, y entre todos mantendremos rodeada la zona. Ahora mismo vuestras órdenes son montar un campamento y vigilar el meteorito. Hay que extraer toda la información posible.
Un pastor apareció corriendo hacia ellos. El rostro desencajado y el cuerpo anciano tambaleándose de terror. Gritaba:
-¡Ha matado a mis ovejas! ¡Esa cosa las ha asesinado!
John dio órdenes al soldado Kenji de que atendiera al pobre hombre; mientras los demás debían continuar a lo suyo. El soldado se lo llevó al interior de una tienda recién montada.
-Tranquilícese buen hombre. Veamos, ¿estaba usted cerca del meteoro?
-Pues más o menos como lo están ustedes ahora mismo. Hay un grupo de árboles allí – señaló con el dedo a un diminuto oasis que se veía a unos doscientos metros al norte, sacando el brazo de la tienda. – Por esa zona estaba yo.
-¿No cayó el meteorito sobre sus ovejas?
-No, ¡qué va!, me acerqué por curiosidad. Cuando me encontraba a unos cincuenta metros, esa cosa empezó a matar a mis ovejas. Yo me alejé, pero las ovejas no me siguieron y en breves instantes las mató a todas.
-¿Cómo que mató? ¿Cómo fue?
-Lanzaba unas bolas rojas. Igual de rojas que el meteorito.
-¿El meteorito es rojo?
-No me diga que no lo ha visto aún. Es como un rubí gigante. Como una casa de grande.
-No parece una simple piedra.
-No lo es, se lo aseguro. Pero ¿y mis ovejas? ¿De qué voy a vivir ahora?
-No puedo decirle nada. Tomaré nota de su queja e informaré al capitán. ¿Tiene usted algún tipo de seguro?
***
-Capitán, ya están posicionándose los de la unidad catorce, en el Norte.
-Eso significa que ya están cubiertos los cuatro flancos. ¿Qué información hemos podido reunir hasta ahora acerca del meteorito?
John se paseaba de un lado a otro, saliendo y entrando en la tienda donde habían establecido el centro de información. Había varios soldados sentados frente a un grupo de teclados y pantallas, llenas de gráficos y datos. En tres de ellas, donde se dibujaban mapas del terreno con sus diferentes características, había una especie de mancha negra. John la señaló y preguntó:
-¿Qué es esto?
-No... no... Nunca habíamos visto nada así. Hemos revisado los equipos por si el funcionamiento es erróneo.
-Capitán, esas manchas son... Los equipos funcionan bien, por más que Ramón quiera revisarlos. Esas manchas son vacío.
-No puede ser, soldado. Ahí debería aparecer el meteorito.
-Sí señor. Yo también lo creo. Pero no aparece. Sólo muestra vacío. O lo que es peor: La ausencia más absoluta de materia.
-¿Me estás diciendo que no hay nada?
-No sabemos lo que es, capitán. Los datos que recogemos van en contra de todas las leyes físicas conocidas. Quizá estemos a las puertas del IV Desdoblamiento Científico.
-No lo creo. Continuad trabajando. Hay que averiguar qué es exactamente ese objeto.
John salió de la tienda refunfuñando acerca de la fantasiosa imaginación de aquellos jovenzuelos. Kenji le esperaba con un cuaderno entre las manos.
-Ya he entrevistado al pastor. Lo que ha dicho es muy extraño. Por lo que me cuenta, el meteoro no cayó sobre las ovejas. Él lo vio caer y se acercó por pura curiosidad. Entonces, el meteoro atrajo de algún modo a los animales... y los exterminó.
John le miró en silencio. Se le notaba tenso.
-Si lo que me has dicho se parece en algo a lo que me parece que has dicho, lo que cuentas no tiene ningún sentido.
-Lo sé, señor. He intentado comprobar si el testigo estaba cuerdo o si era un mentiroso... Lo único que resulta desconcertante de él es la historia del meteoro. Lo demás es tan coherente y mundano que parece imposible que se haya inventado un cuento.
-Kenji, tomaría tu historia por un cuento si tus compañeros me demostrasen que el meteoro está compuesto de algo inerte. Pero ni eso tenemos.
***
-¡Capitán! La unidad veintisiete ha mandado una avanzadilla. Cinco hombres se acercan al meteorito por el Sur – gritó uno de los hombres apostados en lo alto de la duna. John corrió hasta allí. Pidió unos prismáticos y se tumbó.
-Ya están predireccionados – le dijo el hombre que se los dio. – Allí, señor.
El capitán se tumbó y miró a través del aparato. Se podía distinguir, en efecto, a cinco hombres uniformados y armados con rifles, descendiendo entre las dunas arenosas, en dirección al ente extraño. Parecían confiados y tranquilos.
-Llame al capitán de la veintisiete. Esos hombres deben retroceder, es una imprudencia. Es posible que el meteoro sea hostil – ordenó sin apartar la vista.
El que estaba a su derecha llamó como se le había dicho y repitió las frases de su capitán.
“¿En qué se basan para afirmar tal cosa?”
-Un pastor dice que el meteoro ha aniquilado a sus ovejas – comentó John.
“Bueno, es una lástima que les cayera encima.”
-No les cayó encima. El pastor se acercó y el meteoro las mató.
“¿Estáis seguros de eso?”
-Si usted lo busca, podrá descubrir unas manchas negras en la arena, a medio camino entre nuestra posición y el meteoro. Hemos comprobado que son los restos de los animales... ¡incinerados!
“Espere que busque...”
-¡No busque el lugar! Haga retroceder a sus hombres; mientras les enviaremos información precisa.
“De acuerdo. Lo haré.”
John cortó la llamada y se tumbó cuan largo era, con los prismáticos en los ojos, mientras refunfuñaba maldiciones. El soldado que estaba a su lado le imitó, aunque no tenía nada que le ayudase a ver en lontananza.
En la imagen que recibía John, los cinco hombres caminaban a ritmo desigual. Dos de ellos se habían adelantado entre diez y quince metros a los tres restantes. Los más alejados al meteoro se llevaron las manos al oído, como si estuvieran escuchando algo a través del auricular. Se detuvieron e hicieron ademán de regresar. Para su sorpresa los dos más adelantados continuaron caminando. Entonces los otros gesticularon como si les estuvieran llamando voz en grito. Sus compañeros se giraron, apuntaron con los rifles y dispararon. Los otros cayeron al suelo como sacos inertes. John no podía dejar de mirar. Pulsó un par de botones en los prismáticos y la imagen se acercó más aún. Dio un repaso visual a los cuerpos de los yacientes, pudiendo distinguir manchas de sangre que crecían en sus uniformes. Seguidamente redujo un tanto los aumentos de las lentes y buscó a los asesinos. Estos caminaban como hipnotizados hacia el meteoro. Llegados a la mitad del camino un zumbido lo abarcó todo, hasta la posición de John. El capitán retiró la vista y preguntó a sus subordinados. Nadie supo darle una respuesta.
-Quizá venga del meteoro. ¡Se está encendiendo!
En efecto, la gigantesca piedra roja proyectaba una luz de su mismo color. La luz empezó cubriendo todo el cuerpo del extraño objeto, aunque seguidamente se fue concentrando en la parte superior. Al cabo de unos segundos la luz se alzó y se dividió, tomando la forma de dos esferas rojas. Las esferas se lanzaron sobre los exploradores, los mismos que habían exterminado a sus compañeros, y al caer sobre ellos explotaron como si de mísiles se tratara. Los testigos no daban crédito, al tiempo que sus aterrados ojos contemplaban sin pestañear. Cuando el humo de las explosiones empezó a disiparse, comprobaron que de los dos hombres apenas quedaban algunos restos incinerados.
***
La alarma había saltado. Otras cuatro unidades daban apoyo a las que inicialmente habían acudido a estudiar el objeto invasor. Los capitanes hablaban entre sí, en una reunión virtual, intentando resolver el problema de cómo traer de vuelta los cuerpos de los fallecidos sin arriesgar más vidas.
Kenji y sus compañeros se apostaban en la colina. Miraban temerosos el objeto y especulaban las más absurdas teorías.
Una figura humana, vestida con negros ropajes, le dijo a Kenji:
-Ya ha empezado a hundirse. Tenéis que daros prisa. No debe repetirse.
Kenji y los demás pegaron un brinco:
-¿Quién eres? ¿De dónde has salido?
-Quien me envía lo hace por vuestro bien. Me pidió, Kenji, que viniera a decírtelo. Debes alejar ese pozo de mal – señalaba al meteoro – de este planeta. No ha llegado el día en que pueda ser destruido.
-¿De qué me estás hablando? ¿Quién te envía? ¿Quién eres tú?
-Yo sólo soy la voz que anuncia las profecías, pues es mi misión transmitirlas. Ese objeto que llamáis meteoro no es tal. No pertenece a este mundo. Para alcanzar la magia, los antiguos Hombres Sabios tuvieron que alejar el mal de sus corazones, de modo que lo materializaron y lo enviaron a lo profundo del espacio. Decenas de objetos como este vagan por entre las estrellas desde entonces. Son el mal de los corazones buenos. No es frecuente que esta materia alcance a un planeta, pero cuando lo hace intenta penetrar hasta lo profundo del mismo. Debéis expulsarlo antes de que alcance el centro. Si esto llega a ocurrir el planeta será físicamente consumido. Desaparecerá con todos los seres humanos que en él habitan.
-¿Y por qué nos lo dices a nosotros? ¿No sería mejor decírselo a los capitanes o al gobierno?
-No son capitanes, los capitanes de los hombres, para quien me envía. Ni gobernantes, los gobernantes de los hombres. El mal busca el modo de corromper primero y destruir después toda vida. Kenji, debes hacer volver el mal al espacio. Ya habéis visto como actúa.
Tras pronunciar estas palabras se levantó un extraño viento, provocando una nube de arena que cubrió el cuerpo del aparecido. Cuando la arena regresó a su sitio y el viento hubo cesado, él ya no estaba. Todos los presentes creyeron entonces sus palabras.
***
Los capitanes llevaban dos días reunidos. No sabían cómo actuar. Hablaban y discutían, culpaban a unos y a otros y refunfuñaban. Los soldados, por su parte, traían informes nuevos cada poco tiempo. La mayoría de los datos ya se conocían. Lo único que parecía variar era la velocidad de hundimiento del meteoro. Aunque había empezado un día antes de manera tan lenta que sólo los ordenadores habían sido capaces de detectarlo, la cosa aceleraba exponencialmente. Actualmente se sumergía a siete centímetros por hora.
Habían dispuesto una mesa bajo un toldo, en derredor de la cual se sentaban los oficiales y discutían durante horas.
-¡Pero no podemos acercarnos! – era la conclusión final, siempre. – No podemos sacrificar a nuestros hombres.
-¿Y si dejamos que se hunda? – propuso, por fin, John. – Estando bajo tierra no podrá dañar a nadie.
-No sabemos qué efectos tendrá bajo tierra.
-Seguro que no son peores que sobre la superficie.
-Sí...
-Ciertamente...
Parecía haber acuerdo. Los capitanes se felicitaban por llegar a un consenso:
-Dejaremos que se hunda.
Sin embargo, el rugido de los motores de una nave espacial ensordeció las últimas palabras. Un aparato de cien metros de eslora, por cincuenta de manga, flotaba ruidosamente sobre el campamento. John gritó al subordinado más cercano:
-¿Qué ocurre? ¿Por qué una nave de transporte espacial está sobrevolándonos?
-No lo sé, capitán. Un grupo de compañeros, con Kenji a la cabeza, se trae algo entre manos.
-Ordena a Kenji y los demás que cesen en sus actividades y me informen de inmediato.
-Ya les avisé, capitán, de que no debían actuar por su propia cuenta sin informarle a usted. Pero dijeron que para lo que iban a hacer no reconocían su autoridad.
John miró furioso al individuo. Mordiéndose los labios avanzó por la arena, directo a las dunas donde se hallaban establecidos los puestos de observación. El soldado Kenji, viéndole venir, se volvió hacia él. Entre las manos tenía el mando a distancia con el que manejaba el carguero.
-¡Qué estás haciendo, Kenji?
-Voy a lanzar esa cosa a espacio.
-¿Cómo piensas hacerlo?
-Esa cosa sólo reacciona ante seres vivos. La nave no está tripulada y posee una grúa de autocarga. Con ella podré introducir el objeto extraño en la embarcación y mandarla hacia lejanas estrellas.
-¡No lo harás! Ese carguero cuesta una millonada...y no sabemos si sólo reacciona ante seres vivos..
-Está bien, señor. Lo pagaré de mi sueldo.
-¡No bromees!
-Usted ha visto cómo reacciona ante los seres vivos. Han muerto varios hombres. ¿No es mejor pagar una millonada por una nave, que tener que pagar lo más mínimo por el funeral de un hombre?
Por primera vez, el capitán se sintió sojuzgado por el soldado. Como si el oficial fuera Kenji. Tragándose el orgullo, bajó la cabeza y dio su aceptación:
-Está bien. Hazlo.
-Gracias señor.
***
Miremos las estrellas, alcemos la vista al cielo, ahora que aún podemos. Los nargrs no existen, son sólo fruto de la imaginación de un escritor delirante al que le gusta observar el firmamento, pero las estrellas... las estrellas sí existen.
Fin de Nargrs, historias lejanas.
miércoles, 19 de agosto de 2009
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Gran relato.
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