miércoles, 19 de agosto de 2009

Capítulo I: Accidente en los mundos comerciales

Existía en aquellos días un grupo de planetas que tenía una legislación y una forma de organización diferente al resto de la galaxia. Se les conocía de varias formas: Los Planetas del Capital, el Cinturón Mercantil, los Mundos Comerciales... Sus más ricos miembros solían argüir que eran los promotores del progreso galáctico a pesar de que ningún hecho objetivo pudiera confirmar tal palabrería y a pesar de que su forma de organización social y económica había sido superada hacía miles de años en las demás partes del Universo.

La justicia era una utopía lejana en aquellos parajes. En Metano, una de las capitales de dichos mundos, las autoridades no lograban mantener el orden. Asesinos no había demasiados, al menos en relación con otros tipos de criminales, aunque porcentualmente su número sí superaba al de la mayoría de los lugares conocidos y habitados. El problema estaba más en las revueltas callejeras, en el ingente número de robos, en el contrabando de todo tipo...

De todos los miembros de la policía, el hombre más famoso era Solis, el Cazador. Así le conocían. La historia que nos incumbe empieza con él.

Una tarde, ya casi noche, el Cazador perseguía a un individuo, como era habitual, a velocidades temerarias por entre las columna–viviendas de los barriales más sucios y feos de la ciudad. Estos lugares solían ser algo así como los ghettos, o piaras, de los bicerdos. Los bicerdos se apilaban en enjutos departamentos, dentro de edificios enormes, y trabajaban durante larguísimas jornadas por apenas uno o dos platos de la peor comida. En realidad se les consideraba animales especializados. A pesar de que su cuerpo era como el de los hombres y las mujeres cualesquiera (hasta el punto de que caminaban a dos patas e iban vestidos), su cabeza era la de los gorrinos. De ahí su nombre, de bípedos y cerdos. En realidad, lo único que, según estaba considerado, les diferenciaba de estos animales era el cuerpo antropomórfico, que permitía emplearles como trabajadores en cualquier puesto indeseable, precisamente en sustitución de hombres o mujeres.

El caso es que el aerovehículo del Cazador disparó un par de balas protoperforadoras al que le precedía, alcanzándole y haciendo estallar su núcleo motoro. El desgraciado se estrelló primero contra la pared de una columna–vivienda, aunque lo hizo de refilón y apenas causando algunas abolladuras en la fachada del ingente edificio. La desgracia se dio en el rebote: La máquina voladora fue a caer a la salida de una fábrica, justo cuando las puertas se abrían y un millar de bicerdos salían, dando por concluida la jornada laboral. Noventa y cinco heridos leves. Sesenta y tres con daños físicos severos, a los que se consideró irreparables. Diecisiete muertos, más el piloto del aerovehículo. El asunto copó la prensa del día siguiente.

Se abrió una investigación por parte de la fiscalía. Durante dos semanas se trató el asunto. La muerte de diecisiete trabajadores, más los sesenta y tres que probablemente habría que sacrificar, suponían a la empresa un grave daño económico y esta exigía compensaciones al gobierno autónomo. El juicio se fijó enseguida. A los tres días ya se sabía el veredicto que darían los jueces: La retirada temporal del carnet policial al Cazador y una remuneración económica a la empresa afectada, equivalente a la compra de ochenta bicerdos, más los gastos de formación de la nueva plantilla, más la estimación de las pérdidas por reducción temporal de la capacidad de producción de la fábrica afectada.

***

Uno de los abogados de la fiscalía era Ronaldo, un funcionario treintañero, soltero y de carácter esquivo y solitario. Rara vez Ronaldo se mostraba en público. Prefería encerrarse en su casa y si había de comunicarse con el exterior lo hacía a través de las redes informáticas. Por eso le resultó un tanto extraño que alguien llamara a su puerta.

Escondiendo una pistola en la espalda, Ronaldo pulsó el mando a distancia de la entrada. En el umbral apareció una figura fantasmagórica: Un manto rojo y negro, que llegaba hasta el suelo, cubría la mayor parte del cuerpo del visitante. Las mangas tapaban más allá de los brazos, dejando apenas fuera de sí una parte de las manos, cubiertas por brunos guantes. Pero lo más impresionante era la capa. La capa estaba sujeta al traje por encima de los hombros con sendos botones dorados. Tenía además un cuello enorme que, en vez de caer sobre el cuerpo, se elevaba alrededor de la cabeza del visitante... la cual estaba cubierta por un haz de oscuridad. Este haz negro cubría todo el rostro. Dentro de la sombra que se elevaba y se difuminaba hacia el techo nada se podía ver.

Sin atreverse a sacar la pistola, Ronaldo retrocedió un par de pasos, visiblemente asustado. Nunca había visto el funcionamiento de un dispositivo de oscuridad como el que cubría la faz y la testa de aquel ser extraño. Es más, no sólo no los había visto funcionar, en realidad nunca había visto un aparato de esos. Los motivos eran, principalmente, dos: El primero es que pertenecían a una tecnología extinguida. El segundo era que, además, estaban prohibidos.
-He venido aquí para pedirle un favor – dijo con tono amistoso el visitante. Obviamente, su voz estaba distorsionada.
-¿Un favor?
-Sí. Un favor. Investigue el caso de la tragedia de los bicerdos... E impida que mueran más.

Ronaldo estaba cada vez más desconcertado. ¿Tragedia? ¿Se podía denominar así a la muerte de un puñado de esos gorrinos artificiales, genéticamente manipulados? ¿Impedir que murieran más? ¿Es que acaso se podía decir que estuvieran vivos? Al abogado le temblaba tanto el pulso que la pistola se le cayó al suelo. Esto pareció asustar al foráneo, que estiró el brazo lanzando una tarjetilla y se esfumó. La tarjetilla planeó con movimientos irregulares, para terminar posándose en el piso.

Cuando fue capaz de reaccionar, lo primero que hizo Ronaldo fue cerrar la puerta y aplicar el triple cerrojo, que era lo máximo que le permitía su mando a distancia.
-¿Investigar? ¿Hacer mi trabajo es un favor? – pensó en voz alta. Pero no pudo evitar recoger la tarjeta del suelo y leer la dirección que en ella venía.

Una de las reglas para consigo que Ronaldo tenía de siempre, era actuar con cautela y nunca en momentos de inestabilidad emocional. Por ello se preparó una cena y dejó la investigación hasta el día siguiente.

***

El amanecer en aquel barrial tenía un sabor metálico. El brillo anaranjado del óxido de las torres, llamadas columna-viviendas, el reflejo del orto en los cristales, los granos de tierra crujiendo bajo los pies y el murmullo de las multitudes de bicerdos saliendo de y entrando en puertas holográficas... Ronaldo vio, por primera vez, un bebé bicerdo. Su madre lo llevaba envuelto entre sábanas en sus brazos. No duró mucho aquella visión, pues pronto se introdujeron en las tripas de las monstruosas edificaciones. Sintiéndose fuera de lugar entre tanta miseria (algunos bicerdos morían en plena calle y sus cadáveres permanecían allí sin ser recogidos durante largo tiempo), Ronaldo volvió a mirar la tarjeta del individuo misterioso. Sí, la dirección indicaba al barrial de aquellos monstruos de circo. Fingiendo firmeza, a duras penas avanzó hasta una puerta y llamó al timbre...

Silencio...

Los bicerdos de la calle empiezan a rodear a Ronaldo... Nadie abre... La multitud se cierne en torno suya... El odio, a través de los ojos de los puercos, se vuelca en él... Vuelve a llamar... “Que alguien abra, por Dios...” El círculo que se ha formado improvisadamente en torno suya comienza a estrecharse.... Los bicerdos respiran profundamente y están ya tan cerca que sus alientos puede sentirlos: calurosos y malolientes... Uno le agarra de la muñeca... La pulsera digital (un miniordenador de moda) le es arrebatada con ansia y cierta dosis de violencia... Aquí, el animal, el ser inferior, no es otro que el propio Ronaldo... Sin la pulsera digital no podrá llamar a la policía, ni ser localizado... ¡Zsssh! La puerta se abre... Ronaldo entra asustado... En el interior hay más bicerdos. Aquello es como una sala de reuniones. Hay sillas, mesas, algunos aparatos electrónicos, buena iluminación... Los bicerdos del interior se levantan. La actitud no parece mejor que la de los de la calle. Ronaldo se gira hacia la salida... Los del exterior le cierran el paso... En el fondo de la sala, ahora se percata el abogado, hay un ser humano.
-¡Menos mal! ¿Cómo hace usted para quitarse estos puercos de encima? – pregunta suplicante Ronaldo.

Pero el humano, en un movimiento tan rápido que escapa a la vista del infeliz, se planta junto a Ronaldo y, apresándole por la espalda, le coloca un pincho metálico en el cuello. Ronaldo empieza a llorar... ¡No es un humano, es un nargrs! Ahora sí que está perdido...
-No le mates – gruñe uno de los bicerdos, con voz ronca. – Si han descubierto nuestro lugar de reuniones, quiero saber cómo lo han hecho, quién lo sabe, qué piensan hacer con nosotros...
-¡Policía! – se escucha gritar.

Los bicerdos reaccionan con velocidad. Sin darse cuenta ni del cómo, en pocos segundos y tras bruscos empujones, Ronaldo se encuentra en la más absoluta oscuridad. Seguramente en el interior de algún armario o almacén. El pincho metálico del nargrs todavía puede sentirlo en el cuello. El monstruo de aspecto humano le aprieta con fuerza, inmovilizándole. A pesar de haberle desplazado a todo correr de un lado para otro, como si fuera un simple pelele, el nargrs no ha aflojado lo más mínimo. Hay más bicerdos ocultos en aquella tiniebla. Puede oírseles respirar. Curiosamente, el nargrs, cuya nariz está a escasos centímetros del oído derecho de Ronaldo, no produce el más mínimo sonido. Es más: a pesar de la fuerza con que le tiene sujeto, parece estar relajado.
-No es buena idea que sea yo el que retenga a este miserable... – dice de pronto.
-Suéltale. Si intenta cualquier cosa está perdido. No creo que se atreva a hacer nada. He visto el miedo en sus ojos cuando se ha percatado de que eras un nargrs.

Ronaldo es físicamente liberado. La luz se hace a través de una especie de ventana. Un hocico porcino asoma en ella.
-Han pasado de largo, era un patrulla haciendo la ronda...

Como si fuera de aire, el nargrs levanta a Ronaldo con una sola mano y le lleva a una de las sillas de la sala de reuniones. Le sienta de un empujón y se cruza de brazos mirándole fijamente.
-Debería matarte...

De las manos le brotan objetos metálicos que desaparecen al instante. Ronaldo no da crédito. ¿Qué ominoso poder posee aquel ser? ¿Acaso puede hacer brotar esos objetos de la nada o sólo es un juego visual para intimidarle? ¿Realmente surgen de sus manos dagas, varas, pinchos... o hay un truco detrás?
-¿Está aquí? – pregunta un bicerdo, entrando por la puerta. Mejor dicho, una hembra bicerdo.
-¿Te refieres al intruso? – le inquieren sus congéneres.
-Sí... es él. El abogado... Yo le pedí que viniera...
-¿Para qué, si puede saberse?
-Van a matar a sesenta y tres compañeros. Él puede impedirlo.
-¿Impedir? ¿Qué puede hacer este... enemigo?
-No es un enemigo. Os digo que la mayoría de los que vosotros llamáis enemigos no lo son. Sólo ignoran nuestra condición... Nos ven como cerdos manipulados genéticamente, como animales de carga...
-¿Y eso no les convierte en enemigos?
-No nos conocen. Si supieran que somos humanos, como ellos, entonces...
-Nosotros tenemos planes para evitar la muerte de nuestros hermanos...
-¡Sí! ¡Planes sangrientos! Pero ¿acaso no son también ellos – pregunta la recién llegada, señalando a Ronaldo – hermanos nuestros?

***

Varias voces se alzaron y hablaron acaloradamente, a un tiempo.
-¡Basta! – gritó el nargrs. - ¿Qué hacemos, entonces, con él?
-Dejadnos a solas... Yo misma le explicaré todo.

Pasado un rato, Marta, que era como se había presentado la bicerdo, expuso la situación. Ronaldo, entonces, reconoció las vestiduras del visitante, la noche anterior, en su casa. Le faltaba la capa con el dispositivo de oscuridad pero, por lo demás, era el mismo traje.
-Si te dijera que soy tan humana como tú no me creerías... Sin embargo... – Marta se quitó los guantes y mostró las manos. Le cogió las suyas y le hizo palpárselas. – ¡Mira estas manos de anciana!

Ciertamente aquellos dedos, aquellas palmas, aquella piel... tenían la forma, textura y apariencia de las manos de una mujer muy anciana.
-¿Qué edad tienes? – preguntó él con un hilo de voz.
-Cincuenta años...
-Estas manos son las de una nonagenaria...
-Poca vida me queda ya, ciertamente... ¿Pero cómo vamos a vivir mucho más en tales condiciones? Soy una de las personas más ancianas de mi pueblo. Jamás en mi vida he conocido a un bicerdo que superase los sesenta años... Demasiada pobreza y explotación... Supongo que son muchas cosas nuevas para ti... Te preguntarás: ¿Qué hace un nargrs viviendo entre estos miserables? Alexander es un amigo. Un verdadero hermano. Ellos también son lo que son por la misma causa que nosotros somos lo que somos... Su esposa estaba entre los que te rodeaban... aunque imagino que estabas demasiado asustado como para darte cuenta de... Bueno, no importa. ¿Quieres algo de agua?, te veo pálido...

Ronaldo asintió. Tenía la boca seca. Marta le trajo agua en un vaso de madera. Ronaldo lo miró extrañado.
-Un instrumento muy primitivo... ¿verdad? A los bicerdos no nos venden vasos... ni vasos, ni platos, ni otras muchas cosas. Piensan que somos animales, que no las necesitamos... que comemos y bebemos del suelo... Ese vaso de madera lo hemos hecho nosotros, con nuestras propias manos... Pero bebe tranquilo, el agua es la misma... El otro día me enteré de que un grupo de parados organizó una revuelta... Si nosotros no estuviéramos obligados a trabajar entre doce y dieciocho horas... vosotros no tendrías parados... En otros planetas la forma de vida es distinta... Lejos de los Mundos Comerciales... dicen que hay leyes justas y que los hombres y las mujeres son respetados... ¿Qué tienes que ver tú con todo esto?, te estarás preguntando. Lo del Cazador y los dieciocho muertos...
-Diecisiete...
-El piloto del vehículo derribado también era un bicerdo...
-Lo siento...
-Bueno, ese asunto va a tener consecuencias. Yo no quiero derramamiento de sangre. Si no lo impides, habrá más muertos. Muchos más...
-¿Y qué puedo hacer yo?
-¡Que encierren en la cárcel a ese policía y que curen a nuestros hermanos heridos, en vez de...! En vez de sacrificarles... como decís vosotros, como llaman los vuestros al asesinato de bicerdos... ¡Sacrificio! Tienes que investigar... tienes que demostrar que los bicerdos somos humanos, tienes que hacer que encierren al Cazador... por su propio bien... Uno de los muertos era hijo de Alexander... ¡Él es un nargrs! ¡Fue creado para matar! Toda su vida lleva luchando contra sí mismo... pero ahora... ahora su dolor es... Será una escabechina, empezando por el propio Cazador...
-Podría hacer que os detuvieran, podría denunciar al nargrs antes de que ocurriera...
-Lo sé. Pero eso no salvaría más vidas. Si nos denuncias, si te chivas de que hay un nargrs entre nosotros... vendrán a por él... él se defenderá... sus amigos, nosotros... le defenderemos... esto se convertirá en una guerra civil... y entonces todos perderemos...

Marta se levantó y dando la espalda a Ronaldo suspiró un instante. Sin volverse, prosiguió.
-Tu muñeca está desnuda... Imagino lo que ha pasado. No puedo devolverte la pulsera digital... Hay veces que, por muy cansada que esté, me quedo mirando las estrellas en la noche. A veces necesito soñar con mundos lejanos, en vez de dormir... En ocasiones eso me da más fuerzas que descansar. La esperanza es el descanso del espíritu. En la esperanza renacen las ganas de vivir. En la esperanza... Todos sabemos aquí que la resolución del “c”, “i”, uno, uno, uno, cinco, dos mil setecientos veinte... aquella resolución, hace ciento veintitrés años, una sentencia oculta al conocimiento popular, impuesta a un grupo de doscientos delincuentes comunes... recuerda: “c”, “i”, uno, uno, uno, cinco, dos mil setecientos veinte... Ahí está todo lo que tienes que saber. Esos dossieres aún no se han perdido. Están guardados en la biblioteca jurídica... pero los bicerdos no podemos entrar... Será mejor que te vayas... Se hace tarde... Mi jefe me espera con el látigo... por cada minuto de más que estoy aquí, es un latigazo que me espera...

De un súbito estertor, Marta se tapó la boca con las manos y salió corriendo. Aún tardó Ronaldo en abandonar el lugar.

***

Por más que mirase por la ventana, el amanecer parecía hoy más vacío que ayer, en el barrial de los bicerdos.
-¿Qué perdimos los hombres en nuestro viaje por el mundo? ¿Qué perdimos al avanzar la Historia? ¿Acaso puedo yo revivir algo en este mundo muerto?
Ronaldo dudó de si ir a la biblioteca jurídica. No tenía ganas de nada. Ni siquiera de vivir. Sólo quería vaciar la mente y mirar al sol naciente... Hasta que se le encendió el corazón y, sin saber lo que hacía, se aseó y salió en dirección a la biblioteca. ¿Qué estaría ahora haciendo Marta? “Seguro que está en su puesto de trabajo, un trabajo infrahumano, en auténticas condiciones de esclavitud... No, no puedo tolerar esto. No puedo quedarme sentado. Tengo que leer esa resolución”.

Fue fácil acceder a los dossieres. Mientras los leía pensaba en todo lo que había visto, en la ingente cantidad de bicerdos que padecían a las afueras de Metano, que eran explotados, oprimidos, aplastados por los intereses de algunos... Recordó a una madre con su hijo en brazos... y en sus recuerdos no tenían el rostro de los cerdos... Cuando acabó de leer, pidió unas copias a la secretaria. Las mandó al bufete inmediatamente, con la esperanza de que sus colegas resolvieran condenar al Cazador por las dieciocho muertes y que los sesenta y tres bicerdos amputados recibieran electroimplantes.

A eso del mediodía, su jefe le llamó a casa. Una pantalla con su rostro se mostró en la pared, mirando a Ronaldo con indignación:
-¿Qué es esto que nos has mandado?
-Las copias de la resolución... – El otro le cortó.
-Ya lo sé, lo sé... ¿Qué es lo que pretendes removiendo el pasado?
-¿Removiendo el pasado? Los bicerdos son humanos... ¡Completamente humanos! Mire lo que pone aquí: “Los doscientos reos serán sometidos a cambios quirúrgicos. Se les asignará un rostro animal, para que el pueblo conozca sus crímenes. Además se manipulará su ADN para que no sólo ellos tengan este aspecto, sino también los hijos de sus hijos; aunque por lo demás seguirán siendo totalmente humanos...” ¿Lo ve? Sólo les cambiaron el rostro. Los bicerdos son completamente humanos... ¡Hombres, mujeres y niños!
-¡No lo son! Si lo fueran no se hacinarían en viviendas infrahumanas, no soportarían cargas de trabajo tan pesadas...
-Yo los he conocido. He hablado con ellos, he visto sus hogares... Te digo que son humanos...
-Los bicerdos no hablan... ¿Insinúas que fueron creados para que las empresas les explotasen? Si fuera así, ¿crees que la sociedad les llamaría “bicerdos”, sólo por su aspecto? Además, estos dossieres carecen de autenticidad...
-Pero ¿cómo?
-No dice que lo expuesto se llevara a cabo.
-Las condenas de aquella época no lo decían. Bastaba con confirmar la...
-Los bicerdos son animales y punto. No vamos a investigar complots paranoicos...
-Pero, señor… Si los bicerdos fueran animales... ¿irían vestidos?
-¿Qué? Mira, yo no sé cómo les domestican...
-Vi a una madre con su hijo en brazos... llevaba al bebé envuelto en ropajes... ¡Eso no lo hace ningún animal!
-¡Calla! ¡Deja de decir estupideces, o te expulso del caso!
-¿Sabe qué le digo? Que ya no me importa el puesto de trabajo... Ya no me importa nada... Han muerto dieciocho seres humanos... y la resolución que va a tomar el tribunal es compensar a una empresa por las pérdidas económicas... y lo que es peor aún: van a asesinar a otras sesenta y tres personas más.
-¡Son sólo animales!
-Y ¿por qué no ponerles electroimplantes?
-A los bicerdos no se les pone electroimplantes...
-¡Es injusto! ¡No pienso colaborar en un crimen de tal calibre!
-¡Estás despedido! Vete con tus amigos... ¡los bicerdos! Recuerda que tu casa es de la fiscalía. Tienes un día para abandonarla.
-Mis amigos... hasta ayer me consideraban su enemigo... ¿qué amigos? ¿Adónde iré?
-No es mi problema. Corto la comunicación.

Aquella misma tarde, Ronaldo regresó al único lugar que conocía en el barrial de los bicerdos. Llevaba enormes bolsas colgadas a la espalda. Le recibieron con menos hostilidad que la vez anterior, pero todavía no le miraban con buenos ojos. Aún así, le invitaron a pasar.
-¿Qué haces aquí? – preguntó uno de los pocos bicerdos de constitución robusta que había.
-He vendido cuanto tenía... Sé que el dinero no os es muy útil, porque no os dejan entrar en los comercios, así que he comprado cosas que creo que os serán de utilidad. – Descargó lo que llevaba en el suelo – Esta bolsa contiene comida. Sé que no os resolverá la vida, pero al menos podréis probar aquellos manjares que os suelen prohibir... aunque sólo sea por una vez... y esta otra bolsa contiene platos y cubiertos... para que por un día comáis como debe hacerlo un ser humano...
-Esto es un insulto para nosotros – protestó uno de los presentes. – Vienes aquí, practicas un poco la caridad y vuelves a tu casa con la conciencia tranquila... ¡No te necesitamos!
-¡Pero yo a vosotros sí!

Todos callaron, mirándole asombrados. Lo último que esperaban era una respuesta tal, pronunciada de una forma tan desesperada como aquella.
-Me... me han despedido, no tengo trabajo... Mi casa, mis instrumentos digitales... casi todo le pertenecía a la fiscalía. Ahora no tengo nada... Esto es lo que tengo, estos cubiertos, estos alimentos... Sólo pido que me aceptéis entre vosotros, como uno más.

Marta, que había permanecido oculta en el rincón más oscuro de la sala, avanzó hasta Ronaldo.
-¡Abrázame, hijo mío! ¡Siento haberte causado tantos problemas!
-No, Marta... Me has abierto los ojos... Además, he descubierto que tengo amigos... porque me gustaría ser vuestro amigo. Yo, hace dos días, no tenía amigos. Ahora no tengo trabajo, ni casa, ni nada... necesito vuestra amistad.
-Por la amistad – gritó Alexander, que había escuchado todo desde la habitación contigua, apareciendo con un vaso de madera. Pero los demás presentes aún desconfiaban del abogado.
-¿Cómo sabemos que no nos engaña?
-Vosotros mismos olisteis su miedo ayer... hoy no teme.
-¡Porque conoce el terreno!
-Soy un nargrs... los humanos nos temen, aparecemos en sus pesadillas. Cuando cuentan historias de terror nosotros aparecemos en ellas. Nos llaman vampiros y otras cosas... Si es lo suficientemente valiente como para volver y enfrentarse así a mí... Por su valentía merece el premio que busca, aunque sea el poder traicionarnos.
-Por favor, creedme... Desde hoy no me queda más remedio que ser uno de los vuestros...
-Pero nosotros somos esclavos...
-Yo soy persona non grata. Un repudiado. ¿Acaso no me parezco en eso a vosotros?
-Apenas tenemos alimento para nosotros, ¿cómo vamos a alimentarte a ti?
-No os preocupéis por mí, encontraré el modo de no ser una carga... Soy abogado... conozco bien mi trabajo, encontraré clientes...
-Sólo hay una forma de no ser una carga... ¡Estamos en guerra! ...y tú has escogido un bando. Probablemente el bando equivocado, pero ya no hay vuelta atrás – dijo el nargrs.
-Alexander, Victor... Uma... – suplicaba Marta ante las palabras del guerrero. En los ojos de sus compañeros veía oscuridad. – Así que ya estaba todo decidido... ¿Es el camino de la sangre el que escogéis para alcanzar la liberación? ¿Tan grande es vuestro odio?

***

Cuando llegó el día de la sentencia, el Cazador había acudido a despedirse de sus compañeros de la comisaría. En el momento en que los mensajeros de la fiscalía fueron allí a buscarle, lo que encontraron fue un montón de cadáveres. La sangre manchaba paredes y suelo. Los cuerpos y vísceras de los policías se esparcían por doquier. No habían sobrevivido ni siquiera los administrativos... Los armarios del pequeño muro que había frente a la entrada habían sido retirados. En su lugar colgaba el cadáver del Cazador, atravesado por varios tubos metálicos.

Cuando otros policías de los distritos colindantes llegaron y se pusieron a hacer inventario, descubrieron que faltaban tres aerovehículos policiales, además de todos los rifles y las pistolas de la comisaría. Justo en ese momento se conocía el asalto al almacén donde estaban los sesenta y tres bicerdos que iban a ser sacrificados aquella misma noche. Los cuerpos de seguridad marchaban con retraso. En un principio no relacionaron los hechos. Sólo cuando varios testigos confesaron que los asaltantes pilotaban vehículos policiales, atañeron los dos crímenes a la misma causa. Pero no podían imaginar más allá.
-Si fueran humanos, diría que los bicerdos se han revelado – llegó a jactarse un comisario. – Pero son animales...
-Por supuesto, animales… – repetían los agentes.

Tal forma de pensar les impedía prever el siguiente suceso.

En el espaciopuerto ya se estaban desarrollando los siguientes acontecimientos. Un hombre, con el uniforme de policía correspondiente, se acercaba a la zona de embarque. Todo el mundo miraba asombrado la comitiva de bicerdos, convenientemente encadenados, que le seguía. Nadie se fijó en que del puño cerrado del agente brotaban algunas gotas de sangre.
-Misión policial. Llevo a estos bicerdos al planeta Xilón – dijo a los vigilantes de la puerta de embarque.
-Por favor, espere aquí. He de comunicarlo a Justicia.
-Yo soy de la fiscalía – dijo Ronaldo, que había llegado hasta el lugar siguiendo un camino distinto, vestido con una larga y elegante gabardina. – Aquí tiene mis datos. Siento el retraso, agente.
-No pasa nada, acabo de llegar.

Ronaldo ofreció una tarjeta. Los vigilantes la introdujeron en una rendija y un holograma mostró que, en efecto, Ronaldo era uno de los fiscales del caso de los bicerdos.
-Señor fiscal, todo en orden. Pero el agente no puede pasar hasta que no ponga su huella dactilar aquí.
-Por supuesto, cómo no – respondió Alexander, “el agente”.

El puño cerrado se abrió momentáneamente y un dedo pulsó el lector de huellas digitales.
-La lectura es correcta. Pueden pasar.

En aquellos instantes, en la comisaría donde había sido asesinado salvajemente el Cazador, descubrían que, tras recomponer todos los cadáveres, faltaba el dedo anular del comisario.
-¡Dé la orden de que anulen las huellas digitales del comisario, antes de que se cometan más crímenes! – exclamó uno de los investigadores demasiado tarde.

Para entonces una nave con un centenar de bicerdos a bordo abandonaba el planeta, rumbo a otros mundos. Habían escogido justamente una con robomédicos. Por otro lado, los robos a tiendas y almacenes eran comunes en Metano. Nadie sería capaz de relacionar el atraco a un comercio de electroimplantes.

La sorpresa de los vigilantes de la puerta de embarque fue mayúscula cuando vieron al agente y al fiscal salir por donde habían entrado.
-¿Y los bicerdos? ¿Van solos en la nave?
-Son animales, caballero. ¿Qué pueden hacer? ¿Organizarse y poner rumbo a un planeta fuera de nuestro alcance y jurisprudencia? – reía Ronaldo, acompañado por las carcajadas de Alexander.
-Tiene razón. Me resultaba algo extraño... No estoy muy acostumbrado a este tipo de transportes, como comprenderá...
-Por cierto, ¿nos podría guiar al fiscal y a mí a la sala de control de vuelos?
-Sin ningún problema.

Precisamente, en la sala de control de vuelos había saltado la alarma. Una nave había despegado sin permiso y con un rumbo no prefijado. Todavía no había trascendido porque pequeños fallos como ese ocurrían con cierta frecuencia. La mayor parte de las ocasiones la cosa se arreglaba sola, ya que a veces se perdían datos de manera temporal. Pero, habitualmente, los datos volvían a recuperarse en escasos minutos. Entonces el sistema daba que la nave sí tenía permiso y se mostraba la ruta prefijada para ella. Sin embargo, hoy los datos no parecían querer volver. Se había intentado hablar con el capitán de la embarcación, pero este no respondía. El protocolo establecía que había que llamar tres veces, en intervalos de tres minutos cada una, y en caso de que no contestara nadie, tomar el control del transporte desde el espaciopuerto y hacerla volver. Por segunda vez llamaban, sin lograr respuestas.

Procedían los funcionarios a llamar por tercera vez, cuando entraron en la sala dos hombres. Uno de ellos vestido de policía. De las manos de este empezaron a surgir objetos punzantes, que se alargaban hasta atravesar los dispositivos digitales, ordenadores, generadores de hologramas, intercomunicadores... y después desaparecían como si nada hubiera ocurrido. Sin moverse del sitio, a Alexander le bastó un segundo para destrozar la sala por completo.
-Y ahora salgan de aquí, por favor – rogó Ronaldo extrayendo un rifle de debajo de la gabardina.

Cuando se quedaron solos, ambos se sentaron en el suelo.
-¿Cuánto necesitan para estar fuera de alcance?
-Como media hora, más o menos.
-¿Crees que aguantaremos atrincherados aquí media hora?
-Sí. Calculo que, al menos yo, aguantaré unas dos o tres horas. Cuando descubran que soy un nargrs vendrán con armamento pesado... y entonces será el fin. Ni siquiera nosotros podemos hacer frente a cierto tipo de armas.
-¿Y si nos rendimos pasada la media hora? ¿Qué crees que nos harán?
-Dímelo tú. Eres abogado.
-Pues, probablemente, nos matarán.

Una voz exterior les conminó a abandonar el lugar.
-Bueno, quizá he sido demasiado optimista. – continuó diciendo Ronaldo. - ¿Sabes...? Yo, a principios de mes, no hubiera imaginado que moriría tan pronto... y mucho menos de esta manera...
-Ni al lado de un nargrs...
-Ni al lado de un nargrs... ni ayudando a escapar a un centenar de bicerdos...
-¿Qué te llevó a cambiar de opinión?
-Creo que es mejor vivir tres días y tener amigos que vivir una vida y no tenerlos...
-¿No te arrepientes?

La voz externa volvió a insistir. Esta vez les dio diez segundos para rendirse, antes de que comenzaran los actos hostiles.
-Sé que voy a morir de un momento a otro... pero no, no estoy en absoluto arrepentido.

El tiempo de las amenazas había acabado. La puerta fue echada abajo y un grupo de hombres uniformados entró con decisión. Alexander se levantó de un salto y, en un visto y no visto, les golpeó con una especie de bate de acero surgido de la nada. Los agentes cayeron hacia atrás, volviendo a quedar fuera de la sala, malheridos esta vez. Tal reacción asustó a las fuerzas de asalto, que decidieron replantear la estrategia y hacer un boquete por la pared derecha. Al terminarlo, entraron por la puerta y el boquete al mismo tiempo. La respuesta del nargrs fue igual de contundente.

Para ganar tiempo y reagruparse, las fuerzas de asalto quisieron negociar. Enviaron a un hombre, con el consentimiento de Ronaldo y Alexander. Estos le hicieron ruegos imposibles.
-Quiero que en las tres naves más grandes del espaciopuerto vaya escrito mi nombre en letras de oro. Así, todo el mundo sabrá quién soy.
-Quiero que el gobierno planetario dimita y se convoquen elecciones.
-Quiero que todos los viajeros que están esperando para ser embarcados coman carne de ñu.

Realmente, lo único que el agente había hecho era examinar el lugar y al enemigo. Al poco de salir abrirían fuego a discreción. Antes de que esto ocurriera, Ronaldo preguntó:
-¿Cuánto tiempo llevamos aquí?
-Cuarenta y cinco minutos.
-Entonces hemos vencido...

No pudo acabar la frase. Los primeros disparos le atravesaron el cuerpo como si de papel se tratara. Alexander se salvó, merced a que de sus manos había surgido una pantalla protectora. Cuando vio al amigo muerto la rabia le corroyó por dentro.
-¡Lo pagaréis, malditos! – gritó.

Como respuesta obtuvo una interminable y descomunal descarga. Volvió a crear una pantalla para salvarse, pero los proyectiles le fueron empujando hacia atrás, hasta chocar con la pared del fondo. El impacto fue tan fuerte que ésta se desquebrajó y segundos después se derrumbó. Formaba parte de la fachada. Por allí había una caída de varios kilómetros de altura. Pese al golpe, el nargrs mantenía firme la pantalla protectora.
-¡Más fuerte! Yo maté a vuestros compañeros. Yo maté al Cazador... ¡Dadme mi merecido...!

Desde su posición podía ver a los agentes de las fuerzas de asalto dando paso a un cañón de bombas ligeras. También pudo ver como el proyectil se acercaba. Dada su condición, su velocidad, sus reflejos, tuvo tiempo de dudar si crear una pantalla, o dejar que le terminaran de matar. Interpuso la pantalla y el proyectil colisionó explotando. La explosión le empujó hacia el vacío, a través del butrón. Mientras caía, vio que todavía tenía una oportunidad de salvarse. Se sentía débil, necesitaba hacer un esfuerzo terrible por no desmayarse... Pero era un nargrs... Podía salvarse... Sin embargo, pensó en que si sobrevivía le buscarían en el barrial de los bicerdos, que posiblemente estos serían agredidos y torturados por las autoridades encargadas de buscarle a él... “Mis hermanos, mi esposa, mis hijos... mis amigos...” pensó.

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