viernes, 31 de julio de 2009

Los lápices de colores

En la caja de los lápices de colores todo eran envidias. El Blanco le miraba al Negro por encima del ojo: “yo soy más alto que él, me conservo mejor”, pero, en el fondo, sabía que eso mismo significaba que había pintado muy poco, mientras que el otro lo había hecho más, por lo que se quedaba pálido de la furia. La verdad es que el Blanco les envidiaba a todos, porque los demás salían a pintar a menudo, pero él no lo hacía nunca o casi nunca. Como era del mismo color que el papel, sus dibujos de nada servían.

También al Negro le tenían tirria el Rojo y el Azul: “Presume de que sus trazos siempre pueden más que los nuestros, claro ¡siempre nos pinta encima!”. El Amarillo, en cambio, les tenía tirria a todos: “Soy un incomprendido, porque ninguno está a mi altura”, se decía, y se ponía todo tieso. El Rojo y el Azul eran bastante amigos y precisamente por eso el Violeta no les aguantaba. En el fondo, al Violeta le hubiese gustado participar de su amistad, pero como era muy celoso y quería ser a todas horas considerado mejor amigo que los demás, se volvió demasiado insoportable para los otros dos, que le rehuyeron. El Verde, por su parte, era todo lo contrario: Estaba siempre preocupado porque sus amigos, el Azul y el Amarillo, lo fueran entre sí. Pero el Azul y el Amarillo no podían ni verse, por lo que, al final, el Verde se cansó de ellos y les mandó a la porra. Allí nadie sabía qué era una porra, por lo que el Naranja, que siempre se había creído el centro del universo, se enfadó, aduciendo que lo de “porra” era un mote que el Verde le había puesto a él... y así todo.

La caja de los lápices de colores era un lugar silencioso, nadie se hablaba con nadie. Tan acostumbrados estaban a envidiarse entre sí, que el Rojo y el Azul terminaron por separarse. El Azul dijo un día:

-Hola, Rojo.

Y el Rojo, que se había puesto colorado, contestó:

-Has dicho lo de “Rojo” con sorna.

-No, no lo he dicho.

-Sí, sí lo has dicho.

Y ya no se dirigieron más la palabra.

La caja donde todos vivían juntos estaba encima de una hoja enorme, grande, grande. Del otro extremo de la hoja llegó, un día, una goma de borrar. La goma de borrar era muy mala, se pasaba el día entero borrando lo que pintaban los lápices de colores. Los lápices de colores estaban aterrados, no se atrevían a pintar nada, porque la goma se lo borraba en un plis plas.

El Rojo se enfureció muchísimo. Era el más pasional de todos, un tipo valiente pero un poco gruñón, que no aceptaba que nada ni nadie le dijera lo que tenía que hacer.

-Voy a pintar hasta agotarme. Pintaré tanto que la goma de borrar quedará hecha polvo.

El Rojo siempre cumplía con su palabra, por lo que pintó hasta altas horas de la noche, recorriendo la hoja de aquí para allá, dibujando una barca roja, en mitad de un mar rojo, con un atardecer rojo en el fondo y unos acantilados rojos a la izquierda... Pero la goma de borrar era insaciable, y borró la barca roja, borró el mar rojo, borró el atardecer rojo del fondo, e igualmente hizo con los acantilados rojos que había a la izquierda... Según borraba, la goma se iba haciendo más pequeña, pero también pasaba lo mismo con el lápiz Rojo. El lápiz encogía más rápido que la goma y al final terminó por ser tan pequeño que hizo “¡plaf!” y desapareció.

En la caja todos habían visto lo ocurrido. Estaban tristes porque, en el fondo, querían al Rojo. Además tenían miedo, pensaban que a ellos les terminaría sucediendo lo mismo. Ninguno se atrevía a salir a pintar.

-Os borraré a todos, uno a uno, como he hecho con el Rojo – se jactaba la goma.

-¡Que oscuro porvenir! – decía el Negro, que era el más pesimista.

-Ay, ¡qué melancolía! – suspiraba el Violeta, que era un lápiz al que le gustaban los poemas tristes.

Durante tres días no salió nadie de la caja. La goma acechó en todo momento, sin cansarse de montar guardia.

-En algún momento saldréis y os borraré – amenazaba de cuando en cuando.

Al fin, el Verde se dirigió a sus compañeros y dijo:

-¡Tiene que haber algún modo de vencer a la goma!

Pero había demasiadas rencillas entre ellos. No querían hablarse. Mas el Verde era obstinado, y no paró de dar ánimos. Su convicción era total, rebosante de esperanza. Finalmente, el Azul, un tipo inteligente y reflexivo, se unió al Verde:

-Tienes razón, Verde, debemos unirnos para vencer a la goma.

Luego se adhirieron los demás, todos menos el Blanco. Él lloraba en una esquina. No podía ayudarles.

-Si salís todos a pintar, venceréis a la goma. En cambio, yo... El papel es blanco y cuando pinto no se nota... No soy útil para vosotros. Me marcharé de aquí, me iré a vivir al lejano país de los tenedores y allí me convertiré en uno de ellos.

-No te pongas así, Blanco, todos somos útiles. Además, tú no eres un tenedor...

-Está decidido. Os deseo buena suerte, amigos. Tengo la seguridad de que venceréis.

De este modo comenzó la lucha. El Marrón pintaba el tronco de un árbol y encogía un poco. La goma lo borraba y también encogía un poco, pero después se encontraba con las hojas pintadas por el Verde y tenía que borrarlas y encoger otro poco y después estaba el cielo, pintado por el Azul... Sin embargo, la goma era poderosa y los lápices encogían más rápido que ella. Quedaba media goma y los lápices también se iban por la mitad.

El Blanco contemplaba desde lejos, caminando en dirección al país de los tenedores. Resultaba horrible, sus compañeros estaban en peligro. De seguir así, la goma se haría tan pequeña que desaparecería, pero a sus amigos también les ocurriría lo mismo. Al final se enjugó las lágrimas, se puso tieso y corrió hasta la goma:

-¡Goma de borrar! Te crees muy lista, pero has caído en el mayor de los engaños.

La goma se volvió y amenazó:

-Te borraré el primero de todos. Pinta si te atreves.

-Ya he pintado. He pintado por toda la hoja, pero tú no puedes verlo, porque mi color es el Blanco, igual que la hoja.

-¡No puede ser!

-Sí puede. ¡Mira aquella flor de allí!

-Allí ¿dónde?

-¿Acaso no la ves? No me digas que estás cegata y no la ves.

-¡Claro que lo veo! Es más, mira como la borro.

Pero la goma no veía nada, porque no había nada y estaba borrando en un lugar en el que nadie había pintado. El lápiz Blanco hizo como que pintaba un nuevo dibujo y la goma se lo creyó y fue corriendo a borrarlo. Luego hizo otro dibujo imaginario y otro y otro... La goma los borraba todos, haciéndose cada vez más pequeña. Finalmente era tan chiquitilla que hizo “¡plaf!” y desapareció.

El lápiz Blanco nunca más volvió a “pintar”, pero no le importó. Nadie le tenía envidia porque fuera el más grande y él no envidiaba a los demás porque estos pintasen más que él. Todos sabían que si volvía a aparecer otro borrador, el único capaz de vencerla era el Blanco. Además, de la batalla contra la goma les había quedado un dibujo muy bonito.

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