jueves, 30 de julio de 2009
Bermúdez
J. Bermúdez era un joven de esos a los que se les sale el alma del cuerpo. Sentía angustia cuando miraba hacia atrás, a pesar de no haber nada malo en su pasado. Le obsesionaba el decurso del tiempo. “Siempre, siempre llega la muerte”, cavilaba en la proa del navío.
El viento soplaba tibio, pero quizá por la humedad parecía frío. Era agradable. El pelo de Bermúdez flameaba con locura.
El capitán del barco se le acercó. Para saludarle depositó la mano en su hombro. Al contacto, Bermúdez sonrió y miró hacia atrás.
-¿Qué piensas, jovenzuelo?
-Cosas profundas. – Enseguida se conturbó Bermúdez. Las dos palabras dichas le habían sonado excesivamente cursis. Perdían peso en voz alta. Sin embargo, era eso, que estaba pensando en cuestiones de cierta profundidad, lo que deseaba expresar.
-La mar es profunda, invita a profundizar – acudió el capitán en su rescate. Bermúdez pasó al extremo opuesto del ánimo, sintiéndose comprendido. Entonces dijo lo que quería decir:
-La muerte siempre llega, capitán.
-Cierto es.
-Lo que quiero decir es que, habiendo la gente que hay en el mundo... Unos mueren tras haber vivido una larga vida. Otros no tienen ni siquiera la posibilidad de empezarla... Hay quienes sufren guerras, o mueren de enfermedades al poco de nacer...
J. se calló y quedó pensativo algún instante. Parecía buscar las palabras más precisas del mundo, antes de continuar. Cerró los puños y los golpeó contra la barandilla, como con desgana.
-Capitán: ¿Por qué tú y yo seguimos vivos? ¿Qué espera el Cielo de nosotros? Quiero decir...
Respiró hondo, clavó sus pupilas en las del escuchante y concluyó:
-¿Qué papel ejercemos en la Historia?
El capitán se rascó el colodrillo. Con sonrisa amable, dio unas palmaditas en el omoplato al viajero. Luego, cogiéndose las manos por la espalda, se irguió.
-Capitán... ¿Por qué el Universo es como es?
-Amigo mío... La magia del mar es... inefable. Con frecuencia los viajeros se angustian y marean... Algunos, como veo que le pasa a usted, comienzan a darle vueltas a la sesera. Y también se marean... pero de pensamiento. ¿Me entiende usted? Tranquilícese, relájese... disfrute. Simplemente disfrute del viaje. En tierra no volverá a acordarse de estas angustias.
Con las manos en la espalda y una sonrisa de oreja a oreja, el capitán se marchó por donde había venido. Bermúdez, entretanto, lloró silenciosamente. No era el mar, no, no era el mar... Miró al cielo y pensó en voz alta:
-¿Qué esperas de mí? ¿Por qué, en un mundo donde la mayoría de los seres humanos mueren de hambre, yo tengo alimento? ¿Por qué en un mundo en guerra yo tengo paz? ¿Por qué en un mundo enfermo yo estoy sano? ¿Qué esperas de mí?
Etiquetas:
Relatos del PEL
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