jueves, 30 de julio de 2009
Don Hilario el profesor
Aunque todos le conocían como don Hilario y además de ser doctor en filología hispánica (y licenciado en inglesa), hablar fluidamente el latín y el griego antiguo, haber dado charlas en universidades parisinas y berlinesas en el idioma de los nativos; y aunque se había ganado un cierto renombre como el profesor más sapiente de la universidad en cuanto a literatura y lo que su historia se refiere... únicamente tenía treinta y cuatro años.
Sus alumnos pasaban por ser los mejor preparados de la facultad: No sólo explicaba con exquisitez, además tenía un trato y una forma de hacerlo que generaba el entusiasmo por parte del oyente. Tal es así que aquel día, mientras se dirigía a la editorial de su amigo Ramón Gómez, para hablar sobre la inminente publicación de su primera novela, un par de alumnos le asaltaron.
-Don Hilario, don Hilario, ¿podría resolvernos un par de dudas? Verá, es que se trata de “El artista del hambre” de Kafka. Quisiéramos saber si podría explicarnos mejor su profundidad, su importancia literaria.
El docto hizo una relación de los motivos por los que “Un artista del hambre” es una obra maestra. Utilizó expresiones como: “subyacente”, “alegoría”, “replanteamiento social”, “literatura contemporánea” y otras muchas más que yo como simple narrador no sería capaz de entrelazar y darles el más mínimo sentido, pero que Hilario comprendía a la perfección en su perfecto conocimiento. Los alumnos se marcharon satisfechos hasta el punto de que hicieron el firme propósito de tener aquellas cosas presentes cada vez que volvieran a leer un texto kafkiano. No obstante, ya se sabe cómo de firmes son los firmes propósitos de los universitarios.
El señor Gómez, veinte años mayor que Hilario, le recibió cordialmente en su despacho, aunque su gesto denotaba una cierta preocupación. Una mesa separaba a ambos, sentados en desiguales asientos. En medio descansaban los quinientos folios que componían la novela impresa del profesor. Gómez miraba con el rostro preocupado. Tenía los brazos y las piernas cruzadas. El cuerpo lo ladeaba, sin mirar nunca al otro de forma totalmente frontal.
-Hilario, Hilario... ¿Va todo bien en la universidad?
-Sí... Bueno, ya sabes, siempre hay algún chaval que la verdad... Tú mismo fuiste profesor durante toda una década, imagínate.
-Sí. Fui profesor de literatura en un instituto. Pero nunca escribí una novela. Yo era profesor, no novelista.
Tras decir esto dirigió la vista a Hilario, descruzó los brazos, se frotó la nuca con la derecha y volvió a entrelazarlos. Antes de continuar tragó saliva. Finalmente giró el cuerpo hacia el amigo y se inclinó sobre el montón de folios.
-¿Sabes cuanta gente trabaja en esta editorial?
-No lo sé.
-Cincuenta personas. Contando, claro, al personal de limpieza. Todo, absolutamente todo el trabajo se hace en este edificio. Las imprentas están dos pisos más abajo. Quizá un día te lleve a verlas, si quieres, claro.
-Sí, eso estaría bien, pero, si no te importa, centrémonos en mi novela.
-Cincuenta personas, Hilario, trabajando en una editorial. Pensarás que no tiene nada de especial. Pero, amigo, esta editorial es distinta a las demás. Cincuenta personas, piénsalo bien, que se han ganado el respeto dentro del mundo de la literatura por la calidad de lo que se publica en su empresa. No hablamos sólo de precios y tapas duras. Hablamos de textos, narraciones, poesía.
-Bueno, pero qué...
-Por favor, Hilario, déjame que te lo explique: Aquí se seleccionan las obras a conciencia. Sabes que en ningún momento me comprometí contigo a publicar tu novela. Sólo dije que se la presentaría a los responsables de selección de textos.
-La han rechazado, ¿no?
-Aquí no hacemos tiradas mayores a los diez mil ejemplares. Nunca. No tenemos un gran mercado, en cuanto a cantidad de ventas se refiere. Pero el mercado que tenemos es estable. El crecimiento de la empresa es mínimo. Nosotros mismos reunidos en asamblea de trabajadores decidimos que no creceríamos en cantidad, ni en volumen de negocio. ¿Sabes a qué se debe esto?
-Dime...
-Pues a que apostamos por la calidad de lo publicado. En los pisos de abajo se imprimen libros con un criterio: Que estén bien escritos. Que merezcan ser leídos. Nos podemos equivocar, no somos infalibles. Pero esta es una empresa honrada y los criterios de selección los hacemos en base a la honradez. No al amiguismo.
-¿Me estás diciendo que mi novela es mala?
-Queremos dar un servicio a la sociedad. Por eso dejé la docencia. No gano más dinero aquí, ni trabajo menos horas. Al revés. Todo es más duro y la compensación económica sólo da para vivir. Pero todos, desde el primero hasta el último, en esta empresa, creemos que le hacemos un servicio a la sociedad. Con nuestro trabajo, no sólo nos ganamos el pan, también contribuimos a construir un mundo mejor. Por eso no podemos publicarte.
-Pero, Ramón, ¿crees que mi novela no vendería?
-Me la he leído. Tres veces, con detenimiento. He buscado y rebuscado en ella. Técnicamente podría decirse que estás a la altura de los más grandes.
-¿Entonces?
-Tu novela se vendería muy bien.
-Y ¿cuál es el problema?
-Te he dicho que queremos ser honrados, que renunciamos a mucho dinero, que renunciamos a crecer como editorial por salvaguardar nuestra honradez. Somos humanos, claro, y cometemos errores. Pero lo intentamos con todas nuestras fuerzas.
-¿Y qué tiene que ver eso con mi novela?
-Si te la rechazamos aquí, supongo que irás a buscar otras editoriales...
-Lo cierto es que vosotros sois mi primera opción.
-Ya... Te lo diré llanamente, pero te advierto que no te va a gustar lo que vas a oír: No tienes nada que contar. Tu novela venderá, probablemente. Es pura moda. Técnicamente eres increíble. Pero al leerte uno piensa: ¿qué es lo que me quiere contar este hombre? Los personajes son insulsos. No tienen personalidad. Se mueven azarosamente, limitándose a justificar el argumento. La simbología, las alegorías, las metáforas... sabes emplear todos los recursos literarios... o, por decirlo de una forma más exacta, haces uso de todo tipo de recursos literarios. Pero toda esa puesta en escena es gratuita. No hay nada detrás que justifique los fuegos de artificio...
-¿Fuegos de artificio? ¿Fuegos de artificio? – El doctor se levantó indignado y dio un puñetazo en la mesa. – Lo último que esperaba de ti era esta puñalada trapera. Soy el profesor más respetado de la universidad. No soy un cualquiera. Soy una autoridad en materia literaria... ¿Cómo te atreves a insultarme?
-No quería ofenderte. Por eso la digresión del principio.
-¿Que no querías ofenderme? Primero me dices que si los de selección de textos y luego tú mismo pones a parir la novela... ¿En qué quedamos, los de selección de textos o tú?
-¿De verdad quieres que te responda?
-No. Da igual. Déjalo.
Hilario se marchó mascullando. Un trabajador entró en el despacho de Ramón.
-He oído gritos. ¿Cómo se lo ha tomado?
-Como esperaba: muy mal. ¡Qué cosas preguntas!
-¿Por qué crees que quería publicar con nosotros?
-Porque todo el que publica con nosotros adquiere buena reputación. Y no sería el primero que después de ganarse la reputación, iría a por el dinero con una segunda novela publicada en una multinacional.
-Y ¿crees que publicará con otra editorial?
-Por supuesto. Esta negativa sólo ha sido un golpe en su autoestima. Publicará y ¿quién sabe si obtendrá la misma reputación como escritor que la que tiene como profesor? Sin embargo, nos hemos librado de manchar la editorial y nuestro pan con la difusión de una mala novela. Aunque no deja de doler el tener que enfrentarse con un amigo.
Etiquetas:
Relatos del PEL
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