I
Arrojé los vestigios de la beldad,
beldad que el corazón detentaba,
cubriose el hueco de vacuidad
(cubriose el hueco de soledad),
a ambas, que antaño desterraba,
a ambas suplico ahora:
Iros lejos ¡marchad, marchad!
Y que regrese, la otrora,
no nepente de realidad,
sino amada bienhechora.

II
Dime si no es verdad
que vi tus ojos buscarme
y tu sonrisa nacer
al encontrarme.

III
Tiempo, tiempo, tiempo,
yo sé que tu constancia
siempre acaba en muerte,
yo se que tu constancia,
siendo el paso de la vida,
es la historia transcurrida.

Te hablo para no temerte,
te hablo para ser consciente,
de que temo, realmente,
que tu paso sea en vano,
que al acercarse la muerte,
no sea yo
ni libre, ni hombre,
ni, tan siquiera, valiente.

IV
Nunca vi mar
Tan orgulloso.
Amaste a un barco,
Y el barco te amó,
Pero el orgullo (maldito)
Tu mayor ola creó.
Pero el orgullo (maldito)
Al barquito hundió.

V
Cuando quería
miraba el pájaro a la flor
y la flor sonreía.
Cuando quería
acariciaba el pájaro a la flor
y la flor sonreía.
Cuando quería
piaba el pájaro a la flor,
cuando él quería...

Y, mientras le sonreía,
se alejaba el pájaro de la flor,
porque quería.

Y la flor se estiraba,
pues le quería
y tanto quería
que iría al pájaro la flor...
pero la flor no podía.