jueves, 30 de julio de 2009

Nadie en la ciudad

Nadie en la ciudad, sólo un coche negro que cruza silenciosamente, como si de un fantasma se tratara. Madrid, las 4:30 de la madrugada. Dos grados centígrados bajo cero. Los árboles del Paseo de la Castellana mueven las ramas con nervio. El vehículo cruza una plaza tomando la glorieta por el lado contrario, el jinete de la estatua ecuestre es el único testigo.
Todo en silencio. Los edificios decimonónicos, los bancos, los centros comerciales... silencio, luces apagadas. Aparte de las perennes farolas sólo hay una hilera de luceros verdes, que se apaga al tiempo que se enciende una de rojos. Un minuto después vuelven los semáforos al verde. En silencio.
Como un rayo avanza el vehículo por la Castellana. Ya ha llegado a la altura del insigne campo de fútbol. En su interior, se desparrama una botella de güisqui. Se le ha caído al copiloto, que se ríe y pide más velocidad. Dentro del vehículo hace calor y la música está muy alta. Afuera el frío es impulsado por el viento, silenciosamente.
Un mendigo duerme en una parada de autobús, arropado por telas sucias y cartones, en la Plaza de Castilla. Hacia allí sube el vehículo negro. Pero va demasiado deprisa y su conductor está ebrio. Por despiste casi se pasa el desvío, a punto ha estado de meterse por debajo, pero un volantazo de última hora manda al coche al lateral y de inmediato tiene que volver a girar para no salirse del asfalto. Entonces la inercia puede al vehículo, que derrapa quejumbrosamente un par de segundos, se inclina, vuelca, comienza a dar vueltas con estruendo... El ruido despierta al mendigo. Una mole negra se acerca girando sobre sí misma. Fin. Las almas abandonan el lugar de los hechos. Los cuerpos se quedan. Todo vuelve al silencio. La misma historia con otros protagonistas.

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