jueves, 30 de julio de 2009

Las seis piedras

En un pueblo había tres personas. Un hombre de aspecto amable, guapo y finos modales, llamado Bienaventurado Amigo Honrado. También una mujer llamada Dolores, cuyos apellidos eran desconocidos. Se trataba de una señora fea, coja y rechoncha, de agrio carácter. Finalmente había una tercera persona cuya identidad dejaremos oculta por motivos literarios.

Este joven de nombre desconocido encontró en la rivera del río seis piedras, que al juntarlas convertían en oro aquello que desease su portador. Así, el joven se hizo rico y compró una casa muy grande. Guardó en seis habitaciones diferentes, dentro de cajas fuertes, cada una de las piedras.

El lunes tropezó con Bienaventurado Amigo Honrado, que le dijo con su natural apostura:

-¡La suerte sonríe a los que lo merecen! Ah, si yo pudiera ser tu humilde esclavo...

En aquel mismo instante apareció Dolores, que le dijo con su innato mal carácter:

-Esas piedras no son tuyas. Tú sólo las encontraste. Pero no las mereces más que yo. Ten a buen seguro que si me contratases como sierva, tarde o temprano terminaría robándote. ¡Antes de que tú te des la gran vida, me la doy yo!

Así fue como el joven contrató a Bienaventurado de mayordomo, pues necesitaba a alguien que cuidara de unas posesiones como las suyas, cada vez más inmensas.

Aquella noche Bienaventurado corrió a buscar a su señor y le sacó de la cama:

-Muy señor mío, estando de guardia me di un paseo por las habitaciones de las cajas fuertes y vi que en una de ellas habían robado la piedra.

-¿Quién habrá sido el ladrón miserable?

-Pues no quiero ser mal pensado, pero en este pueblo somos tres personas y si tú y yo no hemos sido...

-Mañana por la mañana iremos a interrogar a Dolores.

Así, el martes, al poco de amanecer, se presentaron los dos en casa de Dolores.

-¡Ah, si yo pudiera robarte! No habría robado una, sino las seis piedras. Y hoy no habríais podido encontrarme. Pregúntale a Bienaventurado, él lo tiene mucho más fácil que yo. Tú le has elegido a él para que vele por ti y le has dado poder sobre tus posesiones.

-Pues precisamente por eso, porque confío en él, estoy seguro de que has sido tú. Además, él se llama Bienaventurado y se apellida Amigo de primero, y Honrado de segundo. Y es educado y amable. En cambio tú, Dolores...

Pero por más que insistieron no pudieron corroborar la culpabilidad de Dolores, a la que hasta ella misma apuntaba con su “si yo pudiera te robaría”.

Así pasó el día del martes y cayó la noche. Fue entonces cuando Bienaventurado levantó de la cama al joven para decirle:

-Dolores ha robado otra de las piedras.

-¿La has visto?

-No. Pero si no es ella... Tendría que haber sido yo.

-Tienes razón, Bienaventurado. Mañana por la mañana iremos y registraremos su casa.

El miércoles registraron la casa de Dolores. No encontraron nada, excepto gruñidos e insultos. Así pasó el día y cayó la noche.

Bienaventurado volvió a despertar al joven.

-Dolores ha robado una tercera piedra.

-¿Seguro que fue Dolores?

Bienaventurado reaccionó enseguida:

-Puede que no haya sido ella... Pero, entonces, ¿no estará usted jugando conmigo, señor?

-¿A qué te refieres?

-¿No será usted el que oculta las piedras una a una, porque le divierte verme preocupado?

-¿Qué estás diciendo, Bienaventurado? Mañana por la mañana iremos a ver a Dolores.

El jueves se encontraron con la señora. Esta preguntó:

-¿Se sabe Bienaventurado las contraseñas de las cajas fuertes?

-No.

-Pues ya está resuelto el misterio. Él necesita un día entero para descifrar el código de cada caja fuerte. Por eso roba las piedras una a una. Y antes de que tú sospeches de él, me señala a mí con el dedo. Tú, sin motivos reales para creerle, te tragas su mentira y vienes todos los días a molestarme.

Bienaventurado se mostró dolido:

-Oh, señora Dolores. ¿Cómo se atreve a insultarme gratuítamente, sin pruebas de ningún tipo? Yo, que siempre he sido honrado y tolerante con usted... Vámonos de aquí, mi señor. No tengo por qué soportar las difamaciones de esta vieja bruja.

Así aquella misma noche ocurrió lo de tantas veces. Tras dialogar con Bienaventurado, el joven pensó que Dolores le había robado. Volvieron a visitar a la mujer y no lograron sacar nada en claro, ni encontraron las piedras.

Todo se repitió hasta que el sábado ya sólo le quedaba al joven una de las piedras. Pasó el día como de costumbre y durante la noche nadie le despertó. Bienaventurado había prometido quedarse a hacer guardia, de tal forma que si Dolores se acercaba a la caja fuerte, él la expulsaría a patadas.

Se levantó el joven la mañana del domingo contento, convencido de que Dolores no había logrado robar la sexta piedra. Pero la sexta caja estaba abierta y no había rastro de Bienaventurado, el cual, probablemente, se encontraría ya en otro país.

No tardaron en embargarle todas las riquezas al joven, que no tenía medios para mantenerse más que las piedras que Bienaventurado le robó. Así, empezó a pasar hambre. Entonces se juró a sí mismo no judgar por las apariencias, los modales o el nombre, sino por los hechos, por los resultados.

Fue justo tras hacerse ese juramento cuando encontró otras seis piedras. Estas tenían la potestad de hacer brotar dinero al ser juntadas. Y volvió a enriquecerse.

Por aquellos días había llegado al pueblo una beldad llamada Ángela Dulzura de la Bondad.

El lunes se reunieron los tres y Ángela pidió poder trabajar a las órdenes del joven, mientras que Dolores continúo mascullando insensateces. El joven contumaz contrató a Ángela.

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