jueves, 30 de julio de 2009

Los gemelos de Vladimir



Vladimir levantó la vista al ver pasar a los gemelos y les llamó. Estos se sentaron junto a él. Vladimir había utilizado un tono severo para dirigirse a ellos, por lo que agacharon la cabeza.

-¿Le habéis retirado la palabra a vuestra hermana? – preguntó.
-Sí, Ira se comporta como una auténtica cretina – dijo uno de ellos.
-Es cierto, tiene cinco años más que vosotros... ¿Cuántos tenéis vosotros?
-Doce.
-Entonces Ira tiene diecisiete...
-Dieciséis... aún no los ha cumplido...
-Bueno, vosotros tenéis doce años e Ira dieciséis... Hace, entonces, nueve años de lo que os voy a contar.

Uno de los gemelos, el de la cicatriz en el rostro, miró al techo. El otro se rascó el muñón que tenía en lugar de brazo derecho.

“A una niña de siete años la encontraron unas monjas en una chabola. De los padres biológicos nunca se supo. La niña cuidaba de sus hermanos, ambos de dos años. Iba a por agua a la fuente, robaba comida para ellos... Los hermanos estaban heridos, seguramente por los malos tratos a que habían sido sometidos con anterioridad. Sólo sabían llorar de dolor. A uno de ellos hubo que amputarle un brazo. Las monjas los llevaron a una residencia, curando las heridas de los pequeños. Dieron preferencia en la adopción a aquellos chiquillos. Pero los adoptantes se negaban a llevárselos a todos. Hasta que unos esposos, llamados Aliona y Vladimir, toparon con la organización que se encargaba de tramitar las adopciones de la residencia donde se hallaban los tres hermanos. Querían adoptar una niña y cuando les presentaron a una tal Irina quedaron encantados con ella. Les dijeron que si querían adoptarla, tenían que llevarse a los gemelos también. Pero los gemelos tenían un aspecto desagradable. Sus marcas en el cuerpo, ese brazo amputado, esa mirada oscura de miedo y tristeza... No, el matrimonio quería a una muchacha bonita, tímida, obediente... Se trataba de un par de caprichosos... ¡Qué monstruosos podemos ser los humanos! ¡Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra...!

Como tenían dinero, Aliona y Vladimir consiguieron la adopción de Irina, saltándose muchos de los trámites. Pero la niña amaba a sus hermanos. Había ejercido de madre, les había salvado la vida no tanto tiempo atrás... Según el taxi se alejaba de la residencia, Irina miraba el camino que quedaba atrás, totalmente seria. Aliona y yo tratamos de alegrarla inútilmente. Al cabo de un rato, como veíamos que todo era inútil, intentamos comprar su alegría... Aliona y Vladimir pensaban que el amor se medía en dinero... Le ofrecimos regalos y cosas. ¿Quieres esto? ¿Lo otro? ¿Qué te parece si...? Quien esté libre de pecado... Mirad los techos de madera de esta casa. Hace nueve años Aliona y Vladimir vivían en una casa lujosa.

-Quiero hacer pis – nos dijo. De modo que paramos el taxi y bajamos con ella, que se fue tras un matorral. Nosotros estuvimos esperando a que acabara... y esperando y esperando...

Encontramos a Irina desandando el camino tres kilómetros más atrás. Nos pusimos a hablarla, a intentar hacerla comprender. Quisimos abrir sus ojos... Nosotros éramos tan, tan listos... Pero aquello ya nos dolía. La niña no quería estar con nosotros. Por más que lo negásemos era así y nuestras conciencias se removían por ello.

Al final, metimos a la niña en el taxi y fuimos al hotel donde nos alojábamos, en espera del avión del día siguiente. Al amanecer siguiente la niña no estaba. La buscamos por todo el hotel, por la ciudad... Es curioso, porque la buscamos allí donde sabíamos que no la encontraríamos.

Finalmente decidimos, con todo el dolor de nuestro corazón, ir a buscarla a la residencia. La habían encontrado las monjas, llorando al pie de una cama en la habitación de los gemelos. Eso nos rompió el alma. Enfurecimos, insultamos a las monjas, insultamos a la organización y a los que trabajaban en ella, les acusamos de engañarnos...

-¿Pero de qué os hemos engañado? – nos decían.

Aliona y Vladimir estaban ciegos. Con la furia buscaban donde no podían encontrar. Renunciaron a la adopción de la niña. Incluso pusieron una denuncia a la organización, incluyendo nombres y apellidos propios. Pero un día le contamos la historia a una sirvienta que teníamos en casa y ella nos respondió:

-¿Y por qué no adoptaron a los hermanos también?

Eso nos descolocó. Peor fue cuando, un mes más tarde, Aliona y Vladimir vieron cómo la sirvienta había comenzado los trámites para la adopción de esos niños. Entonces tocamos fondo. Aquella mujer cobraba una nimiedad en comparación con nuestros sueldos. No tenía nada que ofrecer a los tres hermanos. Con ella y con sus cinco hijos, huérfanos de padre, sólo obtendrían pobreza y sufrimiento...”

En este punto, Vladimir interrumpió el relato y se puso a llorar, pidiendo perdón a Dios. Él, que nunca había tenido fe; que creía en la Ciencia.

-Hijos míos – consiguió decir. – Hijos míos, yo... Sólo puedo pedir perdón. No tengo derecho, siquiera, a teneros como hijos.... No merezco vuestro amor...

“Cuando aquella noche mi esposa y yo estuvimos dialogando, todo terminó en lágrimas. Nos abrazamos y lloramos el uno sobre el otro. Hasta que vuestra madre decidió cambiar. Me propuso repartir nuestras riquezas, una parte para la sirvienta y sus hijos. Otra para reformar y ampliar el hogar de los niños huérfanos y abandonados... Lo vendimos todo... y decidimos adoptaros. A los tres.

Margarita, la sirvienta, a la que vosotros conocéis como ‘tía Rita’, recibió la noticia con gran alegría. Nos llamó mucho la atención que por el dinero dio las gracias secamente y, en cambio, cuando le dijimos que no os adoptase, que os adoptaríamos nosotros... ¡Nos abrazó! Se volvió loca de alegría...”

Llegado a este punto Vladimir besó a sus hijos en la frente, uno detrás del otro, se levantó y se fue. Los gemelos aún permanecieron un buen rato en silencio.

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