La neblina que lo cubría todo se fue dispersando, lo que dio lugar a un paisaje casi inefable, de vivos colores, ruidos silentes, armónicos y olores de paz. Un hombre anciano se conformó delante suya.
-Pide lo que quieras – dijo. – Sólo un deseo te será concedido antes de la muerte.
Quiso pensárselo bien. El deseo perfecto, la petición adecuada... no se podía desperdiciar aquella ocasión. Pero el alma negó a la razón y los labios terminaron diciendo:
-Quiero volar. Sólo una vez. Sólo unas horas. Quiero volar con los brazos en cruz, dar vueltas en el aire, cabalgar entre las nubes, acercarme y alejarme del suelo... Quiero volar, por una vez, por unas horas...
Todo desapareció de pronto. El despertador llamaba con su timbre horrible antes del amanecer, como cualquier lunes. Ernesto lloró sentado al borde de la cama. Luego desayunó algo y marchó al trabajo. La vida de los adultos.
Aquella noche soñó otra vez. La neblina que se dispersaba, el viejo mago capaz de conceder cualquier deseo, las ganas de no precipitarse... y la precipitación.
-Quiero volar, sólo unas horas, sólo un día, sólo una ocasión...
Pero a la mañana siguiente no voló, sino que fue al trabajo a pie. Maleta en mano, vida de adulto.
En la noche precedente al miércoles soñó nuevamente. Frente al anciano esperó las palabras, pero el mago miraba con rostro severo:
-Te he concedido dos veces el mismo deseo. ¿Por qué no volaste?
Ernesto no dijo nada. Sólo miró al suelo avergonzado.
-Aún permanece en ti – agregó el mago.
Al despertar lloró amargamente. Pero la voz del viejo resonó con fuerza:
-¿Por qué no vuelas?
Supo entonces que serían aquellas sus últimas horas y el corazón se le impregnó de entusiasmo. Un millar de violines, violas y violonchelos interpretaron una dulce melodía, Ernesto volvió a ser un niño por dentro y el mundo... ah, el mundo se arrodilló a sus pies, pues Ernesto volaba, volaba, ¡volaba!, en la última hora de su vida.
jueves, 30 de julio de 2009
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