La sede de la multinacional Philips & John estaba abierta al público. Como en su interior se negociaba con jefazos de todo el mundo, los gastos en mantenimiento eran altísimos. La plantilla del servicio de limpieza estaba compuesta por 216 personas, seres humanos. Todos los días, incluidos festivos, el edificio era limpiado de arriba abajo dos veces. Se fregaban suelos, se desinfectaban los retretes, se le quitaba el polvo a los armarios; los equipos informáticos (convenientemente desenchufados) eran repasados con trapos; las ventanas se limpiaban por fuera y por dentro... En fin, no quedaba un solo lugar del edificio que no hubiera sido convenientemente limpiado. Tal es así que el presidente de la empresa, un tal Wallace, hizo que en la cesta de Navidad que se daba a cada uno de estos trabajadores anualmente, contuviera una felicitación escrita y firmada por él mismo. De hecho, el presidente, sabedor de la importancia de tener una sede bien aseada, había seleccionado personalmente la tarjetita en la que iría escrita la felicitación, había comprado doscientas dieciséis copias y las había pagado de su propio bolsillo. Aunque esto último no tenía mérito ninguno, ya que Wallace tenía tanto dinero que no sabía qué hacer con él.
Un directivo, en cierta ocasión, presentó un folleto de publicidad donde aparecían elementos de autolimpiado. Lo que interesó a la junta fueron los ascensores y las ventanas que se limpiaban de manera automática, sin necesidad de intervención humana.
Lo primero que hicieron fue pedir un informe a los mismos trabajadores. El informe se tituló con motivos nobles: “Con el fin de mejorar las condiciones laborales del personal de limpieza, rogamos la colaboración en el siguiente test de los propios interesados... Se ruega que el test se rellene fuera del horario laboral, con el fin de no entorpecer la jornada laboral.” El test constaba de cien preguntas, de las cuales noventa y siete eran puro relleno. Sólo tres interesaban verdaderamente. Con las respuestas que obtuvieron consiguieron saber que los ascensores y las ventanas se llevaban la cuarta parte del tiempo.
Se calculó el coste anual que supondrían los ascensores y ventanas de autolimpiado. El resultado fue que equivalía al 20 por ciento de lo que actualmente se gastaba en personal de limpieza, el primer año. Los cinco siguientes, el coste se reduciría a la quinta parte, es decir, un 4 por ciento de lo que actualmente se gastaba en personal de limpieza.
Si los ascensores y ventanas de autolimpieza hacían el 25 por ciento del trabajo, y costaban menos que los trabajadores... Wallace y la junta lo tenían claro.
Cincuenta y cuatro personas fueron despedidas, pasando de componer el servicio de limpieza 216 trabajadores, a componerlo 162. Aproximadamente la mitad de las familias de los despedidos pasaron hambre y penurias. Tres de los ex limpiadores se suicidaron. Dos mujeres se volvieron alcohólicas y, con los años, una de ellas murió de cirrosis. Siete de las víctimas se amargaron y amargaron la vida a sus familiares, hasta el punto de que los siete terminaron divorciándose, un par de ellos tras más de veinte años de matrimonio.
Por lo visto, la mecanización de los servicios de limpieza no solo ayudó a Philips & John a recortar gastos de personal. Por todo el país la oferta de empleo en este sector se redujo ostensiblemente. En todos los lados hubo despidos y se contrató muy poco. Esta situación de tensión, de injusticia, de crispación y desconsuelo, conllevó un incremento de la violencia conyugal, el alcoholismo, el consumo de cocaína, el vandalismo... dentro de la clase social que normalmente se empleaba en tales puestos. Los informativos televisivos, los noticiaros de radio y la prensa escrita no quisieron encontrar ningún tipo de relación entre ambas cuestiones. Lo vendieron como más interesó: echando la culpa, según el momento, a la inmigración, a la Iglesia Católica, al terrorismo islamista o al cambio climático. Nadie señaló a Wallace y compañía.
Las soluciones que ofrecieron el Gobierno y los grandes sindicatos fue la de rebajar el salario mínimo, abaratar el despido y pagar dinero del erario público a las empresas que no despidiesen demasiados trabajadores. Al instante, este dinero le costó al pueblo dos hospitales y tres escuelas que dejaron de edificarse; así como dieciocho kilómetros de una autovía que se estaba construyendo entre las dos principales ciudades del país, cuyas obras quedaron, por este motivo, aplazadas hasta el año siguiente.
A estas medidas se les dio nombres bonitos: “promover la contratación, facilitando la contratación a las empresas – así llamaron al descenso de los salarios y el abaratamiento de los despidos - , premiar y fomentar la contratación y estabilidad laboral por parte del sector privado – este nombre se le dio a regalar dinero de Hacienda a las empresas multinacionales -, etc.”. Al mismo tiempo, algunos dirigentes de los grandes sindicatos adquirieron mansiones en lugares paradisíacos, nadie sabe cómo ni por qué. Por su parte, los diputados mejoraron su salario laboral y su pensión de jubilación, premiándose a sí mismos por la excelente labor realizada.
A finales de año, la empresa Philips & John presentó un balance positivísimo: Había incrementado su volumen de negocio en apenas un 3 por ciento, pero las ganancias eran un 60 por ciento mayores que las del año pasado. ¿El secreto? Por un lado una importante reestructuración de plantilla; por otro nueva legislación y subvenciones del Estado. Lo que se traduce en: Menos personal, peor pagado y en peores condiciones laborales; además, un país con algunas deficiencias en temas de hospitales, escuelas, bomberos, y otras infraestructuras.
Las acciones de la empresa subieron, enriqueciendo un poco más a Wallace y demás accionistas. Él, al hacer balance, afirmó:
-Hemos generado riqueza, contribuyendo a la modernización y progreso del país, desde el respeto y la promoción de nuestros trabajadores.
El presidente de Gobierno de la Nación, por su parte, hizo el siguiente balance:
-La economía nacional va mejor que nunca, como demuestran Philips & John y otras empresas. Hemos mejorado en competitividad y reforzado nuestra posición dentro del panorama internacional.
La última frase no me pidáis que os la explique. Nunca supe a lo que se referían con eso y, la verdad, tampoco me produce curiosidad.
Finalmente, el señor Wallace envió cestas de Navidad a los empleados de limpieza de la principal sede de la Philips & John. En las cestas había una felicitación escrita y firmada por el propio Wallace. Él mismo se encargó de comprar las tarjetitas, pagándolas de su propio bolsillo. Esta vez no fueron 216, sino 162, quizá más que el año que viene.
jueves, 30 de julio de 2009
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