jueves, 30 de julio de 2009
El pavo plebeyo
La cárcel del planeta Zulón estaba hasta arriba. Los presos se pusieron en círculo en el patio y comenzaron a debatir, como era costumbre por aquellas fechas:
-¿Qué hago yo aquí? – se lamentaba el burro.
-Tú estás aquí por hacer burradas – respondió el zorro.
-Pues no sé qué burrada ha podido condenarme.
-¿Recuerdas aquel día, cuando dijiste a tu amo: “ahora tú me llevas a mí” y saltaste sobre él?
Todo el mundo asintió. La condena del burro era una condena justa. El granjero que en tiempos fue su amo tenía la espalda rota. Pero entre murmullos los animales se decían unos a otros:
-Aunque un error lo comete cualquiera... Todos hemos hecho alguna burrada que otra alguna vez... Además, en cierto modo fue una queja contra el sistema sociopolítico del sometido que se alza sobre su amo... – y aplaudieron al burro.
Cuando se hizo el silencio, fue el zorro quien expresó su malestar:
-¡Mi condena sí que es injusta!
-¡Pero si tú engañaste a la gallina para comerte sus polluelos! – clamaron los demás.
-Ya, bueno, es que tenía hambre...
Y las gentes volvieron a murmurar entre sí, llegando a la conclusión de que todos habían hecho locuras y vilezas en momentos de debilidad.
Además se llegó a la conclusión de que las gallinas siempre han sido favorecidas por el sistema sociopolítico, mientras que los zorros han sido marginados socialmente. Se sintió el zorro redimido por ello, e incluso se ganó la consideración y el respeto de los demás gracias a su astucia y sus valores morales.
Hubo otros testimonios y todos salieron bien parados, obteniéndose la comprensión de los demás reos. Todos menos el último que habló. Era este un pavo plebeyo del que nadie confiaba, que comenzó diciendo cabizbajo y trémulo:
-Pues yo no entiendo bien el crimen que cometí. Si hice mal alguno, pido perdón. Si dañé a alguien, le muestro mi arrepentimiento y le hago saber que estaré presto a curar sus heridas... sólo me gustaría saber de qué se me acusa y por qué se me arresta.
La gente dudó. Pero el zorro volvió a intervenir:
-Ahora recuerdo... ¡tú eras el Pavo Real!
-Sí, pero abdiqué. Me hice plebeyo por amor a...
No pudo terminar la frase. Tanto presos como guardianes se pusieron a apedrearle sin piedad ninguna, hiriéndole en todo el cuerpo hasta acabar matándole. Luego recogieron sus restos, los echaron a una bolsa de basura, cerraron la bolsa y la depositaron junto a las demás, a la espera del camión.
Etiquetas:
Relatos del PEL
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