jueves, 30 de julio de 2009

Los jueces justos


Los Jueces Justos meditaban entre sí. Todo parecía bastante claro. Los Jueces Justos eran criaturas extraordinarias procedentes de los lugares más remotos del universo. Sus dispares culturas y formas de percepción se complementaban entre sí cuando todos ellos se reunían en el Gran Juzgado. En esta ocasión todo parecía muy claro y la sentencia no tardaría. Sólo faltaba el alegato final del acusado, un ser humano. Tras dicho alegato, la única duda era si ponerle una o dos penas eternas. Entonces, el ser humano tomó la palabra, en el atril de los acusados.

-Señores Jueces del Universo. Reconozco que asesiné a sangre fría a quinientas personas. Quinientos seres humanos. Quinientos hermanos. Pero lo hice a conciencia, no fue algo perverso ni malvado, pues yo seguí los dictados de mi corazón. Según mis principios morales, no hay mal alguno en seguir los dictados de tu corazón. Así me lo enseñó mi madre y así quiero yo enseñárselo a mis hijos, si es que algún día los tengo. Asesiné a sangre fía y una a una a quinientas personas. Fui incluso cruel. Pero mi corazón me decía que ninguno de aquellos merecía otra cosa. No amenacé, ni prometí hacer nada. Simplemente lo hice. Mi corazón me invitó a hacerlo. Yo me dejé llevar por el corazón.

Tras pronunciar estas palabras, el acusado se sentó. Los Jueces meditaron entre sí, convencidos de la larga sentencia. Todos menos don Excremento Gelatinoso de la Gran Cavidad Exterior. Don Excremento había permanecido pensativo y no se había sumado en ningún caso a las diatribas de sus compañeros. Después de meditar lo suficiente, lanzó su pregunta:

-Criatura humana, de nombre Juan López, que está acusada de genocidio... ¿ha venido sólo o acompañado?

-Pues creo que mi madre está por allí. Y mi padre... Bueno, él y mi madre se divorciaron y yo y mis hermanos nos quedamos bajo la tutela de mamá.

Don Excremento apuntó todo en su libreta y, pasándosela a un sirviente, le pidió que siguiera las instrucciones que le reseñaba y que utilizase el acelerador temporal para ir más rápido. Mientras tanto se unió al corro de los jueces y escuchó pacientemente.

Cuando parecía haber un acuerdo, intervino:

-Aún no debemos hacer ningún juicio. La declaración del ser humano me ha dado un par de pistas que mi ayudante está investigando en estos momentos. Os ruego que nos tomemos unos minutos hasta que él vuelva.

Los Jueces Justos anunciaron un descanso de quince minutos. Periodistas, curiosos, familiares de las víctimas... se fueron a cubrir necesidades en barahúnda. Tras el decurso acordado se reinició el juicio. Don Excremento llamó a un nuevo testigo. Era éste un hombre que había entrado durante el descanso, tras el ayudante del juez. Doblaba en edad al acusado. Fue escrupulosamente interrogado. Las primeras preguntas fueron sobre su relación con el genocida. Resultó que era el padre, pero no solía verle mucho dado que estaba divorciado de la madre y el niño era tutelado por ella. Eso dijo a grandes rasgos, dado que se metieron en tecnicismos legales y se hicieron preguntas y buscaron pruebas que demostraran de algún modo que el hombre no engañaba a nadie.

Las cuestiones relativas a la educación del hijo fueron concluyentes. Aunque Juan López padre intentó disfrazar su dejadez hablando de libertad y autonomía, estaba claro que se había despreocupado siempre de la educación del, por entonces, niño.

Finalmente se le preguntó por su relación con la madre. Aquí las respuestas fueron tan incongruentes que no se pudo llegar a sacar nada en claro. Tan pronto decía que aún la amaba como que la odiaba profundamente; en un momento dado se ponía a llorar pidiéndola perdón y al siguiente la acusaba de prostituta, traidora e histérica. De este modo terminó su turno.

Don Excremento hizo declarar a Maruja Flores, la madre del acusado, que tras desposarse con Juan López padre se divorció de él. También se la sometió a un exhaustivo interrogatorio y las conclusiones más importantes a las que llegaron los Jueces Justos fueron que se trataba de una mujer muy sentimentalista, con poca capacidad para el razonamiento lógico y objetivo, veleidosa e incoherente. Cuando se le preguntó por Juan López padre respondió de manera poco original: tan pronto como hablaba de amor, se ponía a hablar de odio; ora lloraba y pedía perdón; ora acusaba al padre de la criatura de todos los males...

Entonces los Jueces Justos dieron por concluida la sesión y se marcharon a deliberar. Estuvieron encerrados casi diez horas, que gracias al acelerador temporal se convirtieron en siete minutos. Todos guardaron silencio mientras el Cactus Parlante de Venus leía la sentencia:

-Tras las pruebas y los testimonios presentados, los Jueces Justos concluímos que: El acusado, Juan López, hijo de Juan López y Maruja Flores, efectivamente cometió todos los crímenes de que se le acusa. No obstante, el sujeto es un completo imbécil, incapaz de responder de sus propios actos ya que él se guió movido por fidelidad a las enseñanzas de su madre, la cual le dijo que debía hacer lo que el corazón le pidiera. Juan López actuó de corazón y por tanto su único delito es no haber utilizado la razón. Estando incapacitado, como está, para tal cosa, será enviado a un frenopático hasta el día en que los supervisores de los Jueces Justos consideren que ha sido curado de su propia estulticia. Por otro lado: Por su irresponsabilidad, cuyo resultado catastrófico y terrible ha sido el asesinato de quinientas personas, los padres del asesino, Juan López y Maruja Flores, quedan condenados a quinientos años de cárcel cada uno. A esto hay que añadir la pena por abandono, que se le impone a Juan López padre, por desatender las necesidades de su hijo, siendo esta de tres años más. En cuanto a lo referente a Maruja Flores, se la condena a diez años más por inducir al asesinato de manera indirecta., con la frase: “hijo, déjate guiar por el corazón”.

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