jueves, 30 de julio de 2009

El guitarrista de "Guzmán el Bueno"

Que hacía frío en la calle se deducía de sus gruesos ropajes, desatada la bufanda al cuello. Que le gustaba la música de su forma de tocar la guitarra y de su ingenua sonrisa. Aquella que no se le quitaba de la cara ni aun viendo como los viajeros pasaban, en su mayoría, indiferentes. En el suelo postraba la funda de la guitarra, junto al pequeño amplificador que se enchufaba al instrumento. En esta, aunque la soñaba algún día llena, jamás había tenido más de diez euros en monedas. Y eso se deducía, no sólo de que aquel día había un total de siete piezas – dos de cincuenta céntimos y el resto de cinco o menos –, sino, también, por lo roído de los bajos de sus vaqueros, o las deportivas sucias y viejas. Otra deducción que se hacía era que le importaba más su música que su ropa, pues la guitarra relucía a pesar de las muchas horas que la había hecho sonar.

Miraba a los pasajeros con ojos claros de grandes ojeras por sombra. Y de su música recobraban las pupilas la dignidad: La música le permitía mirarles a todos a los ojos, sin malicia, pero con dignidad... allí puesto, justo arriba de las escaleras que bajaban al andén de la línea seis de metro, en la estación de Guzmán el Bueno. De propósito en el lugar por donde tenían que pasar todos aquellos que quisieran hacer trasbordo con la siete.

Los corazones de la gente eran duros como diamantes y, aún así, él se mostraba alegremente amable en cada una de sus facciones, en cada uno de sus gestos, en cada célula, en la propia música que interpretaba. Casi feliz de estar allí. Probablemente su alegría devenía de saber que, por muy impertérritos que pudieran parecer al pasar a su lado, los viajeros guardaban silencio en el piso de abajo, contemplando los letreros que indicaban el tiempo para que llegase el siguiente tren, quizá temerosos de que cualquier sonido pudiera solapar las lejanas notas de blues que manaban de los dedos de un humilde guitarrista, quizá creyendo que el día en que dejase de existir música callejera, en el metro de Madrid, los techos se derrumbarían sobre sus cabezas.

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